El teatro
iquiqueño actual mirado desde sus propios artífices.
Iván Vera-Pinto Soto
Cientista Social, Pedagogo y Teatrista
En el estudio publicado
Historia Social del Teatro en Iquique y la Pampa, 1900-2015, tuve la ocasión de
conversar y recibir un conjunto de apreciaciones dadas por los mismos líderes
del actual teatro iquiqueño, de las cuales rescatamos algunas de ellas para la
reflexión.
Por citar, el director Guillermo
Jorquera, alega: “el teatro actual (refriéndose a la escena local) está en una
etapa de búsqueda, salvo excepciones, volviendo a la creación colectiva -ya
vivida en Chile- desdramatizando lo ya dramatizado tratando de encontrar un
sendero que mejor les acomode. Se han olvidado del Teatro de autor. De esa
manera pretenden construir una audiencia permanente. La mayoría de ellos son
fondos dependientes… Al teatro local les sobra creatividad y les falta espacios
para darla a conocer.”
Desde otra óptica, el
teatrista Guillermo Ward sostiene: “los teatros en la ciudad se han ido
constituyendo con gran esfuerzo como productoras o entidades socio-culturales
con Personalidad Jurídica lo que les permite a algunos de ellos vivir de la
actividad teatral, siendo sólo una profesión de subsistencia y no de lucro”
Agrega: “Las diferencias por la subsistencia es a mi parecer la variable
fundamental que ha impedido potenciar una asociación local. La atomización
individualista sin duda facilita obtener recursos, ganar proyectos, y
perfeccionarse”
En cambio para la antigua
directora y actriz Cecilia Millar el teatro local no tiene un buen cariz. “La
verdad que últimamente ha cambiado mucho. Lo poco que he visto no me llega. Ya no
voy a ver teatro porque a veces me da mucho enojo. No es por la actuación de
los muchachos, sino por la orientación de los montajes. En general, son
propuestas que dan mucho trabajo al público. Creo que puede ser una obra
difícil pero el público a través de la representación debe ser capaz de
entender lo que se está haciendo en escena y no salir en blanco, sin entender
nada del contenido o de lo que se quiso decir.” En el mismo tenor, la directora Sonia
Castillo afirma: “Voy a ver las obras de los cabros jóvenes, termino sin
entender nada. Me pregunto qué quisieron decir…La manera que ellos trabajan las
obras son muy al estilo santiaguino. No tienen voces naturales, no son
espontáneos…Sus voces parecen recitadas”
Las anteriores apreciaciones
se reiteran entre otros teatristas correspondiente a la época de los sesenta y
setenta. ¿Pugna generacional teatral? No estamos seguros de ello. Lo
recomendable sería confrontar dichas miradas con la de los espectadores para
poder dilucidar si las actuales formas teatrales logran provocar el acto
comunicacional con el público destinatario, entendiendo que este fenómeno surge
de la accesibilidad del código empleado por el emisor y su posibilidad de ser
descifrado por el receptor. Este es un tema para seguir la pista. Pese a esta
interrogante, celebramos la diversidad de estilos y las ansias por hacer un teatro
moderno con sabor local que se manifiesta en una cartelera que no tiene
continuidad, de bajo costo de producción y supeditada a proyectos
cortoplacistas como son aquellos que se sustentan exclusivamente por los fondos
públicos concursables, porque no hay otras alternativas de desarrollo.
Por otra parte, el actor Carlos
Moya, reclama más “vuelo intelectual”, “más estudio y más cultura teatral” para
desarrollar el arte teatral en la ciudad. Añade: “Todo el mundo está pensando
en su nicho, en su espacio y cómo se puede ganar más dinero. Falta más trabajo
inter compañía e, incluso, interdisciplinario”. En el fondo, pone al
descubierto una de las carencias que exhibe el teatro aficionado la falta de
carreras teatrales que estén en manos de instituciones superiores y de
condiciones favorables en lo laboral que permitan su profesionalización.
La actriz Marisol Salgado es
mucho más severa: “Al teatro iquiqueño no le sobra nada, por el contrario le
falta todo”. “Falta que se abran más salas y más espacios con igualdad de
condiciones, espacios de ensayos, talleres de confección y sala con tecnología
con trabajadores capacitados en esas tecnologías. Faltan autoridades consientes
y amables. Falta voluntad en las políticas.” Entre tantas otras carencias que
plantea y que pocos responsables le han puesto “el cascabel al gato”.
Con el mismo rigor, el
productor artístico Abraham Sanhueza concluye: “… el teatro iquiqueño no está
en su mejor momento, se aprecian producciones en general de baja calidad,
producciones que más que cautivar a la gente la alejan, con propuestas
rebuscadas, con estéticas que no son degustadas por un público masivo”. El
director Felipe Díaz, por el contrario, observa que en estos días “se hace
mucho más en teatro”… Y, suma: “Hay más profesionales en la escena actual, hay
más espacios de formación, y hay más conciencia que hay que seguir aprendiendo
de la escena actual”, pero hace el reparo que “nos falta verdadera humildad”
(refiriéndose a los hacedores).
Podemos concluir que las
miradas de algunos artífices suelen ser críticas y a veces hasta descarnadas.
Sugerimos que en nuevos estudios se crucen estas visiones contradictorias con
otras variables intervinientes, tal es el caso de la percepción del público, el
análisis de los resultados e impactos del quehacer teatral en los últimos
decenios, los resultados de los programas gubernamentales y educacionales, entre
otras. Lo concreto es que en la escena actual existe una pluralidad de
productos teatrales que corresponden a la diversidad y pluralidad de discursos
ideológicos y culturales de los distintos grupos sociales que ambicionan
interpretar la variada demanda del público existente. A nuestro juicio, este
proceso debería (en teoría) dar paso a un modelo de nuevas categorías, capaces
de aprehender tal pluralidad para poder adaptarse a las transformaciones
históricas que se viven.
Lo claro es que en este
momento el punto de tensión no está centrado en los discursos teatrales, sino
en otros de mayor contingencias: no hay conformidad entre sus gestores, existe
malestar, una sensación de orfandad frente a temas inmediatos: falta de
espacios, precariedad de infraestructura, difusión de los productores y
productos (presencia en los medios de comunicación social) e inexistencia de
reconocimiento social; estos son elementos medulares que hemos reiterado en
muchas décadas anteriores y que, lamentablemente, ninguna autoridad política o
educacional ha abordado con seriedad y decisión. Si no se invierten importantes
recursos y no se hace una gestión mayor para solucionar estos problemas que son
de “vida o muerte” para el teatro, podríamos atrevernos a decir que los
organismos culturales encargados de velar por esta manifestación artística son
meras ficción o discursos políticamente correctos. De todos modos, estimamos
que esta problemática no pasa exclusivamente por aumentar los fondos
concursables, sino por la voluntad política de realmente convertir a la cultura
como la palanca de desarrollo social y no como un mero adorno o un activismo
improductivo respaldado por las políticas municipales y gubernamentales.