EL
ÚLTIMO CUPLE DEL EMPERADOR
(2008)
PERSONAJES:
EMPERADOR: 55 años
MUJER: 45 años
(La acción sucede en una habitación lúgubre
e irreal. Da la impresión que las personas que la habitan lo hacen en forma
transitoria. Una puerta de entrada por un lateral y una pequeña ventana en el
foro. Una cama, un velador, una silla mecedora, una silla normal, una mesa
llena de remedios y periódicos. Además, hay una alacena vieja con vasos,
copas, una jarra, otros objetos y un
afiche de la actriz Sarita Montiel pegada en el vidrio del mueble. Sobre otra
mesita hay una máquina de cine de 16 milímetros
y unos carretes de películas. Al iniciar la obra se escucha en la
oscuridad una voz que recita un poema).
POEMA DE MUERTE
Jumah al Dossari
Tomad mi sangre.
Tomad mi sudario de muerte y
lo que queda de mi cuerpo.
Tomad fotografías de mi cadáver en la tumba,
solo.
Enviádselas al mundo,
a los jueces y
a la gente con conciencia,
Enviadlas a los hombres de principios y
mente justa.
Y dejad que carguen
con su culpa, ante el mundo,
por esta alma inocente.
Dejad que pese sobre ellos,
ante sus hijos y ante la historia,
Esta alma inocente destruida.
Esta alma que ha sufrido
a manos de los “protectores de la paz.
ESCENA I: EL FANTASMA DEL EMPERADOR.
(El hombre, vestido en un raído pijama, está
acostado en su cama leyendo en voz alta un libro).
EMPERADOR: Nadie es
una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una
parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de la tierra, toda Europa
queda disminuida, como si fuera
un promontorio, o la
casa de uno de
tus amigos, o
la tuya propia;
la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque
estoy ligado a la humanidad; en consecuencia, nunca preguntes por quién doblan
las campanas; doblan por ti …¡güevadas!...
(Lanza el libro con fuerza a un rincón de la
pieza. Ingresa la mujer, viste un vestido largo, de riguroso color negro. Trae
en su mano un maletín, parecido al que usan los médicos).
MUJER: Señor, es muy
tarde para que siga leyendo.
(Recoge el libro y lo
deja sobre el
único velador que
existe).
MUJER: Le daré sus
remedios y luego a dormir tranquilamente.
EMPERADOR: Sabes muy
bien que para mí es imposible dormir.
MUJER: Para usted
nada es imposible.
En su vida
ha superado pruebas muy difíciles. Hace poco los periódicos le dieron
por muerto; sin embargo, aquí está peleando contra la muerte, como un soldado
invencible.
EMPERADOR: Ya no
estoy tan seguro de mi fortaleza. El informe médico fue lapidario: cáncer
gástrico y en último grado. Creo que de esta jodida situación no me salvo.
MUJER: Tenga fe en
Dios, sólo EL puede ayudarlo. Yo rezo por usted todas las noches.
EMPERADOR: Te lo
agradezco, pero creo que a esta altura ningún Dios me puede auxiliar.
MUJER: Le repito:
Tenga fe. La fe es lo último que se pierde en la vida. Y ahora a tomar su
medicina.
(La mujer toma una jarra con agua y vacía el
líquido en un vaso. Luego abre su maletín, saca un frasco de remedio, abre su
tapa y vierte unas gotas de la medicina en el vaso. Le hace beber al hombre.
Del mismo maletín extrae una jeringa y una inyección. Prepara el material).
EMPERADOR: Nadie me
ganó en la vida. Vencí a patadas hasta la misma vida. Pero este enemigo traidor
silenciosamente me está destruyendo por dentro. Cuando sentí
los primeros síntomas no
le hice caso, pero
luego vinieron los terribles dolores abdominales, las
náuseas, los vómitos, la pérdida del apetito, los sangrados en las
defecaciones, las dificultades para tragar los alimentos, la pérdida de peso y
el debilitamiento total.
(La mujer le coloca la inyección en el
brazo).
MUJER: ¿Quiere que
coloque la película de Sarita Montiel para que descanse?
EMPERADOR: Sí, está
bien. Solamente con la presencia de ella puedo dormir algunos momentos…
¡Carajo! Quisiera borrar los
fantasmas de mi
cabeza, pero no
puedo. A veces, incluso, pienso
que soy el asesino de mis propios sueños, si es que alguna vez los tuve.
(La mujer va hacia una vieja máquina de cine
y coloca una película. En la pared se proyecta la escena de Sara Montiel,
cantando “Fumando Espero”. Luego apaga la luz).
MUJER: Buenas
noches.
(La mujer se sienta en una mecedora y se
cubre las piernas con una
pequeña frazada. Se
escuchan algunos diálogos de la
película. El hombre comienza a dormirse. De pronto, se queja, luego, emite un
fuerte grito. La mujer se levanta y se acerca silenciosa a la cama. Se queda
mirándolo con una sonrisa siniestra).
