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DRAMATURGIA Y NARRATIVA DE LA MEMORIA
BLOG DE IVAN VERA-PINTO SOTO
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04 de Agosto, 2011    General

LA ULTIMA BATALLA


LA ÚLTIMA  BATALLA

Tributo a los veteranos del Guerra del Pacífico de Bolivia, Chile y Perú.

 

Teatro de la Memoria

Iván Vera-Pinto Soto

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“A la memoria de los héroes olvidados por sus naciones”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TRES IMAGINADOS

 

 

Tres soldados imaginados en una plaza imaginada; tres soldados sobrevivientes de una guerra imaginada. Pero,” acaso la guerra no fue real”; claro es tan real, que aún se combate entre Chile, Perú y Bolivia.

 

La historia de los veteranos de la guerra de 1879, ha sido poco estudiada en los países que protagonizaron el conflicto; no es extraño, en este sentido, que Chile no haya desarrollado estudios históricos de la temática hasta el año 2003 con Carlos Méndez, siendo que el último veterano de guerra falleció en Arica en 1967 y fue soldado del Cuarto Línea, combatiente del ataque a las fortines del Morro. Ahora, esta actitud de la comunidad de la historia  se explica al estar influida por perspectivas positivistas y por el auge durante la segunda mitad del siglo XX de la novela histórica de la guerra de 1879,sacralizada en el ethos nacional con los tres tomos de Jorge Inostroza Cuevas y su “Adiós al Séptimo de Línea” , los que generaron un meta relato del conflicto de carácter nacionalista y romántico en generaciones de chilenos, relegando a la historia del papel de investigar el conflicto y sus protagonistas ; por otro lado, la Dictadura Militar del General Augusto Pinochet  fue también responsable de este ausentismo académico al centrar la historia militar institucional en las temáticas de 1879 , y aislar, sino también asesinar, desaparecer y exiliar a decenas de connotados historiadores y cientistas sociales, quienes asumieron que la historia de la Guerra del Pacífico era un tema de militares; en consecuencia, había un resentimiento ideológico hacia la misma temática.

 

Entonces, historiadores - principalmente de Perú y Bolivia - asumieron la tarea de rescatar a sus veteranos, pero ésta no fue muy extensa y mayoritariamente  era de carácter revanchista, alcanzando su apogeo en 1979 con el Centenario del conflicto bélico, con copiosos textos de reedición de los protagonistas de la guerra y recopilación de reportajes a veteranos de la época.

 

Pero en esta ocasión,  se asiste a un rescate distinto, el cual no proviene de la historia, sino de la dramaturgia. Nuevamente, Iván Vera- Pinto desafía a la historia y propone una articulación de nacionalidades que sólo lo permite la literatura, a través de “La Última Batalla”, de la que fui testigo en su creación. Ahora esta propuesta, en absoluto, transgrede los nacionalismos, y solamente refleja la intención de colocar los soldados en un mismo plano de igualdad, quienes -  a pesar de distintas banderas del pasado- se unen en una batalla del presente; una batalla como respuesta al hambre y el despojo; de vidas ofrecidas y de fragmentos de  cuerpos esparcidos en sangrientos campos de batalla. En las páginas de Vera-Pinto, se encuentran en una batalla distinta y, tal vez, la última. El texto es trascendental; devela lo que la historia no ha logrado: unificar a los antagonistas en protagonistas; reconvierte el tiempo y desprecia el absolutismo histórico que no existe, pero que está presente cada vez en la realidad de Chile, Perú y Bolivia, en el curso de la guerra de 1879.

 

Actualmente , los estados de tensión que provoca la guerra de 1879 , y que se reflejaron en los temores de los chilenos ante la elección de Evo Morales y la eminente proclamación de Ollanta Humala, demuestra que aún los vencedores temen a los vencidos , de la misma forma que lo hicieron los vencidos de 1879 . Cada vez buscan una revancha que desean tras la pérdida de territorios y litoral. ¿Cómo entender esto? La respuesta viene de la historia de la Guerra y sus consecuencias , y  se ha transformado en un trauma trinacional y colectivo, dado que la guerra misma es hecho que genera fantasmas de rojo y azul ; de blanco y rojo  , y de amarillo y verde , los que recurrentemente aparecen en la escena de los tres países.

 

Considerando la validez del recuerdo de la unión, más que el de la guerra que divide a los pueblos, se podrá conocer una historia que se haga más cercana y útil a la superación de dos traumas incubados desde la Guerra en 1879 ; uno es el de Chile vencedor y otro del peruano y boliviano vencido. Estos traumas históricos, que son reproducidos por la escuela y la socialización ciudadana, se mantienen y estallan continuamente, señalando una fractura histórica referente al tema del conflicto de 1879.

 

La razón yace en el hecho de que la enseñanza de la historia en Chile, Perú y Bolivia ha sido relatada desde el Estado, con la intención de plasmar una imagen de ciudadanías nacionales, siguiendo el modelo de formación de ciudadanías que representen  a las identidades nacionales, para señalar los elementos o condiciones que configuran a las sociedades modernas.

 

En esta perspectiva, se puede considerar que las visiones del pasado, sobre todo en hechos forjadores de ciudadanía  son fundamentales para generar íconos de simbolismos nacionales, como las representaciones  militares del norte chileno, percibido a través de una construcción imaginada y mítica, creada desde el Estado y la sociedad civil, como referente ideológico de legitimación matriz de carácter estatal, territorial, partidista, social y guerrera, sustentadora de plataformas de permanencia de Orden y de Transformación, utilizando como escenario el espacio nortino chileno, constituído principalmente para solidificar , desde los acontecimientos de inflexión en tiempos cronológicos, cierto congelamiento de tiempos históricos bélicos. Así, tenemos las temáticas militares de la Guerra de 1879 y sus módulos temporales. A saber:

 

-21 de mayo de 1879  (Iquique)

-7 de junio de 1880, (Arica),

-2 de noviembre (Pisagua),

-14 de febrero (Antofagasta),

-23 de marzo (Calama)

-8 de octubre (Mejillones)

 

Para luego entender Tacna (26 de mayo), Chorrillos y  Miraflores (15 de enero de 1881) y, finalmente, la entrada a Lima y los sucesos de Sangrar (26 de junio de 1881) y La Concepción (9 y 10 de julio de 1882), Huamachuco (10 de julio de 1883), sólo por mencionar grandes batallas  simbólicas, las últimas con el objetivo de señalar la presencia trinacional de éstas en la mentalidad de los nacionales de los países protagonistas.

 

Además, la Guerra del Pacífico se asemejó a las guerras medievales que inmortalizaron al caballero ennoblecido e idealizado en sus distintas versiones: artúrica,  cidiana, cruzado, milicia concejil, etc. En el caso  de la Guerra del Pacífico, la idealización d e los Héroes Míticos de 1879 son claros: Miguel Grau Seminario por el Perú, Arturo Prat Chacón por Chile, y Eduardo Abaroa por Bolivia. Estos héroes son los hijos de un parto cívico del Estado moderno  que separa al héroe de los dioses con el héroe real de los ejércitos modernos, a través del enfrentamiento entre el antiguo ejército particular de ciudadanía helénica de la antigüedad, vinculados directamente al Rey o al Emperador, a los sistemas de ejércitos modernos de ascensos, y al estudio académico que sustenta la actual organización militar.

 

Los héroes de la Guerra de 1879 que han sido sagrados como los santos, representan en su sentido simbólico, épocas o causas de sus motivaciones nobles, como el caso chileno de Arturo Prat Chacón, capitán chileno de la corbeta “Esmeralda”, muerto por las fuerzas navales y militares peruanas, en la bahía de Iquique, el 21 de mayo de 1879.

 

El capitán Prat representa al icono del sacrificio guerrero ; chileno ejemplar e inmortal en la historia y la literatura[1][1]; claramente responde a esta intención mítica, como imagen de una iconoclastía heroica en una estructura síquica[2][2] relativa a una época decimonónica que adquiere una identidad nacional de perpetuación constante en el tiempo ; a modo de ejemplo , en la provincia de Iquique, la primera plaza de la ciudad de Alto Hospicio, llamada del Encuentro de Naciones, el primer busto o escultura a inaugurar en 1998 fue un busto del Capitán Arturo Prat Chacón, precisamente en una plaza pública de la integración de los pueblos ; ahora la imagen ritualística de carácter cívico militar configura con su sacrificio patriota, la causa del estado nacional con una guerra desatada y el triunfo sobre el enemigo.

 

Pero finalizada la Guerra del Pacifico (1879-1883)[3][3] librada entre Perú, Bolivia y Chile, y tras vencer esta última nación, comenzó la desmovilización y el despliegue de una gran cantidad de soldados  enrolados para el conflicto, los cuales volvieron a sus tierras y al encuentro con sus familias con honores y cánticos de victoria, retornando de esta forma, entre alabanzas y vítores, los llamados “beneméritos de la patria”, por los servicios prestados al país ,según la prensa de la época.[4][4] o derrotados para continuar en guerras civiles o en el despojo material y hasta el bandolerismo, como el caso chileno, el cual tiene igualmente su héroe que es Hernán Trizano, ex combatiente de 1879, quien persiguió a ex compañeros de armas, dedicados al bandolerismo.

 

Así, terminados los festejos y la pomposidad luego del triunfo de las tropas, las figuras de los comandantes y oficiales fueron llevados por la elite chilena y la prensa nacionalista[5][5] a la categoría casi inmaculada de “héroes”, como corresponde a los casos del capitán Arturo Prat y Eleuterio Ramírez , -ambos fallecidos en combate- Manuel Baquedano, Estanislao del Canto, Patricio Lynch, conocido durante la ocupación de Lima como “el príncipe rojo” o el “último virrey” por el control total que ejerció y la crudeza de sus actos, entre otros. Todos estos héroes quedaron inmortalizados en la retina y en la memoria histórico-guerrera de la ciudadanía chilena, como acto consagrado a la patria, bajo un fuerte ideal nacionalista, a los que muchos investigadores han dedicado largas horas para develar la biografía de los “héroes”, aunque éstos sean sólo oficiales y no soldados rasos o comunes.

