EL TEATRO DE LA SOLEDAD
Iván Vera-Pinto Soto
Siendo un
adolescente me engolosinaba leyendo a Jorge Díaz, dramaturgo que por los años 60 representaba a la
vanguardia del teatro chileno. Con el tiempo me convertí en uno de su más
ferviente admirador, a tal punto que en mis tres décadas de actividad escénica
he tenido la fortuna de poner en escena más de una decena de sus piezas.
Jorge Díaz, es un
solitario y prolifero creador que vive o malvive de escribir teatro desde hace
muchos años en España. Cada cierto tiempo, casi como un ritual, vuelve a
Chile para dar una conferencia, asistir
a un estreno o asesorar algún equipo que esté involucrado en un proyecto de su
autoría.
Muchos estudios se
han realizado con respecto al contenido de su propuesta dramática; sin embargo
él rehúsa admitir la rotulación que intenta tipificar su estilo artístico como teatro del absurdo.
Más bien confiesa que le gustaría que recordaran su obra como una suerte de marca
o cicatriz de su vida. Lo concreto es que a través de las diferentes etapas que
ha seguido su rebelde proceso - desde el teatro grotesco al teatro de los dos
mundos (división metodológica que hace el mismo autor) - tiene grandes temas
recurrentes y obsesivos que siempre lo
acompañan. Una de estas materias es la relacionada con el concepto de la
soledad, entendida por el artista como la situación límite que viven los seres abandonados a su
miseria física y existencial.
En sus obras el
acento está puesto en la perspectiva absurda y grotesca que le permite develar
la realidad social, esta figura constituye el principal vehículo para burlarse
o criticar las instituciones actuales y los subterfugios que estas generan. El
mundo, en la visión escéptica de Díaz, está perturbado en lo más íntimo y todos
son responsables que ello ocurra: jefes, sacerdotes, políticos, profesores,
padres; en un principio grupos sociales que representan un orden. Por eso, sólo
cuando estos personajes bajan a su situación primaria de seres humanos,
olvidando lo ortopédico y falso, logran alcanzar un atisbo de amor.
La antidramaturgia
del premio nacional de teatro está centrada mayormente en la pareja, no
obstante por medio de ella se toma la libertad de observar todo el contexto
social. En Liturgia para Cornudos o Ceremonia Ortopédica, se contempla el ciclo
de un matrimonio desde su casamiento hasta su vejez. Mediante esta evolución el
autor denuncia de manera descarnada la alineación que sufren los personajes por
responsabilidad de los medios mecánicos (radio y televisión), por la educación
impositiva, por las ineptas percepciones
religiosas y por los convencionalismos cotidianos.
En el fondo nos
proyecta a seres lanzados a la soledad, condenados a sufrir el absurdo debido a la deformación de las
instituciones sociales y de los personajes que las representan. En Liturgia
para Cornudos, al igual que en muchas de sus obras, el lenguaje es exagerado,
escarnecido y alterado en sus lugares de origen. El lenguaje en este
matrimonio sirve como una verdadera arma
de violencia, de crítica y de reprensión de su forma de vida. Sólo al final
cuando el hijo los ha excluido a un mísero rincón la pareja descubre que su vida ha sido
insoportable, que nunca hicieron el amor, incluso que jamás tuvieron una cama y
que vivieron del engaño mutuo.
Precisamente Díaz
nos advierte que la ambigüedad de la identidad produce la mayor dificultad en
la comunicación humana. Al respecto en su Antología Subjetiva (Santiago, 1996)
dice: “Mis personajes huyen de la que creen su identidad o huyen de las falsa identidad
que les imponen los demás, pero en esta huída no hay esperanza sino miedo “.
Luego agrega que ese miedo únicamente lo
podemos espantar con el humor feroz que permite desnudar la angustia que hay detrás de la máscara social.
En fin, Jorge Díaz
y su vulnerable obra son un auténtico testamento mítico teatral que es muy necesario explorar en la literatura y en
la escena, para comprobar lo patéticamente ridículos que podemos ser las
personas cuando nos acecha la incomunicación y la ausencia de amor.