EMPERADOR: (Delira) ¡No, no!... ¡Aléjate de mí!
Desaparece de mi vista y de mi mente. Tú estás muerta, ya no existes. Todo se
convirtió en polvo: tus huesos, tus extremidades, tu ropa, tu olor, tu sexo,
tus lágrimas y tu sangre. No eres más que polvo calcinado por el desierto.
Nadie sabe de tu paradero. Ningún
pariente puede llevarte
flores a tu
tumba. Tu cuerpo está
sumergido en las
profundidades del mar. Despedazado en el fondo del acantilado
más siniestro de la tierra. Devorado por una jauría de asquerosas aves de
rapiñas y víboras. Convertido en cenizas en un infernal horno crematorio.
Violado por una turba uniformada en el sótano de un convento. Nada queda de ti.
¡No puedes hacerme nada! ¡Estás
muerta! ¡No me
puedes vencer! ¡Sólo eres
un horripilante fantasma!
¡Apártate, aléjate! (Llega al paroxismo) ¿Qué quieres de mí
maldita sombra? ¿Quieres que te
suplique perdón? ¡No,
nunca lo haré! Soy el “emperador”, un combatiente como aquellos que lucharon en las cruzadas.
Hoy, los enemigos, los herejes, los hijos de Satanás son otros. Tal vez, los mismos de siempre,
pero con otro disfraz. Es por eso que la guerra santa nunca puede terminar. El
mundo es una permanente batalla entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el
mal. Yo soy un luchador que ha tenido que ensuciarse las manos en esta larga
guerra contra el mal. Entiéndeme, yo cumplí una misión. Estoy limpio con mi
conciencia y mis creencias. Y estoy seguro que lo que hice lo volvería a
repetir.
(Se ahoga su voz y se desploma al borde de
la cama. La mujer lo levanta, lo acomoda, le seca el sudor de su cara y le hace
maternales caricias en su cabeza. El hombre le palpa los senos. Se calma. Ella
va hacia el proyector de cine y lo apaga. Apagón).
ESCENA II: LA MAREJADA.
(La mujer está parada mirando hacia el
exterior por una ventana. El hombre viste el mismo vestuario y está sentado en
su cama, pensativo).
MUJER: (Alegre) ¡Ven querido!
¡Mira que siniestro luce el mar hoy! Sus marejadas y crecidas son
majestuosas. Parece un gigante furioso que quiere devorar la isla, al sol, a
los niños, a los hombres y a las mujeres. Como tiembla la tierra al reventar
esas oscuras olas, parece que fueran a penetrar en nuestro inexpugnable
refugio. ¡Mira! ¿No te parece que es maravillosa la bruma? Ella cubre de gris el
horizonte y no deja transparentar ninguna realidad.
(El hombre se levanta de la cama con
dificultad y se acerca a ella).
EMPERADOR: Sí, mi
amor, para nosotros todo lo oscuro es bello; es por esa razón que siempre mantenemos
las puertas y
ventanas cerradas, así impedimos que la luz nos ciegue. Nadie nos ve y
con nadie nos comunicamos. Con todo, te confieso que tengo
miedo que esa
misma oscuridad me
impida recordar mi historia. ¿Dónde estará mi madre imaginada? La verdad
que nunca supe. Tal vez, se encuentre en un tiempo muerto o extraviada en esa
bruma.
MUJER: Es extraño
que sientas miedo y que te intentes recuperar tu memoria ¿Para qué? Es mejor no
tener memoria, ella es peligrosa en nuestra condición.
EMPERADOR: Es
extraño que estemos contemplando el mar, escondidos en esta casa perdida.
MUJER: Tengo la
sensación de vivir un inesperado exilio y de no pertenecer a
ningún lugar. De sentirme
rechazada por todos: la familia y
los antiguos amigos. Además, no sé si los tuve, no sé si existieron. Ni
siquiera me imagino qué ocurrió con mi
hijo que encargué
hacer desaparecer. No sé nada.
Sólo sé que tú vives y que estás a mi lado compartiendo estas últimas horas.
(El hombre acaricia el rostro de la mujer.
Breve silencio).
EMPERADOR: ¿Por qué
tu boca no sangra? ¿Por qué no deja escapar ningún dolor, ninguna súplica?
MUJER: ¿Por qué
tu boca no
delata ningún nombre, ninguna confesión, ninguna maldición?
EMPERADOR: ¿Por qué
tus ojos no lloran?
MUJER: ¿Por qué tu
corazón no siente nada?
EMPERADOR: ¿Por qué
no me pides clemencia?
MUJER: ¿Por qué no
sueñas?
EMPERADOR: ¿Por qué
no gritas, lloras y te orinas?
