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DRAMATURGIA Y NARRATIVA DE LA MEMORIA
BLOG DE IVAN VERA-PINTO SOTO
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06 de Noviembre, 2011    General

ANTOLOGIA TEATRO DE LA MEMORIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ANTOLOGIA DEL TEATRO DE LA MEMORIA

 

 

Iván Vera-Pinto Soto

 

 

 

A modo de Prólogo

 

 

 

En las siguientes líneas se reproduce un resumen de las principales ideas vertidas por diferentes prologuistas, redactadas en las presentaciones de ediciones anteriores de las obras seleccionadas en esta Antología del Teatro de la Memoria.

 

 

 

CORUÑA, LA IRA DE LOS VIENTOS

 

 

En la madrugada del 4 de junio de 1925 las autoridades de la antigua provincia de Tarapacá se enteraron alarmadas de lo acaecido horas antes en el poblado de Alto San Antonio, ubicado al interior de Iquique, en plena pampa salitrera. Un grupo de policías había intentado interrumpir la asamblea de la Federación Obrera de Chile, FOCH, encontrándose con una sorpresiva resistencia por parte de los trabajadores, quienes dispararon contra sus efectivos dando muerte a dos de ellos.

 

Era el preludio de una masiva insurrección que estremeció a todo el desierto tarapaqueño durante una semana y que tuvo en la oficina Coruña su principal escenario.

 

El día anterior, la mayoría de los obreros de la pampa y el puerto de Iquique se habían declarado en huelga ante la clausura de los periódicos “El Despertar de los Trabajadores” y “El Surco” por parte del gobierno de Arturo Alessandri Palma. En el marco de dicha movilización, los obreros de Coruña, con el dirigente anarquista Carlos Garrido a la cabeza, se apropiaron de las instalaciones del lugar, especialmente la administración, la máquina, el polvorín y la pulpería, encontrando en este último lugar, la oposición armada del administrador del recinto quien fue ultimado por los radicalizados trabajadores.

 

Lo sucedido en Coruña encendió la pampa y los obreros, articulados en la FOCH, se alzaron en una rebelión que abarcó numerosas salitreras destacando Pontevedra, Felisa, Argentina, Santa Lucía, Barrenechea, San Enrique, Esmeralda, Resurrección, San Pablo, La Palma, Mapocho, Aurora, Ramírez, Jazpampa, Irene, Valparaíso, Santiago, Constancia, Rosario, Santa Rosa, Maroussia y las localidades de Huara, Alto San Antonio y La Noria, entre otros. En todas ellas, los “federados” conformaron una milicia de autodefensa, que a caballo, dinamitazos y apertrechada rústicamente, se enfrentó al que era uno de los más poderosos ejército de Sudamérica.

 

La razón principal de la confrontación radicó en que el denominado ciclo del salitre llegaba a su fin, alrededor de 60 oficinas paralizarían sus faenas y era necesario expulsar a los obreros y sus familias hacia el sur del país. El gobierno de Alessandri Palma no podía hacerlo sin una brutal represión, ya que lo sucedido en la oficina San Gregorio, en 1921, indicaba que los pampinos resistirían su traslado forzoso. Además, los grupos en el poder aprovecharon la ocasión para destruir el núcleo más fuerte y rebelde del movimiento sindical de entonces y forzaron a los trabajadores a incursionar en el sindicalismo legal propuesto por el gobierno, el que era fuertemente resistido por los insurrectos.

 

Los acontecimientos se desenvolvieron con el esquema represivo de siempre. Una fuerza expedicionaria compuesta por numerosos regimientos de infantería, artillería, caballería y de marinos provistos de ametralladoras, copó la pampa y después de intensos y desiguales combates arrasó con los rebeldes, ejecutando a los combatientes vencidos, instalando sendos campos de prisioneros de guerra y expulsando, en definitiva, a los pampinos hacia distintas localidades del sur.

 

En la tarde del 5 de junio la oficina Coruña fue bombardeada por el regimiento Salvo durante más de una hora y luego azotada por la metralla de los marinos del Lynch, para posteriormente ser asaltada por la infantería del Carampangue y la caballería del Granaderos. Carlos Garrido, quien había sido puesto a salvo por sus compañeros, se devolvió y asumió su responsabilidad siendo ejecutado después de un breve interrogatorio, al que respondió con dignidad sin abjurar de sus principios ni de sus actos. Fue el comienzo de una barbarie ya conocida en la zona, que contó con el aplauso de los empresarios salitreros y la bendición de la Iglesia de aquella época. El “palomeo de rotos” se hizo tristemente célebre y la muerte y el silencio cubrieron el desierto. La historia oficial nunca reconoció lo sucedido durante el levantamiento pampino de 1925 y un manto cómplice cubrió la masacre. Incluso, la historiografía de izquierda la redujo solamente a los incidentes ocurridos en la pulpería de la Coruña, no registrando la magnitud de los acontecimientos, el profundo significado de la rebelión ni el legado de Garrido.

 

Sin embargo, los viejos iquiqueños, muchos de ellos de origen pampino, jamás olvidaron lo sucedido y, a través de la oralidad, mantuvieron fresca en la memoria aquella heroica jornada, única en la historia del país y efectuada por el pueblo trabajador, ya que, además, contó con la activa participación de mujeres, niños y ancianos que iban a ser lanzados de sus hogares.

 

De voz en voz, de conversación en conversación, los jóvenes fueron conociendo los pormenores de la rebelión por los viejos y viejas de antes, así nunca fue olvidada. En este sentido, altamente sobresaliente resulta la obra “Coruña, la ira de los vientos”, ya que junto a algunas pocas contribuciones, es un paso importante para saldar la vieja cuenta de reconocimiento de las nuevas generaciones con los pampinos de comienzos del siglo XX, constructores de riquezas y hazañas, de patria y dignidad, de autoconciencia y organización.

 

Además, contribuye con distinguir a Luis González Zenteno, escritor iquiqueño quien hace aproximadamente cinco décadas publicó la novela “Los Pampinos”, destacada iniciativa de reivindicación histórica de los obreros salitreros del 25 desde la literatura, así como la presente obra lo hace desde el teatro universitario con compromiso social. De esta manera, la labor de Iván Vera-Pinto se transforma en un adelanto del necesario reconocimiento que todos deberemos tributar alguna vez a los hombres, mujeres y niños pampinos que murieron en la rebelión, ansiando poder vivir con un poco de felicidad.

 

LUIS ESPINOZA

Periodista

 

 

CRONICAS DE UNA MUERTE AGAZAPADA: BOLERO DE SANGRE Y EL ÚLTIMO CUPLE DEL EMPERADOR

 

 

Los textos de Iván Vera-Pinto, huelen a muerte, pero con banda de música. Hace tiempo que la música popular (más allá de lo que eso significa y quiere decir)  viene revalorándose, sobre todo en el teatro. Sin pretender hacer historia de su presencia en el teatro chileno, hay que remontarse a “La Pérgola de las flores” y a “La Negra Esther”, por sólo nombrar a las más vistas.  En este caso, el bolero y la rutilante y eterna figura de Sara Montiel, le sirven a Vera-Pinto para crear situaciones, llamar fantasmas, inventar locaciones. Y eso no es gratuito, nuestro autor es gran consumidor de música.  Los autores solemos poner en escena, camufladas o no, nuestras pasiones.

 

Pero la muerte tiene un tránsito. A Primo Levi le preguntaron si le temía a la muerte. Y dijo que no. Le teme al sufrimiento. El autor de “Si esto es un hombre” sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, hablaba con razón. Sabía lo que era la tortura. “Comer, volver y contar” era el trío de palabras que le permitió sobrevivir. Los chilenos sabemos de eso, aunque con razones que no logro entender, nunca hemos hecho la conexión entre el Holocausto Nazi con la dictadura de Pinochet. Y eso que para los nortinos Pisagua fue nuestro Auschwitz.  La tortura, ese acto que pone en duda el dogma de la Ilustración al afirmar que la bondad es algo natural en el ser humano, sigue siendo un tema de marca mayor. Más allá de lo macabro que resulta, vale a pena preguntarse el por qué de su práctica. ¿Por qué Guantánamo? Pero, a nuestro autor, no le gustan las respuestas cerradas, y sobre todo en este tema. Por ello con el oficio de teatrista nos deja pregunta para la casa. Y es que el arte, en cualquiera de sus manifestaciones es eso, reflexión, es poder sacar en el silencio de la casa, algo que no es habitual, las lecciones de los casos.

 

La figura del “Emperador” un torturador que cree redimirse a través de los recuerdos en busca de una madre que nunca tuvo, o que bien perdió por el camino, le sirven a Vera-Pinto para actualizar, sin poner fechas ni situaciones, uno de los más grande dramas de nuestra vida como sociedad. La voz y figura de Sara Montiel opera como esa madre que a través de la película “El último cuplé” lo remite a esa infancia donde todo pasado fue mejor. Un tema, el de la tortura, de la dictadura, de la delación, entre otros que nunca debemos olvidar.

