La muerte en la obra de
teatro Santa María del Salitre de Sergio Arrau
Resumen:
El
objetivo de este artículo es reflexionar sobre la representación de la muerte
en la obra de teatro Santa María del
Salitre, escrita por Sergio Arrau el año 1989; la cual se revela como un
estigma y condena que los obreros salitreros sobrellevan a consecuencia del
sistema de explotación que sufren en la industria del nitrato en el norte
grande de Chile, a comienzo del siglo XX.
A
partir de un análisis socio-histórico trataremos de dilucidar cuatro
interrogantes: ¿Cuáles son las representaciones simbólicas y reales que adopta
la muerte en el mundo pampino? ¿Qué significado tiene la inmolación para los
protagonistas? ¿Cuál es la visión histórica de la muerte en la masacre? ¿Cuál
es el resignificado teatral de la muerte obrera en el trabajo escritural?
Palabras claves: muerte-obrero-masacre-
teatro-Arrau.
ABSTRACT:
The aim of this
article is to reflect about how death has been presented in Santa Maria del Salitre, a play written
by Sergio Arrau in the year 1989. In the play, death is shown as a stigma and a
condemnation that nitrate workers endure under the exploitation regime that
marks the nitrate industry in the Chilean northern desert at the beginning of
the 20th century.
Under a
socio-historical analysis to be made in this article, we shall try to answer
the following questions: ¿Which are the symbolic and real representations of
death in the nitrate world? ¿What is the meaning of dying among the nitrate
workers? ¿What is the historical vision of death within the massacre? ¿What is
the dramatic meaning of the workers’ death in the play?
Key words: death- worker-
massacre- theatre-Arrau.
1. - Introducción:
Después de un largo
ocultamiento y escamoteo institucionalizado, hoy, conocemos ampliamente las
funestas consecuencias que provocaron en el movimiento obrero las agudas
contradicciones que existían a comienzo del siglo XX entre la oligarquía y el
proletariado chileno. A partir de esta página negra de la historia de Chile, no
pocos artistas han testimoniado con sus creaciones a los héroes anónimos que
ofrendaron sus vidas en la Escuela Santa María de Iquique, el 21 de diciembre
de 1907.
En esa senda nace Santa María del
Salitre, una Crónica
Épico-Dramática, adscrita al Teatro de la Memoria la cual tiene la pertinencia y sustancia para aproximarnos – entre
otros núcleos temáticos - al examen de
la muerte en el mundo proletario. Primero, porque recupera, a través de un
estilo realista-brechtiano, un hecho histórico social que manifiesta, entre
otros hitos: los orígenes de una conciencia proletaria, el comienzo de la lucha
obrera y el imaginario cultural del salitre. Segundo, porque retrata la muerte
como consecuencia del clima de explotación que vivía el obrero en las Oficinas
Salitreras. Tercero, porque “despierta” a los
muertos y recompone lo destrozado, bajo una concepción histórica. A partir de
esta perspectiva, estimamos que es posible recuperar el sentido del pasado,
llenar la historia de significado, entender que las ruinas y los despojos, las
yagas de la masacre, también forman parte de la lógica interna de la vida y
muerte del proletariado nortino. Cuarto, porque la obra está cargada de símbolos, íconos y ficciones que
patentiza la muerte con todo el peso de lo real. Quinto no hay estudios
sobre la importancia que tiene la muerte en la obra. Sexto, el texto no se
queda en una mera información academicista sobre los sucesos, por el contrario,
recupera desde el pasado la esencia del proceso histórico, con el fin de
provocar un distanciamiento en el lector/espectador que le permita cuestionar
la realidad teatralizada.
El problema medular que pretendemos discutir es sobre resignificado teatral que le da el autor a la muerte pampino, con el
propósito de aportar nuevos antecedentes al debate sobre la memoria histórica y
la épica obrera en el norte grande de nuestro país.
Para el análisis utilizamos el método histórico el que nos permite
descubrir, señalar y recrear el significado del texto, centralizando la
relación íntima, indispensable que existe entre literatura y realidad, entre
literatura y sociedad. A ello sumamos otros aportes de investigaciones de carácter
histórico-social y puntos de vistas de literatos, para demostrar el valor
artístico de la creación y su importancia histórica-social.
Sin duda, Santa María
del Salitre, es un buen ejemplo para demostrar como el teatro desde una perspectiva
estética testimonial-documental, puede ser un efectivo vehículo para transmitir
al público sensaciones, emociones, sentimientos e ideas sobre la vida y la
muerte, en esta ocurrencia la de los obreros salitreros, con la intención de
despertar interrogantes acerca de nuestro presente y porvenir.
2.- Nada se
esconde a los ojos de la muerte.
Previamente
debemos señalar que los diálogos se centran en torno a la pobreza, la
explotación, las pésimas condiciones de seguridad en el trabajo y la lucha que
emprende el movimiento obrero. En ese escenario, Arrau, en boca del Cantor, nos
retrata la pobreza de la pampa cruda, ominosa y fatal. “Canto a la Pampa, la tierra triste/ réproba tierra de maldición /que
de verdores jamás se viste /ni en lo más bello de la estación” (1) Luego,
el narrador expresa: “Año tras año por
los salares/ del desolado Tamarugal/ lentos cruzando van por millares/ los
tristes parias del capital” (12). Luis Olea, en un verso dirá: “Cargado de vicios y defectos/ estigmas,
afrentas y maldades/ va el paria sin alma y sin efectos/ viajero a través de
las edades” (González 342)
Por
otro lado, la insalubridad, el alcoholismo, la prostitución, la tuberculosis, las
enfermedades venéreas, los accidentes del trabajo y el desgaste físico como
consecuencia de las duras faenas, resultaron ser una constante en la vida del
obrero. Sumemos que los salarios eran nominativos (dinero no veían, sólo
fichas) y en ningún caso alcanzaban para satisfacer sus necesidades básicas.
Baldomero Lillo, Obras completas
(1968), describe:
Por el clima, la
índole especialísima de sus faenas, el régimen patronal, la preponderancia del
elemento extranjero y la nulidad de la acción gubernativa, la tierra del
salitre, abrasada por el sol del trópico es una hoguera voraz que consume las
mejores energías de la raza. (65)
En
efecto, estos breves antecedentes, nos llevan a reflexionar sobre la situación
infeliz que vivió el trabajador, producto de las miserables condiciones de
vida, los trabajos inhumanos y la ausencia de leyes que lo protegiera.