MUJER: ¿Por qué
agonizas eternamente?
EMPERADOR: ¿Por qué
no te puedo nombrar?
MUJER: ¿Por qué no
puedes correr por la playa?
EMPERADOR: ¿Por qué
nadie nos quiere acompañar en nuestro funeral?
MUJER: ¿Por qué
nadie nos evoca?
EMPERADOR: ¿Por qué
no tenemos hijos?
MUJER: ¿Por qué no
podemos hacer el amor?
EMPERADOR: ¿Por qué
seguimos con vida?
MUJER: Calla y cierra
tus ojos para siempre.
EMPERADOR: Aunque
quisiera no puedo. Mil veces maldigo a Dios. ¿Por qué no me deja morir de una
vez por toda?
(Se escucha la marejada más violenta).
MUJER: De nada te
sirve maldecir. Cada cual es responsable de su destino. Ven, no desesperes y quédate aquí agazapado en la oscuridad,
ella es la única que nos puede asilar.
(Lo cobija entre sus brazos como si fuera un
niño. Abre su blusa y deja que el hombre le bese los senos).
EMPERADOR: Parecemos
dos animales atemorizados, esperando que
nos lleven al degolladero para que
cercenen nuestras extremidades.
MUJER: O para que
nos exhiban en la plaza pública, en las portadas de los periódicos y en los informativos de
televisión.
EMPERADOR: Ya no
existe otro camino
para nosotros. Tendremos que vagar
por ciudades vacías. Tocar puertas cerradas. Perdernos en nieblas
imborrables y sumergirnos
en nuestro propio infierno.
(Se escuchan ladridos de perros que se acercan. La pareja se queda en
alerta).
.
MUJER: ¿Escuchas?
EMPERADOR: Sí, tal
vez, vienen por nosotros.
MUJER: Al fin nos
descubrieron. Ya no tenemos escapatoria.
(La mujer va rápidamente hacia un
interruptor de pared y apaga la luz. Penumbra. El hombre corre hacia el velador
y saca una pistola. Al poco rato golpean enérgicamente la puerta de calle. Los
ladridos son más fuertes. La pareja se esconde en algún rincón. Insisten los
golpes. Una luz de linterna entra por algún rincón de la habitación. Se
escuchan voces. Silencio sepulcral. Se alejan perros y voces).
EMPERADOR: Parece
que ya se fueron. ¿Quién sería?
MUJER: Ellos.
EMPERADOR: No creo.
Si fueran ellos hubieran derribado la puerta.
MUJER: A lo mejor
era alguna persona del pueblo.
EMPERADOR:
Probablemente eran unos intrusos que merodeaban por el bosque. Pero ten
cuidado, aún no prendas la luz, pueden estar cerca.
(Salen ambos de su escondite. Ella se dirige
sigilosamente hacia la puerta, la abre suavemente y mira hacia el exterior. El
hombre se acerca a la ventana y mira hacia afuera).
EMPERADOR: Qué
ridículo, el “Emperador” escondido como un niño, más asustado que un escolar
detenido en una jefatura de policía.
(Se sienta al borde de su cama).
MUJER: No hay nadie.
Se fueron. Parece que eran unos campesinos que
van camino al
otro lado del
monte. ¡Santo Dios! Pasamos el primer susto, después de
seis meses de encierro en esta cabaña.
Pronto tendremos que pensar
en otro refugio. Nuestra secreta
presencia puede despertar sospecha entre los pobladores.
(Prende la luz de la pieza).
EMPERADOR: Y así
seguir deambulando de un lado para otro. ¡Carajo! En esta precariedad no puedo
decidir ni reír, ni golpear ni violar.
(Mira a la mujer apesadumbrado y luego la
abraza con fuerza. Pausa).
EMPERADOR: Bésame en
la boca, así como se besan los enamorados.
MUJER: No puedo.
Además, te provocaría más sufrimiento.
EMPERADOR:
Inténtalo, por favor.
MUJER: No, es
inútil.
EMPERADOR: Te lo
ordeno. Recuerda que soy el “Emperador”.
MUJER: (Ríe) Fuiste el “Emperador”. Ahora sólo
eres una piltrafa humana.
EMPERADOR: Te lo
suplico. Quiero sentir el único placer que no he sentido jamás. Hazlo por todo
lo que hemos vivido juntos, por nuestros pecados que llevamos a cuesta.
(La mujer se acerca lentamente y lo besa en
la boca. El hombre enseguida comienza
a sentir un
fuerte dolor abdominal
que crece rápidamente. Su cuerpo
se dobla y grita).
EMPERADOR: ¡Por la
gran puta! ¡Me cagué! ¡Me cagué!
(La mujer levanta al hombre que hace arcadas
y lo recuesta en la cama. Enseguida, toma una toalla de algún lado, le baja el
pantalón del pijama, luego su calzoncillo y le limpia el trasero. El hombre se
cubre el rostro).
