BOLERO
DE SANGRE
(2008)
(Fue
lo que pudo haber sido y no fue)
PERSONAJES:
ARTURO:
60 años
RUBELINDA:
58 años
CAROLINA:
25 años
HERIBERTO:
26 años
GUITARRISTA
1: No tiene edad
G
UITARRISTA 2: No tiene edad
(La acción transcurre en un espacio
indefinido. La atmósfera es fantasmagórica. Algunos muebles de lo que fue una
cantina. Al empezar la obra se escucha
un saxo triste interpretando el bolero de Bobby Capó “Poquita Fe”; luego la
melodía se fusiona con la voz y el
sonido de las guitarras, ejecutadas por dos hombres vestidos rigurosamente de
negro y de expresiones dramáticas. En la penumbra se divisan las siluetas
de los
demás personajes. Al
terminar el tema
musical los guitarristas se miran
lúgubres, enseguida de sus bolsillos sacan grandes pañuelos y secan unas
imaginarias lágrimas. Dejan sus guitarras en una mesa y levantan unas copas de
vino, con ellas se dirigen al público y beben después de cada intervención).
ESCENA I: LLANTO DE COCODRILO.
GUITARRISTA 1: Esta
noche estamos reunidos para conmemorar un año más de la desaparición de la
cantina con más tradición en este puerto, me refiero a “Poquita Fe”.
GUITARRISTA 2:
“Poquita Fe”, nombre que repiquetea a triste esperanza y manipulada caridad.
GUITARRISTA 1: Y
aunque el tiempo pase y convierta en polvo los recuerdos, tengo la certeza que desde los escombros volverá a surgir ese
viejo rincón donde muchas veces borrachos salimos a perseguir la madrugada.
GUITARRISTA 2:
Porque usted debe saber que quien pierde la fe ya no puede perder más.
GUITARRISTA 1: Estas
viejas añoranzas que arden en melancolía, siguen su camino con
la perversa intención
de removernos algún enrollado recuerdo y así hacernos llorar a
“moco tendido”.
GUITARRISTA 2: Y no
olvide que en la fe no hay espacio para la desesperación ni el llanto de
cocodrilo.
GUITARRISTA 1:
Por esta
apasionada aspiración de
querer ver lo que no existe, mi corazón se reanima y vuelvo esta noche a encontrarme con aquella
cantina en donde el hígado no existía y el humo era libre.
GUITARRISTA 2: (Mira al otro) Compañero, parece que hay
demasiada congoja en este vino y resaca de todo lo bebido.
GUITARRISTA 1:
Tienes razón, las
copas nos hacen
resurgir sepultadas historias
escritas con sangre, con tinta sangre del corazón.
GUITARRISTA 2:
Cualquier palabra más
que digamos es
igual a estar ausente.
GUITARRISTA 1: Es
mejor disfrutar en silencio los brumosos sueños que cuelgan de la pared
del recuerdo. Compañero,
en esta hora de la ceniza es
necesario buscar un pecho fraterno. ¿Bailamos?
GUITARRISTA 2:
Sí, bailemos.
(Bailan. Se vuelve
a escuchar en
saxo interpretando el bolero “Poquita Fe”. Se va extinguiendo la luz del
cenital).
ESCENA II: ENGAÑOS Y DESENGAÑOS.
(Se da la luz. La atmósfera del bar es irreal. Carolina se encuentra
junto a Arturo, quien mantiene la mirada vaga en el horizonte, sentado en una
mesa).
CAROLINA: Don
Arturito, usted como siempre tan puntual
para llegar a su cita.
ARTURO: Por
supuesto, si tú me dices ven lo dejo todo. Si tú me dices ven será todo para
ti.
CAROLINA: (Ríe) ¡Qué buena labia tiene!
ARTURO: Esta es la
ruta que estaba marcada. Sigo insistiendo en tu amor que se perdió en la nada.
CAROLINA: Siga
esperando no más. Usted sabe
que aún muerta sigo casada, así por lo menos dice mi
madre. Aunque debo confesarle que en vida me hubiera gustado haber tenido un
compañero romántico y florido para hablar. Lamentablemente estuve amarrada con
un tipo bruto que nunca estuvo a mi lado.
ARTURO: No te
quejes, por lo menos él tenía un sueldo seguro y ayudó a tu madre. En cambio
para qué me sirvió a mí ese romanticismo añejo. Para nada. Carolina, recuerda
que en esos tiempos todos vivían con el
alma fría. Lo único que les interesaba era el dinero. Tal vez ellos murieron
antes que nosotros y ahora están en el infierno. Ellos no tenían corazón porque
se les había terminado desde hace tiempo el deseo de amar.
CAROLINA: Don
Arturo, esa ausencia de amor también la viví en carne propia.
ARTURO Probablemente
también te diste cuenta que sin un amor la vida no se llamaba vida. Sin un amor
el alma vive derrotada, desesperada en el dolor, sacrificada sin razón. Sin un
amor no tenemos salvación.
CAROLINA: Siempre me
acuerdo que usted mucho hablaba del amor. Pero después que su mujer lo dejó,
nunca más lo vimos con otra pareja.
ARTURO: No me hables
de aquello que me trae malos recuerdos. Ahora, en este rincón de muertos, menos
necesito de la compañía de una mujer. Únicamente me basta mis dos fieles
amigos: el vino y los boleros (Canta).
LA PUERTA
Luís Demetrio
La puerta se cerró detrás de ti
y nunca más volviste a aparecer.
Dejaste abandonada la ilusión
que había en mi corazón por ti…
(Rubelinda le hace una señal a Carolina para que
le traiga algo de comer a Arturo. Carolina asiente).
CAROLINA: Don
Arturito, arriba el ánimo, no se me ponga triste como antes. Le traigo de
inmediato algo rico para que coma y calle (Sale).
ARTURO: (Soliloquio) Pasaron
desde aquel ayer
ya tantos años, dejaron en su
gris correr mil desengaños (Al darse cuenta que no hay música, grita) ¡Qué pasa
con “Los Inolvidables”!. ¿No van a seguir cantando?
RUBELINDA: Don
Arturito ya no existe “Los Inolvidables”. Hace mucho tiempo que desaparecieron.
Quién sabe dónde estarán.
ARTURO: Pero recién
los escuché cantar “Poquita Fe”.
RUBELINDA: Es el eco
que nace de estas paredes angustiadas. Son las voces de las almas pérdidas que
nos acompañan en nuestra última morada. (Ambos
se miran con resignación). Pero no se preocupe aún me queda algunos discos
de boleros que no los devoró el incendio. ¿Qué quiere escuchar?
ARTURO: A ver,
tiene algún disco
del inmortal José
Alfredo Jiménez.
RUBELINDA: Creo que
sí.
(Busca en una maleta y saca un disco. Va y
lo coloca en un tocadiscos antiguo. Se escucha el tema “Pa´ todo el año” José
Alfredo Jiménez. Carolina vuelve con un
plato de comida y lo coloca en la mesa de Arturo).
CAROLINA: Don
Arturito aquí tiene la especialidad de la casa para que picotee. Como siempre
está como usted le gusta: frito con el aceite quemado de un año.
