El ciclo salitrero y las organizaciones de defensa
obrera.
Iván Vera-Pinto Soto
Cientista Social, Pedagogo y
escritor.
A fines del siglo XIX, el crecimiento de la industria salitrera en manos del capital inglés, no
sólo provocó un impacto económico para los dueños de estas industrias, también
significó un cúmulo de cambios económicos y sociales tanto para empresarios,
trabajadores, sus familias y para Chile, en general. Estos impactos se
reflejaron en varias esferas.
En el campo financiero, permitió al Estado
chileno contar con enormes recursos provenientes del impuesto cobrado a la
exportación del salitre. En 1880, el Estado recaudaba menos de un millón de
dólares por estos impuestos. En 1918 llegó a recibir cerca de cuarenta millones
de dólares anuales. Las ganancias salitreras llegaron constituir más del
cincuenta por ciento del presupuesto nacional, en la época del esplendor del
salitre. Las exportaciones también crecieron.
Tales hechos crearon un clima de optimismo tal que se terminaron los impuestos
a la renta y el aplicado a los haberes y herencias. Si bien el Estado no
participó directamente de la industria salitrera, pues ésta quedó en manos del
empresariado extranjero; sin embargo, asumió la administración de los recursos
generados a partir de los impuestos aduaneros. Los recursos provenientes del
salitre fueron aprovechados para modernizar la infraestructura del país:
Mejoramiento de las condiciones de vida urbana mediante la instalación del
alcantarillado, el agua potable, tranvías, teléfonos y la pavimentación de
calles. También permitió impulsar la educación, en especial la primaria. Todas
estas obras contribuyeron a impulsar la modernización de las ciudades y a
plasmar, en definitiva, el modelo de desarrollo capitalista.
Este proceso de crecimiento económico
cimentado en la expansión de las exportaciones del salitre implicó la
consolidación del Norte Grande como un polo de desarrollo excluyente, hacia
donde convergieron el capital y la mano de obra de diferentes centros urbanos,
en menoscabo de otras áreas productivas. Donoso, en El ocaso de la dependencia salitrera (1914-1926) (2014) afirma: “Esto creó un vínculo de dependencia, que aumentó el
factor de riesgo ante contracciones del mercado, y frente a la competencia de
proveedores más eficaces al momento de producir a menor costo, con rendimientos
equivalentes. Esto también posibilitó la gestación de un nexo cuestionable del
Estado con la industria, en donde el primero se constituía en un mero generador
del ordenamiento jurídico esencial, destinado a institucionalizar y regular el
nuevo sistema de relaciones económicas” (98)
Diversas investigaciones demuestran que el
creciente aumento de la riqueza generada por la industria del nitrato favoreció
el fortalecimiento de la clase dominante que, desde la Independencia, había
ostentado la dirección política y económica del país. A la rancia aristocracia
terrateniente, heredera del sector criollo colonial, se sumó un nuevo grupo, la
burguesía, compuesto por empresarios y comerciantes que durante estos años
amasaron importantes fortunas. Además, introdujo
un nuevo sistema de producción de carácter capitalista, lo que generó un nuevo
sistema de relaciones sociales que produjo materialidades particulares.
No obstante, los antecedentes históricos nos
demuestran que los beneficios de la expansión económica no tuvieron los mismos
resultados para todos los grupos sociales. Los sectores populares, compuestos
por obreros y campesinos, que constituían el cincuenta y siete por ciento de la
población nacional en 1907, se mantuvieron al margen de los beneficios
reportados por la economía del salitre.
Al interior de las de las industrias
salitreras operaron sistemas laborales injustos y sobreexplotación de la mano
de la obra trabajadores. A saber: jornada laboral extensiva, los sueldos se
cancelaban con fichas, las condiciones de trabajo eran paupérrimas, malos
condiciones de seguridad laboral, no tenían derecho a educación, las fichas
solamente eran canjeables en la pulpería de la misma empresa, no contaban con
ningún resguardo jurídico legal, las relaciones entre obreros y patrones eran
reguladas libremente por mutuo acuerdo, no contaban con contratos de trabajo lo
que se prestaba para muchos abusos y los castigos eran el pan de cada día por
parte de los capataces.
