Aportes de las matrices socialista y anarquista en la cultura
tarapaqueña de fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX
Iván Vera-Pinto Soto
Cientista Social, Magíster en Educación
Superior
Para poder adentrarnos en las utopías que
defendían socialistas y anarquistas del siglo XIX, parece imprescindible
realizar una reconstrucción histórica de la
Sociedad de Socorros Mutuos, las cooperativas, las sociedades de resistencia,
las filarmónicas, y otros. Reconociendo que en ellas existieron diferencias
ideológicas y temporales, no podemos negar el papel relevante que tuvieron en
lo que podría denominarse un “humanismo proletario liberador”.
Enseguida, con el objetivo
de compendiar el tema y presentarlo de manera más didáctica, nos haremos un conjunto de preguntas que
permitirán una mejor comprensión de estas dos corrientes ideológicas que
contribuyeron en el discurso del movimiento proletario nacional y al teatro
obrero.
¿Cuáles fueron los principales
sustratos ideológicos de socialistas y
anarquistas?
En primer lugar, el socialismo, en términos
genéricos,
podría definirse como una doctrina o práctica social que
postula la posesión y administración de los medios de producción por parte de
los trabajadores, con el objeto de promover una organización de la sociedad en
la cual exista una igualdad política, social y económica de todas las personas.
Luis Emilio Recabarren, en
el diario El Despertar de los
Trabajadores,
aseveraba:
El socialismo es una doctrina de estructura precisa y definida que tiene
por objeto modificar las defectuosas
costumbres actuales proponiendo costumbres más perfectas. La base social del
socialismo consiste en la abolición o transformación de lo que actualmente se
llama la propiedad privada, proponiendo en su reemplazo la constitución de la
propiedad colectiva o común. Se entiende por propiedad privada la posesión y
usufructo individual sobre la tierra y sus productos, sobre las herramientas,
máquinas y medios de producción, de cambio y transporte. La consecuencia de la
propiedad privada es la coexistencia de patrones y obreros y la explotación que
hacen los patrones del trabajo de los obreros. Como consecuencia de la
existencia de patrones y obreros, existe también el gobierno político de los
países con todo su cortejo de opresiones y tiranías. (1).
En segundo lugar, el
anarquismo, es una doctrina que
declara que toda autoridad política es superflua e incluso dañina. Plantea que
una sociedad justa solo podría lograrse mediante una disolución de la autoridad
que diera curso a los nobles propósitos del hombre para cooperar solidariamente
con los demás. Por lo mismo, promueve la absoluta libertad del sujeto,
prescindiendo del Estado.
¿Cuál fue el denominador
común entre socialistas y anarquistas?
Históricamente los
socialistas y anarquistas surgieron en los mismos ambientes, tanto el tronco
común de sus ideales como el protagonismo en la dirección del movimiento obrero
chileno de fines del siglo XIX. En lo sucesivo, unos y otros se fueron
diferenciando, sobre todo en el camino a seguir para alcanzar el cumplimiento
en la realidad de esos ideales compartidos.
Rafael Gumucio, en Utopías libertarias en Chile, siglos
XIX y XX (2012), explica:
… en los líderes ácratas y socialistas encontramos
siempre el horror a la miseria, el rechazo a todas formas de injusticia, el
sacrificio personal, actitud fundamental para luchar por la justicia social.
Esta relación entre socialistas y anarquistas se expresó también en las ideas
de la liberación de la mujer, por ejemplo, las visitas a Chile de la dirigente
anarquista española, en 1913, Belén de Zagarra provocaron conmoción, no sólo en
el Norte Grande, sino también en el resto del país. (12)
Esto prueba que pese a las
diferencias ideológicas que había entre los socialistas y anarquistas de la
época, el diagnóstico que tenían ambas doctrinas de la realidad social
concordaba en el estado de explotación, miseria e injusticia que vivían los
trabajadores en una sociedad dominada por la oligarquía terrateniente e
industrial.
Del mismo modo, socialistas
y anarquistas en su comportamiento social procuraban respetar ciertos
principios éticos. Así fue que los anarquistas por decisión propia evitaban
beber y fumar y eran capaces, de ganarse la vida en sus actividades
artesanales. En esa línea, Recabarren, en los primeros tiempos poco se
diferenció de los anarquistas, se planteó como tarea alfabetizar a los obreros
y luchar contra los vicios, sobre todo el alcohol, la prostitución y la
violencia contra la mujer y los niños. Inclinado hacia la misma postura,
Acevedo Hernández, en Almas perdidas
(1917) retrata al pueblo corrompido por los vicios sociales (alcoholismo y
enfermedades venéreas). De cara a este
panorama, el autor resuelve el conflicto de manera coincidente con lo que
prescriben los sectores políticos dominantes en su tiempo: propender a la
educación ética y moral del pueblo.