ARTURO: (Sonríe) Gracias. Total en el patio de
los callados la comida chatarra ya no me puede hacer mal...
(Carolina se ríe y sale de escena. Rubelinda se acerca a la mesa de
Arturo con un libro de contabilidad medio quemado).
RUBELINDA: Don
Arturo, no le molesta que le haga compañía, aquí se está más cómoda.
ARTURO: (Toma un diario) Está en su casa, doña.
(Rubelinda le sirve vino a Arturo. Mira el libro de contabilidad.
Silencio breve. Los diálogos de ambos personajes no estarán conectados en esta
escena).
RUBELINDA: ¡Aquí
está la madre del cordero! ¡Está más
claro que el vino tinto! Estas deudas fueron la causa que terminaron por
volverme loca.
ARTURO: (Lee)
Sin discursos, pero
con muchos recuerdos fue despedido en la tarde de
ayer Arturo Martínez, popular cantante
de boleros de la bohemia de este puerto.
RUBELINDA: En esos
días estaba desesperada. Los intereses
de la financiera sepultaron mis
últimas ilusiones.
ARTURO: (Lee) Ante familiares, escritores,
pintores, músicos, amigos y antiguos parroquianos de la desaparecida cantina
“Poquita Fe”, el diácono realizó un breve acto litúrgico que concluyó con las
estrofas del canto yo les resucitaré en el día final.
RUBELINDA: La culpa
de todo la tuviste tú viejo de mierda. Me dejaste empeñada hasta
mis sacros huesos.
Al final no pude responder a los compromisos y “Poquita
Fe” se fue a la mierda.
ARTURO: (Lee)
Fue un acto
simbólico, porque la
cremación se realizará después que la
autorice un juez.
RUBELINDA:
Desgraciado, te hiciste famoso por mujeriego y viciosos jugador. Puteaste
tanto o más
que Daniel Santos.
Y de pronto, en una noche traicionera, te dio el ataque al corazón. Y
ahí quedaste más tieso que Tutankamón. Tu muerte fue de un solo tiro, como un
disparo certero de un francotirador de Al Qaeda.
ARTURO: (Lee) Quienes le
vieron en las
últimas semanas lo
consideraron como un
ser solitario y tímido,
que últimamente presentaba fuertes síntomas de depresión e incluso
rasgos de un trastorno más severo.
RUBELINDA: Fueron
diez años de agonía y de huelga de hambre contra el mundo. Fue un tiempo de
quijotadas y de sacrificios. De pactos y negociaciones con el demonio para
evitar la catástrofe. Además, todas las noches no podía dormir, tenía
pesadillas por las deudas y por haber permitido que mi hija perdiera la
virginidad con ese “viejo verde”.
ARTURO: (Lee) Su decisión de quitarse la vida,
ingiriendo una copa de veneno, fue recibida con asombro entre sus amistades.
Algunos cercanos comentaron que en vida fue un cantante frustrado y
un hombre que sufrió
un duro desengaño amoroso. Esta
situación se agravó después de
perder a sus mejores amigos en el
terrible siniestro ocurrido hace algunos meses atrás en la cantina “Poquita
Fe”, recinto ubicado en el populoso barrio portuario.
RUBELINDA: Viejo, te
quería como a nadie te ha querido. Te adoraba ciegamente como a Dios; te
burlaste de mi amor y de mi vida, te reíste de mi llanto por tu amor. (Con rabia) Fui tu fiel compañera,
prostituta y paño de lágrimas. Te di mi vida y
para qué: para sufrir sólo tormentos.
ARTURO: (Deja el diario y proyecta al vacío) Quiero
que sepas mujer que es imposible seguir viviendo de esta manera; yo te
agradezco con toda el alma tu noble empeño y te prometo sentirme fuerte cuando
digas que no me amas, que es para otro tu corazón.
RUBELINDA: (Proyecta al vacío) Juro quitarme la
vida para olvidarte, pero prometo resucitar
en tres días
más, porque hay amores que se vuelven resistentes a los
azotes masoquistas y a las balas pérdidas.
(De la sombra aparece el Guitarrista 1, porta un cáliz).
GUITARRISTA 1: (Con unción apostólica) Hermanos: Soy el
oficiante mayor de esta misa del olvido. Suministro el brebaje embriagador para
expiar las culpas escondidas y corregir los cuerpos más torcidos de la vida.
Perdono los pecados, sin imponer más penitencia que el recuerdo eterno de lo
perdido. Tomad y bebed, esta es mi sangre sagrada.
(Invita a beber a ambos. El hombre lo hace con devoción y ella con placer.
Aparece el Guitarrista 2 y canta en tono sacro “La Copa Rota”, de José
Feliciano).
RUBELINDA: (Bebe) Licor mío, sangre de mi Dios,
asesina a todas mis soledades y desengaños.
ARTURO: (Bebe) Licor mío, llévame a morir entre
siluetas que no puedan caminar derechas y que balbuceen idioteces.
GUITARRISTA 1:
Hermanos: En este templo
donde nacen los
mitos y los héroes,
quiero que se
reconcilien con sus
antiguos fantasmas y pesadillas.
ARTURO: (Mira a la mujer) Mujer impía: Te pido
que te estrelles en mi carne viva con la avidez suicida de un Kamikaze, para
que te quedes hundida en mis osamentas pérdidas.
RUBELINDA: (Mira
al hombre) Viejo cornudo:
Quiero que en este rincón infinito, en
esta cantina donde mueren los valientes y también los otros, seas el
antropófago de mi dolor. No olvides que el canibalismo es la forma más sublime
del amor. Por eso ven, no esperes más. Muerde mi boca y mi lengua envenenada
para acabar con mi sufrimiento.
(Ambos se besan con dolor).
GUITARRISTA 1: Ahora
hermanos, vayan en paz, les absuelvo en nombre de Chivas Regal y el espíritu de
Bacardi. Amén.
(La luz se extingue).
ESCENA III: PIEL ARDIENTE.
(Se ilumina otra área. Heriberto se
encuentra en ropa interior. Carolina
busca algunas ropas entre varias cajas).
HERIBERTO: ¿Es
necesario que me quede así en pelota?
CAROLINA: Por
supuesto, aquí hay tanta ropa que tienes que probarte todo. Recuerda que los
mozos siempre deben lucir limpios y ordenados.
HERIBERTO: Bueno, si
tú lo dices, así será.
(La muchacha le pasa un pantalón al joven)
CAROLINA: A ver
pruébate cómo te
queda este pantalón.
(El se coloca el pantalón y ella le cierra
la cremallera).
CAROLINA: Se te ve
bien el “paquete”.
HERIBERTO: Te gusta
aprovecharte de la ocasión.
CAROLINA: ¿Por qué
lo dices?
(La joven busca entre las cajas otra prenda
de vestir).
HERIBERTO: Es que no
te da vergüenza mirar y tocarme.
CAROLINA: Y qué
nuevo voy descubrir de lo que ya conozco.
HERIBERTO: ¿Y cómo
sabes?