 

El bolero con su inmensa geografía que Juan Podestá nos ayudó a desentrañar, le sirven a Iván para reconstruir la memoria popular tomando como hilo conductor un bar. Tenga el nombre que tenga, al fin de cuentas, todos los bares son iguales, sólo cambian su escenografía, estos lugares esconden y muestran un estilo de vida que se estrena cada vez que el sol se pone. 

 

Estas dos obras primas hermanas entre si: la vida y la muerte, con sus singulares acentos puesta en escena nos revelarán aspectos de nuestra sociabilidad, de nuestros afectos y miserias. Y quizás de una u otra grandeza.

 

BERNARDO GUERRERO JIMENEZ

Sociólogo

 

 

LA SINIESTRA HISTORIA DEL SEÑOR DE LARA

 

 

Vera-Pinto en esta obra intenta desentrañar en la profundidad de las emociones, en esos radicales sentimientos que mueven a las personas, en aquellos motivos que sustentan la biografía de personajes que adquieren una dimensión de universalidad. Amor, odio, deseo, decepción, alegría, tristeza, dolor, engaño, son los ingredientes que conforman la naturaleza humana y que explican el sentido profundo de sus vidas. A la vez estos mismos son los elementos que conforman y van tejiendo los vínculos personales, los acontecimientos sociales, políticos, culturales.

 

En fin, el engranaje social todo, sólo tienen sentido a través del sentimiento personal, de la vivencia, convivencia y expresión de las propias emociones. En la trama de la obra, que es la trama de la vida, el imaginario personal se va vinculando con el imaginario colectivo y universal  “La Siniestra Historia del Señor De Lara”, tiene un profundo sentido evocador, es la memoria testimonial, social, colectiva. Podemos reconocer en ella hechos y realidades de un periodo histórico de esta nuestra América Latina. Entremezcladas con las historias personales se va poco a poco haciendo manifiestos hechos y acontecimientos, con los cuales nos vamos identificando por constituir procesos de construcción colectiva, cimentación estéticamente presentada en un transcurso no lineal de los sucesos: La memoria.

 

Valladares no es un mundo lejano que evoca inquietudes, sino que es un espectáculo de ficción en que se asienta la puesta en escena de un mundo a la vez cercano y desfasado del mundo real, pero que al mismo tiempo nos expone la indispensable proximidad con las imágenes que cada uno de nosotros puede evocar nítidamente en los recuerdos de acontecimientos vividos personalmente o referidos por cercanos significativos.

 

“La Siniestra Historia del Señor De Lara”, es una obra donde están presentes las más hondas, radicales y paradójicas emociones humanas. Las contradicciones vitales, existenciales, explican y dan sentido a las situaciones, al contexto de esta fábula. En la creación se entrecruzan historias de amor y de odio, de deseo y decepción, pero también de sufrimiento y liberación. El amor no siempre es como lo imaginamos o lo anhelamos; no siempre es todo lo maravilloso y cautivante que lo soñamos y creemos.

 

A veces resulta ser todo lo contrario, encontramos en ello desilusión; en vez de sentirnos ligado al otro, responsable del otro, a veces resultamos decepcionado y desengañado. Surge entonces, la sombra de la muerte, la muerte que se expresa de distintas maneras, no es la muerte aquella que constituye el final de una trágica existencia, “el alejamiento definitivo de este mundo plagado de odio y venganza”, sino más bien aquella que se expresa en angustia y desesperación, en acontecimientos que tocan nuestra puerta y que marcan profundamente nuestra existencia íntima, personal, vital, a la vez que colectiva, social. La muerte se hace presente nítidamente en la obra, pero también en la historia, es la muerte de una época nefasta de injusticias, desesperación y convulsión social, que quisiéramos sea definitiva.

 

Precisamente, la muerte es un concepto central de la obra. Lo que ha ocurrido puede volver a ocurrir, o tal vez nunca ha cambiado y sólo se ha disfrazado. Pero queremos que sea diferente, que la historia no se repita. Por eso es necesario rememorar, interpelar, reflexionar… recrear. Por lo mismo necesitamos teatro, para hacer la vida más digerible, aceptable. Rehuir una realidad cotidiana demasiado agobiante, es uno de los caminos por los que el teatro, la ficción maravillosa, alivia y en cierto modo libera a lectores y espectadores.

 

El hombre, pasajero del tiempo y de los días, que quiere estar más allá de sus propias circunstancias, que sueña con mundos ya idos, que vive la ilusión de una vida hermosa donde el sufrimiento no tiene cabida, queda atrapado en las contradicciones de su existencia, cree haber superado emociones ya idas, pero sospecha que están por allí, al acecho, y que si aparecen pueden significar su ruina, su caída.

 

Esta historia -como nos lo hace presente el propio autor- es una historia triste, aunque no una triste historia. Dolientes son los hechos y las motivaciones; pero, también, es una historia esperanzadora, porque se mueve de las emociones y los sentimientos, a la reflexión, a la meditación, que es el terreno donde surgen las grandes y mejores convicciones… porque “La vida no vale nada si no tienes una razón para vivir”.

 

 

JUAN LUIS CERDA JOPIA

Profesor de Filosofía

 

 

LLEGO CON TRES HERIDAS Y DELIRIO

 

 

En tiempos revueltos, mueren, nacen y renacen; héroes, ideales, tendencias, artes, filosofías y formas de ver la vida que, al parecer tienen una trayectoria cíclica.

 

Es lo que podemos vivir en estos personajes que el autor recrea, para mostrarnos no sólo sus épocas - todas distintas - sino también sus pensamientos, sus necesidades, sus amores; sus poesías, sus anhelos; sus locuras, sus fantasías y sus frustraciones.

 

Sin embargo, a pesar de que todos vivieron en países y tiempos distintos, la simbología utilizada tiene, prácticamente, una sola plataforma; la miseria, el hambre, la lucha social y la discriminación.

 

Los tiempos revueltos hacen que estas obras no estén presentadas cronológicamente, de tal forma que podemos revivir, primero el Golpe de Estado en Chile, en el año 1973, y la Guerra Civil Española, para finalizar con el fatídico nazismo hitleriano.

 

Por esta razón, el autor nos lleva a conocer, en su primera obra, un onírico diálogo entre Federico García Lorca (05/06/1898 – 19/08/1936) y Víctor Jara (28/09//1932 – 16/09/1973) que “llegan con tres heridas”: la del amor, la de la muerte y la de la vida.

 

Posteriormente, en un esperpéntico monólogo de dolor y “delirio”, nos traslada a la miseria del hambre, a la miseria del hombre, a la miseria de la vida que caracterizó la época del Führer, y que Knut Hamsun, (04/08/1859 – 19/02/1952) - Premio Nobel de Literatura 1920 – resolvió apoyar, costándole, entre otras cosas, la locura y el olvido de su natal Noruega. Sin embargo, no son obras de relato fácil, ni de escenas de reproducciones históricas; más bien soslayan el pasado para dejar en la luz al hombre, a su verdad, a sus miedos, a sus amores y a su creación artística.

 

Federico y Víctor viven una explosión de poesía y canto, una lírica sensual - expresiva y dramática - y un canto popular, de compromiso y combativo. Es un juego de reconocerse en sus obras, de descubrir sus identidades y conjugar sus ideales y anhelos políticos.

 

Es un encuentro con la verdad; es un repaso de sus violentas muertes; es la oportunidad de recordar a Vicenta y a Amanda. Es reutilizar el Teatro del Guiñol de Federico para, cual marionetas, retomar la vida para volver, volver, para volver cantando el poema de Miguel Hernández: “Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”…

 

Y el delirio final, la otra pieza de esta edición, es eso: un delirio tremendo, con los símbolos de la miseria, fundamentalmente de el hambre que recorre toda la obra, como también la recorre la historia del hombre que la inspira, Knut Hamsun, - que por su adhesión al nazismo - su grandeza y sus libros se perpetuaron en la historia, para maldición del hombre y para la bendición de su obra.

 

Iván Vera Pinto, con su pluma nos conduce por estos caminos mágicos del teatro, con dos historias de ficción, pero que pronto se descubre que ambas están enraizadas en la historia de la humanidad, en la historia del hombre, hacedor y ejecutor de tiempos revueltos.

