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DRAMATURGIA Y NARRATIVA DE LA MEMORIA
BLOG DE IVAN VERA-PINTO SOTO
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11 de Septiembre, 2017    General

Aportes de las matrices socialista y anarquista en la cultura tarapaqueña de fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX

Aportes de las matrices socialista y anarquista en la cultura tarapaqueña de fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX

 

Iván Vera-Pinto Soto

Cientista Social, Magíster en Educación Superior

 

 

Para poder adentrarnos en las utopías que defendían socialistas y anarquistas del siglo XIX, parece imprescindible realizar una reconstrucción histórica de la Sociedad de Socorros Mutuos, las cooperativas, las sociedades de resistencia, las filarmónicas, y otros. Reconociendo que en ellas existieron diferencias ideológicas y temporales, no podemos negar el papel relevante que tuvieron en lo que podría denominarse un “humanismo proletario liberador”.

 

Enseguida, con el objetivo de compendiar el tema y presentarlo de manera más didáctica,  nos haremos un conjunto de preguntas que permitirán una mejor comprensión de estas dos corrientes ideológicas que contribuyeron en el discurso del movimiento proletario nacional y al teatro obrero.

 

¿Cuáles fueron los principales sustratos ideológicos de  socialistas y anarquistas?

 

En primer lugar, el socialismo, en términos genéricos, podría definirse como una doctrina o práctica social que postula la posesión y administración de los medios de producción por parte de los trabajadores, con el objeto de promover una organización de la sociedad en la cual exista una igualdad política, social y económica de todas las personas.

 

Luis Emilio Recabarren, en el diario El Despertar de los Trabajadores[1], aseveraba:

 

El socialismo es una doctrina de estructura precisa y definida que tiene por objeto modificar las  defectuosas costumbres actuales proponiendo costumbres más perfectas. La base social del socialismo consiste en la abolición o transformación de lo que actualmente se llama la propiedad privada, proponiendo en su reemplazo la constitución de la propiedad colectiva o común. Se entiende por propiedad privada la posesión y usufructo individual sobre la tierra y sus productos, sobre las herramientas, máquinas y medios de producción, de cambio y transporte. La consecuencia de la propiedad privada es la coexistencia de patrones y obreros y la explotación que hacen los patrones del trabajo de los obreros. Como consecuencia de la existencia de patrones y obreros, existe también el gobierno político de los países con todo su cortejo de opresiones y tiranías. (1).

 

En segundo lugar, el anarquismo, es una doctrina que declara que toda autoridad política es superflua e incluso dañina. Plantea que una sociedad justa solo podría lograrse mediante una disolución de la autoridad que diera curso a los nobles propósitos del hombre para cooperar solidariamente con los demás. Por lo mismo, promueve la absoluta libertad del sujeto, prescindiendo del Estado. [2]

 

¿Cuál fue el denominador común entre socialistas y anarquistas?

 

Históricamente los socialistas y anarquistas surgieron en los mismos ambientes, tanto el tronco común de sus ideales como el protagonismo en la dirección del movimiento obrero chileno de fines del siglo XIX. En lo sucesivo, unos y otros se fueron diferenciando, sobre todo en el camino a seguir para alcanzar el cumplimiento en la realidad de esos ideales compartidos. [3]

 

Rafael Gumucio, en Utopías libertarias en Chile, siglos XIX y XX (2012), explica:

 

… en los líderes ácratas y socialistas encontramos siempre el horror a la miseria, el rechazo a todas formas de injusticia, el sacrificio personal, actitud fundamental para luchar por la justicia social. Esta relación entre socialistas y anarquistas se expresó también en las ideas de la liberación de la mujer, por ejemplo, las visitas a Chile de la dirigente anarquista española, en 1913, Belén de Zagarra provocaron conmoción, no sólo en el Norte Grande, sino también en el resto del país. (12)

 

Esto prueba que pese a las diferencias ideológicas que había entre los socialistas y anarquistas de la época, el diagnóstico que tenían ambas doctrinas de la realidad social concordaba en el estado de explotación, miseria e injusticia que vivían los trabajadores en una sociedad dominada por la oligarquía terrateniente e industrial.