 

Entonces, surge la pregunta  ¿Qué fue de aquellos hombres desprovistos del alto cargo castrense  , y de su vínculo de parentesco con la elite y oligarquía de Chile, Perú y Bolivia, los cuales no alcanzaron el sitial de honor de ser considerados como “guerreros”, y que a la postre tuvieron que conformarse con una humilde pensión, o aún más, fueron plasmados en un detalle monolítico como “soldados o marineros desconocidos” a la usanza europea, para dedicarles un sitial monumental a sus antiguas epopeyas en el desierto nortino?, tal como se describe en los párrafos precedentes. ¿Qué ocurre posteriormente con los flamantes desfiles bajo arcos triunfales al estilo medieval, y actos en las calles y alamedas de Valparaíso o Santiago? ¿Qué fue de aquellos soldados que se quedaron a vivir y a trabajar en busca de un futuro esplendoroso en la conquistada y fértil industria salitrera tarapaqueña, cambiando el uniforme por los harapos de curtidores de caliche?  Infinidad de preguntas que surgen al alero de un cuestionamiento que intenta indagar qué fue de la vida cotidiana de aquellos hombres y mujeres que lucharon de rojo y azul por Chile, de blanco y rojo por Perú o como verdes, colorados y amarillos por Bolivia en los campos de batalla... los héroes olvidados; los soldados que no tuvieron descanso  ; los que dieron su última gota de nostalgia y reivindicación en el norte ,centro y sur peruano, luchando contra el olvido; esperando el reconocimiento negado por los gobiernos y la historia oficial que usufructuaron de sus esfuerzos y sacrificios desplegados en la guerra , como en la paz o en el honor.

 

Para finalizar, sólo decir que la respuesta a esta última interrogante está en las letras que se leerán desde la magia de Vera-Pinto, las cuales logran una intersubjetividad con los sobrevivientes de la historia, transformándose el autor en una suerte de médium, algo que los historiadores no logran, por su rigidez metodológica. Esa comunicación y encarnación en los personajes, el autor, lo resuelve, a través de una constante común en los protagonistas: la guerra, en la cual todo se resuelve en campañas y batallas.

 

 

Patricio Rivera Olguín

Historiador

Mes de mayo del 2011, Iquique.

 

 

 

 

 

 

 

 

PALABRAS DEL AUTOR

 

 

Cuando era pequeño, por la década de los 50 del siglo pasado, vivía en el tradicional barrio El Morro de mi ciudad natal. Cerca de los años 70, atraído, tal vez, por una energía profunda comencé a frecuentar la Sala Veteranos del 79, en Zegers 150, donde ensayaba con su elenco el recordado teatrista Nesko Teodorovic.

 

En una oportunidad cuando ingresé al recinto, me llamó la atención una pequeña placa de mármol  que estaba adosada a una pared del edificio. En ella figuraba la fecha de fundación de la Sociedad Veteranos del 79  (21 de mayo de 1905) y los nombres de los responsables de su construcción. En ese instante algo pasó en mí, un remezón misterioso sentí en mi ser, algo cambió en mi mente adolescente que no sabía explicar. Más tarde, cuando volví a este local, después de una instancia en el extranjero, tuve la respuesta de lo que me inquietaba por años. 

 

Hago esta evocación  para explicar cómo nació la idea de hacer teatro por más de tres décadas en este espacio histórico y, por qué, en los últimos cinco años, me dedico a escribir obras dramáticas en la línea del llamado Teatro de la Memoria. En pocas palabras, puedo concluir que este escenario mágico que albergó a estos personajes mitológicos vinculados a la Guerra del Salitre, generó derechamente en mi espíritu la pasión por un quehacer artístico que se convirtió en razón de mi existencia.  

 

En ese contexto, durante muchos años rondaba en mi mente la idea de escribir una pieza teatral que valorara algunos aspectos sociales e ideológicos de estos olvidados soldados pobres. Sabía que esta tarea no era menor; requería estudiar con acuciosidad la historia del conflicto bélico, pero por sobre dar una mirada crítica a las historias oficiales y los mitos que rodean las versiones de cada país involucrado en esta guerra, para así posibilitar, a través de la historia teatral, una nueva construcción histórica abierta a nuevos relatos, desmitificando los conceptos “chauvinistas” de los discursos oficiales y planteando interrogantes desde un nuevo discurso autónomo y  no alienado.

 

A partir de este sustento teórico comencé a trabajar en el texto dramático. Las primeras preguntas que me hice fue ¿cuál sería la idea central?, ¿cuáles serían los temas complementarios?, ¿quiénes serían los protagonistas?, y ¿qué deseaba que sucediera en la mente y en los corazones de los potenciales lectores y espectadores?...

 

Debo reconocer que casi instantáneamente surgió en mi cabeza el argumento de la obra. Precisamente, una creación imborrable de Jairo Aníbal Niño, El Monte Calvo; pieza escénica que marcó mis inicios en las tablas, sirvió de imagen para comenzar  a construir el andamiaje de la historia de aquellos hombres que habían entregado su vida por una causa nacionalista y que posteriormente fueron olvidados por sus respectivos Estados y naciones, quedando sumidos en la más completa miseria.

 

De esta manera, vuelvo a enfrentar a los antiguos soldados bolivianos, chilenos y peruanos, ahora en un nuevo escenario, en una nueva guerra; en este caso la guerra para no morir de hambre. Una situación real y dramática que vivieron en su momento “en carne propia” estos soldados y que echa por tierra las manoseadas expresiones de patria y orgullo nacional.

 

El punto de encuentro es una plaza; se llama La Concordia, en cuyo ambiente reinan la basura y la miseria humana. Una estatua derruida en homenaje al soldado desconocido es el único símbolo que evoca a los héroes desaparecidos en combate. En esa atmósfera surrealista, absurda y decadente los tres combatientes, convertidos ahora en vagabundos y desprovistos de armas, intentarán luchar por un mísero pan; sin embargo, sus mentes laceradas y sus cuerpos débiles serán sus peores enemigos.

 

En este proceso de lucha por sobrevivir, en un mercado lleno de gente insensible que nos es capaz de ayudarlos, los legendarios personajes deciden dar unidos su última batalla por su vida; divorciados de toda épica nacionalista. En esa situación de extrema pobreza, toman la determinación de dejar libre su fiera locura que nace de sus entrañas y de sus intestinos retorcidos, para sitiar y destruir esa sociedad que se escuda en la indolencia y pasividad, con el fin de justificar su olvido de quienes lucharon por los intereses y bienes de las clases dominantes de su época. Ya no se enfrentan entre sí; por el contrario, se desanclan de los intereses económicos colonizadores y de los valores que se le atribuyen a la idea de ser boliviano, chileno y peruano.

 

En esta nueva perspectiva histórica, la obra intenta romper con el supuesto conflicto vitalicio que las clases de poder han fomentando y que han marcado, directa e indirectamente, las actitudes y los comportamientos sociales de muchas generaciones de ciudadanos de estos tres países, cuyas agendas personales , muchas veces, están alejadas de aquellos ideales ultra nacionalistas que se contraponen con la idea de la construcción de un nuevo porvenir más solidario, justo e igualitario para las naciones latinoamericanas.

 

¿Qué pasó con aquellos héroes olvidados? ¿Qué pasó después de la guerra con el campesino, el obrero, el niño, la mujer y el hombre común y corriente que se desangró por su patria? …La guerra enajena y los que van a la guerra, salvo los héroes oficiales - que nunca fueron pobres - terminan por sucumbir a la pobreza y la miseria, empujados por los mismos personajes poderosos que, en su momento, entregaron sus vidas.

 

“La Última Batalla” intenta enaltecer a esos héroes del pueblo, cuyos restos quedaron extraviados en los arenales de un desierto, en la fosa común, en el fondo marino o en cualquier rincón desconocido. ¡Qué importa el país, qué importa los motivos de la guerra, qué importa si se alcanzó la gloria o la derrota, qué importa si la tierra es tuya o es mía, qué importa el mito patrio, en el que la invisibilidad de las ganancias se vuelve casi sagrado!; lo que sí interesa es desenmascarar la infamia y la demencia que produce la guerra.

 

En último lugar, deseo que esta publicación pueda contribuir al conocimiento y la toma de conciencia de los tarapaqueños que, mayormente, desconocen aspectos importantes de nuestra identidad regional y nacional, develando con autenticidad la realidad social de los soldados pobres. Asimismo, proponer un soporte ideológico sobre el tema de la guerra, sus consecuencias sociales, protagonistas e invenciones creadas en torno a ella, con el propósito de generar, básicamente entre los jóvenes, una reflexión y debate de los conceptos claves asociados a esta problemática en el contexto de los tres países involucrados en la Guerra del Pacífico.

 

El autor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas”.

 

 

Juan Segundo Meyerholz, Veterano del 79

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 “LA ÚLTIMA BATALLA”

De Iván Vera-Pinto Soto

 

 

“El olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda…”

 

Mario Benedetti

 

 

 

Personajes

 

Pascual

Tiburcio

Hipólito

 

 

 

(Al abrirse el telón se divisa en un costado la estatua  de un soldado desconocido. Está media derruida y, alrededor de ella, hay mucha basura. En otra área, hay un banco de plaza y un cilindro metálico. Al fondo del escenario, se proyecta una escalera de concreto; su forma es ovalada y se pierde en la oscuridad del foro. Debajo de ella, protegidos por un techo de madera vieja, se encuentran acurrucados y temblando de frío dos vagabundos. Visten con algunas prendas andrajosas que fueron, en su tiempo, uniformes militares. Uno de ellos tiene de pierna una pata de palo y al otro le falta un brazo. Una luz mustia ilumina la escena)

 

PASCUAL: ¡Carajo!... ¡Qué hace frío!...

 

TIBURCIO: Más frío que la puna.

 

PASCUAL: Más frío que la muerte.

 

TIBURCIO: ¿Y quién te dijo que la muerte es fría?

 

PASCUAL: Yo creo.

 

TIBURCIO: No, pues, hermano. La muerte no es fría.

 

PASCUAL: ¿Y cómo es?