¿Cuáles fueron las
organizaciones sociales que acogieron las demandas de los trabajadores?
Los trabajadores
chilenos para paliar las carencias que le significaban en sus existencias los
bajos salarios, la sobreexplotación y las riesgosas condiciones laborales,
comienzan agruparse en organizaciones que le ayudaban a suplir sus carencias y
a expresarse en procura de mejorar su calidad de vida.
Virtualmente, desde mediados del siglo XIX la elite de los sectores populares urbanos
(artesanos y obreros calificados) había desarrollado un movimiento basado en
las ideas de la cooperación entre los trabajadores para ayudarse mutuamente y,
de esa manera, hacer realidad un proyecto que le permitiera el mejoramiento
económico, social, cultural, moral y político de los sectores populares. De esta manera
nacen las mutuales o sociedades de socorros mutuos de artesanos y
obreros que apelan a la solidaridad de
los miembros que la formaban. Estas otorgaban a sus asociados pensiones por
enfermedad o accidente, pensiones por jubilación, entre otros beneficios. Otra
organización importante para le época son las mancomunales. Estas tienen
iguales características que las mutuales, pero al mismo tiempo tiene una labor
parecida al sindicato, es decir defiende los intereses de sus asociados a
través de huelgas, donde habitualmente realizan un petitorio. Las Sociedades de
Resistencia, estas fueron los primeros intentos de elevar el movimiento obrero
mutualista a una acción política más combativa. Los grupos anarquistas fueron
pioneros de este tipo de organización que tuvo una existencia efímera.
Desde 1860 en adelante se fundan numerosas
cooperativas, cajas de ahorro, escuelas de artesanos, sociedades filarmónicas
de obreros, logias de temperancia y otras organizaciones en las que se
encarnaba el proyecto de “regeneración popular” en base a un ideario político
de carácter “liberal popular”, una suerte de lectura más cercana al pueblo del
liberalismo difundido por las elites burguesas. (Sergio Grez, ¿Teatro ácrata o teatro obrero? Chile,
1895-1927). Podemos aventurar que los anarquistas desestructuraron el
esquema original de estas organizaciones de base, las que estaban destinadas a
la ayuda social y al cultivo de la música, y por extensión a las artes en
general (filarmónicas), incorporando un proyecto educativo integral (que
integrara lo manual, lo intelectual y lo artístico), bajo un ideario de
autogestión que aseguraba su autonomía de funcionamiento y que le permitía
mantener un nivel de conocimiento asociado con la cultura libertaria.
¿Cuáles fueron las
influencias doctrinales de socialistas y anarquista en el plano cultural?
El ethos
anarquista se basaba en la afirmación rotunda de la igualdad natural y
constitutiva de todos los hombres y las mujeres; así como en la firme creencia
de que todo Estado por su propia naturaleza estaba destinado a oprimir y explotar a la masa y defender a los
opresores y explotadores; y sus órganos principales estaban dirigidos para
educar a los espíritus y hacerles dóciles al yugo gubernamental. Estas razones
orientaron su praxis militante y su producción cultural hacia la destrucción de
todo orden político basado en la autoridad y la constitución de una sociedad de
hombres libres e iguales, basada en la armonía de los intereses y en la
contribución solidaria de todos al cumplimiento de los deberes y cuidados
sociales. Sobre esta tesis, Armando Triviño, citado por Víctor Muñoz en Armando Triviño: Wobblie Hombres, ideas
y problemas del anarquismo en los años veinte. Vida y escritos de un libertario
criollo (2009), enfatiza:
“La dictadura del proletariado no la queremos ni la propagamos: la combatimos
junto con todas las dictaduras burguesas, teocráticas o proletarias” (107)
En cuanto a la
literatura ácrata, Eliseo Lara en Literatura y Anarquismo (2013), explica: “la literatura en sus géneros
líricos y narrativos, junto con la dramaturgia enriquecerá la actividad
cultural contra-hegemónica que surge de la propia clase obrera, por el estilo
de una práctica pedagógica de su ideario. (7)
Junto a la
proliferación de literatura ácrata en el país, los anarquistas hicieron
esfuerzos por lograr espacios contra la hegemonía cultural que ejercía la
aristocracia y la burguesía nacional. A la sazón surgió el Ateneo Obrero en
Santiago (1899). En tal ocasión se congregó un conjunto de intelectuales,
artistas y trabajadores ilustrados que dieron paso a veladas de reflexión sobre
arte y pensamiento. Ahí mismo surgieron personalidades influyentes para el
movimiento y la cultura nacional: Carlos Pezoa Veliz y Víctor Domingo Silva.