MUJER: Te das
cuenta, estás castrado. No puedes hacer el amor. A penas los labios de una
mujer te rozan se desatan en tu cuerpo convulsiones y te cagas. Te das cuenta,
incluso los hombres más poderosos y viles se cagan en los pantalones. Hasta los
más soberbios y tiranos en su agonía imploran a su madre y a Dios para que los
salven. Ya no eres un hombre. Hace mucho tiempo que perdiste tu dignidad. Ya
nunca más podrás sentir el placer de una piel sobre tu piel. En este lastimero
ocaso sólo te queda
masturbarte con añejas
y melancólicas ficciones.
(La mujer va a la máquina de cine, la
enciende y vuelve aparecer la proyección de la película “El Último Cuplé”.
Finalmente, se sienta al lado del hombre y con su mano comienza a masturbarlo
por debajo de las sábanas. El hombre transita del dolor al placer, mientras se
escucha los diálogos del film. Apagón).
ESCENA III: LA AGONIA.
(El hombre yace débil en su lecho, mientras
la mujer está arrodillada rezando en voz baja, con un rosario en la mano.
Luego, se persigna, se levanta y enciende un cigarro. Se pasea alrededor de la
cama).
MUJER: Hijo, quiero
que siempre tengas
presente la ley de
la siembra y la cosecha: “Aquel cosecha el bien, quién antes ha
sembrado el bien.
Y aquel cosecha
maldad, quién antes ha sembrado
maldad”. Es por eso que nuestra iglesia nos enseña que aquel que muere en
pecado mortal se va al infierno.
EMPERADOR: Madre,
tienes razón. Pero la misma iglesia nos enseña que existe la
posibilidad de un
cambio radical del
infierno al cielo, si en último minuto, se da un perdón por un
sacerdote, en el lecho del moribundo.
MUJER: No te
preocupes por eso. No necesitas ningún cura que te de absolución a tus pecados.
Hay peores homicidas que han sido perdonados por Dios.
EMPERADOR: ¿Tú
crees?
MUJER: Claro que sí.
Y tú no eres mejor ni peor a otros personajes que han bañado de sangre las
calles del mundo. Además, a ninguna religión y menos al poder político le
interesa condenar a quienes
son acusados de
victimarios. En cambio, en todos
los territorios siempre la gente de pueblo queda sola, deambulando por los
juzgados, las ventanillas de ministerios y
los despachos de
abogados, pidiendo papeles, mostrando
heridas, reviviendo penas hasta
el infinito.
EMPERADOR: Esa misma
gente es lo que no me da tregua: Siguen mis pasos, se meten en mi cuerpo,
protestan públicamente y me retuercen la conciencia.
MUJER: Y seguramente
al intentar dormir escuchas muchos gemidos, gritos desgarradores y bramidos de
desesperación.
EMPERADOR: Sí.
También me tiemblan las manos y el cuerpo, por eso prefería que hablaran
rápido. No me gustaba hacerles esa porquería.
MUJER: (Sonríe) Vamos, no tienes que mentirle a
tu madre. Sé que te gustaba hacerles esa cochinada, porque así descargabas tu
odio engendrado de años. Pero ahora descansa, cálmate, tu guerra ya terminó.
EMPERADOR: Mujer, la
guerra nunca termina, sólo existen breves treguas. Debo mantenerme oculto en
esta isla y estar siempre al acecho.
MUJER: Te entiendo.
No eres el único que está en la misma situación. Hay muchos otros como tú que
aún viven camuflados y cuya existencia se entremezcla con nuevas identidades y
el consentimiento de los gobiernos de turno.
EMPERADOR: Lo peor
es que después de una guerra, como la que tuvimos, siempre hay que buscar
algunos chivos expiatorios. En este caso, yo soy uno de ellos.
MUJER: Los traidores y
los cobardes acostumbran
elegir como responsable de todo
el desastre a un combatiente muerto, que no puede declarar, ni cantar, ni
ladrar.
EMPERADOR: ¿Acaso
estoy muerto?
MUJER: Hace mucho
tiempo que lo estás, incluso, antes que te pariera.
EMPERADOR: Entonces
esta agonía no existe, tú tampoco existes.
MUJER: Ambos no
existimos, la guerra nos sepultó en un inmundo vertedero. Ni siquiera
recuerdan nuestros nombres
y menos nuestros rostros.
EMPERADOR: Sentirse
muerto era un invento de los detenidos para no traicionar a sus compañeros.
Pero siento que aún no estoy muerto, puesto que escucho tu voz.
MUJER: No es mi voz,
es la de otro espectro que alarga tu agonía (Pausa) ¿Cómo
pudiste delatar a tus amigos y luego convertirte en verdugo de los
mismos?
