LA MEMORIA HERIDA
En la
segunda década del siglo pasado, los obreros pampinos de las oficinas
salitreras de Tarapacá empiezan a movilizarse en torno a antiguas y justas
aspiraciones: solicitaban implantación de Ley Seca; jornada laboral de ocho
horas; reemplazo de las “fichas” y “vales” para la “pulpería” por dinero y
aumento salarial. Las huelgas de las distintas oficinas y campamentos obreros
desembocan en un paro general que se prolonga por ocho días en la provincia de
Tarapacá. Los amos del salitre solicitan una tregua para consultar a las oficinas centrales en
Inglaterra y Estados Unidos.
Todos
estos preliminares sucesos ocurren a consecuencia de la crisis del salitre que
lleva a los empresarios a cerrar alrededor de sesenta salitreras y a expulsar a
los obreros y sus familias hacia el sur del país.
Los
obreros aceptan dicha pausa, sin embargo los patrones solicitan a las
autoridades de turno garantías para resguardar sus intereses y el gobierno
otorga “carta blanca” para que las fuerzas represivas sofoque el levantamiento
obrero, utilizando la fuerza más despiadada.
Una delegación de trabajadores del
salitre viajó a Santiago en mayo de 1925. Se entrevistó con el presidente
Alessandri al cual expusieron sus reivindicaciones.
En el contexto nacional, a
pesar que a partir de 1923 y 1924, la recuperación de la economía mundial se
notó en Chile, los acontecimientos políticos de aquellos años incidieron en la
génesis. de la crisis social que llegó a su máxima expresión en la matanza de
“La Coruña”. Además, en 1925 se desarrolló una fuerte crisis salitrera, lo que
completó una negativa coyuntura económica hacia el año 1925.
Por un lado, los gastos del
Estado se elevaron considerablemente en 1925, en comparación a los años
anteriores: de 94 mil pesos y fracción en los años 1923 y 1924, a 127 mil pesos
y fracción en 1925, tendencia que seguiría en alza el año siguiente. De acuerdo
a Gonzalo Vial, este aumento en el gasto fiscal se debía a la necesidad de
financiar las leyes sociales y al aumento de remuneraciones del sector público
(incluidos, por cierto, los uniformados). Otro factor que vino a desestabilizar
la economía aquel año, fue una galopante inflación. El circulante aumentó en
1923 un 23% en comparación a 1919, un 34% en 1924 y 57% en 1925. El encarecimiento
del costo de la vida que esta situación produjo, se reflejó especialmente en
los comestibles nacionales y el transporte, con un 30% de alza. Por esta razón
el constante aumento de los precios -con la consiguiente pérdida de poder
adquisitivo de los salarios- fue uno de los principales aspectos por el que
protestaba el movimiento obrero durante este período.
Finalmente, la crisis salitrera
vino a profundizar aún más una agobiante situación económica. En efecto, la
producción de 1925 fue 300.000 toneladas inferior a la del año anterior,
tendencia que solo se detuvo en 1927, cuando aparentemente se recuperaba la
producción. Las organizaciones asalariadas, como la FOCH, culpaban de esta
crisis, en última instancia, a la Asociación de Productores del Salitre, ente
monopólico que reunía a los salitreros ingleses y alemanes, como W.R.Grace,
Gibbs, Gildemeister, Sloman, entre otros. Frente a la caída de los precios del
salitre a nivel mundial, los precios fijados monopólicamente por la Asociación,
no reflejaban este dato, manteniéndose obstinadamente altos.
Marfán, Manuel “Políticas
reactivadoras y recesión externa: Chile 1932-1938″ en CIEPLAN (1984), nos
señala que el 2 de julio de 1925 llegó al país la misión de Edwin Walter
Kemmerer, destacado economista norteamericano, cuyas propuestas modernizaron
importantes aspectos de la vida económica del país. Raúl Atria: “Tensiones
políticas y crisis económica: El caso chileno 1920-1938″ en ESTUDIOS SOCIALES
No 1, 1972, nos explica que estas políticas se enmarcaban dentro de un proceso
de más largo aliento, en donde desde 1921 se le estaba entregando al Estado
nuevos roles -al menos teóricamente en un principio- sobre la economía. Los
primeros síntomas de un cambio de funciones del Estado -hacia 1925- se hacían
indesmentibles.