 

TIBURCIO: Es la muerte, no más. La vida sí que es fría y muy cruel.

 

PASCUAL: De eso estoy seguro… Pero, es mejor que no sigas hablando de esas cosas, porque después vamos a empezar a lloriquear.

 

TIBURCIO: Ya no lloro, porque mis ojos están más secos que el desierto… (Transición. Mira al cielo) Parece que en un ratito más va a empezar a llover.

 

PASCUAL: Mmm… ¿Tienes hambre?

 

TIBURCIO: Mucho.

 

PASCUAL: ¡Carajo!  Qué nos ha ido mal estos días.

 

TIBURCIO: Ni una moneda del cielo nos ha caído.

 

PASCUAL: La gente ni siquiera nos mira.

 

TIBURCIO: A lo mejor están todos ciegos.

 

PASCUAL: O quizás hemos muerto.

 

TIBURCIO: ¿Tú crees?

 

PASCUAL: ¿Y por qué no?

 

TIBURCIO: (Se palpa la pierna de palo) No, no creo. Me siento enterita mi pierna de palo…

 

PASCUAL: Quizás somos almas en pena.

 

TIBURCIO: Pascual. ¿Y las almas en pena tienen hambre?.

 

PASCUAL: Yo creo que sí.

 

TIBURCIO: A lo mejor no nos ven porque están muertos.

 

PASCUAL: ¿Muertos en vida?

 

TIBURCIO: Tal vez.

 

PASCUAL: No sé…

 

TIBURCIO: Nadie tiene tiempo para preocuparse de unos bichos raros.

 

PASCUAL: Es cierto.

 

TIBURCIO: Quizás nos tienen miedo.

 

PASCUAL: ¿Y por qué nos temen?

 

TIBURCIO: Porque somos dos pordioseros feos y hediondos.

 

PASCUAL: ¡Y piojosos! (Ríe)… ¡Estamos hasta las huevas patita!... Qué daría por comer un choclazo, como los de mi tierra. Uno que tenga los dientes así de grande (Hace el gesto con la mano); acompañado de quesito, “canchita” y su poco de ají; de ese que pica hasta el culo (Ríe)

 

TIBURCIO: Hermanito, no siga hablando más de comida, no ve que “aurita” me va a dar más hambre…

 

PASCUAL: “Patita”, es mejor que durmamos un poco…

 

TIBURCIO: ¿Y quién va poder dormir con este frío del diablo?

 

(De otra área se escucha una voz cavernosa que grita. Los dos hombres se sorprenden)

 

HIPOLITO: ¡Nadie pu´ agüevonaos! Déjense de una vez por toda de batir la lengua.

 

PASCUAL: ¿Y quién es ese choro que nos busca bronca?

 

TIBURCIO: ¡Aaah!... Es un viejo que apareció hace poco por acá.

 

PASCUAL: Fregado el tipo.

 

TIBURCIO: Desde que llegó le gusta joder.

 

PASCUAL: Hay que “cranear” la manera para botarlo de aquí a ese ahuevado.

 

TIBURCIO: Sí, pues. La cosa se va a poner peor si hay tres vagabundos en esta plaza.

 

(Un hombre se levanta de un rincón, refunfuñando. Tiene un palo en la mano. Se acerca de manera amenazante frente los otros dos hombres. La expresión de su rostro es dura y tiene un parche en un ojo. También viste un destartalado uniforme militar, y sobre el torso tiene una vieja manta campesina)

 

HIPOLITO: (Agresivo) ¿Qué están cuchicheando las cholas peladoras?

 

(Pascual, sale agresivo desde su rincón)

 

PASCUAL: ¡Qué te pasa cojudo!

 

HIPOLITO: ¡Aah!... ¡Vo soy el “choro”!

 

PASCUAL: ¡Cállate pendejo!

 

(Tiburcio, se levanta rápido y trata de detener a su amigo Pascual para que no se trence en una pelea con Hipólito)

 

TIBURCIO: Tranquilo, hermano.

 

PASCUAL: Tiburcio, pierde cuidado. Este “conchudo” es “papaya” para mí. Le voy a dar sus buenas trompadas.

 

HIPOLITO: Ya me cansaron los huevones… Agarren sus “pilchas” y lárguense de aquí.

 

PASCUAL: ¿Y quién eres tú para echarnos de nuestra plaza?

 

HIPOLITO: (Irónico) ¿Nuestra plaza?... ¿De dónde saliste patudo? Este terreno no es de ustedes.

 

TIBURCIO: La Plaza de la Concordia es nuestra. Nosotros llegamos primero.

 

HIPOLITO: Y a mí qué me importa. Igual los voy echar cagando de aquí.

 

PASCUAL: A ver, pues…Trata de sacarnos…

 

HIPOLITO: ¡Chi!... Qué me cuesta.

 

(Levanta el palo amenazante)

 

PASCUAL: Si quieres pelear, hazlo como hombre; sin palo.

 

HIPOLITO: Con palo o sin palo, igual te voy a sacar la “cresta”.

 

(Hipólito, bota el palo al suelo y se pone hacer unos ejercicios como un boxeador antes de un combate)

 

HIPOLITO: ¡Ya pu´!… ¡Pelea indio “culiado”!... Te creí muy machito…

 

(Se escucha unos truenos que revientan cercanos)

 

PASCUAL: Ahora vas a ver… ¡Tuerto de mierda! Te voy a dejar ciego de los dos ojos.

 

(Pascual corre e intenta saltar con las dos piernas hacia adelante para golpear a su rival, pero cae estrepitosamente al suelo. Da un fuerte grito de dolor. Tiburcio corre a ayudarlo. Se da cuenta que su amigo no puede moverse. Hipólito mira la escena desconcertado)

 

TIBURCIO: Hermano, ¿qué le pasó?

 

PASCUAL: Parece que me fregué la espalda. No me puedo mover.

 

TIBURCIO: ¡Carajo!... ¿Qué hago?

 

HIPOLITO: Eso le pasa por “choro”…Déjelo así un rato quieto, iñor… Ya se le pasará…

 

(Comienza a llover. Los tres hombres se miran desconcertados)

 

PASCUAL: ¡Qué lisura! Ahorita se viene la lluvia. Estoy más “asado”.

 

(Tiburcio trata de arrastrar a Pascual hacia debajo de la escala del fondo, pero tiene dificultad para hacerlo por su pierna de palo. Hipólito, en un arranque solidario, le ayuda en la faena. Luego se da cuenta que a Pascual se le cayó al suelo un pequeño envoltorio y, sin que se den cuenta los otros, lo abre y mira rápidamente su contenido. Después lo guarda en su chaqueta. La lluvia aumenta en intensidad. Hipólito, mira para todos lados; no sabe dónde guarecerse de la lluvia)

 

TIBURCIO: Véngase para acá mejor. Debajo de esta escala no se va a mojar.

 

HIPOLITO: Yo me las arreglo solo.

 

PASCUAL: No tiene dónde caerse muerto y se pone todavía orgulloso.

 

HIPOLITO: ¡Chi!  Y vo estai más desguañangado que catre de burdel y seguí buscándome la camorra.

 

TIBURCIO: Oiga, entienda, el hambre nos pone agresivos.

 

HIPOLITO: En eso estamos iguales.

 

PASCUAL: ¿En qué?

 

HIPOLITO: Los tres estamos cagados de hambre.

 

TIBURCIO: Podría decirse que somos hermanos de hambre.

 

PASCUAL: (Mira con desdén a Hipólito) Yo no soy hermano de éste.

 

HIPOLITO: (Burlón) Y yo tampoco de una “mami” que anda de la mano con su parejita.

 

TIBURCIO: ¡Ya, pues, no joda!...

 

HIPOLITO: Entonces, dígale a su compañero que no se meta a “choro” conmigo…

 

PASCUAL: Y tú tampoco.

 

TIBURCIO: ¡Ya déjense de pelear como niños!...

 

HIPOLITO: ¡Chucha estoy mojando hasta el tuétano!...

 

TIBURCIO:  Ya pues, arrímese para acá, es mejor.

 

HIPOLITO: ¡Pucha!... Por culpa de esta lluvia no me queda otra que aceptar su convite. Cuando pase el chaparrón me voy “al tiro”.

 

TIBURCIO: Quédese tranquilo. No le de tanta vuelta y venga…

 

PASCUAL: ¡A su madre!...Ahora vamos a quedar más apretados que tarro de sardinas.

 

HIPOLITO:(Irónico) Disculpe, caballero, que lo moleste en su casa de veraneo.

 

PASCUAL: (Disgustado) Por lo menos tengo un hoyo donde vivir, en cambio tú eres un pobre diablo no tienes donde caerte muerto…

 

HIPOLITO: ¿A quién le decí pobre diablo? ¡Agüeonado!…

 

TIBURCIO: ¡Ya cierren sus picos o los hecho a los dos a tomarse un baño de agua fría!

 

(Los tres se refugian en el pequeño espacio. Se escuchan más truenos. La lluvia es torrencial. Pausa. Luego disminuye un poco la lluvia. Hipólito saca de sus vestimentas una colilla de cigarro y fuma)

 

HIPOLITO: Cuando llueve a mares me recuerdo de mi tierra.

 

TIBURCIO: ¿Así?... ¿De dónde es usted?

 

HIPOLITO: De Talca.

 

TIBURCIO: ¿Y dónde queda eso?

 

HIPOLITO: En el sur de Chile.

 

TIBURCIO: ¡Ah!

 

HIPOLITO: ¿Y usted de donde viene?

 

TIBURCIO: Potosí, Bolivia.

 

HIPOLITO: Desde que los escuché hablar sabía que eran cholos.

 

TIBURCIO: Soy boliviano y mi compañero es peruano.

 

HIPOLITO: Es la misma cuestión. Todos hablan con “puis”.

 

TIBURCIO: No se confunda, pues.

 

PASCUAL: Hermano, no le discutas. Este “roto” es muy ignorante; piensa que todos los peruanos y bolivianos somos unos indiecitos humildes. Siempre los araucanos han sido prepotentes.

 

HIPOLITO: Prepotentes no;  altivos, sí.