EMPERADOR: No tengo
palabras para justificar nada. Todo lo hecho en mi vida lo asumo con hombría,
pero tampoco estoy dispuesto a cargar con penas ajenas. Por lo demás, esperaba
este final: anciano, enfermo, loco, abandonado y odiado por todos.
MUJER: Hijo, cuando te escucho me
provocas rechazo, pero al
mismo tiempo una
fascinación perversa. Aún retengo
en mi mente tu rostro infantil que alguna vez besé con ternura, pero
sé muy bien que bajo
esa expresión tan humana escondes la maldad más recóndita.
(El hombre la mira fijamente. Después cambia
la actitud desfalleciente a la de
ira).
EMPERADOR: ¡No me
digas hijo! Estás mintiendo. Tú no eres mi madre.
Estoy seguro que no guardas ninguna
fotografía mía, ni siquiera un juguete, nada (Trata de olerla)
Tú no hueles a leche materna, sino a hembra atormentada, encerrada y
violada. Hueles a excremento y a sangre caliente. No me vas a engañar. No te
confesaré nada. Prefiero que me dispares en un paredón de este pueblo.
MUJER: En eso nos
parecemos “Emperador”, aunque nos sometan a las torturas más horrendas nunca
nos rendimos. En mis últimos días de existencia
preferí la muerte antes que la delación, de esa manera humille a mi
torturador.
EMPERADOR: ¡Ah! Veo
que sabes mi apodo. Me has reconocido. Lo sabía, tú eres una de ellos. Vamos no dilates más este
grotesco final. Si quieres vengarte hazlo de inmediato y pégame un balazo en la
cabeza. En tu situación yo lo haría sin vacilar.
MUJER: Tu presunto
coraje no te salvará del peso de tus crímenes. Por lo demás, creo que no
mereces un final heroico.
EMPERADOR: (Se exaspera) ¿Crees acaso que este es
un final heroico? ¿Crees que es memorable morir así, con este cáncer que te
come las tripas, con la caca que te corre por las piernas y sin contar con la
ayuda de nadie?
MUJER: No te
agites, no quiero
que mueras tan
pronto, aún tenemos que decirnos muchas verdades (Lo toma de los hombros y lo recuesta). Espera un momento.
(La
mujer va hacia el mueble, saca una botella de ron y una copa. Le sirve un
trago al hombre).
MUJER: Toma, sírvete
tu última copa, te ayudará a relajarte y no sentirás tus convulsiones. Vamos
confía en mí.
(El hombre bebe con dificultad. Al ingerir
el licor siente un dolor y escupe).
EMPERADOR: Esta
mierda me hace peor (Tose. Pausa. Se
reanima) ¡Ya, vamos directo al grano!
Mira que yo sé todas esas artimañas de hacerse el amigo con el detenido.
¿Qué quieres?
MUJER: Conversar
contigo.
EMPERADOR: ¿De qué?
MUJER: De tu vida.
Me gustaría saber tu nombre ¿Lo recuerdas?
EMPERADOR: No, lo
olvidé hace mucho rato. Qué importancia tiene eso ahora.
MUJER: ¿Y por qué te
decían el “Emperador”?.
EMPERADOR: En esos
tiempos de guerra era el amo y señor de mi propio imperio. Ya que con un solo
movimiento de mi mano podía decidir la vida o la muerte de muchos.
MUJER: ¿Y eso te
provocaba placer?
EMPERADOR: Sí, lo
reconozco. En especial cuando tenía a mis pies a hombres y mujeres pidiéndome
clemencia para que no les aplicara más corriente o no los colgara o no les
diera más golpes en sus cuerpos amoratados.
MUJER: ¿Y después en
tu intimidad que sentías?
EMPERADOR: ¿Después?
Bueno, era como si algo se rompía en mi mente. La sensación era igual que la de
un drogadicto. Al pasar los momentos de agitación y violencia me venía una
angustia, algo así como un delirio de persecución o un arrebato de
remordimientos que no me dejaba dormir.
MUJER: Pero, al otro
día, seguías torturando.
EMPERADOR: Era mi
misión. Entiende, no era un criminal sino un soldado que debía cumplir con su
deber.
MUJER: Ese fue un
cuento que te inventaste o te hicieron creer. Tú nunca fuiste un soldado, sino
un traidor de tus propios compañeros. Quizás por eso ya no sentías
remordimientos. Preferías no pensar y no sentir.
EMPERADOR: Todo lo
contrario, por eso sentía
remordimientos. Al tiempo me convencí
que el mundo
siempre ha estado dividido en
buenos y malos. A mí me
pagaban para defender la Patria y a los buenos ciudadanos, así me
recalcaba mi jefe.
MUJER: ¿Acaso te
pagaban para realizar una sesión de “parrilla”, una hora
de “picana”, una tarde de
“submarino” y una noche de “pau d’arara” a tus propios amigos?
