LOS ANGELES DE JULIO
Iván Vera-Pinto Soto
Una noche, hace
quince años atrás, descubrí al poeta y amigo Julio Miralles; fue precisamente
en el estreno de una obra del Teatro “Malas Juntas”, en la “punta de diamante”
de la Sala Veteranos del 79. Aún
recuerdo, claramente, su imagen: vestía de terno oscuro y lucía un cuerpo joven
y enjuto. Bajo las tenues luces de la escena, resaltaban con brillo propio su
empática sonrisa y su profunda voz humana.
Al poco tiempo, lo
vimos trabajando “codo a codo” con los demás artistas universitarios, creando
un Taller Literario; luego, emergió de manera regular con sus propios inventos
creativos en el Palacio Astoreca. Allí, nos sorprendió muchas veces con espectáculos
que revelaban su alto vuelo creativo; mezclando la poesía, la imagen
audiovisual, el teatro y la música. De esa manera conocimos, entre otras creaciones:
“Fragmento del Tatuado”, obra ganadora del tercer lugar en el
festival "Juegos Florales de Vicuña", en el año 1996.
En esa oportunidad, Miralles, nos asombró con una “puesta en escena” lúdica,
visual y musical.
Miralles, fue un
poeta que poseía una voz adolescente, cotidiana, ambivalente, irónica, dulce,
humorística, histriónica y contradictoria. Tenía cientos de voces, todas llenas
de humanidad y solidaridad. Su poesía surgía de sus labios de manera libre, sin
ninguna armadura, ni rigidez y menos con subterfugios formales. Hablaba con su
verdad y reiteraba obsesivamente las imágenes de los ángeles que atesoraba en
su intimidad. Tenía un discurso simple y hondo, todo el mundo lo escuchaba con
facilidad, pero no siempre lo comprendía en su profundidad metafísica.
En otras ocasiones
presentaba sus “performance”, estilo más desestructurado que le acomodaba mucho
a su personalidad y espíritu. Más de alguna vez surgió por el segundo piso del
Astoreca con su habitual ropaje de guiñol huesudo, desbordando rápidamente el
escenario con su magia y sensibilidad. Fue, además, sin perseguirlo, un buen
actor y un innato profesor que nos enseñó de cómo hacer entretenida la poesía
para el normal de las personas, sin perder el rigor artístico.
Fue un poeta humilde por convicción, muy distante de las
poses, divorciado de los egos, artesano con la palabra y sensible como todos
los soñadores. Fue un juglar que al igual que sus predecesores no vivió en ningún
limbo; por el contrario, debió trabajar como escribano, secretario, productor
artístico, animador, inventor de regalos y muchos otros oficios para ganarse el
sustento; porque, lamentablemente, ningún poeta (y menos en este confín del
mundo) puede subsistir de sus producciones. Fuimos testigos que lo único que lo
movía era el inmenso deseo de entregar sus creaciones, para esculpir alguna
huella perdurable en su noble y breve existencia.
A pesar que muchas veces su panorama era poco alentador,
Julio, como todo artista con mayúscula, sacó fuerza de flaqueza para superar
las limitaciones y perseverar en su oficio, porque tenía algo bueno adentro que
lo obligaba a convertir en realidad todo lo que imaginaba.
Julio, fue un verdadero “loco creativo”, desenfadado y
enemigo de los rituales y protocolos. Muchas veces me dijo: “Quiero colocar un
trapecio en el vitral del Astoreca, para declamar la poesía dedicada a mis
ángeles”. Por supuesto que yo me reía, porque sabía que lo que decía no era
broma; a su pesar, el arrebato quedó en el tintero. Otra de sus virtudes fue su
desprendida amistad, nunca negaba su ayuda para inventar una velada artística, una
ceremonia o simplemente para que su voz fuera “en off” en un video de algún
amigo. El era así: dadivoso, afectivo, fiel y respetuoso con sus colegas y
amistades.
Ahora ya se fue a encontrarse con sus míticos ángeles en
su natal Vicuña. Se fue con esa tristeza larga que ocultó toda su vida en la
médula de sus huesos. Se fue con su letra
autónoma, libre y metapoética. Se fue con su pan de la esperanza y sus estatuas
doradas. Se fue a su ancestral valle para continuar escribiendo poemas en
botellas trasnochadas. Se fue para hacernos llegar imágenes de Mistral, engalanadas
con escritos que hablan de la desgracia, la masacre, el naufragio, el maremoto,
el hambre y la desdicha que exploró en esta tierra pletórica del sol.