 

PASCUAL: ¿Y qué es altivo?

 

HIPOLITO: (Se turba) Bueno…no sé…

 

PASCUAL: Dice palabras y no sabe qué significan.

 

HIPOLITO: El general, antes de entrar en combate, nos decía que teníamos que ser altivos.

 

TIBURCIO: ¡Ah! Entonces usted fue soldado.

 

HIPOLITO: Del Batallón Atacama No 1.

 

PASCUAL: ¡Qué curioso los tres somos uniformados!

 

HIPOLITO: ¿Y en qué guerra pelearon ustedes?

 

TIBURCIO: En la del Pacífico.

 

HIPOLITO: ¡No me diga!

 

TIBURCIO: ¿Qué?

 

HIPOLITO: Estuvimos en la misma guerra.

 

PASCUAL: Pero en bandos contrarios. Juntos, pero revueltos.

 

HIPOLITO: ¡Y miren dónde nos venimos a encontrar!.

 

TIBURCIO: En otra guerra.

 

PASCUAL: En la guerra del hambre.

 

HIPOLITO. Con la diferencia que aquí no tenemos armas para defendernos.

 

TIBURCIO: Y ni una ración para alimentarnos.

 

PASCUAL: Pero, qué extraño que usted esté igual de cagado como nosotros.

 

HIPOLITO: ¿Y por qué extraño?

 

PASCUAL: Porque ustedes fueron los vencederos.

 

HIPOLITO: En esa guerra nadie ganó.

 

TIBURCIO: Cómo qué no…Ustedes nos robaron nuestras tierras y el mar.

 

HIPOLITO: Yo no les robé nada a ustedes. Mi taita siempre me decía: hijo aunque seamos pobres, siempre debemos ser honrados.  Esa fue una pelea de peces grandes, y nosotros sólo fuimos la “carne de cañón”.

 

PASCUAL: Pero no entiendo por qué ahora eres un pordiosero. Yo siempre me imaginé que ustedes después del triunfo vivirían en Jauja.

 

HIPOLITO: Se equivoca, “gancho”.

 

TIBURCIO: Entonces ¿qué pasó?.

 

HIPOLITO: Muchas cosas “pencas”…A ver, les voy a contar mi historia: El regreso con mi contingente no fue muy alegre. Cuando llegamos, al entrar la noche en Santiago, estaba lloviendo torrencialmente.

 

TIBURCIO: ¿Así cómo ahora?

 

HIPOLITO: Muy parecido. Entramos chapoteando en los charcos y calados hasta los huesos por el frío. Nos llevaron a una casa vieja y fea. Las piezas se llovían por todos lados. No había muebles; ni siquiera camas para descansar.

 

PASCUAL: Pero, seguro, les hicieron una jarana y un banquetazo de bienvenida.

 

HIPOLITO: No, nada. Todos nos moríamos de hambre y no había rancho.

 

TIBURCIO: ¿Y por qué?

 

HIPOLITO: Al dejar de pertenecer al ejército, ya no éramos preocupación para el gobierno.

 

PASCUAL: Pero me imagino que le dieron sus buenos pesos.

 

HIPOLITO: Sólo nos pagaron tres meses de sueldo para comprar ropa de civil, entre otras cosas.

 

TIBURCIO: ¿Y qué fue de su vida?

 

HIPOLITO: Busqué trabajo y no pasó nada. En la capital, no había pega en ninguna parte. Entonces, me fui al norte salitrero a trabajar en una calichera.

 

PASCUAL: Por lo menos tenía trabajo.

 

HIPOLITO: Eso me duró poco, porque apenas siete años trascurridos después del fin de la guerra, empezó otra guerra entre el Congreso y el gobierno. Ahí fuimos nuevamente nosotros, los veteranos del 79, a pelear por uno u otro bando. Después  de esa guerra, me dieron el “pago de Chile”.

 

TIBURCIO: ¿Pago de Chile?

 

HIPOLITO: Sí, pues iñor… Yo estaba al lado del gobierno del presidente Balmaceda y perdí. Entonces me quitaron todo: honores, logros, rango, incluso hasta el orgullo patriótico. (Señala su ojo malo) Ahí perdí este ojo.

 

PASCUAL: Yo pensé que lo había perdido en la Guerra del Pacífico.

 

HIPOLITO: No, compadrito. Me lo voló un compañero de armas que estaba con los congresistas.

 

TIBURCIO: ¡Qué carajo!

 

HIPOLITO: No recibí ninguna pensión. Quedé en la calle, sin nada.

 

PASCUAL: ¿Y qué hiciste?

 

HIPOLITO: Ahí no más me fui a vivir a un hoyo de un cerro. Una piedra fue mi almohada. Me quedé más “guacho” que un perro callejero.

 

PASCUAL: ¡Qué cagada!

 

TIBURCIO: Igualito nos pasó a nosotros, hermano.

 

HIPOLITO: No me diga.

 

PASCUAL: Así fue…

 

HIPOLITO: ¡Pucha! ¿De qué nos sirvió recibir tantas medallas, discursos y honores?

 

PASCUAL: Para nada.

 

TIBURCIO: El país nos festejó al momento de vernos embarcar hacia la muerte; después nos olvidó.

 

HIPOLITO: Tal vez, hubiera sido mejor haber muerto en suelo enemigo, porque sepan ustedes que, en nuestro país, el héroe tiene que estar muerto para ser considerado como tal…Es mejor no ganar la batalla ni tener medallas de oro y plata, sino demostrar que estás listo para sacrificarte…

 

PASCUAL: Somos héroes olvidados donde la historia no recuerda nuestros nombres.

 

(La lluvia cesa. Los hombres lentamente salen al centro de la plaza, y se sacuden el agua que tienen en sus cuerpos. A Pascual aún le duele la espalda. Hipólito le da ganas de orinar y se acerca al monumento. Pascual y Tiburcio, en un tambor grande, hacen una fogata para calentarse)

 

HIPOLITO: Permiso, “ganchos”. Con el frío que hace me dio ganas de mear…¿Y  esta estatua de quién es?.

 

PASCUAL: Es el monumento del soldado desconocido.

 

TIBURCIO: Es decir, es de nosotros.

 

HIPOLITO: ¡Chucha! Entonces me estoy meando a mí mismo (Mira a la estatua mientras orina)  Es fea esta güeva… Está llena de caca de pájaros.

 

PASCUAL: Está igualita que nosotros: cagada.

 

HIPOLITO: Mejor debería llamarse monumento al soldado cagado.

 

(Los tres ríen. Pascual y Tiburcio se acercan al monumento y también orinan)

 

TIBURCIO: ¿Para qué tantos monumentos, digo yo?

 

HIPOLITO: Lo mismo digo. Si al final los soldados pobres quedaron olvidados en el desierto, o en las profundidades del Océano Pacífico.

 

PASCUAL: Muchos de nuestros camaradas yacen olvidados en perdidas fosas comunes o cementerios en Perú.

 

TIBURCIO: El llanto de las madres, de los hijitos, de los amores, está también olvidado por el fatal paso del tiempo.

 

HIPOLITO: El dolor de los deudos ya es pasado, y los chilenos, en una gran mayoría, no conocen sus vidas, sus vivencias, sus familias, sus historias.

 

(En un arranque de locura, Hipólito sube al nivel mayor del monumento y se aferra a la figura de la estatua. Dramatiza exageradamente la actitud de un general frente a su tropa)

 

HIPOLITO: Soldados: ¡La hora de los combates ha sonado! Vuestros varoniles pechos palpitarán pronto en las grandes emociones de los guerreros cuando se ven frente a frente de los enemigos de su patria. Sé bien que no necesito recomendaros el valor y sacrificio, porque conozco que la arenga de nuestra Patria “vencer o morir” está esculpida en vuestros corazones.

 

(Los tres se ríen. Pascual, también se para en otro nivel de la estatua y comienza a pronunciar una arenga, de manera exagerada)

 

PASCUAL: ¡Soldados!: Hace cuatro años que defendemos el honor y la integridad del Perú y Bolivia contra la insaciable ambición de un enemigo salvaje, que, en su ceguedad, ha resuelto el aniquilamiento de nuestra Patria. Sé que nuestra Patria cuenta con ustedes, defensores decididos y patriotas resueltos a reivindicar su honra hasta el último sacrificio.

 

(Los tres vuelven a reír)

 

TIBURCIO: La guerra terminó hace tiempo; ahora vivimos la batalla de la vida.

 

HIPOLITO: Sí, es verdad. Unos, sin esfuerzo la ganan y otros, con mucho esfuerzo la pierden.

 

(Los tres hombres se acercan al cilindro encendido y calientan sus cuerpos. Transición)

 

TIBURCIO: Me muero de hambre.

 

PASCUAL: Y yo me siento cada vez más débil.

 

TIBURCIO: Con este ayuno obligado, luego vamos a comenzar a delirar.

 

HIPOLITO: Si seguimos así, capacito que nos vamos a volver locos, igual que mis camaradas cuando tomaban “chupilca del diablo” para ir al combate.

 

PASCUAL: ¿Chupilca?

 

HIPOLITO: Era aguardiente con pólvora negra. Una droga que te hacía ver demonios verdes.

 

PASCUAL: Y los convertía en locos…

 

TIBURCIO: En asesinos.

 

HIPOLITO: En la guerra, todos están locos.

 

PASCUAL: Hablando de locos, creo que hay buenos y malos…

 

HIPOLITO: ¿Cómo así?

 

PASCUAL: Si, pues, porque a veces hay que ser locos para encontrar la felicidad.

 

HIPOLITO: ¡Cresta!  Te pusiste filosófico.

 

TIBURCIO: ¿Qué quieres decir?

 

PASCUAL: Un antiguo profesor me decía que quien tiene razón, sin pasión, es como una piedra sin vida, huérfano de sentimientos.

 

HIPOLITO: (Sin entender) ¡Ah!...Te fuiste en la profunda… 

 

PASCUAL: Tuve un maestro que me enseñó a pensar un poquito. Pero, luego, cuando entré al ejército, ya no tuve que pensar, sino acatar órdenes.