 

Del mismo modo, socialistas y anarquistas en su comportamiento social procuraban respetar ciertos principios éticos. Así fue que los anarquistas por decisión propia evitaban beber y fumar y eran capaces, de ganarse la vida en sus actividades artesanales. En esa línea, Recabarren, en los primeros tiempos poco se diferenció de los anarquistas, se planteó como tarea alfabetizar a los obreros y luchar contra los vicios, sobre todo el alcohol, la prostitución y la violencia contra la mujer y los niños. Inclinado hacia la misma postura, Acevedo Hernández, en Almas perdidas (1917) retrata al pueblo corrompido por los vicios sociales (alcoholismo y enfermedades venéreas).  De cara a este panorama, el autor resuelve el conflicto de manera coincidente con lo que prescriben los sectores políticos dominantes en su tiempo: propender a la educación ética y moral  del pueblo. [4]

 

¿Cuáles fueron las organizaciones sociales que acogieron las demandas de los trabajadores?

 

Los trabajadores chilenos para paliar las carencias que le significaban en sus existencias los bajos salarios, la sobreexplotación y las riesgosas condiciones laborales, comienzan agruparse en organizaciones que le ayudaban a suplir sus carencias y a expresarse en procura de mejorar su calidad de vida.

 

Virtualmente, desde mediados del siglo XIX la elite de los sectores populares urbanos (artesanos y obreros calificados) había desarrollado un movimiento basado en las ideas de la cooperación entre los trabajadores para ayudarse mutuamente y, de esa manera, hacer realidad un proyecto que le permitiera el mejoramiento económico, social, cultural, moral y político de los sectores populares. De esta manera  nacen las mutuales o sociedades de socorros mutuos de artesanos y obreros que  apelan a la solidaridad de los miembros que la formaban. Estas otorgaban a sus asociados pensiones por enfermedad o accidente, pensiones por jubilación, entre otros beneficios. Otra organización importante para le época son las mancomunales. Estas tienen iguales características que las mutuales, pero al mismo tiempo tiene una labor parecida al sindicato, es decir defiende los intereses de sus asociados a través de huelgas, donde habitualmente realizan un petitorio. Las Sociedades de Resistencia, estas fueron los primeros intentos de elevar el movimiento obrero mutualista a una acción política más combativa. Los grupos anarquistas fueron pioneros de este tipo de organización que tuvo una existencia efímera.

 

Desde 1860 en adelante se fundan numerosas cooperativas, cajas de ahorro, escuelas de artesanos, sociedades filarmónicas de obreros, logias de temperancia y otras organizaciones en las que se encarnaba el proyecto de “regeneración popular” en base a un ideario político de carácter “liberal popular”, una suerte de lectura más cercana al pueblo del liberalismo difundido por las elites burguesas. (Sergio Grez, ¿Teatro ácrata o teatro obrero? Chile, 1895-1927). Podemos aventurar que los anarquistas desestructuraron el esquema original de estas organizaciones de base, las que estaban destinadas a la ayuda social y al cultivo de la música, y por extensión a las artes en general (filarmónicas), incorporando un proyecto educativo integral (que integrara lo manual, lo intelectual y lo artístico), bajo un ideario de autogestión que aseguraba su autonomía de funcionamiento y que le permitía mantener un nivel de conocimiento asociado con la cultura libertaria.

 

¿Cuáles fueron las influencias doctrinales de socialistas y anarquista en el plano cultural?