(El muchacho le roza con su mano el trasero
a la joven).
CAROLINA: (Enojada)
¡Mierda! Cometiste un
grave error. ¡Toma!
(Le aprieta con la mano los genitales al
joven).
HERIBERTO: (Grita) ¡Aaaaay! ¡Chucha me cagaste el
cabeza de ajo!
(El muchacho cae sobre las cajas).
CAROLINA: El trabajo
que te dimos no incluye toqueteo. Este no es un café con piernas. Sólo yo puedo
tocar. (Como ve que no se levanta por el
dolor se acerca preocupada). ¡Levántate! Además de caliente
eres más gritón
que corneta de cumpleaños… (El muchacho se sigue
quejando de dolor) ¡Cresta, parece que la embarré!
Disculpa… ¿Te apreté muy fuerte?
(Le ayuda a levantarse, pero él la toma de
los brazos y la lanza sobre sí mismo. Se inicia una lucha lúdica. El la besa y
la acaricia. Ella al principio lo rechaza y luego cede).
CAROLINA: (Irónica) ¡Qué exquisito tu aliento!
Hueles a muerto de siete días.
HERIBERTO: Tal vez
más. Parece que me estoy descomponiendo por dentro.
CAROLINA: Sin abrir
la boca, bésame, con un beso enamorado, como nadie me ha besado. Pero no la
abras, por favor…
(Se besan en los labios. Ella le pasa la
lengua por todo el rostro. El se excita. De pronto ella lo muerde en el cuello
y escapa. El la sigue. Carreras por el salón. Ríen y juegan. Aparece
Rubelinda).
RUBELINDA:
¡Carolina! ¡Carolina!
CAROLINA: ¡Qué pasa!
(Heriberto
queda estático. En este pasaje el joven es invisible para
Rubelinda).
RUBELINDA: ¿Dónde te
metiste? Te estaba llamando desde hace rato.
CAROLINA: No pasa
nada. Usted sabe
que aquí en
estas sombras es muy fácil perderse. Bueno, la verdad…Estaba buscando un
vestuario para Heriberto.
RUBELINDA: (Irónica) Así que
estabas buscando un
vestuario para Heriberto. Pero si él ya no existe. Sácalo de tu tonta
cabeza. Deja en el nicho esos extraños juegos eróticos del pasado. Además, estemos
donde estemos, no olvides
que estás comprometida más allá
de la muerte con el hombre que una vez nos salvó la vida. Incluso en estas
circunstancias debes comportarte como una digna señora, casada por la santísima
iglesia católica. Pero, no sé lo que tienes en la “mollera”,
nunca entiendes mis
consejos. Tu viciosa promiscuidad te persigue por todos lados, eso seguro
lo heredaste de los genes paternos.
CAROLINA: No me
venga a comparar con el sinvergüenza de mi padre que me dejó
botada en mis
primeras menstruaciones y mucho
antes que tuviera
mis mejores experiencias sado masoquistas.
RUBELINDA: De tu padre
no voy
hablar ni una
sola palabra. Bien chamuscado
está en el infierno. Pero yo no me sacrifiqué para criar
a una puta
de mala muerte.
Así que mucho cuidado con las palabras que escupas al
aire, porque todo lo que digas puede ser usado en tu contra. Ahora ponte de
inmediato cubos de hielo en tu sapo encantado y no te muevas
de mis faldas.
(Grita, sin ver
a Heriberto). ¡Heriberto!
aborto de monasterio de abadesas, escúchame: Antes de seguir molestando a
Carolina, dedícate mejor a limpiar los baños del mundo, deben relucir insípidos como un trasero Mormón.
(Rubelinda sale de escena. Carolina sigue a
su madre. Antes de salir le pasa la mano por los genitales de Heriberto que
sigue estático).
CAROLINA: ¿Cómo está
la cabecita de ajo?
(Ríe a carcajadas. Se va la luz).
ESCENA IV: AUNQUE ME DUELA EL ALMA.
(Rubelinda, bebe amargada una copa de vino.
Ingresan los guitarristas y se sientan a su lado).
GUITARRISTA 1: ¿Qué
le ocurre mamita? ¿Por qué
tiene esa cara
de funeral?
GUITARRISTA 2: ¿Está
amansando recuerdos con alcohol?
GUITARRISTA 1: ¿Es
el jote negro efervescente de carroñera que se le fue a la cabeza?
GUITARRISTA2: ¿Está
haciendo un hoyo negro de su propia realidad?
GUITARRISTA1: ¿Está
paladeando el vómito del último trago?
GUITARRISTA2: ¿Está
en trance con los viejos fantasmas de amor que la persiguen?
RUBELINDA: ¡Están
hablando puras güevadas! Ustedes no saben lo que representa para mí este
boliche. Es toda una vida de trabajos y sacrificios. Si lo hubieran visto cómo
era en sus mejores épocas. Aquí venían los “pijes”, hombres de billete largo.
Era la cantina más respetada de este
puerto. Aún recuerdo que los
clientes me llamaban cariñosamente “mamá Rube”. Eran
otros tiempos, otros tiempos...
GUITARRISTA 1:
Tiempos para contener el aliento.
GUITARRISTA 2:
Tiempos para beber y engañar nuestros pobres destinos.
GUITARRISTA 1:
Tiempos para soñar
con la tristeza
amarga del primer trago.
GUITARRISTA 2:
Tiempos para curar heridas de amores imposibles.
GUITARRISTA1:
Tiempos de copas vacías con huellas imborrables del ayer.
GUITARRISTA 2:
Tiempos que ya no existen.
GUITARRISTAS 1:
Tiempos malos, tiempos buenos. Otros tiempos.
(Suena un metalófono, emulando a un programa
radial. El Guitarrista 1 adopta la postura de un locutor conduciendo un
concurso).
GUITARRISTA1: Doña
Rubelinda me escucha.
RUBELINDA: Sí, lo
escucho.
GUITARRISTA 1:
Primera pregunta de nuestro concurso: Dígame quién es el autor de esta canción…
GUITARRISTA 2:
(Canta) Reloj no marques la hora, porque mi vida se acaba…
RUBELINDA: ¡Roberto
Cantoral!
GUITARRISTA 1:
¡Muy bien! Nuestro programa “Seducción Latina”, le entregará como premio diez discos
compactos que reúne 200 canciones que no tuvieron éxito en los 100 años de
historia del bolero.
RUBELINDA: Gracias,
me servirán para ambientar la cantina en el día de los muertos.
GUITARRISTA 1: Y
aquí va la segunda pregunta: ¿Cuál es el título de esta canción?
GUITARRISTA 2: (Canta) Mujer si puedes tú con Dios
hablar, pregúntale si…
RUBELINDA:
¡Perfidia!
GUITARRISTA 1:
¡Sensacional! Se ganó una exclusiva colección del Reader’s Digest, con
la agónica voz
de Javier Solís,
grabada precisamente en sus últimos días en la Clínica Santelena.
RUBELINDA:
Gracias, la pondré
cuando me acuerde de mi marido.
