Crepúsculo
y desvarío.
A
propósito de Cuentos Crepusculares de
Iván Vera-Pinto Soto.
Dr. Ricardo Espinaza S.
Universidad Arturo Prat
I.
Una
de mis preocupaciones fundamentales, a la vez que se trata de mis diarias ocupaciones
actuales, en tanto estudioso de la literatura, consiste en dar lugar al
ejercicio dinámico, anónimo e invisible de la lectura. El asunto, de larga data
dentro de los estudios literarios, a los que habitualmente además, precisados
en mi labor, prefiero llamar estudios sobre la ficción literaria, pues como
seguramente ya se sabe, el campo de los estudios literarios también abarca
textos cuyo predominio no es necesariamente la ficción. Así por ejemplo: el
discurso testimonial, la crónica, la biografía y autobiografía, entre otros.
Cuya importancia dentro de los primeros años del nuevo siglo ha ido en gran aumento
y prestigio si tan solo consideramos el último premio Nobel otorgado a la
escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, autora del famoso documental que data
de 1997, titulado Voces de Chernóbil. Texto
que registra traumáticas vivencias humanas sobre una de las mayores catástrofes
ecológico-nucleares de nuestro planeta. Por tal motivo, podríamos decir aquí
que mi silencioso trabajo de lector es un intento por abordar el problema de lo
leído y por quién se responsabiliza de lo leído, respecto de o al interior de o
desde los textos de ficción. Puesto que el lector es también otro sujeto de
ficción. Tales inquietudes me han llevado a la conceptualización de
“acontecimientos de lectura”. Esto es, dicho abreviadamente, el estudio de los
momentos en donde, considerando un acontecimientos literarios específico, se vislumbra
y difumina un posible lector, siendo éste posible lector figurado, el único “héroe”
capaz de vivificar a la literatura. Un débil e invisible Jasón enfrentado ante
el destino trágico de todo texto abandonado al suyo silencio de una biblioteca.
A menudo además, suelo creer y
constatar que no se abre dos veces un mismo libro, que nadie lee dos veces un
idéntico poema, relato, novela o canción. Cada acontecimiento de lectura abarca
textos y lectores distintos, profundamente semejantes pero a la vez
radicalmente diferentes. Ya decía Borges que un libro tiene tantos lectores
como lecturas posibles, y es por ello que en cada acto de lectura sucede que
hay siempre un relato nuevo u “otro relato”. Aquel relato que yo he pretendido definir
como el posible relato de la lectura en tránsito o la puesta en tránsito del imperceptible
discurso de la lectura que no cesa y que está destinado a sucederse sin fin.
Así, al igual que en el río de Heráclito, como ocurre ante cualquier fenómeno
del mundo, sucede que nunca se entra dos veces a un mismo texto, que nunca se
lee dos veces la obra de un mismo autor, ni se contempla un idéntico crepúsculo.
Nunca se es eso mismo que desde el lenguaje se dice que es. De modo tal que
nuestra identidad de lector es paradojalmente aquella identidad que cambia en
cada lectura a la vez que se está leyendo. Más, la lectura no sólo es distinta
porque comprede memorias, circunstancias, espacios y tiempos diversos respecto del
acto “mismo” de leer sino que es diferente porque a la vez proyecta
inigualables e infinitas posibilidades de nuevas fantasías críticas y creativas.
Por tanto, el acontecimiento de la lectura siempre supone y es una posibilidad
plural por nuevas e infinitas fantasías de la literatura a la vida.
Sin
embargo, el acontecimiento de la ficción literaria a partir de la lectura,
igualmente supone una interrogación sobre el narrador: quién es el que cuenta
eso que un otro lee. En el ya canónico ensayo El narrador, Walter Benjamin precisa un determinado tipo o grupo de
tipos de narradores múltiplemente compenetrados, que aun cuando son caracterizados
por una gran tendencia hacia el anonimato, como si se tratara de una trasmisión
invisible de historias de boca en boca, diríase igualmente que a partir de
ciertas figuraciones simbólico-arcaicas, bien se puede distinguir al menos a dos
tipos de narradores tradicionales. Un primer tipo de narrador que está representado
por el aventurero nómade y un segundo tipo de narrador, representado por el
campesino sedentario. Tanto uno como otro, transmiten experiencias y saberes
propios y ajenos que se relacionan problemáticamente con la comunidad referida
o contextual respecto de su narración.