En esta coyuntura de crisis
política y económica, de modificaciones de la vida institucional del país y de
un Estado preocupado por la cuestión social, se podría pensar en una mayor
tolerancia a las movilizaciones de trabajadores. Sin embargo, ocurrió
justamente el proceso contrario. En efecto, la política represiva de las
autoridades habla de un ajuste interno dentro del bloque en el poder, quien -de
alguna u otra manera- sentía amenazada su hegemonía. La modernización del
Estado -realizado de la mano de los militares e importantes sectores de la
clase media- mostraba el triunfo de los sectores reformistas dentro del bloque
dominante, conscientes de la necesidad de adaptar el modelo de dominación
frente a un movimiento obrero relativamente poderoso.
En este punto nos parece
necesario detenernos en un aspecto fundamental. Algunos autores han descrito la
década de los años veinte de manera apocalíptica, en donde la oligarquía
parlamentaria se veía seriamente amenazada por una clase dominada que aspiraba
a una revolución socialista, la que era considerada una necesidad inmediata
para reemplazar un sistema absoluto por un orden socialista. Por otra parte,
Ramírez Necochea, en su libro “Origen y formación del Partido Comunista de
Chile” (1984) ha enfatizado que en la
década de los veinte, se enfrentaron dos fracciones opuestas del bloque
dominante, a saber, la oligarquía terrateniente por un lado versus la burguesía
industrial y las clases medias por otro.
El primer punto -acerca del
carácter del movimiento obrero en los años veinte, y específicamente en la
coyuntura de 1925- nos parece abiertamente erróneo. Si bien el discurso de la
FOCH -máximo organismo de los trabajadores organizados- contenía alusiones
revolucionarias y atacaba al sistema de dominación desde los “clásicos” del
marxismo (incluyendo por cierto a los bolcheviques, como Lenin, Bujarin,
Trotsky y Zinoviev), su comportamiento era, en términos generales, muy
distinto. En efecto, tanto el PC como la FOCH, mostraron un acentuado interés
por participar en los cambios institucionales del país. Esta postura se
demostró en algunos hechos políticos de la época y en la elaboración de la
nueva constitución, así también en las diversas elecciones de 1925 (el
plebiscito, la presidencial y las parlamentarias), participaron, a pesar de la
fuerte represión del sistema, que abiertamente intentó, en determinado momento
-como en la pampa en junio de 1925- exterminarlos.
Frente a estos intentos, no
hubo militarización de las organizaciones obreras o llamados a desconocer la
institucionalidad. Se volvería una y otra vez a intentar incorporarse al
sistema, siendo justamente esto último lo que ocurriría.
Por otra parte, en el bloque de poder
se producía también cambios; la pujante clase media intentaba abrirse espacio
político; por supuesto esto no significaba un antagonismo al interior del
bloque, sino más bien un reacomodo de éste frente al desarrollo de nuevos
fenómenos políticos, económicos y sociales. Según Hugo Zemelman, en su artículo
“El movimiento popular chileno y el sistema de alianzas en la década de 1930″,
incluido en la obra Génesis histórica del proceso político chileno
(Ed.Quimantú, 1972), explica que no es posible hablar de enfrentamiento al
interior del bloque dominante, debido al carácter integrado, cohesionado de
éste.
Teniendo en cuenta este factor, es
claro que hacia 1925, el bloque en el poder no hacía frente a un enemigo que de
verdad le estuviera disputando su dominación hegemónica, más allá de la
propagación del mito de la amenaza comunista y la llegada de los soviets. Era
más bien un movimiento laboral que pedía justicia social, bienestar material,
más que revolución socialista. En definitiva, no se visualizaba aún una
vocación de poder por parte de los trabajadores, por lo que sus demandas y sus
movilizaciones eran esencialmente de tipo económica y de mejoramiento de las
condiciones de trabajo. Los acontecimientos de 1925, tanto en Santiago como en
el Norte Grande, así lo vinieron a demostrar.
Por otro lado, Alessandri se sentía
firme en el poder y contaba con el respaldo británico. Una muestra de ello fue
la estadía en aguas chilenas del mencionado buque Constance, cuya
oficialidad y marinería visitó Valparaíso y Santiago. El 11 de abril se retiró
de nuestras costas, cumplido su propósito de neutralizar el temor de los
británicos residentes de que los movimientos obreros en el salitre pudieran
conducir un levantamiento social.