Expresado
de otro modo, la muerte se paseaba atrevida, cínica y periódicamente por el
campamento minero, puesto que, virtualmente, la existencia del minero era su
otra cara. La muerte era una realidad ubicua que se extendía por todo el
desierto, que se filtraba en los campamentos mineros y se incrustaba en el
semblante del trabajador. “Se vive
cincuenta o sesenta años, agonizando. Porque en los “rajos” la piel, poco a
poco, va chupando muerte. La carne se endurece en anticipaciones macabras y si
los pampinos hablan, parcamente, es porque la sombra funeral cercena palabras
en su corazón” (Sabella 163)
No es extraño que durante ese período la muerte accidental,
el tiro a mansalva y la represión patronal constituyan algunas de las amenazas directas que acechan la vida de
los trabajadores. “La muerte ondeaba desnuda en
la mechas de dinamita; graznaba en la soledad de las huellas; era el molde
mordiente de las piedras” (Sabella 163). Un personaje dirá: “Un día de estos, no hay más que sentarse en
la boca del tiro y encender la mecha. El dinamitazo me llevará de un viaje a la
gloria de Dios Padre y todo lo demás”. (71)
Se puede discurrir que la muerte reside en el campamento
minero y condiciona
directamente la vida, el modo de pensar y de sentir del obrero. Lillo, nos hace
notar el alto costo para su salud y vida que tiene para el obrero algunas
faenas.
Es un hecho conocido que el desripiador,
cuando una pulmonía no acaba con él sorpresivamente, sólo resiste dos o tres
años una labor que bien puede calificarse como salvaje, pasando después a
engrosar el ejército de impedidos, de los inválidos, de los derrotados en las
luchas del trabajo.(404)
Otro
aspecto que pone en relieve los diálogos son las consecuencias inmediatas que
provoca la muerte por accidente: primero, padecimiento para su grupo social y,
segundo, agudización de las contradicciones entre obreros y patrones.
Eufemia: Que muerte más espantosa.
María: ¿Cuántos han caído ya en el maldito
cachucho? Dios me perdone.
Eufemia: Este año, dos. El año pasado…
On Nacho: Y seguirán cayendo…Qué barbaridad…
María: Tanto que se ha pedido que pongan reja
de fierro en los cachuchos y achulladoras. Así como están son una trampa para
el cristiano.
On Nacho: Qué le importará a los patrones la
vida del obrero. (2-3)
La explotación y la miseria producen desgracias que abaten la
vida de los pampinos, lo que conlleva a algunos a la desesperación y, a otros, a
la aceptación, pues ese dolor forma parte de sus realidades y únicamente atinan a ahogarse en la
consolación: “Con una enfermedad...una se
va acostumbrando, se hace el ánimo, por último se conforma. Pero de repente...
¡Y así!” (5)”Es la voluntad de Dios” (2) “¡Pero hay tantas formas de
morirse!... Así es compaire. Estas cosas pasan y no hay nada que hacer” (3).
En otra
plática, On Nacho, amargamente denuncia que la compensación empresarial que
reciben por accidentes laborales es burocrática y exigua. Ese panorama se complica
aún más por las disminuidas condiciones físicas que queda el trabajador, lo que
le hace imposible emprender otra actividad laboral.
…Indemnización. Aunque se la paguen… ¿Qué le
van a pagar? No le alcanzará pa irse a su tierra. Como yo, cuando me fregué el
brazo. ¡Volver al sure, por la vida! Y después de todo, Nacho ¿Qué diablos ibas
a hacer en el sure, digo yo? ¿De peón? Viejo y con un brazo inútil… ¡Ni pa
sacar gorgojos! (3)
Con el pasar de los años, la desesperanza y
la incertidumbre recrudecen, debido a las rudas faenas y el quiebre de los vínculos
familiares. Eufemia, confiesa: “Por los
años pasados acá con tan poco provecho. Por lo vieja que me he puesto. Porque
mis hijos ya no me necesitan. Por ahí, ya ni acuerdan… Pero por sobre todo lloro
porque nunca más volveré a mi Chiloé” (3)
Como se observa, la orfandad, el aislamiento,
la soledad y el sentido de desarraigo a su tierra originaria que expresa el
personaje, constituyen otras de las muchas manifestaciones reales y simbólicas
de la patética muerte. A la par, el pago en
fichas, los despidos, las alzas en los artículos básicos y la carencia de una
ley social, contribuye al desarrollo de la violencia en este grupo social, lo
que a su vez origina otra posibilidad de muerte abrupta.
Lo predecesor refleja la
escasa o nula valoración que tiene el empresariado salitrero de la vida y seguridad
del obrero. Recordemos que el obrero no tenía estabilidad laboral, en cualquier
momento podía ser sustituido, lo que generaba una alta movilidad en el trabajo
y, por consiguiente, provocaba un ambiente de desidia y menosprecio por parte
de los empresarios por el valor humano de estos trabajadores. Por todas estas
injusticias Salvador, alega: “Tenemos que
tomar conciencia de lo que somos, de las condiciones que vivimos. Y no es
cuestión de nacionalidad. Aquí vivimos, padecemos y morimos gente de muchas
partes” (11)
Agreguemos que las condiciones de trabajo de
los niños y de las mujeres resultan todavía más inhumanas y mortales. La
familia es objeto de la misma discriminación y explotación social. Por eso,
Zoila, alega: “... Me doy cuenta lo que
es la explotación ¿Y quién más explotada que la mujer, dígame usted? Madre,
esposa, amante, buey, mula de carga, todo...Ignorante hasta la pared del
frente. Cómo será de ignorante que hasta ignora la miseria en que vive...”
(92) Al mismo tiempo, la estructura clasista de la sociedad incluye igualmente una
estructura clasista de la medicina, que protege más la vida de los potentados
que la de los trabajadores.
Podemos elucubrar que todas las condiciones sociales
límites (enfermedades, accidentes y castigos) que enfrenta a diario el obrero
le obliga a reflexionar sobre la fragilidad de su vida y de su porvenir incierto.
A la
postre, todos estos factores descritos fueron los que gatillaron la necesidad
de organizar y movilizar conjuntamente a la gran masa de trabajadores de las
diferentes ocupaciones relacionadas con la industria del salitre.
Bravo Elizondo, comenta en
el prólogo del texto: “Si un literato
hubiese querido proyectar el símbolo del abandono de esos hombres y su causa,
por las autoridades regionales y capitalinas, no podría haber utilizado mejor
metáfora que una gran bandera aplastándolos y no protegiéndolos, como
ciudadanos.” (VIII). No parece desmedido interpretar el símbolo de la
bandera como una expresión de un estado de disconformidad más profunda con el
orden social imperante, y una palpable falta de legitimidad del Estado chileno
frente a la masa trabajadora. En esa circunstancia, la muerte surge de la agonía que los personajes
padecen en un entorno desigual e injusto, colmado de violencia social.
Hombres y mujeres conscientes de sus
atormentadas y asoladas realidades, protestan contra un Dios sordo que no los
escucha. “Aquí estamos como en otro
mundo. Dejados de la mano de Dios. Basta mirar lo que nos rodea. Miren. Es como
estar en un planeta muerto” (10) En ese contexto, la muerte irrumpe como
una figura castigadora, cegadora de la felicidad y portadora de desgracias y
fatalidad. “Y justo tenía que pasar
cuando…Después de tantos años… ¡Si parece una maldición señor! Yo que le iba a
dar la sorpresa…No hay nada que hacer. Lo bueno siempre llega a destiempo. Como
si el destino se riera de una…” (5) El diálogo anterior es revelador, nos
muestra una auto mirada de una viuda que observa el desamparo y el aislamiento
que experimenta cuando la muerte rompe los lazos de comunicación con su ser
amado, pero también reitera la ausencia de protección social ante un destino
fatal que se burla de su propia desgracia. Entonces, “La
muerte de ser querido constituye una “sacudida”
que trastoca “la vacuidad de la naturalización de lo social”, una
pérdida irreparable de un mundo único que formaba parte del propio: la vida no
es eterna, pero la ausencia de ese otro sí se hace eterna”.