 

HIPOLITO: Así es la vida militar. Tení que obedecer no más – como me  decía  el oficial – vo no tení que pensar nada.

 

TIBURCIO: (Se dirige a Hipólito) Hermano, ¿cuál es su nombre?

 

HIPOLITO: ¡Chucha! …Hace rato que llevamos conversando, y todavía no nos hemos presentado. Me llamo Hipólito y ustedes…

 

TIBURCIO: Tiburcio.

 

PASCUAL: Pascual.

 

TIBURCIO: Hipólito, ahora que ya nos conocemos más, cuéntanos, ¿fuiste voluntario a la guerra?.

 

HIPOLITO: Ni cagando. Yo era joven, bueno para el vino y la fiesta. Era como se dice un “tiro al aire”. No me importaba mucho lo que pasaba en el país.

 

PASCUAL: ¿Y cómo llegaste a ser soldado?.

 

HIPOLITO: No me van a creer. Un día estaba en un prostíbulo, güeveando con unas putitas, cuando de repente aparecieron unos soldados y tomaron detenidos a todos los “cabros” que estábamos ahí. Me agarraron medio caramboleado y me cargaron. Al otro día, desperté en la bodega de un barco, vestido con uniforme militar y una escopeta.

 

PASCUAL: ¡A su madre! A mí me ocurrió algo parecido. Estaba en una fiesta patronal de mi pueblo. De pronto, un pelotón de soldados rodeó la plaza y a todos los jóvenes nos llevaron a la fuerza en carreta al cuartel. Al poco tiempo era marinero del Huáscar.

 

TIBURCIO: Mi caso fue diferente. Yo me presenté voluntario para ir a la guerra.

 

HIPOLITO: Vo si que fuiste un patriota. Yo no. Por esos años era un “cabro” ignorante de toda la cuestión política. Lo único que me interesaba era pasarla bien y gozar la vida. Nada más. Después de la guerra, entendí que habíamos peleado por los intereses de los ingleses y los ricos, pero jamás por el pueblo chileno.

 

PASCUAL: Lo peor de la guerra fue lo que ocurrió después en mi país, en especial con los que quedamos vivos y mutilados. A mí no me dieron “chamba” en ninguna parte.

 

TIBURCIO: A veces, es mejor morir que ser pobre e inválido.

 

HIPOLITO: Hasta los amigos te echan al olvido.

 

PASCUAL: Cuando estás en un callejón sin salida no te queda otra cosa que convertirte en “choro”.

 

(Sufre un mareo y se apoya en la escala del fondo)

 

HIPOLITO: Yo tuve varios camaradas que eran macanudos para usar cuchillos, corvos y puñales. Además, no tenían miedo para matar y morir. A los pocos años, cayeron en “cana” por “pungas”.

 

(Tiburcio, se da cuenta que Pascual se encuentra mal. Se acerca a él y lo sostiene con sus brazos)

 

TIBURCIO: Pascual, ¿qué te pasa? ¿Te duele la espalda?

 

PASCUAL: Es todo el cuerpo… El hambre está haciendo estrago en mi cuerpo.

 

TIBURCIO: ¡Carajo!

 

HIPOLITO: ¿Cuántos días llevan sin comer?

 

TIBURCIO: Muchos. Ya perdí la cuenta. ¿Y tú?

 

HIPOLITO: Lo mismo: muchos.

 

TIBURCIO: Si no encontramos algo que comer creo que nos vamos a volver locos.

 

HIPOLITO: ¡Qué injusticia! Yo transpiré sangre por la gente de plata; conquisté territorios para que se hicieran más ricos y ahora no tengo ni un mísero pan que comer.

 

TIBURCIO: Los poderosos son fríos, distantes y calculadores. Actúan con la cabeza para cuidar sus riquezas. En cambio, los hombres corajudos y sensibles - como fuimos nosotros - son mediocres, débiles, ingenuos e ignorantes.

 

HIPOLITO: Algo tenemos que hacer para salvarnos de una muerte miserable.

 

TIBURCIO: ¿Qué estás pensando?

 

HIPOLITO: No sé…Se me ocurre asaltar el mercado que está ahí al frente.

 

TIBURCIO: ¿Tú crees que podamos hacerlo? Estamos muy débiles y no tenemos ni siquiera un arma para asustar a esa gente.

 

HIPOLITO: Pero tenemos la experiencia del soldado. Podríamos sitiar el mercado, y empezar arrinconar al enemigo para que se rinda. Y cuando lo tengamos en nuestras manos, le podemos obligar que nos entregue todos los alimentos que tiene en su poder.

 

TIBURCIO: ¿Y si no se rinden?

 

PASCUAL: Entonces quemamos el mercado y los rematamos cuando salgan despavoridos por las llamas.

 

TIBURCIO: Para que no muera tanta gente, puede ir uno de nosotros a parlamentar para que se rindan.

 

HIPOLITO: Tenemos que ensayar nuestro plan. A ver tú, Pascual, que estás más débil te vas a colocar a la retaguardia; ahí detrás del tambor. Si salen a atacarnos, tú le tiras cualquier cosas; lo que pilles a tu alcance.

 

PASCUAL: Espera, patita, a mí ya no me gusta que me manden, menos un chilenito.

 

HIPOLITO: ¡Por la cresta! Aquí no hay chilenos, ni peruanos ni bolivianos. Somos todos iguales: vagabundos con hambre, no más, iñor.

 

PASCUAL: Está bien. ¿Pero qué les voy a tirar a esos desgraciados?. Aquí hay pura basura, pues.

 

HIPOLITO: No sé pu´… Cualquier güeva…

 

TIBURCIO: ¿Y yo qué hago?

 

HIPOLITO: Vo, así lo que dijiste…

 

TIBURCIO: ¿Qué cosa?

 

HIPOLITO: ¡Chucha! Vai a parlamentar con los güevones pa´que se rindan y no hayan muertos.

 

PASCUAL: Hermano, cuidado con esa misión. No te vaya a pasar lo que nos pasó a nosotros cuando, en la batalla de la Concepción, teníamos rodeados en la iglesia  a los rotos y fue un oficial para que se rindieran, y lo mataron los compañeros de Hipólito.

 

HIPOLITO: No hablí güevadas… No fue así. Ustedes no mandaron a ningún oficial. Todo lo contrario, masacraron a todos los chilenos; hasta las mujeres las violaron.

 

PASCUAL: Y ustedes las tremendas cagadas que hicieron en Tacna, Chorrillos y Lima. Fueron unos asesinos y ladrones.

 

TIBURCIO: Ya no discutan más de tiempos pasados. Ahora, estamos en el mismo bando tratando de sobrevivir.

 

HIPOLITO: Tení razón. Dejemos atrás viejas rencillas y pongamos en acción nuestro plan. Bueno, Tiburcio, ¿vai o no vai?

 

TIBURCIO: ¿A dónde?

 

HIPOLITO: ¡Amermelado!... A pedirles que se rindan…

 

TIBURCIO: Bueno, voy.

 

PASCUAL: Tienes que llevar una bandera blanca.

 

TIBURCIO: ¿Y dónde saco una bandera blanca?

 

HIPOLITO: ¡Chucha! ¡Nos estamos cagando por una bandera!... Agarra cualquier trapo y amárralo a un palo…

 

TIBURCIO: Trapos tengo por montones en mi saco, pero no están blancos.

 

HIPOLITO: Eso no importa. Anda, no más. Les decís que si no se rinden, vamos a entrar con todas nuestras fuerzas, y no dejaremos a nadie vivo para que cuente la historia.

 

TIBURCIO: ¿Será necesario matarlos a todos por un pan?

 

HIPOLITO: ¡Cresta!.. ¡No!.. No los vamos a matar…

 

TIBURCIO: Entonces, no entiendo para qué los voy amenazar.

 

HIPOLITO: Es una táctica de guerra para que salgamos limpiecito con el botín. Tiburcio, dime una cosa…

 

TIBURCIO: ¿Qué?

 

HIPOLITO: ¿Estuviste en la guerra, sí o no?

 

TIBURCIO: Sí, pues.

 

HIPOLITO: No se te nota.

 

PASCUAL: Lo que pasa que este “pata” era muy “chibolo” cuando entró a la guerra.

 

TIBURCIO: Cuando tenía trece años, me entrenaron en el ejército de los Colorados. Tuve que hacer largas caminatas desde mi pueblo, pasando por los Andes  hasta el desierto. Primero, fui corneta y luego tamborillero. Lamentablemente, en la batalla del Alto de Alianza un disparo de cañón me voló la pierna.

 

HIPOLITO: ¡Chucha!... ¿Y cómo te salvaste?

 

TIBURCIO: Un compañero de arma me sacó arrastrando entre el humo y la pólvora, entre el montón de soldados que sucumbieron en las trincheras del Inti Orko.

 

PASCUAL: Triste tu historia, hermano…

 

HIPOLITO: Todos tenemos una historia triste que contar. Pero, ahora, esta batalla la tenemos que ganar juntos.

 

PASCUAL: Juntos, pero no revueltos.

 

HIPOLITO: Jamás.

 

TIBURCIO: Tiene razón el chilenito. Si no estamos unidos, los pobres, para pelear por nuestros derechos, ¿quién más lo va hacer?

 

PASCUAL: Nadie, pues.

 

HIPOLITO: Entonces, “ganchos”, pongámonos en acción.

 

PASCUAL: Esto es para no creer. Tres soldados que fueron enemigos acérrimos en el pasado se juntan para pelear por un mísero pan.

 

TIBURCIO: Eso sólo pasa en los cuentos.

 

HIPOLITO: Lo nuestro no es cuento. Es una realidad.

 

(Tiburcio rebusca algo en un saco. Los otros dos escudriñan cualquier objeto que le sirva como arma)

 

TIBURCIO: Aquí tengo un trapo que puede servir de bandera.

 

PASCUAL: Toma aquí tienes un palo para que la amarres.

 

TIBURCIO: Gracias, hermano.

 

HIPOLITO: Bueno, aquí tengo mi arma.

 

(Hipólito muestra su palo. Pascual busca en su saco algún objeto).