GUITARRISTA 1: Y
vamos a la última pregunta. Si responde correctamente se ganará un servicio
mortuorio integral, incluido un responso con boleros remasterizados por Luis
Miguel.
RUBELINDA: ¡Eso si
que no! Juro por la estaca del conde Drácula que no podría escuchar su
pedante voz, pronunciada
por sus dientes separados.
GUITARRISTA 1: Es
extraño que no quiera ganar a este tótem mediático. Déjeme decirle que el
paquete incluye sus yates, aviones, viajes, novias e hijo legítimo.
RUBELINDA: No
insista, soy escrupulosa. Le confieso que su canto me provoca una náusea de
nueve meses y un parto sietemesino. ¿Podría cambiarme el premio?
GUITARRISTA 1: ¿Y
qué prefiere?
RUBELINDA: Deseo los
bigotitos recortados de Pedro Infante.
GUITARRISTA 1:
Entiendo, usted se identifica con el símbolo de la rectitud y el trabajo del
mexicano pobre pero honrado. Está bien, como nos ha caído simpática le
pagaremos, incluso sus deudas con el Fondo Monetario Internacional, si contesta
acertadamente.
RUBELINDA: Estoy
preparada para la prueba final. Le aseguro que puedo, incluso,
responder estoicamente el interrogatorio más aberrante de Villa Grimaldi.
GUITARRISTA 1: Mucha
atención. Por favor, cante, sin titubeo ni pausas, la canción cuyo autor nos
cuenta la vida de un joven enfermo de tuberculosis, quien comprendió que el
amor por una joven era imposible y tenía que actuar inmediatamente ante lo sano
y hermoso de ese mismo amor...
RUBELINDA: (Canta)
NOSOTROS
Trío Los Panchos
Atiéndeme,
quiero decirte algo,
que
quizás no esperes, doloroso tal vez...
Escúchame
que aunque me duela el alma,
yo
necesito hablarte y así lo haré…
(Suena el metalófono y se corta abruptamente
el canto).
GUITARRISTA 1: Fue
tal su desesperación por darle un poco de dignidad a su vida y a su hija que
intentó todo para salir adelante.
RUBELINDA: Rezaba
todas las noches. Me encomendaba a todos los santos.
GUITARRISTA 1: Daba
pensión, lavaba ropa ajena, vendía dulces y helados; incluso, hasta aceptó más
de alguna ayuda interesada de hombres de paso.
RUBELINDA: Y aunque
parezca esto un
guión de rancia
película mexicana, puedo asegurar que la vida para una mujer sola y que
tiene únicamente sus manos para trabajar, es más dura que todo lo que la
ficción pueda inventar.
GUITARRISTA 1: Aún
me parece estar
viendo la imagen
de mamá Rubelinda, soñando con un imaginario amor que nunca llegó a
tener.
(Se escucha de una radio antigua la voz de
los Panchos, interpretando el tema “No Me Quieras Tanto”, de Rafael Hernández.
De la sombra aparece el Guitarrista 2, superponiendo su voz al del disco y
baila con la mujer. De pronto la canción es interrumpida por sonidos de
ambulancia, policía y bomberos).
GUITARRISTA 1: (Voz de locutor). Extra, extra, extra.
Interrumpimos nuestra transmisión
para darle a
conocer que en
el populoso barrio “El Triángulo
de las Bermudas”,
se produce en estos instantes un gigantesco incendio. Llamado
de comandancia para todas las compañías de bomberos de la ciudad…
(Rubelinda grita de dolor y su cuerpo se
contrae en el suelo como un ovillo. La música queda pegada como un disco
rayado. La luz se extingue).
ESCENA V: TORTURAS DE AMOR.
(Carolina está sentada en el suelo de la
bodega, fumando droga. La luz es tenue. Entra Heriberto, enciende la luz y la
sorprende. Ella esconde la droga).
HERIBERTO: ¿Qué
estás haciendo?
CAROLINA: (Turbada) Qué te importa.
HERIBERTO: (Se
burla) Qué te
importa. ¿Quieres que te
traiga tu ataúd?
CAROLINA: No pasa
nada.
HERIBERTO: Podemos
conversar...
CAROLINA: (A la defensiva) ¿Para qué?
HERIBERTO: Tal vez
de algo sirva.
CAROLINA: No me
vengas con sermones
dominicales, ni hostias
vaginales, que ya me las he comido todas (Se
levanta para irse). ¡Chau!.
HERIBERTO: (La toma del brazo) Ven, hablemos.
CAROLINA: (Provocativa) ¿De qué quiere hablar el
lindo?... ¿Quiere que le apriete otra vez el “cabecita de ajo”?
HERIBERTO: ¿Por qué
eres así?
CAROLINA: Porque me
gusta y punto.
(Otra vez intenta salir. Heriberto la vuelve
a tomar fuerte de los hombros. Forcejean. Ahora ella lo abraza y besa).
HERIBERTO: Deja esa
porquería, es por tu bien.
CAROLINA: (Agresiva) Si es por mi bien, entonces
tendré que dejarlo todo: la pasta base, el alcohol, el boliche, a la vieja, a
mi marido, al “consolador”, el chat, a Dios…
(El muchacho le tapa con su mano la boca
suavemente a Carolina).
HERIBERTO: Te
acuerdas que así nos conocimos.
CAROLINA: (Ríe) Sí. Y a los pocos días hacíamos el
amor a toda hora y sin condones. Teníamos relaciones en cualquier lugar y
ocasión.
HERIBERTO: Sí, me
acuerdo. Fue muy cómico hacerlo en aquella mesa donde alguna vez se había
sentado un presidente.
CAROLINA: Más gracioso
fue cuando hicimos
el amor en la
vieja bañera. Tú te metiste primero y quedaste con las rodillas en las orejas y
el periscopio intentando asomarse. Y yo, en cambio, quedé con el culo encima
del tapón y con la llave del agua en la nuca. Y entonces empezamos a movernos
desenfrenadamente. Y empezó la marejada (Hace
sonido guturales imitando al mar agitado). Aquello parecía tormenta
perfecta.
HERIBERTO: Y te acuerdas
de esa noche
que estábamos atendiendo
clientes. De repente nos miramos y nos
pusimos calentones.
CAROLINA: Y
terminamos haciendo el amor en el baño.
HERIBERTO: (Ríe) Me acuerdo que tu pantalón no te
bajaba, entonces te quitaste los zapatos para quedarte desnuda total.
CAROLINA: Todo fue
muy rápido, pero excitante. Con la emoción perdí de vista los zapatos. Después
encontré uno, pero el otro no lo encontraba por ninguna parte.
HERIBERTO: Y tú
no querías salir
así del baño. Después
de mucho buscar encontramos tu
zapato.
CAROLINA: En el
fondo del wáter (Ríen). Éramos unos
locos. Nos deseamos infinitamente.
HERIBERTO: Fue un
amor de carne viva y ardiente.
CAROLINA: Gracias a
tu insaciable “cabeza de ajo” dejé la droga.
HERIBERTO: (Ríe) Gracias a tu “conejita calentona”
me bañé
una vez por semana.