(Jiménez 25)
Es dable que los trabajadores enfrentados a
tales vicisitudes - más allá de sus creencias sobre la existencia o no de un
ser superior - aseveran que están abandonados de la mano de Dios o como diría Nietzsche “Dios ha muerto”, porque él los castiga y lo hace sufrir sin motivo.
Esta percepción se acentúa al ver a la iglesia divorciada de la
problemática social y al Estado ausente en su rol protector. Esto revela, en lo sustantivo, un despertar abrupto de
vidas carentes de afección y de protección; ausencias que son decidoras en sus concepciones
de vida y en sus perspectivas futuras.
Por otra parte, la violencia
policial, la xenofobia, la violencia política y patronal, también son variables
que coadyuvan a configurar en el pampino una visión trágica de la vida.
El General interviene: “Es inconcebible
la actitud de los trabajadores. Los señores salitreros son víctimas de su
bondad y largueza para remunerar al trabajador. No se aprovechen de su bondad
ni de nuestra paciencia” (96-97) Según,
Sergio González (2004):
...esta visión
trágica no es exclusiva del desierto o de la pampa, porque trágicas eran las
visiones de mundo de los sujetos amalgamados en el territorio salitrero,
especialmente indígenas y campesinos. No pasaría mucho tiempo, cuando el
pampino ya organizado socialmente en mutuales, sociedades de resistencia y
partidos políticos, asoció esa visión trágica a la pampa y a su condición de
proletario. (10)
En la obra este
clima trágico se construye, básicamente, con dos elementos: la adjetivación
casi siempre depresiva: “ayes de muchos
pechos”, “pobre pueblo”, “'sudor amargo”, “un lamento de lo más hondo”, “vocación de cesante”, “que fatalidad, por la
vida”, “la tierra triste”, etc. Y los augurios lamentables:
“capacito
que nos fusilen”,” Benditas víctimas que bajaron/desde la Pampa, llenas de fe/y
a su llegada lo que escucharon/ voz de metralla tan sólo fue.”
Podemos especular que esta
mirada trágica es el resultado de una angustia ontológica, al sentirse
condenado a trabajar eternamente y a sufrir la explotación patronal, sin un
destino fijo y sin ninguna probabilidad de una vida mejor. Entonces, la vida
detenida se confunde con la muerte. “Ya
no se puede vivir con lo que ganamos. Una marraqueta grande vale un peso. O sea
que con cuatro marraquetas nos gastamos todo el jornal” (21)
No es el trabajo en sí mismo lo perverso,
sino la explotación y los salarios de hambre que llevan a los obreros a la
pobreza y, por ende, a la muerte. “El obrero se convierte en una
mercancía tanto más barata cuantas más mercancías crea…Hasta tal punto
se manifiesta la realización del
trabajo como anulación del hombre, que el obrero se ve anulado hasta la muerte por hambre” (Marx 74-75).
De acuerdo a
lo puntualizado, podemos sostener que en esas circunstancias la construcción
social de la muerte está mediatizada por la
cercanía física, temporal, espacial y mental respecto a ella.
En otro
ámbito, hay que aclarar que en la cosmovisión pampina subsiste la creencia que la muerte
biológica puede primariamente conducirlo a morar en libertad en ese mismo espacio,
transformándose así en un elemento constitutivo de su propia realidad. Acotemos
que ese fuerte arraigo que construye el obrero
en torno a la pampa es lo que sostiene su sueño de eternizarse en el vasto
páramo.
En el desierto no cabe el olvido: se cree
que, de repente, los muertos cobrarán su cuota de amor y saldrán secos, íntegros,
con la elocuencia tremenda de la conciencia, a recordar a los vivos que ellos
reposan allí no más, a metros de su día moribundo, viviendo el verdadero exilio
del cielo, en una especie de plenitud de la piedra ( Sabella 163)
Si hacemos una interpretación de ese pensamiento primitivo enquistado en
la mente del pampino, veremos que el obrero proyecta su muerte arraigada a su
medio social, comunicada con los vivos, en una suerte de asociación y
combinación de intereses. Entonces, “Los
muertos son parte integrante del grupo social, y el individuo no se siente
enteramente separado de ellos. Tienen obligaciones para con los mismos, y de
las que no se extrañan como tampoco de las que tiene con los vivos". (Levy-Bruhl
76). En la cultura pampina se originan comunicaciones ritualistas y de
socialización entre los vivos y los muertos. Por obra de la muerte y los
muertos, los vivos se cohesionaban y conectan socialmente. Este comportamiento
queda registrado en algunas escenas donde los pampinos exhiben respeto, devoción
y una sentida evocación de sus seres queridos que han dejado este mundo
trágicamente.
Desde una visión antropológica, la muerte es un hecho social y como tal
conforma un lenguaje que tiene múltiples significados. Desde su sistema de
signos es posible establecer una semiología antropológica de la muerte, la cual
está basada un sistema de creencias y genera una enorme riqueza de
comportamientos ritualizados. A su vez, moviliza al grupo social mecanismos
para atenuar los daños que provoca la muerte entre sus miembros. Esas creencias
se manifiestan en el texto mediante expresiones coloquiales y hasta
humorísticas: “Salitre eres y en salitre
te convertirás” (3), “También hay que
brindar por el que se fue” (6) “...
aún están frescas las flores en su tumba” (26) “Ayayay dijo un difunto adentro
de un camposanto/ sino no me pasan un trago/ me levanto y pego el salto”
(69).
Simultáneamente, algunos diálogos nos testimonias como
el proceso mortuorio es también un constante de repensarse a sí mismo dentro de
la cultura pampina: “Con ese espíritu seguirán aprovechándose hasta el Juicio Final. Y
ustedes, los más jóvenes, ¿no les parece que deberían tomar mayor interés en su
comunidad?” (11).”Yo no partiré de aquí. Hasta pensé en tirarme al agua, pero
sería...como faltarle. Voy a volver a la Pampa” (117).
En breves líneas se da cuenta que habitualmente la muerte de un obrero
era una perdida social que afecta a todo el colectivo, alterando la estructura
de roles, por lo que obligaba la reconstrucción y reintegración de los mismos
mediante la realización de ritos de transito y funerales con participación
comunitaria. (Jiménez 196)
Para finalizar este título, podemos colegir que el texto de Arrau nos
retrata cómo en el mundo pampino la muerte constituye un principio
estructurador de la vida social, en tanto, actúa como un proceso de
retroalimentación que define y limita múltiples factores que condicionan la
vida de estos sujetos históricos, inclusive, determinan su enfermar y morir.
3.- Muerte y utopía obrera.