 

PASCUAL: Lo único que tengo a mano es este tarro. ¿Creen ustedes que la gente se asustará con esto?

 

(Los otros dos hombres se ríen)

 

HIPOLITO: No. No creo…A lo mejor no va ser necesario amenazar a la gente. Quizás se asusten con sólo mirarnos.

 

TIBURCIO: ¿Somos tan feos?

 

HIPOLITO: No tan feos, pero sí hediondos. (Ríe) Quizás se espanten con nuestro olor a cuero de chivo que tenemos.

 

(Los tres ríen)

 

PASCUAL: Tiburcio, anda al mercado a pedirles que se rindan, sino los hacemos mazamorra.

 

TIBURCIO: Primero, voy a tocar la corneta de aviso.

 

(Tiburcio, hace con sus manos una bocina y produce el sonido de una corneta para entrar en combate. Luego, avanza decidido hacia la platea. Agita la bandera a los aires. Los otros dos se parapetan en diferentes sitios)

 

TIBURCIO: Señor Jefe de las fuerzas del Mercado. Considerando que nuestras fuerzas que rodean su edificio son numéricamente superiores a las de su mando y deseando evitar un enfrentamiento imposible de sostener por parte de ustedes, les ordeno a deponer las armas en forma incondicional, prometiéndole el respeto a la vida de sus oficiales y soldados. En caso de negativa de parte de ustedes, las fuerzas bajo mi mando procederán con la mayor energía a cumplir con su deber.

 

(Silencio absoluto)

 

TIBURCIO: No responden.

 

HIPOLITO: Se están haciendo los “lesos”, no más.

 

TIBURCIO: ¿Qué hago?

 

HIPOLITO: No sé. Mira si hay algún movimiento en el mercado.

 

(Tiburcio mira con curiosidad)

 

TIBURCIO: No se ve nada.

 

HIPOLITO: ¡Chucha! A lo mejor están durmiendo y no te escucharon. A ver, grita fuerte.

 

(Tiburcio grita. Silencio. Pascual, sin que se den cuenta los otros, cae al piso desmayado)

 

TIBURCIO: Nada.

 

HIPOLITO: Grítale garabatos para que salgan los cobardes.

 

TIBURCIO: ¿Seguro?

 

HIPOLITO: Claro, hombre. (Tiburcio se queda en silencio) ¿O no sabí decir groserías?

 

TIBURCIO: Será necesario…

 

HIPOLITO: Sí, pu´, “agilado”.  Yo te voy a enseñar. (Grita) ¡Hijos de puta! ¡Ladrones culiados! ¡Güeones cagados! ¡Viejos gorreados! ¡Chucha de tu madre!...

 

TIBURCIO: ¡Para, para! Ya entiendo por qué le dicen a ustedes rotos…Te pasaste de grosero. Capaz que ahora se enojen y nos den una paliza. Es mejor que vaya a conversar con ellos. Voy a tratar de convencerlos…

 

HIPOLITO: ¿Convencerlos?... Está bien.Haz lo que quieras, pero que nos den comida.

 

(Tiburcio se desplaza hacia el supuesto mercado)

 

TIBURCIO: (Melodramático) Hermanos y Hermanas: Quiero que escuchen la voz lastimera de estos pobres vagabundos que han venido antes ustedes para despertar sus bondadosos y caritativos corazones. Somos tres cristianos, mutilados, enfermos y muertos de hambre que suplican su compasión. Ustedes que gozan de la abundancia que el Señor les regaló, por qué no nos ayudan en esta hora de aflicción, y así se redimen de sus oscuros pecados…

 

HIPOLITO: (Irónico) ¡Este parece canuto!.

 

PASCUAL: (Admirado) ¡Qué labia que tiene!.

 

TIBURCIO: Nosotros, los soldados pobres, hemos dado nuestras vidas por ustedes. Hemos ofrendado nuestra sangre por defender palmo a palmo sus bienes, familias y negocios. Hoy nos encontramos desamparados y a punto de  perecer, es por eso que les imploramos una ayuda, por el favor de Dios…

 

(Se queda esperando una respuesta que no llega)

 

HIPLOLITO: ¡Ya cállate, mejor! Esos desgraciados tienen corazones de hielo. Nunca van a entender, por eso hay que darle “guaraca”, no más. Ya muchachos, démosle con todo a los que nos niegan el pan.

 

(Se siente un trueno fuerte en el espacio. Los tres se asustan. Hipólito piensa que es un ataque enemigo y arenga a sus compañeros)

 

HIPOLITO: ¡Camaradas, está será nuestra última batalla!... ¡A la carga soldados!... ¡Nunca hemos arriado la bandera ante el enemigo!. Espero que está no sea la ocasión... ¡Por la Patria!... ¡Por pan y libertad!... ¡Fuego!

 

(Hipólito toma cualquier cosa que está a su mano y comienza a lanzarlo con furia hacia el supuesto enemigo. Tiburcio y Pascual se entusiasman y les siguen el juego a su compañero)

 

PASCUAL: Allí está el enemigo de la patria todavía impune. Ha llegado la hora de castigarlo. Espero que lo sabréis hacer cosechando nuevos laureles y nuevas glorias dignas de brillar al lado de Junín, Ayacucho, Abtao y el 2 de Mayo.

 

(Pascual se desploma al piso en su último esfuerzo)

 

TIBURCIO: ¡Quemaremos hasta el último cartucho! ¡Hay que morir con las botas puestas!

 

(Hace bocina con sus manos como una corneta de carga)

 

HIPOLITO: ¡De frente soldado! ¡Siempre de frente!

 

TIBURCIO: ¡Fuego!... ¡Fuego!

 

HIPOLITO: ¡Dispara Pascual contra el enemigo!... ¡Dispara!

 

(Hipólito se percata que Pascual está estirado en el piso)

 

HIPOLITO: ¡Mierda!... Cayó Pascual.

 

TIBURCIO: ¿Quién le disparó?

 

HIPOLITO: Fue una bala hambrienta del enemigo. Agita la bandera blanca. Pide una tregua para recoger a nuestro herido.

 

(Tiburcio agita la bandera al aire. Luego los dos hombres corren para socorrer a Pascual. Hacen diversos movimientos exagerados para despertar al hombre, sin conseguirlo)

 

TIBURCIO: ¡Carajo! ¡Se murió!... ¡Se murió!

 

HIPOLITO: (Consternado) Murió como un héroe, luchando por nuestro pan de cada día.

 

(Tiburcio lloriquea. Hipólito saca del bolsillo de su chaqueta el bulto que había recogido anteriormente. Lo abre y saca una medalla. Tiburcio reza el Padre Nuestro)

 

HIPOLITO: (Sincero) Tengo el honor de entregar al soldado peruano, Pascual, muerto en combate contra el hambre, la medalla de honor por su acto heroico de entregar su vida por la Patria Universal de los soldados pobres.

 

(Coloca la medalla en el pecho de Pascual. Este comienza a despertar. Tiburcio se sorprende y estalla de emoción)

 

TIBURCIO: ¡Milagro, milagro! Resucitó entre los muertos…

 

HIPOLITO: Los grandes soldados nunca mueren, sólo se desvanecen…

 

PASCUAL: Déjense de “cojudeces” y ayúdenme a pararme.

 

TIBURCIO: Pascualito, hermano mío… ¡Estás vivo! ¡Estás vivo!

 

PASCUAL: Sí, pues. Soy cholo duro de morir (Observa la medalla en su pecho) ¿Quién me puso mi medalla en el pecho?

 

TIBURCIO: Hipólito.

 

PASCUAL: ¿Y cómo sabías que tenía una medalla?

 

HIPOLITO: Se te cayó cuando nos pusimos a pelear.

 

PASCUAL: (Se mofa) Se te cayó cuando nos pusimos a pelear… Me la robaste y te pesó la conciencia.

 

HIPOLITO: Estai loco. Te la estaba guardando…

 

PASCUAL: Te conozco rotito, “bueno para la uña”.

 

HIPOLITO: Qué te pasa... ¡Chi! Te hice un lindo discurso fúnebre y ahora me estai acusando de ladrón…

 

TIBURCIO: Ya van a empezar nuevamente a discutir. Lo importante es que Pascual está vivo… Me siento alegre por eso.

 

HIPOLITO: (Sincero) Aunque no me creai, yo también me alegro que estí vivo.

 

PASCUAL: Te agradezco… ¡Carajo! El hambre que me tiene cagado... Cuénteme, ¿ganamos la guerra?

 

HIPOLITO: No.

 

PASCUAL: ¿No consiguieron que los zambos del mercado les pasaran alimentos?

 

TIBURCIO: Ni siquiera respondieron.

 

HIPOLITO: Pa´mí que se murieron.

 

PASCUAL: De todas maneras, ¿por qué no van a echar un vistazo mejor?

 

TIBURCIO: Yo estoy dispuesto.

 

HIPOLITO: Esta bien, cumpa, vamos a echar una miradita.

 

TIBURCIO: Creo que esta es la última caminata que puedo hacer, porque ya no me puedo las piernas.

 

HIPOLITO: Yo ando en las mismas. Estoy viendo todo medio borroso.

 

(Tiburcio e Hipólito se dirigen al foro del escenario y se pierden en la oscuridad. Pascual rebusca en la basura y encuentra un trozo de pan duro. Con desesperación lo muerde. Se va a comer todo el pan, pero se detiene y lo guarda en el bolsillo de su chaqueta. Otra vez sufre mareo. Cae bruscamente y comienza a sufrir una alucinación. Se levanta y comienza con un trapo a limpiar el piso)

 

PASCUAL: ¡Qué cojudés! Limpiar día y noche la cubierta de esta fortaleza chalaca. Ese teniente me cagó con este trabajo. Haré lo que se me ocurra.

 

(Toma del basural un tarro. Mira hacia el lateral)

 

¡A su madre! Ahí viene el almirante Grau…Voy a echar un baldazo de jaboncillo justo cuando entre el almirante…

 

(Con el tarro hace el gesto que tira agua al suelo)

 

¡Qué cagada; le mojé los zapatos y el pantalón al almirante!