CAROLINA: (Ríe) Teníamos el mismo sentido de
humor.
HERIBERTO: (Ríe) Sí, estúpido e infantil.
CAROLINA: (Pensativa) Cuántas anécdotas pasamos.
HERIBERTO: ¿Por qué
te quedaste pensativa? ¿De qué te acordaste?
CAROLINA: Es que me
vino a la mente la acostumbrada imagen tuya: fría y distante. No sé por qué
después de hacer el amor te ibas mentalmente de mi lado.
HERIBERTO: Tenía
temor que tu madre nos descubriera.
CAROLINA: ¿Era eso
verdaderamente?
HERIBERTO: Con
sinceridad, no lo sé. Pero, te juro que no tenía nada que ver con tu cuerpo, ni
tu piel, ni tus pechos, ni los rollitos de tu vientre y menos con el olor
penetrante de tu sexo. Lo que pasaba era que mi mente estaba en otra parte, en
un eterno viaje. Me sentía un joven enamorado de la vida y deseaba volar como
un pájaro por todo el mundo.
CAROLINA: Por eso te
dejé ir. Aunque te quería como la arena quiere a su playa, no podía cortarte
las alas. Además, no te olvides que yo estaba casada con un hombre invisible.
HERIBERTO:
Nunca olvidé tus
poéticas palabras en
la despedida: Arráncame la piel
de tu piel a besos.
CAROLINA: (Sonríe) Eso lo aprendí de un bolero. Lo
que no supiste es que después de tu partida cayó la desgracia en “Poquita Fe”.
HERIBERTO: Al tiempo
lo supe.
Acuérdate que del incendio fui testigo directo.
CAROLINA: Después
vinieron los días negros.
(Se produce un cambio brusco de luz y de intención.
Arturo irrumpe violentamente y arrastra a Carolina de los cabellos. La mujer no
emite ninguna voz de dolor. Heriberto, se convierte en otro torturador. Trae un
bidón grande de agua y le hunde la cabeza a Carolina en el líquido).
ARTURO: Quiero que
desaparezcas de inmediato
de mi mente. Que te vayas de mi lecho y de mis
sueños. Que no cantes nunca más en tu ventana ni te me presentes desnuda en
las noches de
sábanas húmedas. ¡Perra
callejera! Aún
recuerdo tu
voz angelical que
me decía que
se podía estar enamorado de
varias personas a la vez, y de todas con la misma pasión, sin traicionar a
ninguna, porque el corazón tiene más cuartos que un prostíbulo. Y yo te creía.
Por tu culpa me convertí en un vagabundo de la noche que te
buscaba desesperadamente entre
putas, chulos, alcohólicos, dementes y nómadas desamparados. Y terminé
convertido en un monstruo crucificado de cabeza por mis mejores amigos. Por eso
vuelvo noche tras noche para asfixiarte, para que nadie vuelva a suspirar por
ti, para que nadie quiera mirar tu cuerpo de hembra ninfómana (Grita). ¡Para que nunca más la historia
vuelva repetirse!
(Arturo cae llorando al suelo. Transición.
Heriberto levanta Arturo, lo sienta en una silla y le amarra las manos en el
respaldo del mueble. Ahora, Carolina, se transforma en torturadora y Heriberto
en su ayudante. La mujer se acerca a Arturo con un instrumento eléctrico).
CAROLINA: (Provocativa) Mi precioso amor, quiero
que comprendas que todo lo que te haré es un acto patriótico y Dios sabe que es
para bien del país.
ARTURO: (La
mira desfalleciente)
Comprendo, pero quiero que sepas que tú eres la culpable de
todas mis angustias y todos mis quebrantos; llenaste mi vida de dulces
inquietudes y amargos desencantos.
(Carolina, le acaricia el cuerpo a Arturo
con el instrumento eléctrico).
CAROLINA: Mi tesoro,
estarás aquí durante dos años y medio en cautiverio. A lo mejor nunca seas
acusado de ningún delito. Pero igual serás torturado, humillado y violado.
Finalmente, te expulsaremos del país y te quitaremos la ciudadanía.
ARTURO: Aunque me
envíen a Guantánamo, estoy dispuesto
a quererte hasta enloquecer, de rogar por ti, de llorar por ti, sin
poder dormir, sin poder comer…
CAROLINA: Termina
con esa cursilería plagiada y dímelo todo, antes que llegue
el guatón y te
trate sin piedad.
¿Cuál es tu nombre?
ARTURO: Arturo
Martínez.
CAROLINA: ¿Edad?
ARTURO: 60 años.
CAROLINA: Estado
Civil.
ARTURO: Cornudo.
CAROLINA:
¿Profesión?
ARTURO: Cantante de
boleros.
CAROLINA:
¿Especialidad gastronómica?
ARTURO: Pastel de
venas cortadas, con cebollas finamente picadas.
CAROLINA: ¿Sabes
cuál es el olor del bolero?
ARTURO: No, no sé…
CAROLINA: Este es el
olor del bolero (Hunde la cabeza de
Arturo en sus senos)…Rico ¿no? Ahora cuéntame todo.
ARTURO: No puedo.
Por única vez no daré ningún nombre, ninguna dirección, ningún número de
teléfono. Tú no existes. No eres real. Eres sólo mi alucinación.
CAROLINA: Así que no
soy real… Me vas a obligar a provocarte desgarros musculares, castraciones,
pinchazos, ahogamientos, quemaduras, violaciones, privación
de sueños, cortes
y descargas eléctricas.
(Le da una señal a Heriberto para que traiga
otro instrumento de tortura. El joven trae una soga para colgarlo. Carolina se
la coloca en la cabeza de Arturo. Se produce un corte de luz).
CAROLINA: ¡Mierda!
¿Qué pasa con la luz?
HERIBERTO: Parece
que fue un corte en todo el sector.
CAROLINA:
¡Maldición! Justo cuando
iba llegar al
orgasmo más deseado.
ARTURO: Mi vida,
disculpa, parece que en el bolsillo izquierdo de la chaqueta conservo la
linterna chica que me regalaste para mi cumpleaños.
(Carolina
revisa la chaqueta,
saca una linterna y alumbra el
rostro de Arturo).
CAROLINA: Gracias
amor, se nota que me amas, aún conservas mi más preciado obsequio.
ARTURO: Además esta
luz es mucho más intima.
CAROLINA: Bueno,
acabemos de una vez por toda con este folletín latinoamericano. Y ahora te
exijo que hables sin parar, sin respetar ninguna coma, ningún punto y ninguna
luz roja. ¡Vamos!... ¡Apúrate mierda! Mira que las pilas de la linterna no son
de alcalina.
ARTURO: (Habla vertiginosamente) Nunca tuve un
trabajo seguro. Viví haciendo “castillos en el aire”. La única vez que tuve la
oportunidad de grabar un disco los
productores se rieron de mí. Me dijeron que tenía la voz gastada, que los temas
estaban pasados de moda, que no tenía buena imagen y que mejor me fuera a
cantar a los microbuses. Qué idiota, pretendía ser igual que Pedro Infante, un hijo
del pueblo convertido en estrella. Y mira cómo terminé, en una cantina de mala
muerte, esperando a un Godot que nunca llegó. Sufriendo una larga agonía propia
de los peores dictadores.