Históricamente
estamos al tanto que ante la intransigencia patronal, el 10 de diciembre de
1907, más de 15 mil obreros pampinos
de una treintena de Oficinas Salitreras adhirieron a la paralización de
actividades y marcharon hacia Iquique para exigir demandas tan básicas como: salarios según cambio fijo de 18 peniques;
libre comercio en las oficinas; fichas que se recibiesen tuviesen el mismo
valor que el dinero; prevención de accidentes, control de medidas y precios;
pago de desahucio, o indemnización; instrucción para los trabajadores;
protección laboral para los obreros huelguista.
Portando estas peticiones y con el propósito
de cambiar el régimen de muerte que los azolaban, los obreros salitreros caminaron,
como en ritual de muerte, por el desierto en caravana hasta Iquique, con la
esperanza latente de encontrar una solución a su conflicto. “Hombres y mujeres queremos mejorar lo de
ahora, ¿no es cierto? Porque no estamos pensando en nosotros, sino en nuestros
hijos.” (24) “...Toda la pampa está
encendida y tendrá que caer un diluvio para apagarla” (46) Pero, también eran
conscientes de la intransigencia de los industriales y de los funcionarios
públicos. Por ende, rondaba la posibilidad del fracaso de las negociaciones y,
en el caso extremo, el tránsito hacia un destino fatal.
En el trayecto de la pampa a
la ciudad los obreros sufrieron el asedio de la clase patronal, la cual intentaba
minar su fuerza y moral.
Obrero 1: Apenas nos
acercamos a una oficina, cierra la pulpería al tiro ¿Qué creen? ¿Qué las vamos
a asaltar?
Obrero 2: Ni pan nos quieren
vender.
Obrero 3: Ordenes de los
patrones, pues
Obrero 4: ¡Qué otra cosa
cabía esperar!
Mujer 1: Nos niegan hasta el
agua.
Mujer 2: Que nos castiguen a
nosotros, ¿pero por qué a los niños? (33)
La obra y los hechos
históricos confirman que el movimiento obrero durante la permanencia en el puerto
tuvo un accionar pacífico y responsable, tomando en cuenta que fueron varios
miles de mineros con sus familias los que se congregaron, pese a las histéricas
y censuradoras notas periodísticas que publicaron en su contra los diarios
controlados por los empresarios. “...No
se ha arrancado ni una flor. Ni una hoja, siquiera, de los jardines ha sido
tocada...” (96)
A su llegada a la ciudad
los obreros recibieron el apoyo de los gremios y la solidaridad de clase. Así queda
grabado en las palabras de Olea: “...Bienvenidos,
queridos hermanos. Los recibimos con los brazos abiertos para confundirnos
todos en un solo y fraternal abrazo. La causa que defendemos es justa. Prueba
de ello es que la opinión pública está con nosotros...” (83) Pero, también,
las provocaciones, insultos, falacias, amenazas,
violencia y el rechazo de la clase dominante, resultaran decidores para su
accionar. Precisamente, en el desarrollo escritural se alude a ese
hostigamiento constante de las autoridades, por ejemplo: el incidente en la
estación Buenaventura que arrojó un número de seis víctimas fatales, por parte
de los obreros; los patrullajes en las calles de las fuerzas de orden, a
caballo y armados de lanzas y sables; la permanencia obligada de los
trabajadores y sus familias en la escuela, transformando la dependencia en el
cuartel general de los pampinos; la detención de Salvador, uno de los dirigente
obreros. En fin, se descubren un conjunto de acciones amenazadoras de las tropas
y las autoridades que los dirigentes interpretaron no sólo como una práctica de
amedrentamiento, sino como el presagio de una represión armada de mayor
envergadura. “Esta tarde se va armar la
grande. Tienen todo preparado. Nos van a cazar como palomas en el Hipódromo.”
(104). “Cierran las negociaciones
y la represión es inminente. Se dice abiertamente: a las 4 de la tarde”
(105)
Con todo, la muerte acechaba
la ciudad y perturbaba la conciencia de los obreros, mas, nunca dimensionaron
la magnitud de violencia que iba alcanzar, a pesar que Salvador, advierte: “Por experiencia sabemos que cuando los
ricos sienten amenazados sus intereses…son capaces de cualquier cosa” (32)
En distintas líneas se traza el
contraste entre la actitud pacífica de los pampinos y la violencia ejercida por
los representantes del Estado y los capitalistas. El dramaturgo, frente a la muerte violenta, representa a los obreros como arquetipos victimizados y las autoridades
civiles y militares, como símbolos del poder opresor. “¿Piensa dispararnos, general? ¿Será capaz de ese crimen?” “Obedezcan
o los ametrallo” (113)
Consecuentemente, los obreros aparecen como defensores
de la vida y los oligarcas como portadores de la muerte. En el siguiente
contrapunto podemos observar esta tensión. El Cantor vocaliza: “Benditas víctimas que bajaron desde la
Pampa, llenas de fe, y a su llegada lo que escucharon voz de metralla tan sólo
fue:” (88) Richardson, amenaza: “Hay
que devolverlos a la Pampa. ¿Cuál es el lema del escudo de este país? Por la
razón o la fuerza. ¡Qué hermoso lema! Rotundo...” (99). Al igual que en
otras experiencias represivas de la burguesía de la época, la decisión estaba
tomada y sin dilación fue aplicada para el infortunio de los huelguistas.
Simultáneamente, la historia teatral evidencia dos
miradas frente a la muerte: mientras unos exhiben
una natural actitud de resignación, fatalismo y entrega al infalible final. “Capacito que nos fusilen” (46). “La ciudad parece cementerio. Da miedo...”
(108) Otros, adversamente, manifiestan su
convicción que la muerte les da significación a su vida. “Todos...Están esperando. ¿No oyen que me llaman? Quieren que
yo...continúe lo que ellos...” (118) Sobre este tópico, Marcuse, asevera:
De estos dos polos opuestos pueden inferirse dos
morales en contraste: por una parte, la actitud hacia la muerte es la
aceptación escéptica o estoica de lo inevitable, o incluso la represión de la
idea de muerte durante la vida; por otra, la glorificación idealista de la
muerte es lo que da "significado" a la vida, o la condición previa de
la "verdadera" vida del hombre. (151)
Acorde con este constructo ideológico, la
muerte representa para el pampino un paso transitorio que le permite redimirse
y perpetuarse en la misma tierra donde vivió y laboró durante tantos años. “...por eso que Salvador dijo que se había
integrado al Salitre- Y que así como éste hacía crecer las plantas, la muerte
del Nicasio haría crecer...” (12) A partir del parlamento, se puede
desprender que, a nivel ideológico, opera una forma de celebración de la muerte
que le da valor a la vida del obrero, ya que puede incorporarse a la memoria
colectiva y, correlativamente, trascender y adquirir importancia en su mundo
social.
