DRAMATURGO POR
VOCACION
Iván Vera-Pinto
Soto
Académico de la
UNAP
Recuerdo que cuando niño una de las buenas
entretenciones que compartíamos en el barrio - especialmente en las eternas
noches de vacaciones - era inventar breves fábulas que intentaban sorprender y
atrapar a los cautivos receptores. Posteriormente, creo que esta afición
infantil de “cuenta cuentos”, me
impulsó, casi de manera mágica, a explorar las artes de la representación, en
las últimas cuatro décadas. Hoy en día, siento que escribir historias teatrales
es la mejor pasión solitaria que tengo y que decididamente pienso seguir
cultivando hasta mis últimos momentos de existencia.
En esa línea han surgido el año pasado las piezas
dramáticas “Coruña, la ira de los vientos”, “Bolero de Sangre”, “El Ultimo
Cuplé del Emperador”, todas ellas editadas; y, en los últimos meses, nacieron
“La Siniestra Historia del Señor De Lara” y “La última pasión del Sastre –
Pisagua 1947”, ambas creaciones por publicarse.
Debo confesar que casi todas ellas surgieron en mi mente
con una celeridad asombrosa; como si misteriosas voces me murmuraran al oído lo
que tenía que redactar. Es muy posible que esta extraña sensación me sucediera
porque existe en estas obras muchas situaciones y signos que desentierran contextos
históricos y personajes que en algún momento atravesaron mi existencia e
imaginario personal. En el fondo, el proceso de creación consistió en
reelaborar experiencias transmitidas por
diferentes fuentes y fragmentos ajenos – mezcla de realidad y ficción – con el
propósito de recrearlos para despertar, idealmente, tanto en el lector como en el espectador una
actitud crítica y reflexiva.
Una vez que el escritor concluye la etapa de la
redacción literaria, viene otra, tal vez la más importante: confrontar el texto
con los intérpretes y el público. A esa altura, el autor deposita su creación
en la orilla del mar, como si fuera un barquito de papel, para que las eternas
olas lo lleven a navegar libremente, hasta que algún día llegue a un buen
puerto y allí pueda, quizá, despertar ardientes fulgores en el alma de los
soñadores.
Es evidente que el teatro cierra ciclo cuando se
materializa el argumento en una “puesta en escena”, es decir se transforma el
texto dramático en texto teatral. En ese estadio pueden pasar muchas cosas
interesantes. Por ejemplo, el texto es analizado, interpretado, recreado e
incluso los interpretes puedes develar aspectos que el autor sugiero, pero que
pueden adquirir relevancia con las imágenes teatrales. Es por ello que muchas
veces se afirma que los directores y actores son los co-autores de la obra
dramática. Finalmente, se llega a la última fase cuando el público conoce y
descubre la historia representada. Aquí nos podemos encontrar con muchas
sorpresas; hay que reconocer que existen múltiples factores que pueden afectar
la percepción del público, sin embargo, personalmente, creo que cuando la obra
cumple con su máxima teatral, es decir entretener, logra fácilmente seducir a los espectadores.
En concordancia con lo anterior, recuerdo las palabras que
expresó mi colega Guillermo Jorquera, en
la presentación de mi libro “Crónicas de la Muestre Agazapada”: “El teatro
popular, realista, es aquel en que el público conocedor valora “porque el
teatro es el espejo de la vida” dicen en tono docto, y los primerizos, los que
se encuentran con el teatro por primera vez, se maravillan, porque la historia
que se cuenta puede ocurrirles a ellos, está en el aire, está a la vuelta de la
esquina”
Tal como señalaba el célebre autor
mexicano Usigli, quien tome la decisión de dedicarse al campo de la dramaturgia
debe cumplir con tres requisitos básicos: disposición, volición y vocación”. La
disposición se expresa en la capacidad de sobrepasar a su propia generación. La
volición, se entiende como la voluntad de querer ser dramaturgo, enfrentando con
coraje todos los riesgos sociales que ello implica. Finalmente, la vocación, es
la actitud que se manifiesta en la acción permanente de escribir y escribir
teatro. El objetivo del dramaturgo es estudiar al hombre y su conducta. Este deseo de auscultar
los conflictos humanos, en algunos casos, está vinculado a una carencia
personal, quizás, en lo personal, algún trance remoto me ha colocado en estos
años en la postura de observador del comportamiento en sociedad.