ESCENARIOS DEL SALITRE
Iván
Vera-Pinto Soto
Equivocadamente se piensa que el teatro chileno nació con la
llegada de las compañías teatrales españolas a comienzo del siglo pasado o con
las instalaciones de los teatros universitarios capitalinos, en la década de
los cuarenta del mismo período. Sin embargo, los datos históricos demuestran
que por lo menos el teatro obrero surgió el norte de Chile, entre los
campamentos salitreros de Tarapacá y Antofagasta.
En los inicios del siglo pasado, dos personajes juegan un papel
preponderante en la fundación de centros culturales que estimulan la formación
educativa e ideológica de los trabajadores. Me refiero a Luís Emilio
Recabarren y la española Belén de
Sárraga. Esta última desde su llegada al país, promediando el año 1913, se
dedicó a instalar centros anticlericales con el propósito de desarrollar una
conciencia liberadora entre las mujeres y estimular la movilización obrera. Fue
justamente en la zona salitrera, entre 1913 y 1915, donde estos espacios alcanzaron la mayor relevancia
y permanencia en su gestión.
En estas instancias se efectuaron una prolifera actividad
cultural: conferencias, lecturas poéticas
y breves obras de teatro. Estas veladas se constituyeron en uno de los medios
más difundidos para entregar recreación y educación a las familias pampinas. Por
su parte, Recabarren, en 1913 fundó en nuestra ciudad el grupo teatral Arte y
Revolución, conjunto adscrito al Partido Obrero Socialista y al Despertar de
los Trabajadores, el cual desplegó una perseverante labor en el área dramática.
Paralelamente, en las oficinas salitreras y en los puertos, germinaron otras
compañías de aficionados que, al igual que hoy, inventaban formas para
autofinanciar sus humildes producciones. Las obras surgidas de la creación de
los incipientes dramaturgos eran abiertamente críticas de la realidad social y
manifestaban la intención de provocar la transformación social en el país.
En esa época de bonanza para
la burguesía nacional, las
factorías de salitre en el norte eran las únicas en el mundo que permitían una
explotación a escala industrial, facilitando el financiamiento de dos tercios
del presupuesto nacional y ubicando a Chile en una situación privilegiada en el
contexto internacional. En ese ambiente de abundante dinero surgió también una
arquitectura floreciente, de estilos diversos, producto de ello se inauguraron,
entre otros edificios, grandes salas patrimoniales para diversión de la
población.
Algunos
de estos emblemáticos auditorios fueron el Teatro de la
Oficina Salitrera Chacabuco (1924), hoy restaurado con el
auspicio del Instituto Goethe y algunas organizaciones chilenas; el Teatro de
Humberstone (1934), zona declarada recientemente Patrimonio de la Humanidad y
cuyo escenario ha sido recuperado gracias a un proyecto Fondart. Otros
importantes tablados fueron los que se construyeron en las oficinas Mapocho, Victoria (1941) y Pedro Valdivia(1931).
Con el paso del tiempo estos lugares se transformaron en cines que lograron
romper con la monotonía de los pampinos.
En las ciudades de la costa lucieron
el Teatro Alhambra, el que por
estos días el Municipio de Taltal en conjunto con el Fosis, están empeñados en
rescatar; y, el histórico Teatro de Pisagua (1892). Pero sin duda, el más
monumental escenario neoclásico del Pacífico lo constituyó el Teatro Municipal
de Iquique (1889), donde por esos años concurrieron las mejores compañías de
teatro, opera, opereta y zarzuelas nacionales e internacionales.
Todo ello nos
da como resultado un espacio urbano
arquitectónico y artístico único e irrepetible, constituyéndose en un valor
histórico que merece ser conocido e investigado por los cientistas sociales y
arquitectos para beneficio de las futuras generaciones.