En concordancia con lo anterior, podemos plantear
a modo de hipótesis que la trascendencia que se le atribuye el obrero mártir, surge
de su propio pensamiento, de sus emociones, creencias particulares y de la praxis
militante inmersa en el movimiento social. En ese contexto, Rafael Aguilera nos
afirma:
Desde la antigua Grecia la conciencia de los
hombres ha querido y ha permanecido eterna en el corpus social, la gloria de
los guerreros helénicos y espartanos, las obras maestras de literatura,
filosofía y ciencia han atravesado y marcado la historia del hombre. La
conciencia se mantiene viva por medio de las obras y actos que realiza. (6)
Glosando a Epicuro, el obrero se moría, pero
nunca estaba muerto para la memoria de su comunidad. Es más, en las peores
condiciones de vida y enfrentado a vicisitudes extremas, el pampino no renuncia
a la posibilidad de seguir existiendo en ese territorio y entregarse a la causa
obrera. “Aquí está la vida. Está...ella.
Y los compañeros...Todos Están esperando ¿No oyen que me llaman? Quieren que
yo...continúe lo que ellos...Es como mucho para mí. No sé si podré...pero haré
lo que pueda.” (118)
En consonancia con el mismo sentimiento, On
Nacho, afirma: “Yo también. Tengo una
deuda que cumplir...Al menos serviré para contar...para acusar, qué barbaridad.
Me vuelvo a la Pampa ahora mismo”. (118). El axioma involucra dos
compromisos: El primero, una predisposición a continuar la lucha por una
sociedad ideal y, el segundo, un juramento solidario de clase que implica la
idea que los caídos permanecerán eternamente en la memoria del colectivo.
Entonces podemos desprender que el obrero es plasmado en el texto como un sujeto
social, político e histórico que enfrenta su fatal destino hermanado en un sentimiento genuino: el
internacionalismo proletario.
Dentro del marco de razonamiento marcusiano,
el sacrificio constante en la vida y el sacrificio principal con la muerte, le
permite al hombre redimirse.
La existencia empírica del
hombre, su vida material y contingente, se define entonces en términos de -y es
redimida por- algo diferente de ella misma: se dice que vive en dos dimensiones
fundamentales diferentes e incluso en conflicto, y su "verdadera"
existencia implica una serie de sacrificios en su existencia empírica que
culmina con el sacrificio supremo: la muerte (152)
A partir de esta hipótesis, deducimos
que la muerte en el pampino representa un sometimiento heroico que lejos de
aniquilarlo, le abre caminos para librarse de las cadenas de opresión. En efecto, Arrau
interpreta ese significado que tuvo para los trabajadores su inmolación,
idealiza la pasión sacrifical, “purifica” su brutalidad y ve en ella una prueba
de unidad, de esperanza y de una comprensión más profunda, pues transmuta la
voluntad del colectivo. Empero, distante al pensamiento platónico, para el
autor los responsables de la masacre no quedan absueltos de toda culpa por el
crimen capital. “Pido venganza por el
valiente que la metralla pulverizó/ pido venganza por el doliente/ huérfano y
triste que allí quedó. (117). “Baldón eterna para las
fieras/ masacradoras sin compasión/ queden manchadas con sangre obrera/ como
una estigma de maldición.” (101)
Este concepto de liberación queda grabado en la alusión
de la siguiente estrofa:
Huérfano gime el pueblo
Bajo cadena,
Pero tiene en el pecho
Una promesa.
Una promesa, sí,
Que llegará
Vendrá como una flor
La libertad (118)
Este canon textual revela
que a pesar de la angustia honda, el espíritu de rebeldía y la esperanza
subsisten y, por consecuencia, la promesa de socavar el modelo social
explotador y los valores de la burguesía se mantiene más fuerte que nunca, pese
que hay que reconocer que el movimiento huelguístico fue esencialmente
reivindicativo. La estrofa es una alegoría revolucionaria
que intenta generar una acción social desde la codificación de los valores
culturales de su contexto y específicamente de la perspectiva de vida que el
movimiento obrero propaga. En esa letra, teñida con matices heroicos y
esperanzadores, surge la imagen del trabajador con más decisión que desespero
ante la muerte. Aunque hay que advertir que el sentido revolucionario que tuvo
el movimiento en ningún caso está asociado con el uso de la fuerza. “...Bonitos revolucionarios, sin armas ni
para matar un gallinazo” (103)
Esto puede ayudar a explicar
que la muerte para el trabajador - sin proponérselo de manera juiciosa - no
simboliza el final sino el comienzo de una nueva historia de lucha, por tanto el
cuerpo que vivía antes dominado por el sistema capitalista, ya no tiene mayor
valoración, puesto que por su carácter temporal éste dejó de ser la vida real y
es el pensamiento libre o consciencia que se sobrepone a la dominación social y
a la misma muerte. Heidegger, Jaspers y Sartre concuerdan en alegar
que la muerte es reveladora de la propia vida. Frente a la muerte como
situación extrema o experiencia fenomenológica se descubre el carácter temporal
y, luego que lo insustancial se resigna, surge, entonces, el sentido de la vida
y la realidad.
En el marco de la óptica
hegeliana, no es antojadizo aseverar que una vez ocurrida la matanza, es el sentimiento
libertario que abraza el obrero el que conquista la verdad, enfrentando al sistema
capitalista e irradiando una fuerza sorprendente (la lucha mancomunada) que
evita que la vieja sociedad destruya el sentimiento de esperanza y permita
reanudar con más fuerza el camino hacia una nueva realidad, aunque ellos no la alcancen
ver. Lo preliminar se asocia con lo que expresa Maurice
Blanchod:
...hay que ser capaz de
satisfacerse con la muerte, de encontrar en la suprema insatisfacción la
suprema satisfacción y de mantener en el instante de morir la mirada clara que
proviene de tal equilibrio. Entonces, este contento está muy cerca de la
sabiduría hegeliana, que consiste en hacer coincidir la satisfacción y la
conciencia de sí, en encontrar en la extrema negatividad, en la muerte
convertida en posibilidad, trabajo, tiempo, la medida de lo absolutamente
positivo” (79)
En este trabajo escritural,
la mitificación se asocia con la estructura épica de la obra, la cual es utilizada como forma de elaboración ideológica de la
experiencia histórica. Ella implica un salto cualitativo de lo específico a lo
universal. Ese impulso en la pieza se da en el hecho de que la épica articula
en el desarrollo del discurso los intereses particulares de los pampinos con
los intereses universales de todos los
trabajadores. En este esquema épico la figura obrero es transformada en héroe colectivo
(Bravo Elizondo, Santa María en las relaciones
literarias 23), el que sufre todo tipo de
privaciones y violencia, pero que, sin embargo, demuestra valor, resistencia,
consecuencia, espíritu de lucha y audacia ante la muerte, sintetizando el sueño esperanzador del
proletariado.
Sobre el heroísmo aún quedan
pendientes algunas interrogantes: ¿El heroísmo no es acaso un mecanismo de
defensa contra el terror a la muerte? ¿El heroísmo puede ser una manifestación
de nuestra necesidad de autoestima, de trascender y de la angustia crónica que
sufrimos? Es indudable que estas incógnitas
son temas para un debate posterior.
Los hechos históricos y el
texto dramático concuerdan que el obrero, sin pretender explícitamente ser un
héroe, no se oculta a la muerte, no huye ni disimula ante ella, porque para él ésta
no está desprovista de sentido. Consecuente con este raciocinio, un líder
interpela a sus compañeros: “... ¿Somos o
no somos dirigentes? Sí lo somos,
debemos estar en nuestro puesto, sufrir la misma suerte de las bases...” (118).