 

El ethos anarquista se basaba en la afirmación rotunda de la igualdad natural y constitutiva de todos los hombres y las mujeres; así como en la firme creencia de que todo Estado por su propia naturaleza estaba destinado a  oprimir y explotar a la masa y defender a los opresores y explotadores; y sus órganos principales estaban dirigidos para educar a los espíritus y hacerles dóciles al yugo gubernamental. Estas razones orientaron su praxis militante y su producción cultural hacia la destrucción de todo orden político basado en la autoridad y la constitución de una sociedad de hombres libres e iguales, basada en la armonía de los intereses y en la contribución solidaria de todos al cumplimiento de los deberes y cuidados sociales. Sobre esta tesis, Armando Triviño, citado por Víctor Muñoz en Armando Triviño: Wobblie Hombres, ideas y problemas del anarquismo en los años veinte. Vida y escritos de un libertario criollo (2009), enfatiza: “La dictadura del proletariado no la queremos ni la propagamos: la combatimos junto con todas las dictaduras burguesas, teocráticas o proletarias” (107)

 

En cuanto a la literatura ácrata, Eliseo Lara en Literatura y Anarquismo (2013), explica: “la literatura en sus géneros líricos y narrativos, junto con la dramaturgia enriquecerá la actividad cultural contra-hegemónica que surge de la propia clase obrera, por el estilo de una práctica pedagógica de su ideario. (7)

 

Junto a la proliferación de literatura ácrata en el país, los anarquistas hicieron esfuerzos por lograr espacios contra la hegemonía cultural que ejercía la aristocracia y la burguesía nacional. A la sazón surgió el Ateneo Obrero en Santiago (1899). En tal ocasión se congregó un conjunto de intelectuales, artistas y trabajadores ilustrados que dieron paso a veladas de reflexión sobre arte y pensamiento. Ahí mismo surgieron personalidades influyentes para el movimiento y la cultura nacional: Carlos Pezoa Veliz y  Víctor Domingo Silva.

 

En aquellos espacios hicieron gala de su capacidad discursiva y de encendidas alocuciones. Su finalidad era lograr la difusión de su ideario y sus principios éticos de la “redención de la sociedad” en los sectores medios y bajos de la sociedad. Después de todo, tal como lo explica Sergio Pereira en Dramaturgia Anarquista en Chile (2005), con los Ateneos “el anarquismo perseguía, pues, un espacio propio desde el cual forzar a la cultura central a reconocer las restricciones en los procesos de construcción de los sistemas de representación del mundo, de la naturaleza y del orden social” (51)

 

Tantos socialistas como anarquistas comprendían que la literatura era una expresión existencial del hombre frente a sí mismo, contienen en su seno una crítica que compromete la manera de pensar y sentir del creador. Este criterio es análogo a lo que esboza Jean Paul Sartre en su texto Qué es la literatura (2003), cuando nos dice que el escritor debiera comenzar a ser consciente de su responsabilidad a la hora de escribir. Atrás debería quedar el axioma “el arte por el arte”. Se hace inevitable - como dice nuestro autor - que el literato esté comprometido, lo que no significa que asuma una vocería partidista o una ideología determinada, sino con su sociedad. Este enunciado tiene mucho sentido con la ideología anarquista, tan pronto como el artista y el literato deben manifestar su compromiso social, conservando su libertad total.

 

Sobre el carácter de la literatura anarquista, Pereira, ya citado, explica:

 

Por definición, el texto literario anarquista era concebido como una herramienta ideológica encargada de enseñar y difundir sus propuestas sociales y morales, en una primera versión, a sus grupos afines y, luego, expandirlas a otros sectores sociales sensibles a la cuestión social. (143)

 

Al menos socialistas y anarquistas concertaban - siguiendo la reflexión originaria de Carlos Marx -  que la literatura y el arte son valores espirituales y armas políticas. Es cierto que este pensamiento podría conducir a un vínculo forzoso y estereotipado a un estilo específico, pero también es claro que pone al descubierto el incuestionable nexo entre arte y su naturaleza y su sustancia contestataria ante el poder político.