Las mancomunales fueron verdaderos centros
sociales y culturales que asumieron los objetivos de las sociedades
mutualistas; además, ellas se arrogaron la defensa de los trabajadores frente a
los patrones en temas como mejoras salariales y las condiciones laborales
generales. Ciertamente, uno de los
factores más valiosos en ese momento fue el desarrollo societario.
Junto a las mancomunales tomaron también relevancia otras organizaciones
de diferentes naturalezas: las mutuales, la prensa obrera, cajas de ahorro,
bibliotecas populares, cooperativas, escuelas de artesanos, clubes sociales y
deportivos, sindicatos, partidos
políticos “obreristas” como el Partido Demócrata, centros y sociedades de
resistencia, filarmónicas y nuevas formas de asociación y organización popular
que respondían a distintos fines, vertientes, grupos, sectores e ideologías.
Para fines del siglo XIX esta cultura obrera
naciente en el norte salitrero (Tarapacá, Antofagasta y Taltal), caminaba a la
par con la toma de conciencia clasista del movimiento obrero, quien luchaba por
sus reivindicaciones y que se expresaba a través de su privativa prensa y
literatura, especialmente, en folletos doctrinarios, obras teatrales y
periódicos de lucha. González, en La pluma del barretero La cultura
obrera ilustrada en Tarapacá antes de la masacre de 1907 (2008), glosa:
Del mismo modo, llegaron a
sus costas dirigentes que fundaron organizaciones obreras, educadores que
crearon escuelas para obreros, tipógrafos que organizaron periódicos,
dramaturgos que fundaron teatros, intelectuales que dieron vida a Centros
Culturales como el Ateneo. Entre ellos llegó Osvaldo López a fundar en 1899 el
periódico El Pueblo,
perteneciente al partido Demócrata. (68)
El discurso mutualista se divulgó rápidamente
entre los asalariados, procurando la dignificación de los mismos a partir de su
propio esfuerzo mancomunado, en otros términos pretendía enaltecer lo que
podría llamarse el orgullo obrero. Julio Pinto, Desgarros y utopías en la
pampa (2007), asevera: “Pero de lo que no cabe duda es que el hilo
conductor tanto de su praxis como de su discurso pasaba por el reconocimiento
de su condición obrera, y por la voluntad de forjar a partir de ella la
capacidad de actuar como sujeto histórico, con o sin la ayuda de elementos
ajenos a su clase.” (42) A criterio
de este historiador, esta modulación en la autonomía de clase fue lo que
permitió al obrerismo imaginar la posibilidad de transformarse en una sociedad
de ayuda mutua de los trabajadores con carácter nacional.
Como observamos, la primera expresión
orgánica del movimiento de los trabajadores fueron precisamente las
mancomunales. Los objetivos en sus inicios no se
diferenciaron mayormente de las sociedades de socorros mutuos o de las
mutuales, pero su originalidad estuvo en que, más adelante, asumieron
características de centro de vida social y cultural. Por lo demás, las mancomunales no
estuvieron al margen de los marcos del sistema capitalista, pero lucharon en
contra del sector patronal y postularon a la transformación de las relaciones
productivas.
En estas organizaciones sociales y laborales que fueron estableciéndose,
los trabajadores adquirieron una conciencia de clase y, conjuntamente,
internalizaron conocimientos sobre la sociedad, ya que sus dirigentes
comprendían que la cultura era fundamental para la evolución humana y material
de los trabajadores, especialmente si se quería lograr una emancipación
integral, no sólo económica, sino política, espiritual e intelectual.
En el caso de las mutuales podría decirse que fueron auténticas “escuela
cívicas” de democracia social, donde era posible la realización de las utopías
y un principio idóneo de instaurar la política sobre las bases sociales,
diametralmente opuesta a las leyes del mercado o al modelo de un Estado capitalista.
Por lo demás, la escuela al interior de estas instituciones era entendida como
instrucción técnica y artesanal. Por lo menos esto último ocurrió hasta fines
del siglo XIX, consecutivamente, en 1904, la escuela es ubicada dentro y fuera
de la organización mutualista, aunque hay que reconocer que de todos modos se
dio mayor importancia al periódico como órgano de instrucción.