Uno de los personajes que jugó un papel importante en
esta masacre es Sir Thomas Beaumont Hohler, sobre este
personaje se ha dicho poco. En enero de 1925 se hizo cargo de la Legación británica en Santiago Sir
Thomas Hohler, quien jugó un rol destacado en los acontecimientos ocurridos en
Chile durante 1925 y 1926. De inmediato comprendió que la inestabilidad
política en el país era una amenaza para los intereses británicos. En especial
le inquietaban las reuniones de militares, obreros y estudiantes. Comunicó al
Ministerio de Relaciones Exteriores británico que había desaparecido gran
cantidad de armas de los arsenales militares, las cuales habían sido distribuidas
al pueblo por los oficiales jóvenes que tomaron parte en el golpe del 23 de
enero de 1925, y que agentes extranjeros distribuían propaganda soviética.
(Nada de esto ocurrió en realidad).
Además, Hohler señaló que
encontraba semejanza entre lo que ocurría en Chile y lo que había presenciado
en México, a comienzos de 1911, cuando se inició la revolución mexicana. El
informe de Hohler, de 11 de febrero de 1925, causó inquietud en el Ministerio
de Relaciones Exteriores británico. Algunos funcionarios presagiaron que se iba
a producir una revolución sangrienta con motivo del retorno de Arturo
Alessandri, que vivía exiliado en Italia luego de haber sido derrocado por un
golpe militar reaccionario el 11 de septiembre de 1924. Pero la opinión
dominante en el Ministerio de Relaciones Exteriores inglés fue que era
conveniente para los intereses británicos en Chile apoyar a Arturo Alessandri
Palma.
Thomas Hohler recibía y enviaba
noticias. Le informaron que la situación creada en el norte salitrero se debía
a “agitadores comunistas”, pero que el gobierno realizaría la acción apropiada.
Sobre esto envió un telegrama al Foreign Office el 14 de febrero de 1925.
Hohler dedujo de las
informaciones que las vidas y propiedades de los británicos en Chile estaban
amenazadas por los comunistas. Y ello fue la base de toda su gestión
diplomática y de la presión que ejerció sobre el gobierno chileno. Tanto la
correspondencia entre Hohler y los cónsules británicos en Antofagasta e
Iquique, así como sus gestiones con ocasión de los sucesos de 1925, revelan la
preocupación de estos diplomáticos respecto de las huelgas salitreras de 1925.
Y no se quedaron en la inquietud. Intervinieron activamente en los asuntos
internos de Chile.
Fue
así que el gobierno de Alessandri declaró en estado de sitio en Tarapacá y
Antofagasta y designó como jefe de plaza al general De La Guarda. Fueron
allanados los domicilios de los dirigentes obreros y, una vez detenidos, son
embarcados a rumbo desconocido. Las listas negras en las oficinas circularon
con rapidez y muchos dirigentes desaparecen de la escena, sin dejar ningún
rastro de sus paraderos. De esa manera, la “guerra sucia” había comenzado a
tejerse secretamente. Se clausuran los diarios “El Despertar de los
Trabajadores” y “El Surco”. Los obreros organizados responden con un paro de
veinticuatro horas.
El comandante general de armas y jefe de la
guarnición de Iquique, Recaredo Amengual, comunicó al ministro de Guerra,
coronel Carlos Ibáñez del Campo, que “en la pampa había estallado la revolución
soviética”. El gobierno declaró estado de sitio por sesenta días en las
provincias de Tarapacá y Antofagasta.
Carlos Ibáñez, convertido en hombre fuerte del gobierno, ordenó a Amengual
enviar tropas a la pampa y someter por la fuerza a los obreros.
A esa
altura del conflicto, el gobierno de Arturo Alessandri Palma, estaba decidido a
reprimir al movimiento con toda la furia oligárquica. El general De La Guarda
moviliza sus tropas de infantería y artillería, también se despachan refuerzos
desde el sur del país. Así, en la pampa, queda enfrentados cara a cara un ejército
bien armado contra una masa de obreros que su única arma era la “conciencia de
clase” que había alcanzado a fuerza de injusticia y dolor.
En la
madrugada del 4 de junio de 1925, las autoridades de Tarapacá se enteraron
alarmadas de lo acaecido horas antes en el poblado de Alto San Antonio, ubicado
al interior de Iquique, en plena pampa salitrera. Un grupo de policías había
intentado interrumpir la asamblea de la Federación Obrera de Chile (FOCH),
encontrándose con una sorpresiva resistencia por parte de los trabajadores,
quienes dispararon contra sus efectivos dando muerte a dos de ellos.