CAROLINA: (Susurra al oído de Arturo) Eres un buen
niño. Los has dicho todo y sin remordimientos. Ahora puedes bailar, por primera
y última vez, desnudo en este desierto solitario, luego tu historia será
sepultada en las tumbas clandestinas de Pisagua.
(Surgen los guitarristas y cantan
melosamente “Voy a apagar
la luz”, de
Armando Manzanero. Arturo
comienza a sacarse su ropa y queda en calzoncillos. Baila con su sombra
reflejada en una pared. A la mitad del tema se
escucha sólo las
guitarras mientras dicen
sus textos los guitarristas).
GUITARRISTA 1: Arturo,
no habrá multitud, ni guardias de honor en tu funeral.
GUITARRISTA 2: Y
nadie te recordará año a año con una misa pomposa.
GUITARRISTA 1: No
tendrás un monumento al pie de tu tumba.
GUITARRISTA 2: Jamás
Warner Music organizará un homenaje internacional para recordarte.
GUITARRISTA 1: Ni
siquiera te llevarán flores al cementerio.
GUITARRISTA 2: Y lo
peor de todo: tu nombre jamás figurará en Google.
ARTURO: Adiós mundo
cruel, adiós. ¡Qué vida más oscura! Nunca tuve la suerte de poder inventarme un
personaje y que éste quedara en la memoria histórica de toda una generación.
(Para la música en seco. Los guitarristas
sacan unas pistolas con silenciador y le disparan a quemarropa. Cae Arturo).
GUITARRISTA 1: Por
lo menos has muerto con la imagen de un desdichado e indefenso cantor de
cantina, mezcla rara de dandy y frágil poeta.
GUITARRISTA 2:
¿Crees tú que murió por una causa buena?
GUITARRISTA 1: No
sé. Eso lo sabrá solamente él, y hasta es posible que ni él lo sepa.
GUITARRISTA 2:
Trágicamente murió anoche en el Tibiritabara, cuando tenía para largo rato de
vida. Lo mató un chulo celoso.
GUITARRISTA 1: No. Murió envenenado por una prostituta.
GUITARRISTA 2: No.
Lo mató un sicario en Colombia.
ARTURO: (Se levanta) ¡Mienten, mienten y mienten!
El hijo de puta no ha muerto todavía. Volvió para cantar, como prometió Mac
Arthur.
(Vuelven a dispararle y cae definitivamente).
GUITARRISTA 1:
¡Idiota! Ese desgraciado
de Mac Arthur
nunca fue bolerista.
(La luz se extingue).
ESCENA VI: LOS BORRACHOS NUNCA MIENTEN.
(Se ilumina un área en donde está el
guitarrista 1. Habla con voz aterciopelada de locutor radial. Un bolero se
escucha de fondo).
GUITARRISTA 1: Es la
medianoche. La hora del romanticismo. La hora del bolero. Voy a apagar la luz
para pensar en ti y así dejar volar mi imaginación. Con estas letras de bolero
comenzamos nuestro programa radial “De
corazón a corazón”.
Esta es la cuna de desengaños, amparos para amores eternos, eco de
lamentos y recuerdos,
lúcida radiografía de nuestros
vaporosos sentimientos, de
nuestros fracasos y arrepentimientos.
(Se
ilumina una mesa
donde están Arturo y Rubelinda,
ambos borrachos).
ARTURO: Vamos, cuéntame
en confianza tus
pecados. ¿Somos amigos, no? Además, estamos solos. No hay nadie.
RUBELINDA: Es que
las paredes hablan.
ARTURO: Aquí no hay
paredes. No hay nada. Esta cantina sólo existe en nuestra imaginación. Yo no
existo, tú no existes, él no existe, nosotros no existimos. Estamos solos con
nuestras conciencias.
RUBELINDA: Es que no
sé por dónde empezar.
ARTURO: Por el
comienzo siempre, viejita.
RUBELINDA: Me cuesta
un poco.
ARTURO: Todo en
la vida siempre
cuesta al principio. A ver, te ayudo. Por qué no comienza por tu primera
regla, por tus primeros “polvos”, por los cigarrillos que fumabas en el baño a
escondida, por las revistas pornográficas que circulaban en tu escuela, por tus
amores platónicos con los profesores, por tu primera prueba de amor...
RUBELINDA:
¡Santo Dios!, de eso
hace mucho tiempo. Ya
ni me acuerdo. Eso es parte de la prehistoria.
ARTURO: Entiendo tu
pudor. Sé que a tu edad es difícil confesar toda la verdad. Anímate, estamos
solos. Ningún “opinólogo” se enterará de lo que digas. Tu vida no aparecerá en esos matinales
televisivos enredosos.
RUBELINDA: Está
bien…De niña trabajé en la calle para ayudar a la casa...
ARTURO: ¡Qué bien!
RUBELINDA: Aunque
nací pobre no era viciosa...
ARTURO: ¡Bendita
seas entre todas mujeres!
RUBELINDA: Pero a
los quince años dejé de ser virgen. Y ahí vino el aborto, los golpes y el encierro (Se
queda en silencio).
ARTURO: Vamos mujer,
sírvete más vino para que te llenes de coraje (No se ha dado cuenta que la botella está con corcho) ¡Por la
cresta! Se acabó el vino…
RUBELINDA: ¡No,
pues! ¡Sáquele el corcho a la botella!
ARTURO:
¡Cresta! ¡Corcho maricón!
Rube, no creas que estoy
borracho, no. Por favor, sigue contándome de tu vida que me excita más que la
línea caliente o los sitios Web de sexo fuerte.
RUBELINDA: Me
acuerdo cuando entré a refregar pisos en “Poquita Fe”, todos los días veía al
hombre del terno blanco y zapatos de charol.
ARTURO: Ese tenía la
pinta de cafiche.
RUBELINDA: Cuando lo
vi por primera vez me derretí completa. Usted sabe la carne es débil. A los pocos
meses me convertí en su amante.
ARTURO: Parece que
aquí viene la
mejor parte de
este dramón “chanta”.
RUBELINDA: Pero
claro, como soy una mujer de principios, pensé si he de entregar mi cuerpo y mi
alma que sea a alguien que Dios me dé
hasta la victoria final.
ARTURO: ¿Lo querías?
RUBELINDA: Sí, lo
quería. Fui siempre su fiel esposa.
Llevé sus golpes y machucones con mucha
dignidad...
ARTURO: ¡Qué
imbécil!
RUBELINDA: Y una
noche, con su hediondez a ron y perfume de puta, se fue para el infierno. Y ahí quedé más sola que Penélope.
ARTURO: Pero tenías
a Carolina, tu hija.
RUBELINDA: Carolina,
fue la cruz que me dejó el viejo. Al principio empezó a faltar al colegio y
después a tener sus encerronas con la droga en la bodega. Me acuerdo que tenía
que echar desodorante y prender inciensos para que no oliera el negocio a esa porquería.
