TEATROS NACIONAL Y COLISEO:
EPICENTROS DE LA IQUIQUIÑEZ.
Iván Vera-Pinto Soto
Cientista Social, Pedagogo y Escritor
Para los
antiguos iquiqueños hubo dos salones destinados a la entretención que se
constituyeron desde los años 20 hasta los 70 del siglo pasado en verdaderos
epicentros de la iquiquiñez, me refiero a los cines Nacional y Coliseo.
Para situarnos
en el tiempo, recordemos que el 5 de junio de 1925 ocurre la matanza de los obreros de la
Oficina Coruña, a manos del ejército chileno, cuando los trabajadores se
alzaron en contra las injusticias del régimen patronal existente. Fue precisamente en ese año que se construye
esta sala en la calle Sargento Juan de Dios Aldea a la altura del 800, cuya propiedad
era del señor Masserano. La obra pretendió emular a un teatro de primera
categoría dentro del concepto de modernidad que se manejaba en aquella época,
pero su idea fracasó porque, pues la infraestructura no era la más adecuada.
Desde 1930 fue
administrada por la Empresa Martínez. En ella se instaló una máquina sonora
para ofrecer programas cinematográficos. A partir de 1936 habría contratado con
frecuencia espectáculos de primer orden que generalmente fue respaldado por el
público local. Contaba con cuatro mil quinientos asientos, superado sólo por el
Caupolicán, con seis mil, y el Teatro Coliseo con cinco mil doscientos, ambos
de Santiago, mientras que el Municipal de Iquique tenía solamente setecientas
aposentadurías. A este teatro se entraba por la calle Sargento Aldea, a la
platea; y por Amunátegui a palco y galería. A no dudarlo, este recinto fue uno
de los más populares y hasta la década de los años setenta atrajo muchísimo
público por sus películas y por constituir el centro de reunión de toda
sociedad iquiqueña.
Son abundantes
las notas de prensa que registran su nutrida programación. Por nombrar algunas:
El 16 de octubre de 1926 Enrique Chilote Campos estrenó su película filmada en
Iquique Justicia del desierto El Tarapacá
del 27 de mayo de 1927 anuncia en ese local la presentación de la Compañía de
Operetas de Fiori-Ureta. El mismo medio comenta (24-1-1929) la presentación de
la notable cancionista española Amparito Guillot. Así también el 9 de mayo de
1927 coloca una propaganda de la misma agrupación en una función de beneficio
que se ofreció para la enfermería y sanitaria policial, con la opereta inglesa La Geisha. El 10 de mayo de 1927, suma
otra noticia: “Los conocidos actores nacionales Italo Martínez y Enrique
Campos, han formado una compañía nacional de comedias y revistas contando para
esto con varios elementos que hay en la localidad y que tienen condiciones para
desenvolverse con aciertos en las tablas. El personal de la compañía ya está
formado y desde hace días se han iniciado los ensayos de una revista llena de
escenas locales y que constituirá el mejor éxito del conjunto.” Relevante es
también el estreno el día 16 de octubre de 1926 del film Justicia del desierto, dirigida por Enrique Campos. Al año
siguiente, el 22 de enero de 1927, se exhibe un film que muestra los
principales atractivos de Iquique, entre ellos Cavancha y el Chalet Suisse. El
16 de enero de 1929 El Tarapacá
notifica la función de Teresita Arce. Del mismo modo, continúan las funciones
de Fiori-Ureta con las obras El país de
las campanillas y La Bayadera.
Así mismo, el 30 de mayo de 1931, difunde a la renombrada cantante española
Encarnita Marzal quien debuta en Iquique. Llegaron compañías españolas como de
Clotilde Colber, y la de Leonardo Arrieta.
El 18 de
noviembre de 1934, la prensa da cuenta que durante varios meses se viene
presentando en ese escenario Paco Miller, joven ilusionista y ventrílocuo, con
su conjunto de variedades. Asimismo se lucieron compañías de dramas y comedias
al estilo de La Mujerequi. Otras compañías constituidas por artistas nacionales
que más destacaron fueron las de Alejandro Flores, y la de Arturo Bhurler. Estas
compañías al igual que los circos debutaban los días viernes. Se recuerda a
importantes orquestas típicas extranjeras que pasaron por este escenario:
Miguel Calo, Natalio Tursi, cantantes de boleros Leo Marini, Wilfredo
Fernández, entre otros.