EMPERADOR: Sí, me
pagaban y me protegían. Por primera vez recibí un sueldo. Todo eso me daba
seguridad y una sensación de poder. Antes fui un delincuente: el “Chaveta”.
Después me convertí en “cuerpo de defensa” de los niñitos revolucionarios,
aunque nunca entendí que mierda estaba haciendo con ellos. Lo único que me
gustaba era estar en la calle enfrentando a la policía, asaltando los negocios y
pegándoles en la cabeza a los “niños bien”…Pero cuando llegó la
guerra, ahí tuve
que salvar mi
pellejo. Era maleante, pero no
huevón. No me costó mucho aprender el nuevo oficio, al final era el mismo,
había que pegarle ahora a los otros: a los niñitos revolucionarios. La vida se
construye así: golpe a golpe. Fue así que me la pase todos los días golpeando
genitales, doblando brazos y aporreando las caras contra la pared. Al
día daba 82 golpes, ni más ni menos. Era una profesión como cualquiera otra;
reconozco que era un
poco sucia, pero necesaria para
salvar al país, eso también me lo “machacaban” los jefes todos los días. Bueno,
la misma cantaleta me repetía en las noches cuando comenzaba a sufrir las
alucinaciones y la cabeza me daba vueltas.
MUJER: Ahí te
ganaste el apodo del “Emperador”, reconocido delator responsable de muchas
detenciones y torturas. Y lo que es peor también te convertiste en activo
colaborador durante las macabras
sesiones de los
organismos de seguridad. (Irónica) Dime: ¿Eras verdaderamente un funcionario público o un asesino?
EMPERADOR: Te
insisto: Era un empleado que debía obedecer órdenes y hacer bien su trabajo.
MUJER: ¿Acaso
torturar es un trabajo?
EMPERADOR: No me
vengas con pendejadas. Todos saben que este oficio es más antiguo que el de las
prostitutas. Hasta la santa iglesia ha torturado por sus ideales. No nos vamos
a sacar la suerte entre gitanos.
MUJER: ¿Cómo puedes ser tan miserable para justificar ese infierno? (Enciende otro cigarro).
EMPERADOR: La vida
siempre ha sido así: el más fuerte se come al más débil; unos ganan y otros pierden.
Dale una mirada al mundo y
te darás cuenta
que tengo razón.
Ya ves, demócratas, socialistas,
nazis, judíos, cristianos y moros; todos han hecho lo mismo: matar para
subsistir e imponer sus cagones principios.
(Ella le lleva el cigarro a la boca del
hombre, éste lo aspira).
MUJER: (En susurro) ¿Te acuerdas de algunos
muertos?
EMPERADOR: (En susurro) Sí, de todos.
MUJER: Dime algunos
nombres.
EMPERADOR: Qué
importa ahora sus nombres, ya están muertos.
MUJER: Quizás, me
puedas describir algunas circunstancias.
EMPERADOR: (Cínico) Lo que
te diga ahora,
tenlo por seguro que mañana lo voy a negar (Pausa) Me recuerdo de un tipo de aproximadamente
50 años, medio canoso, bajito, de contextura regular. Lo colgamos de una ducha
y como le habíamos aplicado corriente tenía mucha sed. Abrió la llave y tomó
agua. Al rato llegó un centinela y le cortó el agua, pero él nuevamente la
volvió a abrir y nosotros dejamos
que el agua
corriera. Debe haber estado
unas horas con el agua de la ducha corriendo por el cuerpo. En la noche
falleció de una bronconeumonía fulminante. Fue un error de cálculo (Ríe).
MUJER: ¡Eres un hijo
de puta!
EMPERADOR: Soy el
hijo que pariste en tu celda.
MUJER: Tú no eres mi
hijo. No hueles a mi leche, sino a sangre podrida. Tú nunca has tenido madre.
Eres un bastardo que te criaste en la calle, asaltando a mujeres y ancianos.
Luego fuiste atraído por el discurso político contra los ricos, pero nunca
renunciaste a tu ropaje de lumpen. Cuando joven eras capaz de vender hasta tu
madre por tener plata en los bolsillos.
EMPERADOR: No me
hables de mi madre (Escupe al suelo).
Es cierto, fui un bastardo y un muerto de hambre. Nunca tuve afectos de nadie,
ni navidad, ni cumpleaños, ni zapatillas, nada. Y no quería seguir en esa
mierda de vida: pobre y acorralado. Tenía que ser alguien. Quería tener algo que me hiciera sentir un hombre
fuerte y respetado. Me antojaba tener un auto y muchas mujeres. Deseaba
codearme con gente importante y aprender hablar bien como los mariconcitos
universitarios. No quería
seguir siendo perdedor. Era incapaz
de imaginar otro
horizonte, por eso
tuve que hacer lo que hice. Aparte tenía mucha rabia aquí adentro contra
todos, en especial contra esos niñitos, de uno y otro lado, que tenían padres y
de todo. Sabía bien que teniendo poder nadie se reiría de mí, nadie me gritaría
en la calle bastardo. De esa manera me convertí en amo y señor de la vida de
otros, podía hacer lo que se me antojara con esos hombres y mujeres entregados
a su destino.