 

(Hace un gesto con los hombros que no le importa. De inmediato siente que una fuerza lo toma en vilo de la chaqueta)

 

Almirante, disculpe, no quise… ¡Aaaay!

 

(Queda en la punta de los pies, suspendido en el aire. Imita las voces del almirante y el contramaestre)

 

-      ¡Contramaestre!

-      ¿Señor?

-      Laven la cubierta.

-      ¡Sí, señor!

-      Caballeros, tenemos mucho que hacer.

-      Perdón Comandante.

-      Diga Dueñas.

-      Creo que el marinero merece unos azotes.

-      No hay necesidad. Ya lo he castigado.

 

(La fuerza invisible suelta el cuerpo del hombre que cae pesadamente al piso. En ese mismo instante, se escucha un trueno que revienta. Vuelven a escena Tiburcio e Hipólito. Se dan cuenta que otra vez Pascual está en el piso inconsciente. Los dos hombres se aproximan alarmados a él)

 

HIPOLITO: Parece que el hambre otra vez le dio su “guaracazo”.

 

TIBURCIO: ¡Pascual! ¡Pascual!

 

(Remece el cuerpo de su compañero. Agónico, habla de manera ininteligible)

 

HIPOLITO: “Cumpita”, no se rinda. Tenemos que seguir luchando por nosotros…

 

TIBURCIO: Mira encontramos algo de fruta. Está media podrida, pero peor es nada.

 

PASCUAL: Estamos atrapados...

 

HIPOLITO: Sí. Es verdad. Estamos en un callejón oscuro.

 

PASCUAL: Nos cercan en Angamos… Una granada impacta en la esquina superior derecha de la torre de mando; atravesó su blindaje y explotó, matando al contralmirante Grau…

 

TIBURCIO: Está desvariando.

 

PASCUAL: Otra granada perfora la torre de artillería y explota, matando e hiriendo mortalmente a los que estaban ahí. Yo estoy atrás del cañón izquierdo, mirando por la cúpula de la mira. La explosión me vuela un brazo...

 

TIBURCIO: Hermano esa guerra ya terminó.

 

HIPOLITO: “Gancho”, resista. Lo necesitamos en este frente. No nos deje ahora…

 

(Pascual, en un último esfuerzo, saca del bolsillo de su chaqueta el pan que guardo y se lo pasa a Tiburcio. Muere)

 

TIBURCIO: (Llora en silencio) Se fue. (Se persigna)  Qué descanse en paz. (Mira el pan)  Hasta el último momento pensó en nosotros.

 

HIPOLITO: ¡Se pasó el compadre! Solidario hasta que se lo llevó la “pelá”.

 

 

(Silencio. Hipólito, abatido, lanza lejos la fruta que tiene en su mano. Tiburcio hace con sus manos una bocina y hace el sonido de una diana triste. Los dos se colocan la mano en el pecho, y cantan de manera paralela el estribillo de sus himnos nacionales)

 

TIBURCIO: (Canta)

De la patria el alto nombre    
en glorioso esplendor conservemos    
y en sus aras de nuevo juremos    
¡Morir antes que esclavos vivir!   

 

HIPOLITO: (Canta)

Dulce Patria, recibe los votos
Con que Chile en tus aras juró
Que o la tumba serás de los libres
O el asilo contra la opresión.

 

HIPOLITO: (Saca de su chaqueta un papel. Lee) Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: Aquí yace un veterano del 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

 

(Tiburcio saca de su ropa una ocarina e interpreta un fragmento de una melodía triste)

 

TIBURCIO: ¿Y qué vamos hacer ahora?

 

HIPOLITO: Seguir, seguir, no más…

 

TIBURCIO: ¿A dónde?

 

HIPOLITO: Siempre hay que mirar hacia adelante.

 

TIBURCIO: ¿Pero, a dónde?

 

HIPOLITO: Donde nos lleve nuestros sueños.

 

TIBURCIO: ¿Sueños?

 

HIPOLITO: ¡Puta! Sí, pu´…Dime, ¿alguna vez, tuviste un sueño?.

 

TIBURCIO: Sí.

 

HIPOLITO: ¿Cuál?

 

TIBURCIO: Conocer el mar.

 

HIPOLITO: ¿No lo conocí?

 

TIBURCIO: No, pues. Soy serrano. Jamás he visto el mar.

 

HIPOLITO: ¡Chucha! ¡Qué increíble! Yo pensaba que todo el mundo lo conocía.

 

TIBURCIO: Tú piensas así porque vives en un país que tiene un tremendo mar.

 

HIPOLITO: Nunca me importó el mar. Será porque soy campesino del valle central.

 

TIBURCIO: Para mí el mar es un tesoro. Si estuviera ahí podría navegar hasta llegar a los lugares más recónditos del mundo.

 

HIPOLITO: ¿Sufres por no conocerlo?

 

TIBURCIO: Sí. Mucho.

 

HIPOLITO: ¡Cresta! ¡Qué difícil es la cuestión!... Yo no tengo nada contra ti. No me gusta que sufras. Mi “taita” me decía…

 

TIBURCIO: Aunque seamos pobres, siempre debemos ser honrados…

 

HIPOLITO: Ya te aprendiste la frase.

 

TIBURCIO: Sí. Tengo cara de “menso”, pero no lo soy.

 

HIPOLITO: No encuentro que sea una gran cosa matarte y quitarte el lugar donde vives.

 

TIBURCIO: Sé que tú ni yo podemos cambiar la historia.

 

HIPOLITO: Menos en esta condición miserable…Pero se me ocurre algo…

 

TIBURCIO: ¿Qué?

 

HIPOLITO: ¿Y si te llevara a conocer el mar?... ¿Serviría de algo?

 

TIBURCIO: Ahora tú estás desvariando.

 

HIPOLITO: No. Compadrito te hablo en serio.

 

TIBURCIO: ¿Y cómo?

 

HIPOLITO: Qué nos demoramos. Mira, hacemos una balsa; la cargamos al hombro y nos vamos corriendo hacia el oeste, porque sé que para allá está el mar.

 

TIBURCIO: ¿Y dónde está el oeste?

 

(Hipólito confundido mira para todos lados)

 

HIPOLITO: Para allá.

 

TIBURCIO: ¿Estás seguro?

 

HIPOLITO: Sí, pu´, gancho. Y cuando lleguemos, metimos la balsa en el agua y nos vamos a descubrir todo el Pacífico. ¿Qué te parece?

 

TIBURCIO: ¿Así de fácil es?

 

HIPOLITO: Por supuesto... En el mar podremos cazar unos pescaditos y comer rico.

 

TIBURCIO: ¿Y qué vamos hacer con Pascual?

 

HIPOLITO: Lo llevamos también. Nunca hay que dejar a un compañero de armas en el campo de batalla… Bueno, ¿vamos a conocer el mar?

 

TIBURCIO: ¡Sí, vamos!… Aunque me parece que es una locura.

 

HIPOLITO: Los sueños son locuras.

 

TIBURCIO: Mi mamita me decía: Para estar vivo es necesario soñar, aunque te tilden de loco.

 

HIPOLITO: Entonces, compadrito, pongámonos a trabajar…

 

TIBURCIO: Sí, vamos…Mira ese techo de madera que pusimos bajo la escala para protegernos puede servir de balsa.

 

HIPOLITO: Está rebueno…Te estai “avispando”… cholito.

 

(Hipólito, toma su palo)

 

HIPOLITO: Este palo puede servir de remo.

 

(Los dos hombres entusiasmados comienzan a preparar la balsa)

 

TIBURCIO: Hipólito.

 

HIPOLITO: ¿Qué pasa?

 

TIBURCIO: Estoy triste y contento.

 

HIPOLITO: Ya pu´decídete.

 

TIBURCIO: Triste por la muerte de Pascual, pero también estoy contento porque voy a conocer el mar.

 

HIPOLITO: Así es la vida: agria y dulce.

 

TIBURCIO: En cambio la guerra es una cagada, ¿no?

 

HIPOLITO: Tú lo hai dicho. Es una estupidez matarse unos a otros, “inflar” al ejército, celebrar victorias a costa del asesinato de miles de personas.

 

(Colocan el techo en el centro del escenario. Luego, entre ambos, cargan el cadáver de Pascual y lo dejan con su espalda apoyada en un cajón que Tiburcio recoge del basural. Acomodan sus pocas pertenencias. Se vuelven a escuchar en el espacio fuertes truenos)

 

HIPOLITO: ¡Cresta! Parece que se viene otra vez la tormenta…

 

TIBURCIO: ¿No vamos a poder zarpar?

 

HIPOLITO: No, compadre, igual nos vamos. Tenemos  que remar fuerte para el fondo, así podremos a capear la tormenta.

 

TIBURCIO: Yo no te voy a poder ayudar. No tengo palo.

 

HIPOLITO: ¡Cresta! Por último con la pata e palo remai fuerte.

 

TIBURCIO: ¿Con mi pata de palo?

 

HIPOLITO: Sí, pu. Mira, así.

 

(Le enseña con su pierna como debe remar. Tiburcio le sigue el juego. Los dos se ríen de sus movimientos)

 

HIPOLITO: ¡Bien!... Ahora sí que soi marinero.

 

TIBURCIO: Hipolito, antes de empezar a navegar tenemos que bautizar con un nombre a nuestro barco.

 

HIPOLITO: Fácil, pu... Se va a llamar Esmeralda.

 

TIBURCIO: No, pues.

 

HIPOLITO: ¿Por qué no? Es bonito el nombre.

 

TIBURCIO: Estoy seguro que si estuviera vivo Pascual, le pondría Huáscar.

 

HIPOLITO: Vo, en cambio, estai cagado. No le podí colocar ningún nombre, porque no tení barco…

 

TIBURCIO: Pero podría colocarle el nombre de nuestro máximo héroe: Eduardo Abaroa.

 

HIPOLITO: ¡Cresta! Siempre va ser difícil ponernos de acuerdo…

 

TIBURCIO: Mira, para no pelear ¿Qué te parece que le coloquemos el nombre de nuestro compañero caído?

 

HIPOLITO: ¿Pascual?

 

TIBURCIO: Sí, pues.