En aquellos espacios
hicieron gala de su capacidad discursiva y de encendidas alocuciones. Su
finalidad era lograr la difusión de su ideario y sus principios éticos de la
“redención de la sociedad” en los sectores medios y bajos de la sociedad.
Después de todo, tal como lo explica Sergio Pereira en Dramaturgia Anarquista en Chile (2005), con los Ateneos “el anarquismo perseguía, pues, un espacio propio desde
el cual forzar a la cultura central a reconocer las restricciones en los
procesos de construcción de los sistemas de representación del mundo, de la
naturaleza y del orden social” (51)
Tantos socialistas
como anarquistas comprendían que la literatura era una expresión existencial
del hombre frente a sí mismo, contienen en su seno una crítica que compromete
la manera de pensar y sentir del creador. Este criterio es análogo a lo que
esboza Jean Paul Sartre en su texto Qué
es la literatura (2003), cuando nos dice que el escritor debiera comenzar a ser consciente de su responsabilidad a la hora de escribir. Atrás
debería quedar el axioma “el arte por el arte”. Se hace inevitable - como dice
nuestro autor - que el literato esté comprometido, lo que no significa que
asuma una vocería partidista o una ideología determinada, sino con su sociedad.
Este enunciado tiene mucho sentido con la ideología anarquista, tan pronto como
el artista y el literato deben manifestar su compromiso social, conservando su libertad
total.
Sobre
el carácter de la literatura anarquista, Pereira, ya citado, explica:
Por definición, el texto literario anarquista
era concebido como una herramienta ideológica encargada de enseñar y difundir
sus propuestas sociales y morales, en una primera versión, a sus grupos afines
y, luego, expandirlas a otros sectores sociales sensibles a la cuestión social.
(143)
Al menos socialistas y anarquistas
concertaban - siguiendo la reflexión originaria de Carlos Marx - que la literatura y el arte son valores
espirituales y armas políticas. Es cierto que este pensamiento podría conducir
a un vínculo forzoso y estereotipado a un estilo específico, pero también es
claro que pone al descubierto el incuestionable nexo entre arte y su naturaleza
y su sustancia contestataria ante el poder político.
Existen otros dos puntos concordantes entre
ambas ideologías dignas de comentar. La primera era que ambas poseían una
concepción no elitista tanto del conocimiento como de la creación artística,
postura absolutamente distanciada con los preceptos del liberalismo
oligárquico. Las concepciones estético-políticas de las dos doctrinas suponían,
en los hechos, un principio de democracia al considerar a todos los ciudadanos
con capacidades para tomar decisiones autónomas y racionales en el desarrollo
cultural de una sociedad, poniendo, por supuesto, el acento en el surgimiento
de una cultura nueva que representara la constitución de una sociedad ideal.
Parece evidente que las diferencias se presentarán en el carácter de sociedad
que proyectaban ambos movimientos. La segunda, es que desde el punto de vista
doctrinario anarquistas y socialistas admitían que para superar las
desigualdades sociales que existían había que emprender una lucha social por
cambiar el estado de cosa, como también había que hacerlo a través de la lucha
cultural por incrementar y democratizar el conocimiento. De ahí nace en ambos
sectores políticos la urgencia por ampliar la oferta educativa, realizar una
reforma pedagógica que posibilitara el incremento del nivel educativo de la
ciudadanía, como asimismo la formación de los ciudadanos “nuevos”. Por ello,
socialistas y anarquistas fueron los más acérrimos defensores de ampliar la
cobertura educativa, en especial para los sectores más postergados, léase
obreros, campesinos, mujeres y pobres, en general.
Si tuviésemos que hacer un cotejo entre ambas
ideológicas en relación al arte, podríamos colegir que ellas ambicionaban: 1.- Echar abajo el paradigma de la obra de arte
no sólo como goce exclusivo de las clases privilegiadas, sino también como
producto de toda la ciudadanía. Esto significaba una ruptura total con la estética convencional burguesa y un
replanteamiento de los objetivos artísticos. 2) Restituir el arte a sus raíces
populares, divorciado de todo elitismo o símbolo de sociedad clasista. 3)
Transfigurar la obra de arte en un instrumento pedagógico, político y social en
el cual el estilo aparte de que escaseé de valor, se transforme en uno de los
componentes de la propaganda,
con objeto de concientizar al trabajador para que tome el liderazgo en la
transformación social.
Sin aspirar a entrar en mayores honduras,
porque no es el objetivo del texto, podemos deducir que socialistas y
anarquistas partían de la base que el arte era una parte inherente al
pensamiento humano, que se desarrolla, se nutre y crece de la ideas que se
generan en su medio social. Entonces, vida, pensamiento y arte resultaban para
ellos ser hermanos inseparables que no paran de entrecruzarse y componen el
cimiento sobre el que se edifica la sociedad.