MUJER: Tu cinismo y
tus sádicas palabras me revuelven las “tripas”. Para qué seguir esta repugnante
confesión. No mereces ni siquiera un juicio justo.
EMPERADOR: Tú no me
puedes juzgar, porque tienes distintos principios.
MUJER: De qué
principios me hablas. Tú nunca los has tenido.
EMPERADOR: Es cierto
¿Y para qué sirven los putos principios? Son sólo masturbación mental. Cuando
desnudaba y colgaba a los prisioneros no
pensaba en ninguna
güevada de principio, porque si no hubiese terminando llorando como un
maricón en sus brazos. Por eso que jamás he llorado en mi vida, por nada ni por
nadie. En este mundo no hay cabida para los débiles y maricones. ¡Nunca he
llorado, mierda!
(En un arranque de furia comienza a lanzar
lejos la almohada, cubrecama y otros objetos que alcanza hasta caer agotado en
su cama).
MUJER: (Soliloquio) Es preferible darle muerte
ahora mismo como un animal salvaje, de la misma manera como le robó la vida a
los difuntos sin sepultura (Va hacia un mueble y saca una bolsa de plástico
transparente y se acerca lentamente al hombre). Emperador, dime: ¿Nunca has
llorado en tu vida? ¿Nunca te has emocionado?
EMPERADOR: No, en
ningún tiempo. (De pronto se le viene a
la mente una imagen). Miento, sí, una vez lloré. Si mal
no recuerdo fue a fines
de los años
50, tenía 13 años de
edad, cuando fui a ver “El último cuplé”,
una película muy
llorona de Sarita
Montiel, en aquel viejo teatro de mi barrio.
(Se escucha distorsionada la canción “El
relicario” de Sarita Montiel).
EMPERADOR: Hasta el
día de hoy me acuerdo de los rostros sudados de esas viejas que lloraban como
plañideras cuando la diva cantaba “El relicario”. No sé por qué razón se me
hacía un nudo en la garganta cuando veía esa melodramática historia de la
cantante que alcanzó la fama y que después el mundo se le vino abajo al
enterarse de la muerte de su novio, un joven torero madrileño. Me imagino que a
eso llaman emoción, esa cosa rara que te estremece todo el cuerpo. (Ella se acerca). Bueno, sí, esa fue la
primera y la última vez que lloré. No puedo negar que cuando sentí en mis
labios ese sabor salado de las lágrimas, mi cuerpo reaccionó de una manera
increíble. Qué extraña sensación es la emoción ¿no?
(Se queda mirando a un punto fijo. La mujer
le coloca rápidamente la bolsa en la cabeza y comienza asfixiarlo. No hay
resistencia. De pronto, bruscamente, le quita la bolsa del rostro).
MUJER: ¡Mierda! No
debo hacerlo. No puedo ser igual que él.
EMPERADOR: (Medio asfixiado) ¿Por qué no me matas?
Siempre has sido una cobarde. Nunca te atreviste. Siempre tuviste que enviar a
otros para deshacerte de mí. Cuando tuviste que deshacerte de mí dejaste que un
amigo te hiciera el trabajo sucio ¿no?
MUJER: Por eso odias
a las mujeres, porque ves en todas a tu madre. ¡Bastardo! No mereces una muerte
digna y ligera. Es mejor que el cáncer se encargue de ti.
EMPERADOR: ¡Noooo!
¡Mátame! ¡Te lo ordeno!
MUJER: Tú ya no tienes
ningún poder, ni siquiera para controlar tu esfínter. Lo mejor será privarte de
todos tus recuerdos. Ahora mismo destruiré tu película de sabor rancio y olor a
naftalina.
(Se dirige decidida hacia la máquina de
cine, saca la película, luego extrae un encendedor de su ropa y quema la cinta)
EMPERADOR:
¡Grandísima perra! No destruyas mi única inocencia, mis contadas lágrimas, mi
efímera dulzura.
(Intenta levantarse, pero no puede. Su
cuerpo se retuerce en la cama como si estuviera poseído por el demonio.
Garabatea violentamente palabras ininteligibles. Apagón).
ESCENA V: CAIDA DEL EMPERADOR.
(El
hombre viste igual
y está sentado
en una silla.
La mujer está
cubierta con una túnica blanca,
rasura delicadamente la barba de él con una navaja. En cada momento le saca
filo al instrumento en una tira de cuero pegada a la pared).