 

 

GUILLERMO JORQUERA MORALES

Teatrista

 

 

LA PASION DEL SASTRE

 

 

En su persistente y arduo, como sistemático escribir, Vera-Pinto, refleja desde la historia del Yo familiar, esa misma historia que Pierre Villar (2008), describe como ego historia. Revela la memoria frente a un hecho que cada vez más pasa al olvido, como fueron los sucesos de 1947, conocidos como la “Ley Maldita”. Ley que es parte de un contexto tan lejano para los estudiantes de hoy, como la Guerra Fría, siendo que nosotros fuimos partícipes y actores; mas, en la actualidad, estos hechos y pasajes son preguntas de pruebas de la asignatura de Historia Universal para la juventud del siglo XXI.

 

La Era de los Extremos (1998), señaló Eric Hobsbawm al siglo XX, esta historia, que se hace viva en actores de papel, que seguro tomarán vida al leerse, se levanta y agiganta en la prosografía familiar que nos lega el autor, a través de su padre; cercano a un personaje como Augusto Pinochet Ugarte y parte de un primer escenario que centra en un espacio triste y célebre desde sus comienzos, como Pisagua, lugar de batallas y prisiones, lugar de muerte y encierro, como la historia del Norte.

 

La obra en sí misma, invita a pensar en las formas históricas de la época. No es menor su contexto atávico en lo ideológico y hasta sísmico en los diálogos; la orden de persecución de González Videla, entre el juego dominó, señalando el padrón de lo cotidiano de la vida del hombre y la mujer común.

 

Los párrafos permiten notar la continuidad del tiempo, a pesar de las rupturas de normalidad aún suena en los oídos la bienvenida del Capitán a Pisagua “Métanse bien en la cabeza esta advertencia: ustedes están aquí como detenidos políticos, y no como ciudadanos libres ni turistas. Permanecerán en Pisagua hasta que el Gobierno disponga otra cosa.” En consecuencia, son estas frases las que sencillamente hace que se piense en el lugar y aún en su temporalidad y protagonismo en una historia del relato, que fundada en la ficción, no deja de ser relato de socialización o si se quiere de sociabilidad de los sucesos, más cuando el título evoca la ideología con la palabra Pasión.

 

“La Pasión del Sastre”, transita a esos finales de novelas históricas. Además, los diálogos dinámicos y profundos de los personajes, hace que emerja la historia de Iquique. De esta forma, el autor logra el fin de filosofar del tiempo, como señalaba Marc Bloch (1944), llega al camino conocido del pasado y se percibe el perfume del recuerdo.

 

En esta obra, Iván Vera-Pinto, nos conduce hacia la memoria y salva desde sus propios recuerdos los relatos del tiempo ocurrido. Por lo demás, pone en valor la historia, que hace demasiada falta hoy, sobre todo cuando vivimos tiempos rapidez de una modernidad que no es tan moderna y que aún en pretéritas épocas se pregonaba. Así, el dramaturgo, nos devela los hechos que sólo a dos años del horror de los campos de concentración de Europa, recreó en Pisagua su estigma de infamia.

 

 

PATRICIO RIVERA OLGUIN

Historiador

 

 

EL DESPERTAR

 

 

Algo tiene el autor que no es casual, corresponde en sí mismo al teatro helénico, el que contaba la historia de su cultura a través del teatro (Joseph Fontana: 1998).

 

Esta vez sitúa la historia dramática en la pampa salitrera con el detalle de la palabra; su texto conduce a diálogos frecuentes de ideologías de movimiento obrero, centrado en un hombre llamado Luis Emilio Recabarren, Diputado de la República, desaforado por la legalidad del poder aristocrático que nubla y arrasa con la legitimidad popular.

 

En un relato que es absolutamente coqueto con la escuela histórica francesa de los Annales, parte su obra desde el presente, buscando comprender el pasado, tal como señalaba el historiador Marc  Bloch (1944). En un argumento que inmiscuye al teatro como relato de liberación y difusión de conciencias a través de sociabilidades ideológicas. Así lo podemos apreciar en la protagonista que expresa: “Recuerden que el teatro es un medio para que los trabajadores destruyan la ignorancia y se liberen de sus cadenas… “

 

El diálogo entre Teresa y Urbano, devela dos tiempos con continuidades históricas que, a la vez, señala un rasgo de la identidad nortina que son los pampinos; éstos en su ethos y memoria, perviven su temporalidad. Tal como señala el Cuidador al describir el espacio del teatro obrero: “Este territorio es un lugar de amparo del dolor que no se olvida, la fuente de la memoria, el canto del agua…”

 

En este sentido, el texto origina dos vectores que dan forma a la historia como ciencia. En toda su obra el autor enlaza tiempo y espacio, pero con aroma a pampa y esperanza.

 

Las figuras fantasmales de Recabarren y sus obreros, señalan la derrota diaria del olvido; sin embargo, la pampa no borra de su memoria a sus héroes y éstos se manifiestan venciendo a la muerte y renacen a través del recuerdo, entre otros, de un diario que lleva la Ilustración y sus lemas de igualdad, justicia y libertad para los excluidos. El nombre del medio comunicacional, “El Despertar de los Trabajadores”, nace de esta manera de la militancia de los trabajadores del salitre.

 

La imagen de una mujer (Teresa) llevada en el tiempo a través de un espacio único, que es el teatro, es el perfecto móvil para comprender la historia. El autor entrega un relato que no sólo se circunscriba a un pasado presente, sino a un presente-presente; asimismo la obra relata pasajes constantes que entretienen, ilusionan y crean sueños, como los del siglo XX.

 

Los diálogos de los personajes invitan a una idealización de los pensamientos de una particular época en que se distinguían los roles sociales; un tiempo de glorias civiles y de compromisos alternativos de mártires laicos.

 

El texto se recarga de memoria e historia, emanadas de los senderos de Vera-Pinto, basados fundamentalmente en los escritos, diálogos e investigaciones  que realiza sobre Luis Emilio Recabarren. A partir de estas fuentes históricas,  rememora el episodio de la oficina salitrera San Gregorio en 1921, masacre obrera que promueve la dolorosa década de los años veinte en la pampa nortina; posteriormente, otro hecho funesto como el de la oficina salitrera “La Coruña” teñirá de mantos fúnebres las esperanzas pampinas.

 

Este  texto considera un camino ilustrativo que el mismo Luis Emilio Recabarren pretendía y que Teresa reconoce al final de la trama: “creo que este teatro me despertó la conciencia”

 

“El Despertar”,  es una pieza escénica que devela los idearios y utopías de un hombre que amó al pueblo, honrado y sacrificado por el interés superior de los trabajadores.

 

 

PATRICIO RIVERO OLGUIN

Historiador

 

 

ETERNAL: RECUERDOS ATRAPADOS EN UN ATAUD Y ENTRE ÁNIMAS Y FANTASMAS

 

 

El autor haciendo honor al vanguardismo del teatro como espacio por antonomasia de la protesta, pero esta vez no sólo la muerte es presentada como una protesta contra la vida, el autor le da voz a los muertos para que protesten contra los vivos. Los muertos adquieren conciencia, incluso extrema, peligrosa para los patrones del capital y los patronos de la patria. 

 

En la primera parte del libro: “Recuerdos Atrapados en un Ataúd”, se trata de dos personajes centrales un soldado joven y un obrero adulto mayor. Ambos dieron su vida, uno por un objeto esencia como es el pan y otro por un objeto inventado como es la patria.

 

El joven no sólo describe la “muerte segura” en la guerra, sino que además va adquiriendo conciencia en el diálogo que mantienen con el avezado obrero. Las brutalidades de la guerra transforman la vida en un campo de batalla donde todos son enemigos, y los enemigos civiles son humillados, especialmente las mujeres y niños, por ello dice “los gritos de muertes resonaban por todas las partes”. No obstante la muerte no tiene connotaciones de nadismo, es más bien el recobrar “nuevas fuerzas y nuevos sueños”.

 

Mientras que el obrero anciano tienen una visión más aciaga de la vida. Porque la guerra es una quimera para sacrificar los pobres y para ello inventan la patria. Mueren los soldados doblemente pobres; pobres soldados y soldados pobres, pero mueren en el olvido. No obstante el pero mal de los pobres es no darse cuenta de que son “la eterna carne de cañón en todos lo países”. 

 

Tanto a los soldados como a los obreros salitreros, destacados por Vera-Pinto, les pasó aquello que señaló Herbert Marcuse: “creen morir por la clase y muere por las gentes del partido. Creen morir por la Patria y mueren por los Industriales. 

 

Creen morir por la libertad de las personas y muere por la Libertad de los dividendos. Creen  morir por el Proletariado y mueren por su Burocracia. Creen morir por orden de un Estado y muere por el Dinero que lo sostiene. Creen morir por una nación y mueren por los bandidos que la amordazan”[1].