Era
el preludio de una masiva insurrección que estremeció a todo el desierto
tarapaqueño durante una semana y que tuvo como escenario principal la oficina La
Coruña. En ese marco de efervescencia, de movilizaciones y tensión, los obreros de La Coruña, con el
dirigente anarquista Carlos Garrido como conductor del levantamiento, se
apropiaron de las instalaciones del lugar, especialmente de la administración,
el polvorín y la “pulpería”, encontrando en esta última dependencia la
oposición armada del administrador, quien fue ultimado por los trabajadores
radicalizados.
Al
llegar la tropa a Alto San Antonio a cargo del comandante Acasio Rodríguez, que
ordena marchar contra las oficinas tomadas por los trabajadores. En una
contienda desigual, los numerosos regimientos de infantería, caballería,
artillería y marinos coparon la pampa y procedieron a la masacre de los obreros
y sus familias.
En la
tarde del 5 de junio la oficina La Coruña fue bombardeada por el regimiento
Salvo durante más de una hora y luego las metrallas del Lynch, la infantería
del Carampangue y la caballería del Granaderos se encargaron de sepultar el
alzamiento obrero. Al otro día, frente a las tumbas cavadas en el desierto,
siguió el macabro “palomeo” con todos los sobrevivientes y los prisioneros.
¿Cuántos obreros murieron? Como lo señala Gonzalo
Vial, es "... imposible establecerlo. La prensa popular habló de 2.000
(...) el general Guarda, de 59"; Peter DeShazo nos informa que "...
los diplomáticos británicos estimaron que entre 600 a 800 trabajadores fueron
muertos en la masacre, mientras que el ejército no sufrió bajas". Carlos
Vicuña escribió: "Todas las voces hacían subir de mil los hombres muertos.
Algunos me aseguraron que llegaban a mil novecientos". Ricardo Donoso
habló de "pavorosa matanza" de "centenares de muertos y
heridos". Julio César Jobet sostiene que "... los que estuvieron en aquella
zona y conocieron las peripecias de este drama, afirman que fueron masacrados
1.900 obreros; pero otros testigos oculares estiman en más de 3.000 el número
de víctimas". Luis Corvalán sostuvo que "... en ella murieron más de
2.000 personas". Brian Loveman y Alejandro Chelén los cifran en "...
más de 1.200 trabajadores". Simon Collier y William F. Sater hablan de una
"salvaje masacre" de "centenares" de obreros salitreros.
Tal como lo afirma Iván Ljubetic Vargas, en su artículo “Así
se preparó la Masacre de La Coruña”, publicado en la revista Punto Final,
N0 625, del 5 de enero del 2008: “Junto
con la masacre de la Escuela Santa María de Iquique -1907-, la matanza en la
oficina salitrera La Coruña -1925- es uno de los crímenes más grandes contra
los trabajadores chilenos. Fue preparada por los agentes del imperialismo
inglés contra los obreros del salitre.” El mismo historiador nos señala
que los obreros del salitre planteaban, entre otras, las siguientes demandas:
aumento de salarios conforme al alza del costo de la vida; mejoramiento de las
condiciones de trabajo; nacionalización de las oficinas salitreras; cambio de
algunas autoridades con un comportamiento antiobrero; abolición de la
Asociación de Productores de Salitre de Chile; reconocimiento de los derechos
sindicales; término de las brutalidades contra los obreros; peso correcto de
los sacos salitreros; “ley seca” en las salitreras y su extensión gradual a
todo el país; nacionalización inmediata del ramal de Iquique a Pintados, del
ferrocarril longitudinal.
Por otra parte, Rolando Alvarez
Vallejo, en su artículo “La matanza de la Coruña”, publicado el 28 de marzo en
el portal de ICAL, nos indica
que “la crisis hegemónica del bloque en el
poder, permite comprender la violenta reacción del bloque dominante frente a la
ola huelguística que estremeció a la pampa en el invierno de 1925.
La matanza de “La Coruña” se
desencadena, en definitiva, por la agudización del conflicto social en el Norte
Grande, que lleva a una radicalización de un determinado segmento de la FOCH y
del PC regional, cuyo accionar concreto va más allá que la política oficial del
partido, en la práctica moderada. Por su parte, empleando hábilmente el recurso
del temor a la revolución “roja”, la clase dominante aprovecha la coyuntura
generada en Tarapacá para justificar sus medidas represivas y, por otro lado,
el proletariado pampino y la clase trabajadora a nivel nacional consolida su
unidad en procura de sus metas reivindicativas.