Otro dice: “... La situación es
desesperada, pero mantengámonos serenos...” (118) Y ante el inminente
peligro, una mujer afirma categóricamente: “...de
aquí no nos movemos. ¿No es cierto, compañeros? “(111).
Entonces, en esta
circunstancia, cuando la muerte cuando tiene un objetivo no es un hecho bruto,
sin verdad; por el contrario, es una posibilidad de vincularse con otro mundo,
es el camino de la verdad (Blanchot 84). Al anteponer el obrero su resistencia
pacífica a la violencia patronal, decide en conciencia su muerte y con ello se
hace inmortal y adquiere el poder de dar sentido y verdad a su propia muerte,
transformándolo en un héroe que habita entre la frontera de la vida y la muerte.
Conforme al pensamiento
senequista, que dice que no hay que tener miedo a lo que no existe, el obrero
en esta circunstancia histórica no titubea ni se amilana, brega obstinadamente hasta
las últimas consecuencias, aunque ello signifique desafiar a la misma muerte. “Creo que lo oyó bien claro, coronel. La
Asamblea decidió hace ya dos horas que no nos moveremos de la Escuela”
(111).Por consiguiente, la muerte se convierte simbólicamente en “luz y sombra”
en relación con la vida, aspectos básicos para entender su existencia y
satisfacer sus intereses de clase.
Siguiendo la especulación preliminar, podemos sostener que la
idea de la muerte responde a un concepto
sociopolítico que convierte las condiciones objetivas o la violencia
estructural que vive el obrero en la
matriz para generar una percepción revolucionaria de la muerte, cuyo ideario es
en definitiva conseguir una sociedad ideal sobreponiéndose a la masacre.
Un obrero: No hay
que echarse a morir compañero. Porque esto no ha terminado. Ya verán, ya
verán...
Otro obrero: ¿Y
quién dijo que había terminado? Recién está comenzando. Volvamos a la Pampa a
apechugar, compañero. A tirar pa´delante. ¡Llegará el día!
(119)
Muy interesante son otros
parlamentos donde se refuerza la intencionalidad de hacer memoria del
sacrificio obrero.
Actor 1: ¿Podrá alguien
olvidar estos sucesos?
Actor 2: Nadie lo perdonará
nunca.
Actor 3: No olvidaremos
(118-119)
Un punto de inflexión es el momento que la
autoridad les ordena desalojar la escuela y volver a los campamentos, como
condición para continuar las negociaciones,
pero los obreros se resisten. A
esa altura, se decreta el estado de sitio. Las fuerzas armadas cercan a los
trabajadores en el establecimiento educacional y a las 3.45 del fatídico 21 de
diciembre se da la orden de fuego que sepulta en un baño de sangre las aspiraciones
y los sueños de los obreros.
Precisamente, en las escenas
finales la muerte se exhibe con realismo crudo, sin adornos ni eufemismo, y ciñéndose
rigurosamente a los hechos ocurridos. En ese tenor, el General informa: “...traté de imponer a los huelguistas el
respeto y sumisión. Hice avanzar dos ametralladoras del crucero Esmeralda y las
coloque frente a la Escuela con puntería fija a la azotea en donde estaba
reunido el comité directivo de la huelga.” (112) Sin tapujos se detalla la
esencia castrense que operó en esa circunstancia para aniquilar físicamente a
los huelguistas. ”Obedezcan o los
ametrallo” (113) Posterior a la matanza, el militar comunica en su locución
guerrera los pormenores del aniquilamiento:
”...penetrados también de la
necesidad de dominar la rebelión antes que terminase el día, ordené a las 3.45
p.m. una descarga por un piquete del regimiento O´Higgins hacia la azotea ya
mencionada y por un piquete de marinería situado en la calle Latorre hacia la
puerta de la Escuela, donde estaban los huelguistas más rebeldes y exaltados”
(115)
Es difícil comprender aquel escenario
aterrador y las razones por qué se masacró a los huelguistas. No hay duda, el
objetivo fue infundir el terror para que los trabajadores no
siguieran el ejemplo de los obreros en huelga. Pese a todo, lo único que nos queda del
relato heredado son las expresiones de dolor y vergüenza que manan de los
sobrevivientes. “¡No soy más chileno! ¡Me
voy de aquí...Gobierno asesino! ¡Me voy de Chile para siempre! (117) “Los
heridos han muerto en proporción tremenda” (119) “Es como que les faltara
voluntad de vivir. Que los hayan herido soldados de su misma patria” (119) De
manera concluyente: la escuela termina
por convertirse en el espacio del sacrificio.
De cara al cuadro aterrador, no es dificultoso
descubrir que el escritor apuesta por un mensaje de esperanza, enarbolando las
banderas que los pampinos portaron en su marcha hacia Iquique. Tampoco es
gratuito que sugiera que la bandera blanca que cubre el cadáver de Estela, se
reemplace por una bandera roja, símbolo de la sangre obrera derramada. Es claro
que el dramaturgo toma partido, así lo declara para Latín American Theatre Review (1989) “el autor tiene que vibrar con su tiempo,
apoyando o rechazando, criticando, despotricando y amando.” (140).
Por otra parte, el dramaturgo no puede
aceptar que la ciudad haya olvidado la tragedia. “Año Nuevo, 1908, en Iquique. La ciudad ha vuelto a ser alegre. Hay
banquetes. Y en las plazas tocan las bandas militares alegres piezas”. (119)
Como dice Juanito Zola, en Tarapacá (2006)
“La burguesía, embebida en el goce de los
placeres que le brinda su dios Oro, no se entrega a ninguna meditación. Vive y
se divierte, sin reflexionar en el fin de su existencia” (225).
Otro aspecto interesante es la presencia del
narrador quien encarna al pueblo, una suerte de fantasma obrero que recorre su historia colectiva
para revivirla, recrearla y hacerla perennemente presente como testimonio
concreto de que el sacrificio de los pampinos no ha sido en balde.
Ante el miedo atávico que sentía la burguesía
por los obreros organizados, Silva
Renard cumple la orden y desata una brutal carnicería, en donde el hedor a
sangre sobreexcita a las bestias del capital. Después el escenario queda vacio, en él
solamente imaginamos espectros que se dibujan en la nada misma, reflejo de
aquella escuela que quedó muda e impávida frente a la siniestra muerte. Tiempo
después, Volodia Teitelboim, nos relata:
“El olor de la gran muerte se desparramó por la ciudad…Se olía la muerte por
todas partes…era su obligación recorrer todos los lugares de la muerte, hasta
encontrar su muerte…” (322).
Después llegan las carretas con los
sepultureros a echar cal a los anónimos sepultados en una fosa común para que
se olviden de ellos y nunca los nombren en la historia. En este sentido, la
muerte es usada como un instrumento simbólico de dominación utilizado por los
poderosos, pues para los pobres marginados, su lugar está en las fosas comunes,
ni siquiera les dan un lugar digno donde yacer. “...lleven a los muertos al Cementerio No 2. Están las fosas listas”
(116), ordena el Coronel. La dignidad no es respetada ni protegida en la muerte,
pues, para los patrones, los obreros no tenían sentido de humanidad, ya que
para ellos eran meros delincuentes, turba, ignorantes, revoltosos, etc).