 

Vera-Pinto, con habilidad hace protestar los muertos; representa la muerte como una realidad totalmente distinta de la visión romana de la Parca o de la calavera con guadaña del cristianismo medieval. La muerte es una gélida fémina virginal “de rostro hermoso, serena, que refleja paz y sabiduría”; una novia próxima a entrar a su tálamo, ataviada de un eterno albor. Vera- Pinto en un discurso cuasi etopeya permite a la muerte cambiar su imagen infausta cuando la muerte dice: “me carga esa visión diabólica que tienen de mí, cargando una guadaña, como si la muerte fuera una cosecha”. De esta manera se produce una ruptura, pasando de la concepción medieval con la metáfora vendimia a la metáfora nupcial. Incluso se produce un dilema entre las auto representaciones de la muerte personificada, frente a las representaciones dadas por el obrero, quien enumera distintas imágenes, aludiendo al carácter sórdido.

 

Un aspecto culmine se da cuando la muerte dice: “sólo quién conoce la verdad sobre la muerte puede comprender la vida”. En estas reflexiones se deja ver la concepción idealista sobre la muerte inaugurado por Platón en su texto de Fedón, pasando por Agustín de Hipona, Pascal y el existencialismo, donde a la muerte no se le atribuye connotaciones horrendas, sino una realidad inexorable con la cual hay que aprender a convivir, y cualesquiera sean las creencias de la vida pos terrena, sea la existencia de conciencia o de inconciencia, no hay porque temerle.   

 

En el segundo capítulo, “Entre Ánimas y Fantasmas”, tiene como protagonista a un mito universal “la novia”, pero en este caso es la  “Novia de Azapa” y también aparecen en escenas la muerte y un ferroviario. En este diálogo, Vera- Pinto nos presenta la experiencia de la muerte pero desde una visión realista. En donde se hace una crítica a las creencias y ritos mortuorios que conducen al lucro, es el rédito con el dolor, en donde entran en escenas la magia y la religión dos instituciones que compiten desde tiempos inmemoriales con las creencias de las personas, pero también se critican a los “negociantes de la muerte” que se aprovechan del sentimiento culposo de los vivos, especialmente los familiares.

 

Son muy interesantes los inicios reflexivos de la novia cuando comienzan sus divagaciones sobre la vida recurriendo a la metáfora estelar. Es una protesta de la novia cuando la representan como asesina. Pero a su vez se la representan con un rol ambiguo que linda entre la perfidia y la magnimidad, sobre todo cuando las personas recurren a la nigromancia para hacer usos de sus dotes. En realidad esto no es nada más ni menos, que el poder que las creencias populares le asignan a los muertos, algo también tan primitivo como la misma muerte. Pero es interesante, las palabras que Vera- Pinto pone en boca de la novia, cuando ella cataloga a los mercaderes del óbito, como “cafiches de la muerte”; “negociante de la muerte”. Lo que muestra también la ambigüedad de la muerte: la pérdida de un ser querido pero la ganancia de los proveedores de enseres fúnebres y necrológicos, especialmente la Iglesia, quien tiene el monopolio de la administración de los bienes legítimos de ritualidades mortuorias. Pero también entra en la crítica los mismos familiares del difunto, quienes, de forma inmediata, inician la lucha por la distribución de los bienes dejado por el fallecido. Lo significativo es cuando la Novia logra redimirse de su destino fantasmagórico.  

 

El ferroviario también tiene un aporte desmitificador de la muerte en este diálogo, sobre todo cuando presenta una descripción homérica de la muerte, cuando dice “ni con Dios ni con el Diablo”. Del mismo modo, Vera- Pinto, pone palabras en boca de este protagonista, cuando crítica las distintas intenciones de los asistentes velatorios y funerarios, así como el trato que el cadáver recibe. Las reflexiones de este protagonista se parecen a “La Amortajada” de María Luis Bombal: un cadáver que tiene conciencia de su propio velatorio. Interesante, también resulta, cuando el ferroviario apela a exequias más austeras, ya que las ostentosas son vistas más “vanidad de los vivos” que necesidad de los muertos, que en última instancia propician las ventas de la industria funerarias. Otro aspecto significativo que el protagonista le asigna a la muerte, es la vieja concepción griega de vincular eros y thanatos, la muerte y la eroticidad, algo que para muchos puede parecer deleznable y necrófilo, pero es una tradición tan legitima como la atribución casta de los muertos. No obstante, el ferroviario destaca que esa es su realidad, una especie de proyección de la vida, porque concluye diciendo que “la muerte sigue siendo un misterio”.   

 

En este dialogo, igualmente Vera- Pinto, le asigna voz a la muerte quien se autopercibe como ubicua, panóptica y dictatorial. Es notoria la influencia en el autor cuando la muerte se considera como lo real, en consecuencia la vida una ilusión, pero también epicureano, materialista si se quiere, cuando concluye que la muerte es “un espacio incierto…y el cuerpo flota en el vacío”.  

 

De esta manera, Iván Vera-Pinto, nos entrega una obra fresca, renovadora y subversiva sobre las representaciones de la muerte, el morir, los muertos y los espacios postmorturios. La muerte es más bien el espacio de la conciencia prohibida y desmitologizada, donde todos los valores supremos son puestos en cuestión. Una muerte así pronto sería asesinada por los ideólogos del Estado, del capital o de la religión oficial, quienes cultivan los mitos paternos y maternos, porque ya no habría suficientes ingenuos para dar su vida por valores tan baladíes, sino otros valores considerados supremos por el propio individuo.

 

 

MIGUEL ANGEL MANCILLA

Sociólogo

 

 

LA ÚLTIMA BATALLA

 

 

Tres soldados imaginados en una plaza imaginada; tres soldados sobrevivientes de una guerra imaginada. Pero,” acaso la guerra no fue real”; claro es tan real, que aún se combate entre Chile, Perú y Bolivia.

 

La historia de los veteranos de la guerra de 1879, ha sido poco estudiada en los países que protagonizaron el conflicto; no es extraño, en este sentido, que Chile no haya desarrollado estudios históricos de la temática hasta el año 2003 con Carlos Méndez, siendo que el último veterano de guerra falleció en Arica en 1967 y fue soldado del Cuarto Línea, combatiente del ataque a las fortines del Morro. Ahora, esta actitud de la comunidad de la historia  se explica al estar influida por perspectivas positivistas y por el auge durante la segunda mitad del siglo XX de la novela histórica de la guerra de 1879,sacralizada en el ethos nacional con los tres tomos de Jorge Inostroza Cuevas y su “Adiós al Séptimo de Línea” , los que generaron un meta relato del conflicto de carácter nacionalista y romántico en generaciones de chilenos, relegando a la historia del papel de investigar el conflicto y sus protagonistas ; por otro lado, la Dictadura Militar del General Augusto Pinochet  fue también responsable de este ausentismo académico al centrar la historia militar institucional en las temáticas de 1879 , y aislar, sino también asesinar, desaparecer y exiliar a decenas de connotados historiadores y cientistas sociales, quienes asumieron que la historia de la Guerra del Pacífico era un tema de militares; en consecuencia, había un resentimiento ideológico hacia la misma temática.

 

Entonces, historiadores - principalmente de Perú y Bolivia - asumieron la tarea de rescatar a sus veteranos, pero ésta no fue muy extensa y mayoritariamente  era de carácter revanchista, alcanzando su apogeo en 1979 con el Centenario del conflicto bélico, con copiosos textos de reedición de los protagonistas de la guerra y recopilación de reportajes a veteranos de la época.

 

Pero en esta ocasión, se asiste a un rescate distinto, el cual no proviene de la historia, sino de la dramaturgia. Iván Vera- Pinto desafía a la historia y propone una articulación de nacionalidades que sólo lo permite la literatura, a través de “La Última Batalla”, de la que fui testigo en su creación. Ahora esta propuesta, en absoluto, transgrede los nacionalismos, y solamente refleja la intención de colocar los soldados en un mismo plano de igualdad, quienes -  a pesar de distintas banderas del pasado- se unen en una batalla del presente; una batalla como respuesta al hambre y el despojo; de vidas ofrecidas y de fragmentos de  cuerpos esparcidos en sangrientos campos de batalla. En las páginas de Vera-Pinto, se encuentran en una batalla distinta y, tal vez, la última. El texto es trascendental; devela lo que la historia no ha logrado: unificar a los antagonistas en protagonistas; reconvierte el tiempo y desprecia el absolutismo histórico que no existe, pero que está presente cada vez en la realidad de Chile, Perú y Bolivia, en el curso de la guerra de 1879.

