TEATRO REGIONAL
Iván Vera-Pinto Soto
Hacer teatro en provincia requiere de gente
comprometida con el arte y dispuesta a luchar con valentía contra viento y
marea; superando las limitaciones de toda índole y haciendo un mayor esfuerzo para
salir adelante con sus proyectos. La experiencia de elencos provincianos que
han logrado perdurar y trascender en el tiempo, nos demuestra que la clave del éxito
radica en el trabajo metódico y riguroso. Sin duda, este
es el mejor camino para que el colectivo logre mayor eficiencia y alcance las metas trazadas.
Desde hace
mucho tiempo he visto nacer con entusiasmo a numerosos elencos, pero a muy
pocos mantenerse vigente en escena. Las razones son variadas: Falta de recursos
económicos, pérdida de liderazgo, quiebres internos, ausencia de organización,
agotamiento de la creatividad, insuficiencia de herramientas, etc. Incluso, en más de alguna ocasión, he
escuchado decir “que si no se cuenta con financiamiento no se hace teatro”,
como si la creatividad dependiera exclusivamente de los fondos que pueda
otorgar una entidad. A veces el artista en las condiciones más austeras es
capaz de crear una obra con dignidad, básicamente porque goza de talento y de un
inmenso compromiso social con su comunidad.
En provincia los que hacen
teatro son en su mayoría aficionados que no reciben sueldos, a pesar de ello no
pocos pueden ser creadores experimentados que manifiestan un alta responsabilidad con sus principios y
valores. Son artífices tenaces con sus objetivos, estilos y discursos. Críticos
en los contenidos de sus realizaciones y honestos cuando hablan de su identidad
regional.
Con lo dicho no es mi intención aseverar que todo el
teatro que se hace provincia es de buena factura. Indudablemente que no. Creo
que los teatristas locales requieren de un constante apoyo formativo,
perfeccionamiento y actualización. Lamentablemente en regiones no contamos con
universidades ni escuelas profesionales que
permitan a los teatristas tener un mayor desarrollo en su área, menos aún
si viven en los confines de un país tan largo y centralista como el nuestro.
Ante la carencia de recursos técnicos sólidos, algunos gestores
de provincia intentan repetir y copiar producciones que están de moda o que
supuestamente representan a movimientos más innovadores de la escena nacional. Suele
ocurrir que en algunos aspectos esas repeticiones no tienen una relación
profunda con el lugar y la cultura donde se está proyectando. A veces el
público de región pide otro lenguaje, otra temática, otro tipo de iniciativas
diferentes a los capitalinos.
Recuerdo que los años 70 la mayoría de los jóvenes
actores queríamos hacer el teatro de Jerzy Grotowski, el maestro Polaco que
instaló el concepto “hacia un teatro pobre”. Nuestras lecturas eran tan
limitadas que creíamos que todas las producciones debían ser extremadamente sobrias
y basadas en una “gimnasia teatral”. Nada más lejano. Al tiempo, cuando tuve la
ocasión de ver un espectáculo “grotowskiano” de verdad (Festival de Teatro de la UNESCO. Ayacucho, 1979), me di cuenta que el “teatro pobre” tenía un
soporte y un significado diferente a nuestra precaria interpretación.
He llegado a la conclusión que en provincia no hay que
imitar a nadie, por el contrario, es necesario gestar una práctica propia. No
quiero con esto aludir a una xenofobia
ni a una cuestión regionalista, en contraste, creo que el arte es universal, no
existen límites geográficos. Pero también me he dado cuenta que tiene mayor
impacto y valía aquel arte que se genera
de las experiencias más cercanas, más personales y arraigadas con nuestra
cultura local.
Igualmente Jerzy Grotowski y Eugenio Barba optaron hacer
teatro en pequeñas ciudades de Polonia y Dinamarca. Los que hacen teatro en
provincia, tienen la obligación de alcanzar un lenguaje propio como si vivieran
en la
Región Metropolitana. En definitiva: cada artista debe
buscar su propia imagen y asumir el riesgo de su decisión.