TEATRO CRITICO
Iván
Vera-Pinto Soto
Académico
UNAP
Próximamente
Ediciones Campus de la Universidad Arturo
Prat, editará el texto “Testimonios del Teatro Expresión”, una memoria de tres
décadas de pasión de una agrupación universitaria que adoptó en escena la línea
del teatro crítico-social.
Aunque
hay que reconocer que el Teatro Expresión a lo largo de su historia no se ha
limitado a un estilo o escuela definitoria; sin embargo, se caracterizado por
su tendencia a realizar obras cuyos contenidos son de carácter crítico-social.
Desde su fundación se ha alineado con aquellos teatristas modernos que ponen en
el tapete de la discusión historias que reflejan las profundas contradicciones
estructurales de la sociedad que les ha tocado vivir y cuestionan los eternos
males sociales de nuestra realidad.
Bertold Brecht, maestro del teatro épico
contemporáneo, a comienzo del siglo XX nos planteaba que el propósito del arte
escénico era “mimetizar la realidad”, presentar ideas e invitar al público a
hacer juicios acerca de ellas (efecto de extrañamiento o alienación). En el
fondo propiciaba el surgimiento de un teatro épico, narrativo, cuyas
representaciones apuntaran a originar una conciencia crítica entre los
espectadores y actores.
A pesar que en los nuevos tiempos no
existe un entorno proclive a crear y difundir un teatro de la reflexión y mucho menos que se
compenetre con ciertos momentos negros de la historia de los pueblos y por lo tanto de la memoria de un país; sin
embargo, aún persiste en la escena de nuestro continente la postura ética y
política de inventar un teatro creador de memoria y conciencia.
En ese escenario, para una agrupación
escénica de carácter universitario, valorar y difundir el teatro de contenido
social, resulta ser una acción artística
sustantiva, especialmente cuando su quehacer se proyecta, preferentemente, hacia las nuevas
generaciones; las que requieren escudriñar en su pasado y en su presente para
poder construir una sociedad mejor y más justa. Este discurso concuerda con las
corrientes del teatro posmoderno, cuyo rasgo central es la problematización de
la historia.
Lo anterior no significa que el
teatro pierda su esencia lúdica. Está claro que su misión es entretener a las
personas, pero esta distracción debe ser compleja, es decir debe divertir y a
la vez entregar valores. El teatro no es ni será sinónimo de política, pero ese
aspecto lúdico debe revestirse con un evidente ardor crítico y creador.
Por otro lado, debemos reconocer que
el teatro nacional nunca en su historia ha perdido su esencia social, ni
siquiera en las peores circunstancias de crisis institucional que experimentó
el país. Esta fue la razón por la cual el teatro también en el gobierno militar
sufrió represión hasta casi desaparecer la producción original, favoreciendo el
aparecimiento de un teatro clásico y costumbrista, aquel que buscaba entretener
al público, pero sin ningún tipo de compromiso.
Hay quienes afirman que en épocas de
crisis profundas como las que acostumbramos a sufrir cíclicamente los latinoamericanos,
el arte en general y el teatro en particular, se transforman en una suerte de
parapeto desde donde se pueden defender algunos valores. Precisamente, una
constante que se ha manifestado en los períodos más oscuros de nuestra historia
nacional, es que la cultura se ha levantado como el refugio donde la
creatividad se mantiene viva y activa. Por todo ello no es extraño que en los
quiebres institucionales y las etapas de imposición de culturas dominantes se
origen obras de teatro cuyos ejes centrales son la memoria y la identidad.