A partir del
año 1931 comenzaron a proyectarse en este espacio las películas del cine
sonoro. La primera película sonora que se exhibió fue El cantante Jack, por Al Jonhson, quien además fue la primera de
estas características que hizo Hollywood. La propietaria del cine era la empresa
cinematográfica Cine Chile S.A. la que tenía sus oficinas centrales en la
capital. Las remesas de películas que recibían de Antofagasta por vía del
ferrocarril una vez exhibidas en Iquique eran reenviadas hacia los teatros de
las oficinas salitreras.
El Coliseo fue
otro local de carácter popular que marcó un hito por los años veinte en el
plano de las entretenciones. Su nombre original fue Pabellón Victoria el que
era administrado por la Federación de Box, y que a la postre se transformó en
el cine Coliseo. La sala estuvo ubicada la calle Thompson entre Amunátegui y
Juan Martínez. En su comienzo era un sitio eriazo, un simple corralón, donde se
guardaban carretas y mulas, cuyo dueño era un señor llamado “Juanito”, el cual
se dedicaba siempre al traslado de los circos que llegaban en ese entonces a la
ciudad. A esa zona llegaba periódicamente un empresario que tenía una carpa
negra, donde se ofrecía funciones cinematográficas de cine mudo y otros
espectáculos populares. Allí se instaló el Pabellón Victoria donde se ofrecían
veladas de boxeo. Pasaron algunos años. Se construyó la empresa teatral formada
por los señores Humberto Masserano y Matías Chinchilla, siendo su administrador
el señor Ramón del Río, quien después quedó como propietario, adoptando el
nombre de Coliseo Independencia. La sala estaba equipada de una moderna máquina
proyectora y un equipo de sonido de avanzada tecnología para la época. Su
inauguración se realizó con la proyección de la película Arco Iris sobre el río del niño actor Bobby Breen, la que gracias
al éxito tuvo prolongó su exhibición durante todo un mes.
En una
entrevista realizada a René Madariaga, hijo de Ramón del Río, nos cuenta: “Tengo
tantas anécdotas… Recuerdo que un lunes, más o menos al mediodía, teníamos
cerrada la sala con una reja, pues ese día nosotros no hacíamos función de
matinée. En esa oportunidad llegó un ancianito y me dijo: “Podría pasar a mirar
el teatro”. Claro, le dije. Hice prender las luces y el señor se puso a mirar
todo con nostalgia. Al rato, me dijo: ¿Sabes quién soy yo? No, le dije. Soy el
Tani Loayza. Bueno, ahí sentí mucha alegría y lo felicité por ser una persona
tan importante en la historia de nuestro boxeo. Entonces me comentó: “Yo mis
primeras peleas las hice acá. Esto se llamaba Pabellón Victoria”. Es por esa
razón que la galería tenía la forma circular de un coliseo, el público se
ubicaba en las graderías de madera y en el centro de la pampa se ubicaba el
ring… Ahí me crie. Desde que tenía 12 años, allá por el año 1953, trabajé en la
sala junto a mis tres hermanos. Éramos dos Del Río y dos Madariaga… Ahí
hacíamos de todo: portero, boletero, administrador. Fue una época muy
entretenida, bonita y llena de anécdotas. Sabe usted, este fue el primer salón
que tuvo cinemascope, con veinte parlantes chicos que daban diferentes
tonalidades. Además tuvimos muy buenas películas. Fue el único cine que tuvo
una película que duró como dos semanas en cartelera, esa fue Los diez mandamientos, por la década de
sesenta. Después vinieron las películas de Cantinflas, Raphael, Jerry Lewis,
entre otras…También me acuerdo que un tiempo tuvimos la administración del Cine
Municipal, cuando al señor Delucchi le quitaron la concesión, creo que fue por
la década de los sesenta. En ese tiempo exhibíamos la misma película en el
Municipal y después en el Coliseo. Una vez que terminaba la exhibición en el
primero, un muchacho llevaba la película a pie hasta Vivar con Sargento Aldea, ahí
otro funcionario lo esperaba y trasladaba los tambores con las cintas al
Coliseo. En esa fecha administraba la sala la señora Elsa Díaz de Roldán. El
local tenía una capacidad de setecientas butacas en platea y en galería
alcanzaban ochocientas personas”
Es probable
que en esos sitios donde ayer nos congregábamos los iquiqueños, aún subsistan
las energías de nuestros antepasados y, también, aquellas que nosotros mismos emanamos
al sumergirnos en las historias interpretadas por los actores y actrices de
otros mundos y, por cierto, de nuestros propios artífices.