 

¿Qué fue de aquellos hombres desprovistos del alto cargo castrense, y de su vínculo de parentesco con la elite y oligarquía de Chile, Perú y Bolivia, los cuales no alcanzaron el sitial de honor de ser considerados como “guerreros”, y que a la postre tuvieron que conformarse con una humilde pensión, o aún más, fueron plasmados en un detalle monolítico como “soldados o marineros desconocidos” a la usanza europea, para dedicarles un sitial monumental a sus antiguas epopeyas en el desierto nortino?, tal como se describe en los párrafos precedentes. ¿Qué ocurre posteriormente con los flamantes desfiles bajo arcos triunfales al estilo medieval, y actos en las calles y alamedas de Valparaíso o Santiago? ¿Qué fue de aquellos soldados que se quedaron a vivir y a trabajar en busca de un futuro esplendoroso en la conquistada y fértil industria salitrera tarapaqueña, cambiando el uniforme por los harapos de curtidores de caliche?  Infinidad de preguntas que surgen al alero de un cuestionamiento que intenta indagar qué fue de la vida cotidiana de aquellos hombres y mujeres que lucharon de rojo y azul por Chile, de blanco y rojo por Perú o como verdes, colorados y amarillos por Bolivia en los campos de batalla... los héroes olvidados; los soldados que no tuvieron descanso  ; los que dieron su última gota de nostalgia y reivindicación en el norte ,centro y sur peruano, luchando contra el olvido; esperando el reconocimiento negado por los gobiernos y la historia oficial que usufructuaron de sus esfuerzos y sacrificios desplegados en la guerra , como en la paz o en el honor.

 

Para finalizar, sólo decir que la respuesta a esta última interrogante está en las letras que se leerán desde la magia de Vera-Pinto, las cuales logran una intersubjetividad con los sobrevivientes de la historia, transformándose el autor en una suerte de médium, algo que los historiadores no logran, por su rigidez metodológica. Esa comunicación y encarnación en los personajes, el autor, lo resuelve, a través de una constante común en los protagonistas: la guerra, en la cual todo se resuelve en campañas y batallas.

 

 

PATRICIO RIVERA OLGUIN

Historiador

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Palabras del Autor

 

 

 

A continuación se sintetizan las reflexiones realizadas por el autor en las ediciones anteriores de cada producción literaria.

 

 

CORUÑA, LA IRA DE LOS VIENTOS

 

 

Luís González, con extraordinaria veracidad social y humana, reconstruye una de las muchas masacres ocurridas en el norte grande, producto de las luchas de los trabajadores salitreros por sus justas reivindicaciones sociales, económicas y políticas. Y representa uno de los dolorosos hitos de una etapa de violencia y posterior decadencia nacional.

 

Al leer la novela descubrí un hermoso argumento de dos obreros- Carlos y Timona- que se amaron intensamente en un clima tenso y funesto, como aquel que se vivió a comienzo del siglo XX en esta tierra. Un amor que incluso fue capaz de ampliar la relación de pareja por merecer la utopía de un mundo mejor.

 

Como era de esperar, casi de inmediato, me magnetizó la idea de tornar en imágenes y movimientos la existencia de estos personajes, no sólo por un irresistible afán teatral; sino, esencialmente, porque infiero que esos paladines, de alguna manera, se conectaban con mi mundo imaginario. Quienes estamos enlazados a la estirpe iquiqueña de sobra sabemos que por nuestras venas corre esa particular mixtura cultural que nos provoca misteriosamente

 

Al empezar a escribir esta pieza escénica sabía que tenía que construir una obra que funcionara con un ritmo espontáneo; que tuviera héroes reconocibles, pero no estereotipados. Que la acción dramática se sostuviera en un buen tejido textual con progresión y quiebres emocionantes. Que se fundara en un texto trágico, sin ser denso. Que expresara toda la dureza de la realidad del trabajador pampino y que a su vez rozara con un sentimiento poético y esperanzador. Asimismo, que la “puesta en escena”, en lo posible, emocionara, pero también se instalara en la mente de las personas para hacerlas reflexionar sobre el contexto histórico en el que se apoyaba la ficción. Y, finalmente, que el desarrollo dramático tuviera un guiño de lenguaje actual y una espontaneidad actoral; conjugando lo plástico, lo cinético y lo musical con el contenido histórico.

 

La acción transcurre entre Iquique y en las oficinas salitreras. Expone sugestivos aspectos de la vida social del puerto, tales como: Las juergas e intimidades que tenían las clases privilegiadas en el Palacio de Cristal, la construcción del local de la Federación Obrera de Chile -FOCH- ; la acción de Las Ligas Patrióticas, como primera manifestación de xenofobia contra los ciudadanos peruanos y bolivianos, asentados en Tarapacá. Del mismo modo, relata aspectos de la vida de Luis Emilio Recabarren, del diario obrero “El Despertar de los Trabajadores”, la cesantía y la crisis socio-económica que asolaba al país, entre otros aspectos interesantes. Igualmente incorpora las huelgas de trabajadores, la creación de los primeros sindicatos y las aventuras y desventuras de los pampinos en las casas de remolienda, entre otros aspectos sociales relevantes.

 

Sus protagonistas están simbolizados por Carlos Garrido, joven venido de Aconcagua y Leonor Túmbez, la Timona, emigrante de Apurímac, una de las regiones más pobre del Perú. Ambos, al igual que miles de gentes, eran los llamados “afuerinos” que abandonaron sus pagos e incluso a sus familias para probar suerte en el desierto más árido y alucinante del mundo. Recordemos que en la época de apogeo de la explotación del nitrato, la cantidad de obreros llegó a un total de 30 mil trabajadores.

 

El argumento comienza con Carlos, un hombre -desarraigado del campo y de su contexto mítico- que no tiene conciencia, pero que luego la va a internalizar en el transcurso de la historia. Cuando ya la tiene sucumbe en un arenal de desolación que es la sociedad industrializada, pero entrega su ejemplo hacia el futuro. A su lado lo acompaña Timona, india estoica y agorera, que inicia su existencia dramática como líder de la mano de Luis Emilio Recabarren, guía secular que le alumbrará el camino con su ideología liberadora. De esta forma, la pareja seguirá el inexorable y cruel destino ya escrito y leído en las manos de la joven. A pesar de todo, ella le dirá alentando a su retoño: “Que poco pedimos nosotros ¿cierto hijo? Pero cuando usted sea grande, el mundo ya habrá cambiado. Escucha, hijo, tú eres la esperanza, la semilla que se abre paso en los surcos de una nueva vida.”. De esta manera, González, concilia la épica social y el desarrollo del conflicto de los obreros, con las historias privadas de sus personajes de ficción.

 

Como consecuencia de esta primera experiencia de dramaturgia conseguí vincularme emotivamente con la principal fuente espacial-temporal de identidad del teatro iquiqueño, concretamente con su inventor Luis Emilio Recabarren y con el espíritu de aquellos trabajadores que entregaron sus vidas por una sociedad más justa e igualitaria.

 

 

CRONICA DE LA MUERTE AGAZAPADA: BOLERO DE SANGRE Y EL ÚLTIMO CUPLE DEL EMPERADOR

 

 

Cuando decidí escribir estas  dos obras lo hice a partir de una idea eje: la muerte; obviamente, matizada de verdad y ficción. En esa línea nació “Bolero de Sangre”, pieza que pretende develar las historias de reconocibles personajes de una desaparecida cantina, quienes después de su fallecimiento continúan fantaseando o”penando”en una dimensión irreal y fantasmagórica. Día tras día -como en un ritual estos despojados seres se reúnen en un espacio etéreo, para llevar a cabo la catarsis de sus vidas que pudieron haber sido y no fueron. El discurso surrealista se tiñe de humor negro y música de bolero; dos efectivos medios que permiten devanar tiempos inefables, tiempos de deseos y pasiones brumosas.

 

La otra creación,”El Ultimo Cuplé del Emperador”, reflexiona sobre la tortura, práctica tan violenta y alejada de toda belleza humana que, sin embargo, es una fuente inagotable para muchos artistas y literatos; quienes, constantemente, elevan sus voces de denuncia frente a las atrocidades que se cometen desde el poder de cualquier Estado. Parafraseando al maestro de teatro argentino Eduardo Pavlovsky”Las dictaduras, a veces, cuando no matan estimulan la imaginación. Las democracias multinacionales de mercado, en cambio nos vuelven anémicos, como grupo cultural transformador...Ya no corremos peligro. Tenemos la cabeza a medio privatizar”.

 

Aunque muchos reprobemos el terror, el dolor y la sangre; no obstante, estimo que es un deber social escribir sobre la tortura. Si bien nos asusta todo lo que nos relatan sobre lo que ha ocurrido en nuestra historia y, lo que es más terrible, que sigue ocurriendo en muchas latitudes; a pesar de aquello, tenemos que tratar de impedir, con nuestra creatividad, que siga reinando la impunidad.

 

El texto intenta hacer introspección a un torturador en la fase de su decadencia final, en el crucial momento que agoniza, acorralado y atormentado por dos enemigos silenciosos: el cáncer y la locura. El lenguaje brutal y mordaz permite auscultar la subjetividad del criminal, su sombría vida privada, los dolores que arrastra desde su infancia, su incapacidad de amar y sus perversiones más recónditas.