ARTURO: Así que
andaba en malos pasos.
RUBELINDA: Ahí mismo me
dije: Rubelinda, tienes que salvar a tu hija. Entonces no le
di más vuelta
al tema y la
casé con el minero. No me interesó si estaba enamorada
o no. Total el viejo andaba caliente con ella y en la cama todo se arregla.
ARTURO: Pero, tú
sabes que sin amor el alma muere derrotada, desesperada en el dolor, sacrificada sin razón.
RUBELINDA:
Entiéndame, tenía que salvar a la muchacha y al negocio. No tenía otra
solución. Alguien debía asumir las deudas que me dejó el viejo.
ARTURO: ¿No te dio
vergüenza lo que hiciste con tu hija?
RUBELINDA: Ahora
recién me doy cuenta de la tremenda maldad que le hice. El minero después que
se cansó de comerse la fruta se convirtió en el hombre invisible. Nadie supo
dónde se fue.
ARTURO: (Irónico) Yo creo que el minero era
mago. Se echó sus “polvos” con la muchacha
y desapareció.
RUBELINDA: (Solloza) Ese es mi peor pecado. El
viejo me pagó un montón de billetes y luego si te he visto no me acuerdo.
ARTURO: Nunca es
tarde para pedir perdón.
RUBELINDA: No, eso
no. Cómo yo le voy a pedir perdón a Carolina.
ARTURO: ¿Por qué no?
Acaso los padres no pueden pedir perdón a sus hijos por alguna falta cometida.
RUBELINDA: Debí
haberle hecho caso a mi horóscopo.
ARTURO: Nada de
orgullo tonto ni filosofía barata. Vas a ir donde Carolina y le vas a decir:
hija perdón, la cagué…
RUBELINDA: Ya no hay
remedio. Ya todo acabó. No se puede volver el tiempo atrás.
ARTURO: (Se acerca a la mujer y le da una bofetada
en la mejilla) ¡Cobarde!
RUBELINDA: (Devuelve otra bofetada) ¡Cornudo!
(Arturo va a devolver la bofetada, pero la
mujer le toma la mano firmemente. Se miran y se abrazan con fuerza. Ella llora).
RUBELINDA: ¡La
cagué!
ARTURO: ¡La cagaste!
GUITARRISTA 1: (Con
voz de locutor) Amigas y amigos, el bolero es
sentimiento, frustraciones, sueños no
realizados, amores imposibles, engaños; en fin, vivencias y bilis de la vida.
Esta fue una edición de su programa
profundamente sentimental “De a corazón a corazón”…
(Se extingue la luz).
ESCENA VII: EL ULTIMO SUICIDIO.
(Heriberto y Carolina están en la intimidad
en una ambiente irreal. Los guitarristas interpretan solamente en guitarra un
bolero).
HERIBERTO: Tenemos
que despedirnos y espero que sea a perpetuidad.
CAROLINA: Sí, así
es más seguro.
Pero ahora no
quiero flores, ni mocos, ni lágrimas y menos palabras poéticas que se
las lleva el viento. Sólo quiero tu última esperma anidada en mis entrañas.
HERIBERTO: Mi
esperma y mi sudor estoy dispuesto a dejártelos porque para mí,
sinceramente, son secreciones
incomodas. También te puedes quedar con el rosario de mi madre y todo lo
demás.
CAROLINA: ¿Y adónde
te voy a encontrar?
HERIBERTO: Tal vez
en las noches, detrás de cualquier barra de un bar.
(Va a besarla, pero ella lo detiene con un
suave gesto y le da una bolsita de caramelos).
CAROLINA: Toma, para
que no me olvides y siempre tengas un buen aliento.
HERIBERTO: Gracias,
guardaré tus caramelos junto a mis dientes de leche, bajo la almohada.
CAROLINA: Recuerda
que si tienes un hondo penar, piensa en mí.
HERIBERTO: Y tú si
tienes ganas de excomulgar, piensa en mí.
CAROLINA: Piensa en
mí, cuando beses a tu mascota.
HERIBERTO: Cuando
llores por la muela del juicio, también piensa en mí…
CAROLINA: Mi amor,
yo sé que volverás cuando amanezca y escuche el despertar de los buitres.
HERIBERTO: Volveré
cuando te vengan tus dolores de colón.
CAROLINA: Mi amor,
que cursi somos.
HERIBERTO: Somos
ridículamente cursi. A mí me encanta serlo.
CAROLINA: Mi tío,
Agustín Lara, siempre decía: Cualquiera que es romántico tiene un fino sentido
de lo cursi y no desecharlo es una posición de inteligencia.
HERIBERTO: Tu tío
Agustín era otro
cursi, igual que
nosotros. (Le besa las manos)
Amor, no prolonguemos más este final, porque
corremos el riesgo
que los travestís, feministas,
beatos y anarquistas que están observándonos se aburran de nosotros.
CAROLINA:
Tienes razón: Los desenlaces
y la vida
son un simple suspiro que se van
como los espejos al carajo. Pero, antes que partas quiero pedirte un gran
favor.
HERIBERTO: Dime.
CAROLINA: Ayúdame a
sepultar la inventada biografía de mi madre.
HERIBERTO: No puedo
involucrarme en esa historia. ¿Por qué no llamas mejor a un panteonero o a un
mercenario?
CAROLINA: Te aseguro
que será una
muerte limpia, sin huellas
ni dolor, tal como ella siempre
lo deseó.
(Se siente una sirena de barco).
HERIBERTO: Mi amor,
no puedo, ya es la hora, la barca tiene que partir.
CAROLINA: Por favor,
será el mejor recuerdo que me puedas dejar. Ayúdame a silenciar a mi madre de
una vez por toda en el jardín del edén.
HERIBERTO: Mi amor,
las muertes nunca son limpias. Además, la prensa inventará que yo soy el
principal sospechoso.
CAROLINA: Te lo
suplico. Hazlo por ese criminal amor que siempre nos hemos prometido compartir.
(La muchacha besa a Heriberto
apasionadamente. Ella le vuelve a pedir ayuda con el gesto. El niega con la
cabeza).
CAROLINA: Está bien,
comprendo, no te involucraré en nada. Sólo te pido que seas un testigo
protegido y si te llaman a declarar, no te preocupes, irás con el rostro
encapuchado como el comandante Marcos. Espera. No te vayas.
(Antes que le responda el joven, Carolina
sale de escena corriendo. Vuelve a sonar la sirena del barco. Heriberto se pone
nervioso, no sabe si salir o quedarse. Vuelve Carolina arrastrando una tina de
baño con ruedas, en ella viene Rubelinda, rodeada de velas y con una copa en la
mano. Le siguen en cortejo los guitarristas, interpretando en un coro trágico
la primera parte del bolero “Noche de Rondas” de Agustín Lara. Se detienen los
personajes y adoptan la postura de funeral en silencio).
RUBELINDA: (Bebe y canta)
ME EQUIVOQUE CONTIGO
José Alfredo Jiménez
Qué triste realidad me has ofrecido.
Qué decepción tan grande haberte conocido.