Pero, nótese, en un nivel alto de
abstracción, no hay nada más invencible que la sangre derramada por los
inocentes, ella es fuerte, aflora y mancha la caliza con su tinte rojo; se
desparrama por las calles de tierra para que no releguen al olvido a los muertos,
a los asesinados, a los mártires
masacrados en ese día infausto.
4.- A modo de conclusión:
Al estudiar el texto podemos razonar
que nos encontramos con una verdad histórica en el procedimiento dramático,
pues es el resultado de una interacción entre historia y literatura; no
obstante, esta verdad histórica se establece y legitima
desde el punto de vista de las víctimas. Es una pieza que explora
e interpreta críticamente el hecho histórico, devela las causas y las posibles
contradicciones que experimentaron en esos acontecimientos los sujetos
históricos, con el objeto de comprender y proyectar críticamente lo sustancial del movimiento huelguístico.
Por otro lado, el trabajo escritural reafirma el hecho que los hombres desde que llegan a ser
pampinos, se encuentran con un sistema laboral explotador y una forma de vida
agobiante, por lo mismo, hablan de la
muerte diariamente, porque viven con ella en las faenas y en sus hogares. Por
lo tanto, la consciencia
de tener que morir no tenía un sentido abstracto y lejano como habitualmente
todos tenemos, sino de forma inmediata y sin dilación. La invisible, íntima y silenciosa muerte se les
cuela por sus poros, carnes y huesos desde el día que se internaron en la pampa.
Efectivamente, los antecedentes consignados dan cuenta de esa privativa acepción que
tiene para los
protagonistas la muerte, la cual está mediada directamente por la violencia
estructural que soportan y por el aporte que conceden las distintas miradas
ideológicas que sustentan los personajes. En todo caso, se establece que la
conciencia y la percepción del pampino sobre la muerte tiene su correlato en el
modelo explotador que impera.
A la vez, la obra en estudio con un lenguaje
sencillo y popular nos prueba que el pampino diariamente vive, siente y duerme
con esa sensación de muerte, la que llegada al límite de su resistencia le
incita a tomar la decisión de alzar su voz por sus derechos como una expresión
positiva de despojarse de la misma muerte torturadora. ¿De qué otra manera
podemos justificar esa tremenda solidaridad de clase, sino es por ese impulso
de borrar los vestigios de la muerte en su existencia?
Ello implicó adoptar una actitud de rebelión
y sustracción frente al miedo incubado por largos años como consecuencia de la
imposición de una “cultura de muerte” que se fundamentaba en el sistema social
explotador existente, para que de este modo el pampino pudiese alcanzar un
nuevo estadio de libertad y bienestar. A partir de la anterior meditación, sostenemos
que adquiere sentido la idea que “... la muerte es
la “ambivalencia encarnada”, porque por una parte su proximidad llena la vida a
rebosar de miedos y, por otra parte, actúa como un estimulante de gran
potencia: a la vez que despoja a la vida de su significado, la dota de una
“enorme significación”
(Bauman cit. en Jiménez 28)
Presuponemos que hombres, mujeres y niños
caminaron unidos hacia el acantilado con esa angustia que habla Heidegger, la
cual no es sinónimo de cobardía o miedo, sino una toma de conciencia de su
capacidad como clase social para transformar el régimen de muerte - y por qué no decirlo – incluso podían hacerlo desaparecer
(muerte del cuerpo político). Con ese lema el Cantor dice: “Vamos al
puerto-dijeron-vamos/con un resuelto y noble ademán/ para pedirles a nuestros
amos/otro pedazo, no más de pan” (47).
De estas presunciones surgen dos preguntas: ¿Acaso
la masacre de la Escuela Santa María no personifica la lucha entre la vida y la
muerte? O dicho de otra manera: ¿La inmolación de los obreros no es una figura metafórica
de negación de la muerte como efigie del sistema capitalista?
En su estadía en el puerto, nada le fue fácil
para los huelguistas. Fueron sitiados en una escuela y, mientras sucedían las
negociaciones, el desamparo, el acoso, la insidia y la represión comenzaron
acecharlos. Días después, las balas los envolvieron en un charco de sangre que los
convirtió, emblemáticamente, en un sólo ser, con miles de ojos, con miles de
piernas y un solo sueño.
En estado de sitio y con la muerte golpeando
la puerta de la escuela, podemos
elucubrar que en ellos se tornó consciente los límites de su naturaleza humana
y se reafirmó el significado que tenía el sacrificio para que cesara la explotación
de su clase. No obstante, aun encarando la muerte de manera auténtica, ella
continuó siendo fiera y horrible de mirar.
Sin falsear ni torcer los acontecimientos,
en contraste, con rigor y sinceridad, el autor plantea la disposición de una
muerte heroica para los protagonistas, convirtiéndolos en mártires colectivos;
capaces de hacer frente a los poderosos y de trascender políticamente con su
propia inmolación. En esa dirección, los diálogos y la acción, acentúan
el intento de búsqueda de una “inmortalidad” obrera, una especie de engaño a la
esencia de la vida. Para hacer patente este propósito, el autor recurre a la
estratagema poética y simbólica, con ella intenta hacer sobrevivir a los
sujetos históricos después del holocausto.
En suma, la muerte es presentada como un acto militante, una
generosa renuncia previa a la vida, una opción irrenunciable frente a la vida,
pues ella pasa a ser un bien secundario como respuesta a las circunstancias indignas
y dolorosas que imperan. En estas circunstancias la muerte obrera en pos de la
libertad será recompensada, dándole a la muerte virtudes vivificadoras.
Bajo este entendimiento la obra en su totalidad intenta explicar
dos movimientos convergentes y divergentes; limitación y expansión. La vida del
obrero está simbolizada por la limitación material y existencial y la muerte
con la expansión del sueño compartido por los trabajadores.
En síntesis, la muerte para los pampinos personificó
el ingreso a la historia, una evidencia que, ante las armas asesinas, los
volvió protagonistas de su propia tragedia. Y, diametralmente
opuesto de lo que los represores pretendían con la imposición de la muerte, no
se pudo detener la lucha obrera que siguió en nuestro país sempiternamente.
Santa María nos enfrenta
con verdad histórica el tema de la muerte, como
protagonista y antagonista alternadamente de la historia, interpela a los
responsables de la matanza obrera, revelando no solamente una conciencia ética
de sus protagonistas, sino el drama de la clase proletaria que paradójicamente
en la muerte ve enaltecer su huella y sus ideales.
