DRAMATURGO POR CONVICCION
Iván Vera-Pinto Soto
Magíster en Educación Superior
Dramaturgo
Desde la década de los
70 mi trabajo escénico ha estado centrado, preferentemente, en las temáticas del teatro social y popular.
En ese contexto, nació “Coruña, la ira
de los vientos” (2007); obra que, por un lado, me allanó el camino para plasmar
en la literatura dramática mi manera de pensar, sentir y ver la realidad del norte de Chile y, por
otro lado, me permitió rendir un sincero tributo a aquellos trabajadores que ha
comienzo del siglo pasado entregaron sus vidas por conseguir una sociedad más
justa e igualitaria.
Esta primera creación surgió producto de una novela que llegó a mis
manos: “Los Pampinos”, (1956) de Luis González Zenteno. Al leer su argumento me
impactó la vida de sus protagonistas: Carlos y
Timona. Dos obreros y luchadores sociales que se amaron intensamente en un
clima tenso y funesto, como aquel que se vivió en plena crisis de la industria
salitrera chilena. Un amor que incluso fue capaz de ampliar la relación de
pareja por merecer la utopía de un mundo mejor.
A partir de este feliz encuentro con la
literatura iquiqueña, comencé acercarme al Teatro de la Memoria; movimiento que rescata, pone valor y
difunde aquellos episodios de la historia de nuestros pueblos, muchas veces
olvidados o encubiertos por las letras oficiales. De esa manera, comencé, con
mucha ansiedad, a redescubrir algunos personajes e hitos asociados a nuestra
identidad regional y, también, otros temas hermanados con muchas imágenes que
en algún momento cruzaron mi existencia e imaginario personal. Entonces, con una
celeridad asombrosa, vinieron nuevas creaciones que nacieron de la
reelaboración de experiencias transmitas por diferentes fuentes y fragmentos
ajenos – mixtura de realidad y ficción – con el propósito de despertar,
idealmente, tanto en el lector como en el espectador, una actitud crítica y
reflexiva. Sin descanso ni letargo, logré parir otros entrañables hijos
literarios: “Bolero de sangre” (2008), “El último cuplé del emperador” (2008),
“La siniestra del señor De Lara” (2009), “La pasión del sastre” (2009), “Llegó
con tres heridas” (2010), “Delirio” (2010), “El despertar” (2010), “Recuerdos
atrapados en un ataúd” (2011), “Entre ánimas y fantasmas” (2011), “La última batalla” (2011), “Antología de la
Memoria (2012) y “Obras de la Memoria (seis obras inéditas -2012)
Debo
reconocer que para escribir teatro, adopto la misma postura que Kant denominó
“sujeto trascendental”. En otras palabras, ausculto la realidad, luego,
construyo y estructuro las creaciones desde mi mundo subjetivo, unido siempre a
la historicidad de una cultura determinada. Es decir, invento a partir de mi
discurso interno, sin dejar de lado mi
realidad cultural. Por supuesto, que el inventar historias no es sólo
para mí un ejercicio literario, sino también un instrumento para coadyuvar al
cambio de la realidad objetiva. Al respecto, Mario Benedetti, en su obra “Pedro
y el capitán” (1979), propone: “Recuperar la objetividad como una de las formas
para recuperar la verdad”. No obstante, como el teatro no es ciencia, tengo que
pensar que mi observación sobre la realidad se ve influenciada eventualmente por
mis intereses y pasiones.
En ese
escenario, mis obras están matizadas con acontecimientos históricos y políticos
que a veces trastoco, intencionalmente, en tiempos y lugares para moldear
dramáticamente un pasado no muy lejano que aún golpea nuestras vidas. Por lo
demás, siempre me ha sugestionado contar o inventar historias. En lo posible
historias que contengan personajes que planteen con espontaneidad y verdad, sus
problemáticas existenciales y sociales; sus reivindicaciones e idearios
democráticos, libertarios y humanistas que sustentaron descarnadamente,
especialmente, en épocas de crisis y
brutal injusticia social.
Sin embargo,
a medida que avanzo en esta expedición creativa, me fascina la idea de
encontrar nuevas formas para develar la realidad, pues temo que ella no es tal
como parece; muchas veces los soportes ideológicos y los sentidos nos suelen
jugar una mala pasada. Por esta razón, apuesto elaborar una visión artística
distinta a la realidad, incluso, a la misma historia. Una propuesta estética que trascienda la mera reproducción de la
realidad para convertirse en ideal asilo de la imaginación.
Confieso que
cuando escribo mi mente vuela a la infancia en mi precario barrio; inasible
espacio donde nos reuníamos con los muchachos en ociosas jornadas a jugar o a
inventar increíbles cuentos para despertar nuestra lúdica imaginación y,
también, – sin pensar - para cambiar
ingenuamente la levedad de nuestras
pequeñas existencias. Probablemente, me sentiría gratificado como inventor si
esa misma sensación provocara en algún
lector cuando se entrometa en los entretelones de estas ficciones verdaderas.
No hay duda,
escribir teatro es una locura y una aventura, porque nunca no sé sabe qué
pasará con el retoño que engendras; es – como lo dijo Jorge Díaz, en su
Antología de la Perplejidad (2003) – “lanzar mensajes de náufrago en una
botella a una pecera que es el escenario. ¿Llegarán a alguna parte? El mar
aéreo de los teatros tiene muchas corrientes submarinas que alcanzan todos los
puntos de la rosa de los vientos” (pp: 26) Íntimamente, espero que algo bueno ocurra en
las mentes y en los corazones de las personas, porque si no mi trabajo será
como una travesía por el desierto, sediento y herido…
Tal como señalaba el
célebre autor mexicano Usigli, quien tome la decisión de dedicarse al campo de
la dramaturgia debe cumplir con tres requisitos básicos: “disposición, volición
y vocación”. La disposición se expresa en la capacidad de sobrepasar a su
propia generación. La volición, se entiende como la voluntad de querer ser
dramaturgo, enfrentando con coraje todos los riesgos sociales que ello implica.
Finalmente, la vocación, es la actitud que se manifiesta en la acción
permanente de escribir y escribir teatro. El objetivo del dramaturgo es estudiar al hombre y su conducta. Este deseo
de auscultar los conflictos humanos, en algunos casos, está vinculado a una
carencia personal, quizás, en lo personal, algún trance remoto me ha colocado en
estos años en la postura de observador del comportamiento en sociedad.