Quién sabe Dios por qué te puso
en mi camino. Me equivoqué contigo,
como si no supiera que las más grandes penas
las debo a mis amores.
Me equivoqué contigo, después de tantos
años,
de tantas amarguras y tantas decepciones.
GUITARRISTA 1: Mamá
Rubelinda: Te vas sin mentiras, sin
verdades ocultas, sin recuerdos, sin rencores y sin culpas.
GUITARRISTA 2: Te
vas con las inmortales deudas, el mal trago y tu cuerpo postrado.
GUITARRISTA 1: De tu
mano sin fuerza caerá la copa sin darte cuenta y ahí quedarán borrachas tus
antiguas utopías.
RUBELINDA: (Habla como una oradora política) Pero
antes de mi muerte, quiero que todo el mundo sepa que el bolero es un canto
suicida, homicida, parricida,
fraticida, matricida,
feticida y germicida. Es un lamento de
cornudos y boludos. Es una fosa común llena de fragmentos de mujeres: labios,
bocas, cabellos, corazones, manos y ojos. Es un mundo extraño en donde todas
las mujeres somos a la vez vírgenes y putas; santas y malvadas. ¡Escuchadme! ¡Mujeres
unidas del mundo! No se dejen
engañar por los conocidos boleros embaucadores y calentones. No permitan que les
metan…
(Los guitarristas le tapan la boca con sus
manos y ponen sus pistolas en la cabeza para que no siga hablando).
GUITARRISTA 1: Y
ahora, Rubelinda, vas a ocultar
tu amargo dolor bebiendo este néctar: Cianuro Light,
con cero colesterol.
(Carolina toma la copa de Rubelinda y le
echa un polvo en ella).
CAROLINA: Madre, te
ruego fortaleza y resignación. Esta muerte es mucho más digna que tu pobre
existencia.
(Le da de beber a su madre. Rubelinda
comienza a cantar el tema “Yo quisiera que el mundo acabase”, de S Lima, pero
cae fulminante en la tina de baño).
GUITARRISTA 2:
Carolina, esta es la carta que tu madre dejó para ti. Me pidió que cuando
muriera le cumplieras su último deseo.
CAROLINA: (Abre la carta y lee) Préndeme fuego si
quieres que te olvide. Méteme tres balazos en la frente. Haz con mi corazón lo
que tú quieras. Y después por amor, declárate inocente.
(Guitarrista 1 le pasa su pistola a la
joven. Carolina la toma y le da tres disparos a su madre. Silencio. Luego todos
toman las velas y encienden la tina que
arde en llamas. Se escuchan unas sirenas de autos policiales y ambulancia.
Heriberto ante esa violenta escena escapa asustado).
GUITARRISTA 2: Fue
un extraño deseo
que nunca Carolina
se atrevió a cumplir.
GUITARRISTA1: Sin
embargo, inexorablemente, el fatal desenlace ocurrió. Nunca se supo quién lo
hizo y por qué misteriosa razón.
(Arturo entra a escena en silla de ruedas y con una
linterna en mano. El ambiente está lleno de humo y fuego. Explora el espacio.
Los demás personajes están parados como espectros).
GUITARRISTA 1:
La policía al
llegar al lugar
del siniestro encontró totalmente
destruido el bar. “Poquita Fe”, ubicado en el conocido barrio “El Triángulo de
las Bermudas”.
GUITARRISTA 2:
Calcinados se hallaron los restos de dos mujeres. Se supone que corresponden
a la dueña
del negocio, Rubelinda Morales y
de su hija, Carolina Sepúlveda.
GUITARRISTA 1: En
estado de gravedad quedó una tercera persona. Se trata de Arturo
Martínez, quien se encuentra
de acuerdo al informe médico fuera de riesgo vital.
GUITARRISTA 2:
Algunos vecinos aseguraron que antes de comenzar el fuego se escucharon varios
disparos y vieron escapar a un joven.
GUITARRISTA 1:
Aún no
se tiene clara
las causas que
provocaron este terrible drama que enluta…
(La voz se pierde de manera ininteligible.
Arturo se detiene y hunde su cabeza en sus manos. Sonido de
saxo triste. Luego levanta la
cabeza. Transición. Proyecta al infinito).
ARTURO: ¡Dios mío!
¿Dónde están mis amigos? Quiero volver a vivir en “Poquita Fe”, mi viejo rincón
del alma. Quiero nuevamente encontrarme con “Los Inolvidables”, esos antiguos
cantores populares (Ilumina
con la linterna un área). Ya no están… ¿Dónde
estará mamá Rubelinda?...Todo está quemado…
(Se cubre la cabeza con sus manos. Pausa.
Luego levanta el rostro iluminado y saca un celular de su chaqueta, marca un
número).
ARTURO: Aló,
aló…hablo con la línea amiga. Buenas noches,
quiero comentarle una situación
muy grave... No, no, por favor,
no necesito ninguna charla porno con jovencitas discretas que satisfagan mis
fantasías. Tampoco quiero a conejitas de play boy, ni a Bayron complaciente, ni
a ninguna sirenita sensual con la cola paradita. No se haga el gracioso. Por
favor, sepa usted jovencito que mi ex esposa es Opus Dei, oleada y
sacramentada. Ella defiende de los límites
morales del país…
¡No, no, no! ¡Cállate mierda! ¡Por
la grandísima reputa!
Quiero decirte que no están “Los
Inolvidables”… Sí, huevón, desaparecieron. Y
también desaparecieron la
mamá Rubelinda, su
hija y todos sus amigos… Sí,
todos, todos desaparecieron… No sé, a lo mejor los quemaron, los hicieron volar del mapa (Pausa) Sí, huevón.
Claro que estoy
alterado… ¿Qué dices?... Qué
pregunte de su paradero en la Comisión de Derechos Humanos
¡No me vengas
con pendejadas!...Qué podría
intentar invocar al
espíritu del “guatón” Romo o a sus tenebrosos amigos de
seguridad para que me digan qué hicieron con mis compañeros… ¡Ándate a la
mierda! (Corta. Piensa). Es posible
que tenga razón. Posiblemente los acusaron de subversivos, los mataron y los
lanzaron al mar… Quizás nunca existieron. Acaso fueron un mito, un paradigma
destruido o un cuento lacrimógeno, inventado por un puto bolero. Tal vez, fueron remordimientos paridos en nuestra
pobreza pueblerina. ¡Mierda! (Pausa)
Posiblemente en noches oscuras como ésta ya no valga la pena volver a exhortar
a ningún muerto. A lo mejor sea preferible cantar. Sí, eso, cantar, aunque sea
con la voz desgastada por el tiempo. Cantar porque la vida es una herida
absurda. Hoy, como ayer, las tristezas nos asaltan en cualquier encrucijada de
la vida y es por eso que sentimos la
irresistible necesidad de
cantarles un sentido bolero. Sí, un bolero irracional y de sangre,
de tinta sangre del corazón.
(Se escucha el bolero “Poquita Fe”,
interpretado por un saxo triste. Arturo proyecta al infinito y canta. Al fondo
se ve una sombra de una mujer que baila sola).
TELON