Había una vez un actor que se llamó Guillermo
Zegarra.
Iván Vera-Pinto Soto
Cientista Social, pedagogo y
escritor
Guillermo Zegarra relataba que
había recorrido la pampa salitrera y todo el país junto a los elencos de
Rolando Caicedo, Juan Ibarra, Víctor Acosta, Arturo Bührle e Ítalo Martínez,
entre otros. A la par, no olvidaba a otros
actores y músicos que también hacían itinerancia por las Oficinas y que
disfrutaban de un gran prestigio: Manuel Cabezas, Pepe Codina, Oscar Picón,
Senovia Castro, Fortunato Pinto, Marina y Rogelia Navarro, Nicolás La Rosa y
Claudina Morales, esta última fundadora del Teatro Nicanor de la Sotta y activista
feminista (MEMCH). Desde 1936 hasta 1946 Zegarra trabajó como director
de teatro obrero en las oficinas salitreras de Bellavista, Chile y Victoria,
auspiciado por las mismas empresas.
Es de suponer
que todos estos actores se formaron lisa y llanamente en las “tablas”, es decir
de manera intuitiva, gracias al adiestramiento que habían recibido de otros
actores con mayor experiencia. Exactamente, Zegarra, en una entrevista para Eco Pampino (2003), narra sus inicios en
el teatro: “El año 1931 llegó un circo y
quedó botado con la carpa. A su cargo quedaron cuatro personas, un señor
Franklin, un señor Lara y un señor Farfán, todos ellos sin poder trabajar.
Entonces, nos reuníamos los muchachos de los grupos de teatro en un bar a tomar
leche, más que nada por reunirnos. Conversando con ellos yo les dije que por
qué no nos hacían trabajar a los aficionados en la carpa en vez de tenerla
abandonada. Sencillo dije yo, aquí hay chiquillas que cantan muy bien, hay
muchachos que tocan guitarra y que cantan, ustedes pueden hacer cuatro números
y muchos números cortos. Para abreviar la cosa, un día me dijeron que si yo
quería presentarme en el circo tenía que hablar con el señor Lara, a quien le
dije: “Mire, yo con mi amigo tenemos
un dúo cómico”, fue así como me dejaron un mes y medio trabajando con
los aficionados. Reunieron plata, trajeron a gente del sur y siguieron en giras
por el Norte. Yo trabajé de payaso con un amigo que era muy popular aquí y que
se llamaba Rolando Caicedo.” (5)
Don “Willi” aseguraba que
normalmente tenían que estrenar en poco tiempo varias piezas, por lo tanto los
ensayos eran breves y el aprendizaje de los libretos debía hacerse con rapidez.
Muchas veces había un solo guion que iba pasando de mano en mano para su lectura
y memorización. Era evidente que por el apresuramiento de los montajes, los
actores no alcanzaban hacer un estudio exhaustivo de sus personajes y que en el
escenario debía improvisar los textos. De ahí la importancia que tenía el
consueta, un colaborador que auxiliaba al actor a recordar los textos o por lo
menos daba los pies de cada parlamento. Este ayudante estaba oculto entre las
bambalinas o en el mejor de los casos se construía un dispositivo escénico
ubicado en el primer plano, bajo el escenario, donde se ocultaba. Zegarra –
explicaba – que debía ser muy hábil para improvisar, usar “morcillas” o
inventar trucos para salir airoso en algunos momentos de aprieto a consecuencia
de la ignorancia del texto y por la poca familiarización con la escenografía y
utilería.
Otro dato curioso era que todo
actor que se preciara de tal debía contar con su baúl de vestuarios, pues
muchas veces las compañías no contaban con estos implementos. Por esta razón,
Zegarra siempre portaba un frac o un esmoquin para la denominada alta comedia,
un juego de trajes, la tenida de huaso para las piezas camperas, zapatos de
charol, polainas y cuellos duros.
Aquellos que se tasaban como
buenos actores, naturalmente formaban sus propias compañías y escribían sus
obras hechas a la medida de su elenco. Don “Willi” no fue la excepción y en su extensa vida
artística escribió obras, juguetes cómicos y libretos de entretenimientos. La primera fue Tres
matrimonios distintos y una violencia, Brujilda
Maluenda, Santa Carmen de Humberstone y El Rey llorón. La compañía de Elena
Puelma, pionera del teatro chileno, le representó Churumbelo y la Dama del camino. Otras de sus creaciones son: A mi casa llegaron los marcianos, Margarita,
el remolino de la pampa y La cuarta comisaría. Sumemos sus monólogos
cómicos: El bombero, El boxeador,
El tortillero, El organillero, El cesante en el rancho, Llegada del general
Mimeola, El comerciante chino, Qué animal es el hombre, Arriba el hombre abajo
la mujer, Conferencia sobre el palo, Conferencia sobre el hoyo, Conferencia
sobre el chancho.
Por los años 30 ya era un actor de notoriedad
en la ciudad, prueba de ello es el inserto aparecido en el Tarapacá en el mes de mayo de 1933, donde se indica que el 2 de junio, en el Teatro de la Parroquia San
José se presentará un hermoso drama de tres actos y cinco cuadros “y un
novedoso fin de fiesta que dirige el conocido, popular y regalón del público,
Willi Zegarra”. Ese afecto de la gente se vio reflejado hasta sus últimos días:
se le reconocía en las calles y se le saludaba con cariño.
El 20 de noviembre de 1934, El Tarapacá publica una nota que señala
un acto que se efectuará en el Teatro Municipal con motivo de su despedida de
la ciudad. Fue precisamente en ese año que se fue a Santiago con la Compañía de
Comedia que dirigía Juan Ibarra y el folclorista Víctor Acosta. Con este elenco
inició una gira desde Arica hasta Castro. Cuando regresó a Iquique después de
tres años, en un tercer periplo se quedó definitivamente en su tierra. En 1936
lo contratan en la Oficina Salitrera Bellavista, luego en la Oficina Chile y,
finalmente, en la Oficina Victoria, hasta el año 1946. En esos diez años
presentó más de un treinta de obras relacionadas
con la vida misma de la pampa.
Valga decir que Zegarra tuvo
una artística muy productiva que se vio expresada en múltiples publicaciones de
la época. Por ejemplo, El Tarapacá (29-12-1940)
daba a conocer que estuvo a cargo de la Fiesta de la Primavera en la Oficina
Mapocho. Lo cierto es que mucho más podríamos contar de su vida teatral y de
sus andanzas por Venezuela (1973-1980) y de su regreso a Iquique por la década
de los 80 del siglo anterior, donde continuó escribiendo y actuando
ocasionalmente en el Teatro Universitario Expresión y de manera independiente.
Sin pretender
bajar a un lirismo excesivo, diría que perteneció a esa legión de hombres
carismáticos y apasionados por el teatro, que en ningún día dejaba de imaginar
la posibilidad de hacer un nuevo proyecto y de entregar dadivosamente su rica
experiencia a las nuevas generaciones de actores. Así lo hizo hasta el momento postrero
de su existencia, dejando grabado en la memoria colectiva su impronta y su
generoso corazón. Sin discusión, nos
dejó muchísimas enseñanzas. Posiblemente, la
más valiosa fue su desprendido sentido del humor, actitud que se expresó
en su agudeza, finura, alegría, oportunidad, serenidad, ecuanimidad y muchos
otros rasgos auténticos que logró transmitir sobre y bajo el escenario.
En pocas palabras, diríamos que su
filosofía de vida se sustentaba en darlo todo por el otro, darlo todo por el
teatro, darlo todo por un ideal y darlo todo por un sueño imposible.