 

Existen otros dos puntos concordantes entre ambas ideologías dignas de comentar. La primera era que ambas poseían una concepción no elitista tanto del conocimiento como de la creación artística, postura absolutamente distanciada con los preceptos del liberalismo oligárquico. Las concepciones estético-políticas de las dos doctrinas suponían, en los hechos, un principio de democracia al considerar a todos los ciudadanos con capacidades para tomar decisiones autónomas y racionales en el desarrollo cultural de una sociedad, poniendo, por supuesto, el acento en el surgimiento de una cultura nueva que representara la constitución de una sociedad ideal. Parece evidente que las diferencias se presentarán en el carácter de sociedad que proyectaban ambos movimientos. La segunda, es que desde el punto de vista doctrinario anarquistas y socialistas admitían que para superar las desigualdades sociales que existían había que emprender una lucha social por cambiar el estado de cosa, como también había que hacerlo a través de la lucha cultural por incrementar y democratizar el conocimiento. De ahí nace en ambos sectores políticos la urgencia por ampliar la oferta educativa, realizar una reforma pedagógica que posibilitara el incremento del nivel educativo de la ciudadanía, como asimismo la formación de los ciudadanos “nuevos”. Por ello, socialistas y anarquistas fueron los más acérrimos defensores de ampliar la cobertura educativa, en especial para los sectores más postergados, léase obreros, campesinos, mujeres y pobres, en general.

 

Si tuviésemos que hacer un cotejo entre ambas ideológicas en relación al arte, podríamos colegir que ellas ambicionaban: 1.- Echar abajo el paradigma de la obra de arte no sólo como goce exclusivo de las clases privilegiadas, sino también como producto de toda la ciudadanía. Esto significaba una ruptura total  con la estética convencional burguesa y un replanteamiento de los objetivos artísticos. 2) Restituir el arte a sus raíces populares, divorciado de todo elitismo o símbolo de sociedad clasista. 3) Transfigurar la obra de arte en un instrumento pedagógico, político y social en el cual el estilo aparte de que escaseé de valor, se transforme en uno de los componentes de la propaganda, con objeto de concientizar al trabajador para que tome el liderazgo en la transformación social.

 

Sin aspirar a entrar en mayores honduras, porque no es el objetivo del texto, podemos deducir que socialistas y anarquistas partían de la base que el arte era una parte inherente al pensamiento humano, que se desarrolla, se nutre y crece de la ideas que se generan en su medio social. Entonces, vida, pensamiento y arte resultaban para ellos ser hermanos inseparables que no paran de entrecruzarse y componen el cimiento sobre el que se edifica la sociedad.

 



[1]  Diario El Despertar de los Trabajadores. Separata del 8 de octubre al 21 de noviembre de 1912.

 

[2] Es posible que esta doctrina no hubiera pasado de ser una simple especulación teórica de no haber existido algunos líderes que lo impulsaran creando organizaciones vinculadas al movimiento obrero con la finalidad de destruir la sociedad capitalista y el Estado, y cuya fuerza se expresó desde la segunda mitad del siglo XIX  en Europa.

 

[3]  La diferencia más identificable a lo largo de la práctica de ambos movimientos ha sido la  tendencia de los socialistas a disputar al enemigo la dirección de la sociedad en su propio terreno, es decir ha propiciado la toma del poder Estado para instaurar una nueva sociedad; en tanto que los anarquistas han optado por la destrucción del Estado y de sus órganos representativos, facilitando de esta manera la ordenación de la sociedad por parte de los trabajadores mismos.

 

[4] Hubo un significativo número de poetas que se adhirieron a la causa, aunque no todos fueron anarquistas. Entre estos podemos mencionar a Víctor Domingo Silva, Antonio Bórquez Solar, Carlos Pezoa Véliz, Carlos Mondaca, Alfredo Bravo, José Domingo Gómez Rojas y Manuel Rojas.

 

 

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publicado por goliath a las 16:36 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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