 

En ambas anécdotas la muerte se presenta agazapada, sedienta y amenazante, esperando dar un zarpazo para desgarrar la piel de los personajes y dejar traslucir la carne viva; con sus fulgores y sombras, con sus pasiones y miserias.

 

 

LA SINIESTRA HISTORIA DEL SEÑOR DE LARA

 

 

Es posible que “La Siniestra Historia del señor De Lara”, resulte argumentalmente muy triste, pero creo que no podía ser de otra manera; puesto que sus personajes y anécdotas surgen desde ese ambiente tétrico y doliente, propio de un período histórico que dejó en muchos hombres y mujeres sendas cicatrices en sus vidas.

 

Debo reconocer que desde el momento que decidí escribir esta historia, ella fluyó en mi mente con una celeridad asombrosa; como si misteriosas voces me murmuraran al oído lo que tenía que redactar. Probablemente esta extraña sensación me sucediera porque existe en esta pieza muchas situaciones y signos que desentierran contextos históricos y personajes que en algún momento cruzaron mi existencia e imaginario personal. En el fondo, el proceso de creación consistió en reelaborar experiencias transmitidas por diferentes fuentes y fragmentos ajenos –mezcla de realidad y ficción– con la intención de recrearlos para despertar, idealmente, tanto en el lector como en el espectador una actitud crítica y reflexiva.

 

Sin el propósito de analizar exhaustivamente la propuesta estética, labor que le compete a otros, puedo sí señalar que para estructurar este drama me basé en tres ejes fundamentales: Primero, el tema de la muerte, plasmado en un escenario

Latinoamericano violento y convulsionado, muy pertinente a los años 60: gobiernos dictatoriales, luchas sociales, ejecuciones, inequidades, terrorismo de Estado, desapariciones de personas, dominación social y económica por parte de terratenientes y capitalistas, entre otras constantes.

 

Sin embargo, la idea no es sólo hablar de esa muerte real y despiadada  que se dio como resultado de la crisis estructural y política de los países de este continente; sino también, develar la otra muerte -la intestinal e existencial- de algunos arquetipos sociales que simbolizan el poder, la corrupción, la sórdida ambición, la avaricia y la crueldad, en cualquier espacio geográfico. En seguida -como antítesis del anterior concepto– está el amor. En la obra este sentimiento, tan humano, se manifiesta poblado de contradicciones y giros paradójicos. Se trata de un amor imprevisible y mutable; casi siempre sujeto a contrasentidos y determinado por los acontecimientos que viven los personajes. En ese marco, situamos como punto de partida al amor juvenil e idílico de Carmen y Román. Afecto que en el transcurso de los acontecimientos tomará diferentes rumbos y matices (amor-odio, amor-pasión, amor-sueño y amor-esperanza); provocando, en última instancia, inesperadas y trágicas consecuencias en la vida de los amantes.

 

Del mismo modo, en el tejido social de estos seres, se presentan otras opciones de amor que se mueven en aguas más turbias y torrentosas. Me refiero a ese amor que no se habla públicamente, porque lo cubre el manto del tabú: el amor incestuoso. Precisamente, De Lara, símbolo de la maldad recóndita de la clase dominante de Valladares, carga a cuesta el secreto más oscuro de su familia: el amor prohibido, la pasión y la culpa. Al mismo tiempo, la presencia del doliente Aquino, fruto de la adolescente relación entre hermanastros, se transforma para el despiadado sujeto en su karma que le recuerda su “pecado” y traición. Finalmente, el tercer aspecto clave lo constituye el mensaje moralizador y utópico que contiene la obra, variable representativa del teatro social contemporáneo. En este caso -valiéndome del discurso de los “héroes” de la pieza- intento escudriñar en el pasado de nuestros pueblos, para poder plasmar en el alegato dramático la utopía de un futuro mejor y más justo, en especial para beneficio de la gente desposeída y explotada socialmente en esta parte del mundo.

 

 

LLEGO CON TRES HERIDAS Y DELIRIO

 

En la época de los 70 los históricos acontecimientos que sucedieron en Chile remecieron mi conciencia, dilataron mi corazón y ensancharon mis pupilas. Fue en ese escenario que comenzó a germinar en mí un genuino sentimiento social y una militante pasión teatral. En esa convulsionada década, descubrí la poesía de Federico García Lorca y el canto de Víctor Jara. Dos ángeles maravillosos que se clavaron en mi pensamiento para siempre e inyectaron en mis venas sus torrentes de lunas y palomas.

 

Federico y Víctor; ambos fueron genios y juglares; los dos murieron a manos de un despotismo sin capacidad sino para la muerte; y respecto de estos pares la historia exige que se haga justicia. Uno y otro, en su particular espacio del tiempo, se levantaron como afluentes de un mismo río humanista que los condujo de la vida a la trascendencia universal.

 

En el presente, cuando ya he vivido más de medio siglo, renace en mí el ferviente deseo de brindar, a través de la escritura teatral, un abierto tributo a estos artistas que marcaron la piel y la conciencia de muchos hombres y mujeres que aún creen en la utopía social, a pesar de vivir en un mundo mercantil, escapista e impregnado de preocupaciones insustanciales.

 

Roque Dalton, poeta salvadoreño, decía en uno de sus versos: “A nada temo sino a la cobardía / nada me hace llorar sino el amor”. Esa expresión define fielmente las posturas creativas de Federico y Víctor, quienes mediante la poesía y el canto mantuvieron incólumes sus idearios y llenaron de amor sus universos para enaltecer la vida y liberar a los desposeídos de la tierra.

 

“Llegó con Tres Heridas”, es una obra que pretende poner de relieve las cualidades humanas, las contradicciones vivenciales, las doctrinas, las absurdas muertes, y las grandezas de estos dos íconos artísticos de la cultura contemporánea que conquistaron la paz, cuando sus cuerpos aún respiraban vida.

 

Desde lo espectral y siniestro, estos dos emblemáticos asesinados y desaparecidos fraguan su “regreso” a los brazos de sus madres; con este propósito utilizan sus voces y energías, transformando en llamas el sepulcral silencio de la noche.

 

“Mutilados de noche nos fuimos y con las fauces luminosas del crepúsculo volveremos”, es el mensaje latente que surge desde un vertedero, y que se propaga por los cuatro vientos, a pesar que los sectores de poder se niegan a escuchar, porque es un reclamo que cuestiona su “orden” establecido.

 

Por otro, “Delirio”, se sustenta en la novela “Hambre”, del premio Nóbel de Literatura (1920), Kunt Hamsum. El argumento original tiene como soporte la historia de un escritor que no tiene nombre, no tiene edad, no sabemos nada de su origen o de su familia. Es un hombre que vive en el anonimato, luchando contra la hostilidad de una sociedad, como la que habitamos.

 

Un mundo actual donde el individuo siente con más fuerza su soledad en medio de la masa, y donde, si queremos comprender a la persona, habremos de prestar atención, como el propio Hamsun enunciaba, a los "secretos movimientos que se realizan inadvertidos en lugares apartados de la mente, de la anarquía imprevisible de las percepciones, de la sutil vida de la fantasía que se esconde bajo la lupa, de esos devaneos sin rumbo que emprenden el pensamiento y el sentimiento, viajes aún no hollados, que se realizan con la mente y el corazón, extrañas actividades nerviosas, murmullos de la sangre, plegarias de huesos, toda la vida interior del inconsciente".

 

Los breves pasajes seleccionados de la novela se fusionan con los contradictorios antecedentes de vida de Hamsum, quien - en las postrimerías de su existencia - abandonó su firmamento poético para incursionar en el drama mundial. Basta recordar que al concluir la Segunda Guerra Mundial, este premio Nóbel fue juzgado y condenado por su abierto apoyo al régimen de Hitler. El mismo día en el que recibió la sentencia que lo despojaba de todos sus bienes, y lo recluía a vivir en un psiquiátrico, ese anciano de ochenta y nueve años, en su último libro, “Por las Sendas donde la Hierba Crece”, escribió: “San Juan 1948. Hoy el Tribunal Supremo ha emitido el veredicto y yo pongo punto final a mi obra”. Hasta ahí llegó este escritor noruego que cambió la literatura de su época y el político juzgado por traición a su patria.

 

Al dar a luz estas nuevas producciones literarias, se confirma en mí la hipótesis que el teatro es uno de los más efectivos medios que nos permite indagar en la historia y atribuir valor a artífices que dejaron imborrables huellas en su paso por las diferentes épocas y espacios que les correspondieron vivir. Protagonistas que, en este caso, siguen inexorablemente vivos en la memoria emotiva de sus pueblos, ya que sus conmovedoras subjetividades, acciones e invenciones aún remecen la moral social de muchos hombres y mujeres de la sociedad posmoderna.

