HASTA
SIEMPRE WILLIE
Iván
Vera-Pinto Soto
El día domingo 9 de enero,
promediando las once de la mañana, una pequeña caravana de artistas y vecinos
caminaron lozanos por las calles de Iquique, iban cantando y bailando al son de
una voluntariosa banda de bronce. Era ni más ni menos que una improvisada y
entusiasta comparsa que acompañaba los restos de Guillermo “Willie” Zegarra en
su dilatado trayecto a la eternidad.
Luego, en las puertas del
tradicional Cementerio Nº 3, otras decenas
de personas se sumaron para despedir al artista, al compañero, al amigo, a una
auténtica leyenda del alma ingenua y popular. Ciertamente se esperaba una mayor
concurrencia; quizás no estuvieron aquellos a los que dadivosamente Willie
ayudó en muchos momentos. Pero como suele ocurrir en todas las situaciones
críticas de nuestras vidas, simplemente estaban los amigos y los que de manera
real le dieron dignidad a este trabajador del arte.
Es indudable que para quienes
tuvimos la fortuna de convivir con él durante largos años, de conocer su
calidad escénica y humana, su partida representa una lamentable pérdida para el
patrimonio cultural de Iquique.
Don “Willie” fue principalmente
un juglar de toda una vida, un obrero del teatro, un arquitecto del humor, que
siempre creó con un vigor inusitado y con una delectación espiritual que a
todos nos conmovía. Tal como lo aseveraba en su Elegía al Clown, él ambicionaba
“Que el tiempo nunca terminara con el don que Dios le había dado, ser un payaso
sublime de alegrías”.
Don “Willie” era sencillamente
un hombre y un artista apasionado que develaba como un humilde manifiesto la
vida de sus fantasmales personajes de antaño, de Iquique y de su pampa; de esa
etapa histórica -violenta y
romántica- que le tocó vivir. Era un personaje excéntrico y carismático, perteneciente
a una dimensión reservada exclusivamente a la legión de sembradores de trigo.
Don “Willie” era evocación,
imagen sensible y franca. Era voz de los viejos iquiqueños que le profesaba
amor infinito a su tierra nortina, por eso sentenciaba: “Soy del puerto,
cordillera y pampa, mi orgullo sabe a salar pampino, en mi sangre corre el
salar marino”.
Creo que una de las más
apreciables herencias que nos dejó y que nos obliga a poner en valor, es su
inmensa generosidad. Su filosofía de vida consistía en darlo todo por el otro,
darlo todo por el teatro, darlo todo por un ideal y darlo todo por un sueño
imposible.
Tengo la certeza que por el
enorme cariño que se ganó de todos los iquiqueños, él permanecerá por siempre
en nuestra memoria emotiva y en el imaginario popular. Seguramente su energía y
su silueta de pelo cano perenne emergerán en cada uno de los espacios que amaba
y en el corazón de sus compañeros de ruta.
Pasarán muchos años y vendrán
nuevas generaciones; sin embargo don “Willie” estará como siempre esperándonos
en la puerta de la Sala Veteranos del 79 o en el Teatro Municipal, con su inconfundible
traje verde furioso, su juguetona humita y su luminosa sonrisa. Estará silente aguardándonos
frente al mar -ahí donde llegan las olas vestidas de
alegría- fantaseando un sainete eterno, cuya anécdota nos enseña cómo
trascender y espantar la discriminación, la envidia, la codicia y hasta la
misma muerte.
Ahora abordó nuevamente su
recordado teatro móvil, se fue en gira a otro espacio, a otro tiempo. En su
vieja maleta de cuero se llevó sus álbumes de fotografías, sus corsarias, su
traje de viejo pascuero, su bastón chaplinesco, su estandarte, la sal de su
tierra, el afecto de su gente, las merecidas
distinciones y el aplauso gigante de los iquiqueños; porque -tal como tú decías querido Willie…- “aunque parezca una lata lo que has contado,
¿quién te quita lo bailado?... ¡Nadie!”.
Diario La Estrella de Iquique,
13-01-2005.