Así como vimos, Arrau incorpora a los vencidos en una
nueva tradición histórica: la tradición de los oprimidos y de las víctimas
permanentes de los sistemas de dominación que son avasallados una y otra vez
por los potentados. Saca al derrotado fuera del nicho en el que lo han colocado
los que escriben la historia para darle vida y voz propia. Reyes Mate, de
manera brillante glosa el significado de la tesis propuesta:
… no se puede conquistar lo
que aquí se propone –dar vida a un pasado muerto- si no se da antes la batalla
contra los que nos han hecho creer que el muerto muerto está y no hay nada que
hacer. Ahora bien, si uno tiene respeto por los muertos, si no está dispuesto a
que, tras la muerte física les sobrevenga también la insignificancia
hermenéutica, que es como una segunda muerte, tiene que descubrir en el pasado
la chispa de esperanza, es decir, tiene que buscar en el pasado la luz que dé
sentido a lo que aparece inerte. (120)
Juzgamos que cuando hagamos un examen de conciencia de esa historia
cruel y desconocida, estaremos en condiciones de hablar sobre la muerte
libremente sin temor, sin truculencia o
contención. Es probable que en ese intervalo de conmoción, seamos
capaces activar de manera madura la dolorosa memoria, con el objetivo que las
energías de la tradición puedan comprender y transformar el actual escenario
social.
Otro aspecto que se desprende es que hacer memoria de esta matanza cobra
sentido, más que como una predisposición nostálgica respecto al hecho histórico,
como una fuente de conocimiento que orienta y activa las acciones del presente.
En este plano, el pasado más que retratarse como algo estático o perdido, es
resignificado teatralmente de forma tal que despierta, revive y da una
orientación al quehacer social de los sujetos. Por lo demás, nos compromete a escribir la historia de un modo
diferente, sin recurrir a la violación de los Derechos Humanos para zanjar
nuestras diferencias e intereses.
En la postrimería del estudio, nos quedamos con las atinadas
palabras de Bahamonde:
La muerte no
es una estadística: es un hecho personal y privado que se convierte en público
cuando la maldad humana desata sus huracanes. Y entonces da lo mismo que sean
cien o mil, porque, más allá del dolor, sólo pesa la injusticia, la implacable
inconsciencia, especialmente si se trata de amparar un sistema en el cual la
carne humana es un medio para sustentar la riqueza. (93).
Para terminar, la muerte de los callados, hemos llegado a comprender en esta obra, no se
define; se siente, se evoca, se llora o se escribe.
Obras citadas:
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antropológico. El problema del sentido de la existencia humana”. Gazeta de Antropología 25. Asociación
Granadina de Antropología. Recurso electrónico. 28 diciembre 2009.
Arrau, Sergio. Santa María del Salitre. Iquique: Imprenta El Salitre, 1989. Medio impreso.
Bahamonde, Mario. Pampinos
y Salitreros. Santiago: Editorial Quimantú, 1973. Medio impreso.
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negación de la muerte. Barcelona: Editorial Kairos, 2003. Medio impreso.
Blanchot, Maurice. El espacio literario. Madrid: Editorial Nacional, 2002. Medio
Impreso.
Bravo Elizondo, Pedro. “Santa María en las relaciones literarias”. Revista de Ciencias
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---. Santa María de Iquique 1907: Documentos para
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---. “Sergio Arrau, el dramaturgo ignorado” Latin American Theatre Review. (1989)
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Brecht, Bertolt. Escritos sobre Teatro. Barcelona: Alba Editorial, 2004. Medio impreso.
González, Sergio. “La lixiviación cultural del hombre y el desierto (1830-1930): la transformación
del desierto en pampa y del enganchado en pampino”. Polis 9
Universidad Bolivariana (2004) 2-10. Medio impreso.
---. El
Dios cautivo. Santiago: Ediciones Lom, 2004. Medio Impreso.
---. Ofrenda
a una masacre. Santiago: Ediciones
Lom, 2007. Medio impreso.
Heidegger, Martín. Ser y Tiempo. Santiago: Editorial Universitaria, 2002. Medio impreso.
Jiménez, Ricardo. ¿De
la muerte (de) negada a la muerte reivindicada? Análisis de la muerte en la
sociedad española actual: muerte sufrida, muerte vivida y discursos sobre la
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Levy-Bruhl, Lucien. La mentalidad primitiva.
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Medio impreso.
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de Sixto Rojas el 21 de diciembre de 1908”. Santa María de Iquique 1907:
Documentos para su historia. Ed. Pedro Bravo Elizondo. Iquique: Ediciones
Campus (2007). 225-227. Medio impreso.
Sabella, Andrés. Norte Grande. Santiago: Editorial Lom, 1997. Medio impreso.
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del salitre. Santiago: Austral, 1952. Medio impreso.
Zola, Juanito. Tarapacá. Iquique: Oñate Impresores, 2006. Medio Impreso.
La primera
obra poética documentada pertenece al poeta Alejandro Escobar, publicada en Los sucesos del Norte (1907). Canto a la Pampa, de Francisco Pezoa. Revolt on the Pampas de Theodor Plivier (1937). Norte
Grande, de Andrés Sabella (1944). La luz viene del mar, de Nicomedes Guzm6n (1951). Hijo del Salitre (1952), de Volodia
Teitelboim. Santa María (1966), pieza
teatral de Elizaldo Rojas. Luis Advis y
Quilapayún, recrearon la tragedia en la Cantata
de la Escuela Santa María (1969). Las
Actas de Marusia (1976), película de Miguel Littin. Santa María del Salitre (1989), de Sergio Arrau. Santa María de las flores negras (2002),
de Hernán Rivera Letelier. Los Cururos de
la Santa María (2001), de Carlos
Amador Marchant. 1907, el año de la flor
negra, de Martín Erazo y Ramón, Ramón, del Teatro
Oráculo. No podemos dejar en el tintero a la crónica de Elías Lafferte en su
libro de memorias sobre esta masacre, entre otras.
Evidencia de esta violencia patronal fueron los crueles
castigos y los constantes despidos que sufrieron los pampinos debido a las
desobediencias cometidas y su espíritu rebelde. Sumemos a ello, la discriminación abierta que existió contra los inmigrantes
peruanos y bolivianos, a través de las Ligas Patrióticas, entre los años diez y
veinte del siglo pasado. Ver: El Dios
Cautivo. Sergio González.
Esta postura ideológica responde a una concepción
materialista de la historia; constructo que recién estaba echando raíces en
Tarapacá.
Para los pensadores utópicos, el ser humano es por
esencia un ser utópico, ya que tiene la inevitable necesidad de imaginar mundos
mejores. El hecho de ser libres, de poder soñar con lugares mejores que el que
le rodea y de poder actuar en la dirección de estos deseos está íntimamente
conectado con la naturaleza utópica de todo ser humano.
De acuerdo al
materialismo histórico, el “héroe del
pueblo” es una manifestación concreta de la identidad popular y que tiene su
sustento en la idea filosófica e histórica de que la realidad se construye. Dentro
de esta lógica, el obrero inmolado
constituye una fuente histórica que refleja los discursos y percepciones que
plasman las ideas y los sentimientos de los más desposeídos, en un terreno
donde el contexto histórico posibilita y combina todas las concepciones del
mundo.
Para Marx, la revolución es, justamente,
la reapropiación que hacen los trabajadores de su trabajo, de su libertad y de
su vida. Por tanto, la lucha obrera es esencialmente un combate contra la
muerte. La revolución persigue el ocaso de la muerte violenta, pues ella es parida
por la violencia institucionalizada.