 

 

LA PASION DEL SASTRE

 

 

“La Pasión del Sastre”, nació de mi obsesión por indagar sobre la vida de mi padre, Francisco Vera-Pinto, un prestigioso sastre que vivió en Iquique hasta la década de los 60; dejando tempranamente este mundo y legándome como herencia imágenes vagas, fragmentos de historia y fantasmas que desde los cuatro años de edad he intentado exorcizar.

 

Después de muchos años de su desaparición, llegó a mis manos un libro escrito por el general Augusto Pinochet, quien cita a mi padre como uno de los personajes con quien inicialmente mantuvo una relación de amistad; y que posteriormente, custodió como preso político en el campo de concentración de Pisagua, el año 1947.

 

A partir de este preliminar antecedente creció en mí la curiosidad por saber más sobre este cercano y a su vez desconocido protagonista, quien gozó de diversas vinculaciones sociales y que, paralelamente, mantuvo una activa militancia política comunista. Luego, en mi exploración familiar, surgieron sustanciosas anécdotas y sufrientes entornos sentimentales que directamente han marcado mi existencia.

 

A esa altura recordé las palabras del maestro teatral Eugenio Barba “El artista debe tener un ojo anfibio, uno para mirar en la superficie, y otro para mirar debajo del agua”; entonces me propuse auscultar el amor y la pasión que sintió este hombre por una mujer que lo deslumbró hasta enloquecer. Comprendí que todo lo que hizo Francisco en su vida fue movido por la pasión, ese maravilloso ímpetu que nos impulsa a entregar lo mejor de nosotros por los demás, sin que medie lógica alguna.

 

Como dramaturgo consideré que debía, con coraje, cuestionar a este hombre y, en el dolor, redimirlo con sus valores, debilidades, contradicciones y principios. Sentí que no debía idealizarlo ni representar las cosas como fueron aparentemente, sino que tenía que revelar su verdadero amor y su vida pasional, de una manera más plena y fuerte.

 

Tal vez, el ímpetu del texto no sea más que un fiel reflejo de mi embriaguez con el padecimiento y la nostalgia paternal. Hoy, sin pudor, intento reflotar a ese descarnado niño que, bajo ninguna circunstancia, compartió caracolas, regalos, cumpleaños ni navidades con su mentor. Ese niño que, de manera incesante, se preguntaba por qué su madre lloraba sin ninguna razón y, cómo hubiera sido su vida si su padre lo hubiese acompañado en su existencia. Interrogantes todas que, por largos años, no pudo develar.

 

Después del anterior ejercicio auto expiatorio, descubrí que el hilo conductor debía ser la historia sentimental y política de Francisco; un hombre que se enamoró totalmente de una mujer- siendo él casado - y quien, además, fue testigo presencial de una experiencia trágica que enlutó a trabajadores, dirigentes sindicales, profesionales, dueñas de casa, jóvenes y viejos, que convirtieron sus calvarios en una verdadera epopeya épica en el norte de Chile. Posteriormente, vino la lectura de “Pisagua: La Semilla en la Arena”, de Volodia Teitelboim, novela que me ilustró uno de los hitos de vergüenza y dolor de la historia de Chile, cuando el gobierno de Gabriel González Videla, promulgó la ley de defensa de la democracia, rebautizada por el pueblo como “la ley maldita”, la que puso en la ilegalidad al partido comunista, relegando a más de dos mil hombres y mujeres al primer campo de concentración de nuestro país: Pisagua.

 

He complementado esta búsqueda con otros escritos que describen los tortuosos y humillantes actos que se cometieron en Pisagua, el año 47. Todo aquello me ha permitido dar el realismo y emotividad a este texto, sin minimizar el contorno de ficción que debe tener toda creación artística.

 

La melancólica atmósfera de Iquique de esos años y las pesadas sombras de las derruidas construcciones patrimoniales que caen sobre Pisagua, constituyen el telón de fondo donde se desenvuelven un conjunto de acontecimientos vivenciales que han dejado profundas huellas en el imaginario de quienes hemos nacido en este confín de la tierra.

 

Sin pretender ser una obra histórica, esta creación dramática se propone – como lo expresó Mario Benedetti, en “Pedro y el Capitán” – “recuperar la objetividad, como una de las formas para recuperar la verdad”. Es por ello que el argumento está matizado con acontecimientos históricos y políticos que a veces el autor trastoca, intencionalmente, en tiempos y lugares para plasmar teatralmente un pasado no muy lejano que aún golpea nuestras vidas. No obstante, la obra no está destinada a provocar más lamentos ni añoranzas, sino más bien a recuperar la memoria histórica sepultada por un sistema político que ha intentado cubrir con un manto de olvido pasajes fuliginosos de nuestra realidad nacional.

 

“La Pasión del Sastre” es una obra abiertamente biográfica que evoca una intensa y sacrificada historia de amor, ambientada en uno de los períodos de tiempo de mayor convulsión y controversia en la memoria de nuestro país.

 

EL DESPERTAR

 

Debo reconocer que este trabajo literario, basado en la vida y obra de un obrero autodidacta, con una tremenda claridad intelectual, llamado Luis Emilio Recabarren Serrano, ha sido uno de los mayores desafíos que he tenido que abordar como dramaturgo. Escribir dramáticamente sobre uno de los líderes del movimiento obrero nacional, quien hizo una importante contribución al ideario del socialismo de su época, es una tarea compleja y enriquecedora para un autor que está empeñado en rescatar y valorar la memoria perdida en nuestro país.

 

Como ha sido la tónica de otras creaciones, para iniciar la escritura de esta obra, he tenido que estudiar y reflexionar sobre todos los documentos redactados por Recabarren y por aquellos estudiosos que han investigado sobre este maestro de la clase proletaria, de comienzos del siglo XX.

 

Hacer una pieza escénica sobre Recabarren me situó en la frontera de resolver tres exigencias básicas: La primera, cómo sintetizar y poner en relieve algunos aspectos del mítico dirigente sindical, pleno de antecedentes históricos, políticos e ideológicos. El segundo requerimiento fue cómo hacer una apuesta que actualice temáticas de orden social, con raíces de conflictos diferentes, pero que traspasan los límites del tiempo y el espacio al momento de poner en diálogo el sentimiento imperante en la génesis del sindicalismo. El tercer requisito fue cómo amalgamar la figura mítica del político con su perfil humano y su cotidianidad social. Por supuesto, este proceso fue muy complejo, más aún cuando nuestro público destinatario (jóvenes generaciones) tiene ideas vagas del personaje histórico, y no suelen tener el hábito de leer literatura dramática.

 

Considerando todas las variables anteriores, emprendí la exploración de todo lo que se ha publicado del líder y de aquellos antecedentes que forman parte del mito, aunque -como constante de estos personajes sociales-no siempre se tiene suficiente información acerca de sus vidas personales.

 

En el entendido que el teatro es diversión y ficción, sabía que, primeramente, debía intentar redactar un texto que resultara entretenido y didáctico para los lectores y los posibles intérpretes y; asimismo, que el argumento fuese una recreación de los hechos históricos, sin perder la esencia del discurso dramático.

 

En consecuencia, escribí una historia dramática, cuya co-protagonista es una joven actual que llega a una oficina salitrera abandonada, en búsqueda de sus raíces familiares. En la línea de la magia teatral, ella establece relación con aquellos seres especiales que pueblan estos páramos, y que la trasladen a otra dimensión, donde descubre la vida, sufrimientos y luchas que emprendieron los trabajadores en las calicheras nortinas, en los tiempos heroicos del movimiento obrero. En el transcurso de los acontecimientos, la muchacha no sólo devela a los personajes y sus idearios, sino también ella misma pasa desde un estado de ignorancia que posee sobre esta etapa histórica vivida en el país a otra actitud de comprensión, asimilación y toma de conciencia de la situación política y social que vivió el proletariado nacional.

 

Es indudable que la propuesta del autor está orientada a que los personajes, sin mayores metáforas ni rodeos, planteen con espontaneidad y verdad, sus reivindicaciones e idearios democráticos, libertarios y humanistas que sustentaron descarnadamente en una época de crisis y brutal injusticia social.

 

En la investigación y construcción del protagonista, reconozco que me conmovió su personalidad sensible y profundamente humana. Así también, me remeció como sus ideales y utopías fueron perseguidas por la oligarquía gobernante e, incluso, atacadas por sectores de su propio partido, quienes lo acusaron de blando y excesivamente liberal y socialdemócrata. Al final, creo que fue la desidia la que gatilló su suicidio (1924), cuando tenía cuarenta y ocho años de edad.