 

HIPOLITO: Nunca escuché un barco que se llamara Pascual…

 

TIBURCIO: Se llamará Pascual, el caballero de los mares.

 

HIPOLITO: (Ríe) ¡”Encachado” el nombre! …. Me gusta.

 

TIBURCIO: A ver, súbete a la balsa para ver si resiste el peso.

 

(Hipólito se sube al madero)

 

HIPOLITO: Se ve firme. A ver, súbete tú también.

 

(Tiburcio se sube al madero) 

 

TIBURCIO: ¿Tú crees que estos palos flotarán en el mar?

 

HIPOLITO: Sí, compadre. Y si no resulta, nadamos, no más…

 

TIBURCIO: Yo no sé nadar.

 

HIPOLITO: ¡Chucha! Yo tampoco.

 

TIBURCIO: Entonces estamos perdidos.

 

(Se escucha un rayo que cae muy cerca de los personajes. Los dos hombres se desploman, como si hubiesen sido alcanzados por el rayo. En seguida, comienza una lluvia fuerte. Tiburcio se levanta con dificultad. Hipólito se mantiene en el piso temeroso. Se cubre la cabeza con sus manos)

 

TIBURCIO: (Sorprendido) ¡Hipólito!

 

HIPOLITO: (Con temor) ¿Qué?

 

TIBURCIO: Parece que se está moviendo la balsa.

 

HIPOLITO: No te creo… Yo creo que el rayo nos mandó cortado pa´l otro mundo.

 

TIBURCIO: No, hombre. Estamos navegando…

 

HIPOLITO: (Incrédulo) Pa´ mí que estai “difariando” de puro hambre.

 

TIBURCIO: Ponte de pie y mira como nuestro barco flota en el mar.

 

(Se coloca de pie Hipólito. Se sorprende al sentir que la balsa mágicamente se mueve)

 

HIPOLITO: ¡Aaah!... Es verdad… ¡La cagó!...  (Alegre) ¡Se mueve compadre! ¡Se mueve!

 

TIBURCIO: Te lo dije…Estamos en el mar…

 

HIPOLITO: (Toma unos palos)  Tiburcio, comienza a remar como te enseñé… Hay que remar fuerte siempre hacia el oeste… Espérate un poco…¿A dónde cresta quedaba el oeste? (Vuelve a mirar para todos lados) ¡Aah…Ya sé…pa´ ya!

 

(Ambos hombres comienzan a remar alegres y con energía. En los diálogos siguientes, los personajes comienzan a alucinar hasta llegar al paroxismo)

 

TIBURCIO: (Sorprendido) ¡Hipólito, qué grande es el mar!

 

HIPOLITO: Así es, compadrito.

 

TIBURCIO: ¿Y  dónde termina?

 

HIPOLITO: En la “recresta”.

 

TIBURCIO: ¿Y dónde queda eso?

 

HIPOLITO: Relejos.

 

TIBURCIO: ¡Aah!... Oye, Hipólito.

 

HIPOLITO: ¿Qué te pasa ahora?

 

TIBURCIO: No veo ningún pescado.

 

HIPOLITO: A ver (Mira) Tení razón. No hay pescado. Capacito que se los comieron todos en la guerra.

 

TIBURCIO: O a lo mejor están durmiendo.

 

HIPOLITO: “Clarín”. Creo que los pescados duermen de noche, igual que nosotros.

 

TIBURCIO: Ya estamos lejos de la tierra.

 

HIPOLITO: La Plaza de La Discordia ya no se ve.

 

TIBURCIO: (Le corrige) Concordia.

 

HIPOLITO: Es lo mismo.

 

TIBURCIO: Ya no veo a la gente.

 

HIPOLITO: ¡Qué bueno!

 

TIBURCIO: ¿Por qué?

 

HIPOLITO: Porque esos desgraciados jamás se fijaron en nosotros.

 

TIBURCIO: Estoy de acuerdo contigo… Allá vivíamos en guerra o ignorados…

 

HIPOLITO: Lo peor de la guerra para mi país fue ganar la guerra…

 

TIBURCIO: No puede ser.

 

HIPOLITO: Claro que sí. Hicimos más ricos a los ricos. En cambio nosotros terminamos olvidados y despreciados como perros sarnosos.

 

TIBURCIO: Sabes, hermanito, aquí en medio de este inmenso mar, me siento libre y feliz.

 

HIPOLITO: ¡Clarinete! …En el mar somos libres. Aquí podemos cantar, bailar, hasta tirarnos un pedo y nadie nos va a decir nada.

 

(Tiburcio ríe como un niño)

 

HIPOLITO: Sabí que más…Ahora es todo tuyo.

 

TIBURCIO: (Feliz) ¿Mío?

 

HIPOLITO: Tuyo, “cumpa”. Te lo regalo todo.

 

(Tiburcio abraza a Hipólito muy alegre. Después salta como un niño en la balsa)

 

HIPOLITO: ¡Cuidado, “cumpa”!  No salte tanto, no ve que se puede hundir el barco.

 

(Tiburcio vuelve a sacar su ocarina y ahora interpreta un fragmento de una melodía alegre. Hipólito proyecta su vista hacia el horizonte)

 

HIPOLITO: Compadre, ya no se ve la tierra.

 

TIBURCIO: (Soñador) Hipólito, el mar es como un sueño sin fronteras.

 

HIPOLITO: Aquí no hay discordia ni concordia.

 

(Tiburcio sonríe por la expresión de su compañero)

 

TIBURCIO: Es extraño, pero ya no siento hambre.

 

HIPOLITO: (Sonríe) Y a mí ya no me suenan las tripas.

 

TIBURCIO: ¿Qué nos está pasando?

 

HIPOLITO: Algo muy extraño.

 

TIBURCIO: A lo mejor somos almas en pena.

 

(Hipólito se restriega con las manos sus ojos. Está alucinado)

 

HIPOLITO: ¡Por las reflautas!... ¿Qué estoy viendo?

 

TIBURCIO: ¿Qué?

 

HIPOLITO: (Alegre)  ¡Allá está mi taita!…Me está esperando… ¡Mira!… Me hace señas con las manos. (Hace señas con sus brazos)… ¡No puede ser!...

 

TIBURCIO: ¿Qué ocurre?

 

HIPOLITO: “Lorea”…Hay una banda… ¿Escuchai la música que están tocando?…

 

(Tiburcio trata de escuchar la música)

 

TIBURCIO: No estoy seguro.

 

HIPOLITO: Es una música alegre.

 

TIBURCIO: ¿Es la banda de tu regimiento?

 

HIPOLITO: No, hombre. Es la de mi pueblo… Tiburcio, si llegamos a mi tierra te prometo que te voy a invitar a comer un asadito.

 

(Tiburcio sonríe. Después se restriega con sus manos los ojos. Fascinado se queda con la vista fija en el mar. Se siente un sonido de mar)

 

TIBURCIO: Hipólito, ¡mira!... ¡Es fantástico!

 

HIPOLITO: ¿Qué cosa?

 

TIBURCIO: El mar

 

(Hipólito proyecta al mar y también se queda fascinado)

 

HIPOLITO: Parece un gigante espejo azul que refleja nuestras vidas.

 

TIBURCIO: Es un pedazo azul de cielo serrano.

 

HIPOLITO: Es el gran pez azul de mi niñez que recorría los ríos.

 

TIBURCIO: Azul es su belleza que extingue mis penas y dolores.

 

HIPOLITO: Su gigantesco azul me da paz.

 

TIBURCIO: Digo Patria y nace un mar azul que vuela infinito.

 

HIPOLITO: Digo mar y surge un niño.

 

TIBURCIO: Una madre.

 

HIPOLITO: Un tren.

 

TIBURCIO: Un desierto.

 

HIPOLITO: Una bandera.

 

TIBURCIO: Una medalla.

 

HIPOLITO: Una bala.

 

TIBURCIO: Un brazo.

 

HIPOLITO: Un ojo.

 

TIBURCIO: Muertos y muertos.

 

HIPOLITO: Hambre. ¡Mucha hambre!.

 

TIBURCIO: El mar es refugio de hambres y olvidos.

 

HIPOLITO: El olvido está tan lleno de memoria que, a veces, no caben los recuerdos, y hay que tirar los rencores al mar.

 

TIBURCIO: Cuando cae el sol en horizonte, el hambre, los odios y el olvido se pierden eternamente en el azul mar.

 

(Los personajes quedan con sus miradas pacientes en el espacio y continúan remando. La barca sigue su curso y se pierde entre medio de una neblina marina. La música de la banda es más fuerte. La luz en resistencia)

 

 

TELON

 

 

Iquique, abril del 2011.-

 

http://www.municipioiquique.cl/2011/09/28/6982/

http://www.unap.cl/p4_biblio/site/artic/20110923/pags/20110923154025.html

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1][1] El caso de Arturo Prat como icono guerrero de la Guerra del Pacífico es descrito por Francisco Antonio Encina en su “Historia de Chile” Editorial Nacimiento. Volumen XIV. Santiago, 1964. Las novelas de Jorge Inostroza “Adiós al Séptimo de Línea”, Editorial Zig-Zag, Santiago 1961 y en “Hidalgos del Mar”, Editorial Zig-Zag, Santiago, 1970, mitifican, santifican y sobredimensionan el valor de Prat, bajo una férrea óptica nacionalista.

[2][2]Ver a Wilhem Ditlthey en Diana Veneros Ruiz Tagle en “La PsicoHistoria, Desarrollo, Problema y Perspectivas”. Dimensión Histórica de Chile 1987-1988. Santiago.

[3][3] Según el acuerdo de paz y amistad sostenido entre Perú y Chile en el balneario limeño de Ancón el 20 de octubre de 1883, y ratificado posteriormente por los parlamentos de ambos países a comienzos de 1884.

[4][4] Periódicos como “El Tarapacá” o “La Patria” de comienzos del siglo XX ocupan estos términos.

[5][5] Sobre cómo los periódicos crean una conciencia nacional, en términos de una “Comunidad imaginada” que es la nación ver Anderson, Benedict “Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism”, Verso, Londres, 1983.

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publicado por goliath a las 23:23 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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