II.
Si
anteriormente he querido detenerme en esta caracterización de lo visible respecto
de lo invisible, ya sea en mi figuración de lector como en la presencia del
narrador, es precisamente porque al leer los cuentos de Iván Vera-Pinto
vislumbro que ambos tipos de narradores (aventuro y campesino) se encuentran
constantemente presentes, pero que además manifiestan su presencia con una inaudita
generosidad hacia los personajes, dejando en la voz de éstos últimos el decir
de la experiencia de ficción propiamente tal. Así entonces, aventureros y
campesinos, nómades y sedentarios son los crepusculares mediadores entre las
historias y las fantasías que se enuncian por medio del desvarío particular de
los personajes. Es decir, aquello que un lector atento bien podrá observar de
ejemplar manera al revisar cuentos como “La Desterrada” y “El Páramo de los Condenados”.
Ahora
bien, ya que anteriormente también he mencionado a la fantasía como rasgo
cualitativo de los textos de Iván Vera-Pinto, aquello no ha sido para
manifestar una dimensión peyorativa respecto de su obra sino muy por el
contrario, para relevar su pertenencia a una de las más amplias y nobles
tradiciones de la literatura occidental como es la tradición de la narrativa
fantástica. Es decir, la gran tradición de Poe, Lovecraft, Kafka, Quiroga,
Emar, Borges, Rulfo, Cortázar y Donoso, por sólo nombrar aquí a algunos autores
cercanos, canónicos y afines.
Sin
la necesidad de referirnos, por el momento, a los niveles de enunciado y enunciación
fantástica como tampoco a las caracterizaciones de significación semántica y organización
sintácticas, en tanto categorías propias del pensamiento teórico de Tzvetan
Todorov desarrollado su paradigmático estudio de Introducción a la literatura fantástica, resulta apropiado al menos
recordar al maestro de Bulgaria, para quien el entendimiento de lo fantástico
consiste en una vacilación experimentada por el ser que no conoce más que las
leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural, pues sin
duda, dicha vacilación es constantemente experimentada tanto por el narrador de
Cuentos crepusculares, como por ciertos
personajes presentes en los cuentos “Pellejo de Carne”, “El Último Placer del
Faraón” o “Los Gemidos de la Paloma”, entre otros. Pero más allá de las ideas expresadas por el viejo
Todorov, hoy en día también sabemos, gracias a las recientes contribuciones
teóricas de David Roas y también de Jacques Rancière, que aquello que predomina
en un cuento fantástico contemporáneo no es sólo la “vacilación” todoroviana,
sino también cierta dimensión política de la literatura, en cuanto permite
decir al narrador, mediante la ficción, aquello que el poder se niega a aceptar
como parte integrante de la realidad cotidiana. Una política de la literatura
en tanto literatura propiamente tal. Así por ejemplo, como es en el caso del
cuento “Pellejo de Carne” la presencia de una “muerta-viviente” cuya existencia
subvierte los límites de lo aceptable o normal, constituye su decir en tanto trasgresión
a la norma fundamental de la vida, los muertos no regresan a la vida y de regresar, sería quizás cuestionable que su
retorno fuese para lamentar el devenir de la historia o la patria. Por lo
demás, todo monstruo, fantasma o zombie retratado en la literatura encarna y
evidencia de forma mítica tanto los miedos ancestrales del ser humano: miedo
ante la muerte, lo desconocido o lo imposible, como la denuncia vergonzosa y
particular de la cultura referida, como es en estos casos: el absurdo de la histórica
guerra del salitre, la violación sexual entre hermanos, las inconsistentes
acusaciones del machismo clerical, la impunidad criminal de un padre, el
secuestro de la frivolidad, los atentados imposibles, entre otras destacadas
problemáticas que Iván Vera-Pinto revisa delicadamente en sus cuentos.
Por
último es necesario recordar y concluir que si bien narrador y lector no son
participantes de la ficción en cuanto personajes, organizan anónimamente el
devenir de la ficción en tanto sujetos invisibles de la misma. Una invisible otredad
del relato, sin cuya existencia la literatura no tiene presencia. O bien, la paradoja
fantástica de la política narrativa de Iván Vera-Pinto.