 

Al poner a la luz pública esta nueva creación, lo hago con el convencimiento que el pensamiento de Recabarren sigue vigente en estos tiempos de crisis e injusticia social; y, que si existen organizaciones sindicales y políticas que defienden a los trabajadores es gracias a que hubo un Luis Emilio Recabarren, quien primero educó, organizó y luego desarrolló el más grande movimiento revolucionario de los pobres y de la clase obrera chilena.

 

 

ETERNAL: RECUERDOS ENTERRADOS EN UN ATAÚD Y ENTRE ÁNIMAS Y FANTASMAS

 

 

Cuando escribo estas dos piezas escénicas, bajo el título de “Eternal”, lo hago con la misma mirada clara e inocente de ese niño que advirtió en una oportunidad muy cerca a la muerte, sin las angustiosas interrogantes existenciales de los adultos. Tal vez, al crear estas historias, tengo la pretensión de adoptar la misma actitud de un brujo de una tribu que señala que: sin una visión clara de la muerte, no hay orden, no hay sobriedad, no hay belleza.

 

Emulando a los chamanes, confieso que siempre he deseado volver a ver a la muerte muy cerca, con el fin de tener un conocimiento más profundo de ella y también para tener el valor de dejar todo lo estúpido e innecesario de mi vida.

 

Considero que la muerte no es una adversaria; por el contrario, ella nos da la vida y nos reta a que seamos hombres comunes o corrientes o brujos. La diferencia es que los brujos comprenden los secretos de la vida y la muerte y los hombres, en general, no.

 

No tengo duda que la muerte es una gran maestra que nos saca de nuestro estado inconsciente y nos abre la verdad de la vida y el universo. Ella, continuamente, acostumbra a susúrranos al oído la siguiente frase: “Tienes que vivir la vida, aquí y ahora, sin dejar tareas inconclusas, pues no sabemos que llegará primero, si la muerte o el próximo día”.

 

Lamentablemente, en esta sociedad se nos educa bajo una visión pesimista de la muerte. Es por ello que cuando la sentimos próxima nos consume la angustia y el terror continuo, ya que pensamos que vamos a perder todo aquello que con tanto esfuerzo nos ha costado conseguir , sin apreciar que es el respeto y el amor por todo y todos lo más valioso que debemos mantener en nuestro espíritu eterno.

 

Difícilmente, nuestros padres y maestros  están capacitados para enseñarnos el camino de ida y el de vuelta; para advertirnos que lo que pensamos que es importante no lo es tal; para hacernos reflexionar que aquello que parece que no vale nada, es, quizás,  lo más trascendental y sagrado.

 

¿Qué sucede después de la muerte? Esta es una pregunta que siempre se ha hecho el hombre en toda su historia. En lo personal, no lo sé. Posiblemente de algo me entere cuando llegue mi hora. La verdad que mi postura agnóstica y escéptica me hace dudar de algunas ideologías fundamentalistas que existen sobre el tema. Creo que ser escéptico es saludable; hace pensar, hace dudar y en la duda está la razón. Por otro lado, el agnosticismo me permite ser consciente de nuestro límite, nuestra finitud y lo que trasciende o no después de la muerte.

 

No obstante, en el plano de la ficción teatral, recreo la muerte súbita de algunos personajes vinculados con nuestra identidad regional y “coqueteo” con algunas concepciones que señalan que la muerte no es un fin, sino una puerta para otra vida. Es posible que cuando ella llegue a nosotros nos traslade a un espacio incierto: casi onírico; donde nuestros cuerpos flotarán ingrávidos en el vacío.

 

Puede ser un lugar previo a la vida, o podemos estar en un sitio donde desaparecemos al fin; un territorio casi cósmico donde sólo subsistirán nuestras energías, como polvos de estrellas. Es posible que en algún momento esta postura sea incluso científicamente comprobada o, por el contrario, simplemente sea otra creencia más inventada por el hombre. En lo personal, me rebelo contra la verdad absoluta y contra el conocimiento sin límite.

 

En último lugar, el lector es libre de pensar lo que quiera de lo que dicen los personajes teatrales de estas obras. Ellos son los únicos responsables de sus juicios y no representan necesariamente el pensamiento de su creador.

 

 

 

LA ÚLTIMA BATALLA

 

 

Durante muchos años rondaba en mi mente la idea de escribir una pieza teatral que valorara algunos aspectos sociales e ideológicos de estos olvidados soldados pobres. Sabía que esta tarea no era menor; requería estudiar con acuciosidad la historia del conflicto bélico, pero por sobre dar una mirada crítica a las historias oficiales y los mitos que rodean las versiones de cada país involucrado en esta guerra, para así posibilitar, a través de la historia teatral, una nueva construcción histórica abierta a nuevos relatos, desmitificando los conceptos “chauvinistas” de los discursos oficiales y planteando interrogantes desde un nuevo discurso autónomo y  no alienado.

 

A partir de este sustento teórico comencé a trabajar en el texto dramático. Las primeras preguntas que me hice fue ¿cuál sería la idea central?, ¿cuáles serían los temas complementarios?, ¿quiénes serían los protagonistas?, y ¿qué deseaba que sucediera en la mente y en los corazones de los potenciales lectores y espectadores?...

 

Debo reconocer que casi instantáneamente surgió en mi cabeza el argumento de la obra. Precisamente, una creación imborrable de Jairo Aníbal Niño, El Monte Calvo; pieza escénica que marcó mis inicios en las tablas, sirvió de imagen para comenzar  a construir el andamiaje de la historia de aquellos hombres que habían entregado su vida por una causa nacionalista y que posteriormente fueron olvidados por sus respectivos Estados y naciones, quedando sumidos en la más completa miseria.

 

De esta manera, vuelvo a enfrentar a los antiguos soldados bolivianos, chilenos y peruanos, ahora en un nuevo escenario, en una nueva guerra; en este caso la guerra para no morir de hambre. Una situación real y dramática que vivieron en su momento “en carne propia” estos soldados y que echa por tierra las manoseadas expresiones de patria y orgullo nacional.

 

El punto de encuentro es una plaza; se llama La Concordia, en cuyo ambiente reinan la basura y la miseria humana. Una estatua derruida en homenaje al soldado desconocido es el único símbolo que evoca a los héroes desaparecidos en combate. En esa atmósfera surrealista, absurda y decadente los tres combatientes, convertidos ahora en vagabundos y desprovistos de armas, intentarán luchar por un mísero pan; sin embargo, sus mentes laceradas y sus cuerpos débiles serán sus peores enemigos.

 

En este proceso de lucha por sobrevivir, en un mercado lleno de gente insensible que nos es capaz de ayudarlos, los legendarios personajes deciden dar unidos su última batalla por su vida; divorciados de toda épica nacionalista. En esa situación de extrema pobreza, toman la determinación de dejar libre su fiera locura que nace de sus entrañas y de sus intestinos retorcidos, para sitiar y destruir esa sociedad que se escuda en la indolencia y pasividad, con el fin de justificar su olvido de quienes lucharon por los intereses y bienes de las clases dominantes de su época. Ya no se enfrentan entre sí; por el contrario, se desanclan de los intereses económicos colonizadores y de los valores que se le atribuyen a la idea de ser boliviano, chileno y peruano.

 

En esta nueva perspectiva histórica, la obra intenta romper con el supuesto conflicto vitalicio que las clases de poder han fomentando y que han marcado, directa e indirectamente, las actitudes y los comportamientos sociales de muchas generaciones de ciudadanos de estos tres países, cuyas agendas personales , muchas veces, están alejadas de aquellos ideales ultra nacionalistas que se contraponen con la idea de la construcción de un nuevo porvenir más solidario, justo e igualitario para las naciones latinoamericanas.

 

¿Qué pasó con aquellos héroes olvidados? ¿Qué pasó después de la guerra con el campesino, el obrero, el niño, la mujer y el hombre común y corriente que se desangró por su patria? …La guerra enajena y los que van a la guerra, salvo los héroes oficiales -  nunca fueron pobres - terminan por sucumbir a la pobreza y la miseria, empujados por los mismos personajes poderosos que, en su momento, entregaron sus vidas.

 

“La Última Batalla” intenta enaltecer a esos héroes del pueblo, cuyos restos quedaron extraviados en los arenales de un desierto, en la fosa común, en el fondo marino o en cualquier rincón desconocido. ¡Qué importa el país, qué importa los motivos de la guerra, qué importa si se alcanzó la gloria o la derrota, qué importa si la tierra es tuya o es mía, qué importa el mito patrio, en el que la invisibilidad de las ganancias se vuelve casi sagrado!; lo que sí interesa es desenmascarar la infamia y la demencia que produce la guerra.

 

El Autor.

 

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publicado por goliath a las 14:35 · 1 Comentario  ·  Recomendar
 
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VERDADERAMENTE EXTRAORDINARIO...
publicado por jose alberto fernandez, el 01.11.2012 16:08
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