La
masacre de La Coruña, penosamente, no fue la única ni la última que enlutó al
movimiento obrero chileno, la historia da cuenta de otros hechos terribles que
cíclicamente han marcado nuestra conciencia nacional. Sin embargo, hay que
poner en relieve que el levantamiento de los trabajadores en esta oficina no
sólo marca el paso de una lucha reivindicativa, sino también hay que
interpretarlo como un embrionario movimiento político revolucionario, puesto
que esos hombres y mujeres se alzaron y enfrentaron a las fuerzas represivas,
anhelando una sociedad mejor, más justa y solidaria para todos los pobres de
esta parte de la tierra.
La
masacre de La Coruña, fue el último
genocidio del orden oligárquico-parlamentario y la primera del naciente
populismo, guió a la fórmula PC-FOCH a una etapa distinta, en donde las
definiciones políticas e ideológicas comenzarían a primar mucho más de lo que
pesaban antes de 1925, lo que marcaría un progresivo distanciamiento de sus
praxis “economicistas”.
En definitiva, La Coruña se convirtió en una señal de
advertencia para el movimiento obrero en el resto del país: los cambios que se
estaban produciendo en Chile no implicaban que se toleraría o se sería
benevolente ante una explosión de demandas sociales. Es decir, Coruña actuó
como paradigma de lo que no debían hacer los trabajadores. Igualmente, entre
otras consecuencias, puso en duda la estrategia demo-liberal de
los antiguos dirigentes de base del Partido Comunista de Chile; quienes
sustentaron en esa época la lucha reivindicativa, anticapitalista,
antiimperialista, con métodos legales y métodos de lucha clandestina, como
único camino para lograr el triunfo del proletariado nacional.
Todos
estos acontecimientos y pormenores son descritos con bastante acuciosidad en la
investigación histórica “Holocausto en la Oficina Salitrera Coruña”, de Senén
Durán; un hombre sensible de la historia regional que con la pluma natural de
un cronista desentraña documentos, archivos y antecedentes, con el propósito de
develar algunos hechos luctuosos de nuestra historia nacional, los que durante
muchísimos años los poderosos de este país han querido ocultar.
Podemos
afirmar que este texto que hoy se pone a luz pública es, sin duda, uno nuevo
aporte para el análisis y el debate del proceso de origen y desarrollo del
movimiento obrero chileno.
Sin
temor a equivocarme, estimo que el lenguaje directo, documentado y preciso que
utiliza el autor permitirá a las nuevas generaciones - ignorantes de estos
hechos históricos - conocer y reflexionar sobre las razones que llevaron a la
radicalización del conflicto social en el país, contexto esencial para
comprender las masacres que ocurrieron en nuestro Norte Grande en los inicios
del siglo pasado.
Del
mismo modo, hay que destacar que este trabajo, al igual que otros realizados investigadores
sociales, rompe con el manto de olvido que no deja de sorprender, ya que tempranamente
-consciente o inconscientemente- se quiso extender sobre este genocidio. Pero
lo que más impacta es el conjunto de obras históricas más recientes que ni
siquiera registran la masacre.
El
texto de Senén Durán, es una ventana abierta que admite auscultar el pasado, adentrarnos en los protagonistas del
movimiento popular en la pampa salitrera, saber cuáles eran sus discursos y
cómo era su comportamiento en la realidad concreta. En el fondo, cuál era el
verdadero carácter del movimiento popular pampino y cómo su realidad se
vinculaba con la de los trabajadores organizados a nivel nacional.
A todas luces, “Holocausto en la Oficina Salitrera
Coruña”, es un esfuerzo intelectual digno de destacar de Senén Durán, que al
margen de la Academia, explora con rigurosidad y convicción sobre el movimiento
obrero nortino y su holocausto.
A pesar del inexorable y cruel destino que tuvieron estos
obreros mártires y, de la congoja que puede producir en nuestro espíritu el
descubrir este crimen masivo, quiero quedarme con el mensaje esperanzador que
nos entrega Timona, personaje teatral de la obra “Coruña, la ira de los
vientos”:
“Que
poco pedimos nosotros ¿cierto hijo? Pero cuando usted sea grande, el mundo ya
habrá cambiado. Escucha, hijo, tú eres la esperanza, la semilla que se abre
paso en los surcos de una nueva vida. Sí, una nueva vida”