EMPERADOR: Anoche
tuve otra de mis tantas pesadillas. Estaba parado al borde de un agreste
acantilado. Desde allí miraba al mar pintado de verde, azul y turquesa. De
improviso el oleaje comenzó agitarse y su explosiva espuma cayó en mis ojos
dejándome casi ciego. Entonces sentí un absurdo impulso: abrí los brazos y me
dejé caer sin resistencia al despeñadero. Por un momento el viento me sostuvo
en el aire, pero de pronto cambio de dirección y me lanzó violentamente contra
la espinosa pared. Oí la quebrazón de mis huesos y el desgarro de mis músculos.
En seguida, aún consciente, caí al mar que me esperaba para devorar mis carnes
destrozadas. En un abrir y cerrar de ojos llegué hasta las profundidades más
oscuras, ahí me encontré con muchas tumbas que estaban abiertas exhibiendo
cuerpos mutilados de hombres, mujeres y niños. Todos tenían una sonrisa
insolente y siniestra. Al mismo tiempo, cruzaban delante de mis ojos: zapatos,
carteras, sacos, sombreros, llaves,
libros, maletas, cartas,
mensajes y un sinfín
de pequeños objetos personales. En ese minuto sentí como si flotaba en
el vientre de mi madre. Luego, una subterránea corriente marina me arrastró
hasta un nicho de piedra, allí yacía una mujer entera vestida de blanco,
perfectamente conservada. Mi cuerpo cayó livianamente sobre el suyo y sentí un
susurro en mi oído que decía: Mi querido niño, me alegra que al final me hayas
encontrado. Sus brazos me abrazaron como
tenazas, por más
que intentaba liberarme de ellos
no podía. Eran fuertes, pero a la vez
suaves y
delicados. Sus cabellos
bien cuidados olían
a violetas. Sus ojos negros, enigmáticos y profundos, estaban
sintonizados con los míos. Su figura fina era exquisita y sus pechos rebozaban
leche y miel. El sentirla fría y húmeda, pegada a mi cuerpo, me provocaba un
misterioso y sutil orgasmo. En ese ambiente
alucinante e increíble, ella
abrió su vestido blanco virginal y me entregó sus grandes y morenos senos. En
aquel momento, sin mayor resistencia, dejó que besará sus pechos hasta saciar
mi inconsciente arrebato.
(El hombre se queda extasiado con el sueño.
Ella deja de afeitarlo, se abre suavemente su túnica y le exhibe sus senos. El
comienza a besarlo como un bebé. La mujer le acaricia la cabeza).
MUJER: Mi pobre
niño, mi vagabundo, mi pequeño bastardo,
me das mucha pena. Te das cuenta que estoy seca, no tengo leche para ti.
Por lo demás, no te puedo tener a mi lado, no me lo perdonarían. Luego te
vendrán a buscar y te irás muy lejos. Tendrás que caminar solo por el mundo y
seguramente aprenderás a valerte por ti mismo. (El hombre llora como un niño). No, mi nene, no llores, por favor.
Nunca debes llorar. Sólo las mujeres lloramos.
(El hombre la queda mirando sin expresión.
Ella oculta sus senos).
EMPERADOR: (Suplica) Te necesito,
no me dejes
botado como un animal en este nauseabundo mercado. No
soporto el olor a pescado podrido,
a sudor de
cargadores y a
mujeres preñadas.
(Se aferra a ella. La mujer se desprende con
dificultad de él y se aleja).
MUJER: No me
discutas más. Aléjate de mí para siempre, que nadie sepa que existes y que eres
sangre de mi sangre. Aunque me duela decir la verdad: Eres un engendro que
nadie desea, menos yo.
(El hombre se levanta furioso de la silla y
toma a la mujer con fuerza. Ella se resiste. Ambos luchan y caen al suelo. El
la golpea y ella queda aturdida).
EMPERADOR: ¡Maldita
perra seca! Ahora ya no podrás hacerme daño. Ya no volveré a vivir en ningún
orfanato ni de la caridad de la gente. Ya nadie se reirá de mí. Nunca más me
gritarán bastardo. Ahora me respetarán. Me implorarán que los mate. (Estrangula
con sus manos
a la mujer
que yace inerte) ¡Perra
sarnosa! Te encontraré, aunque te ocultes en el lugar más perdido de la tierra
y te haré confesar todas tus sucias pasiones. Ya verás, a golpes te haré salir
leche de tus manoseados senos.
(Le arranca la túnica. Queda mirando un
instante el cuerpo desnudo y luego empieza a besarla por todas partes).
EMPERADOR:
Perdóname, madre, no quise hacerte daño ni humillarte. No quise golpearte,
quemarte ni violarte. A pesar de tu hipócrita realidad y del delito que
cometiste, te sigo queriendo con tus grandes senos secos. Te suplico, como a
nadie he hecho en mi vida, que no me conviertas en un monstruo. ¡Habla! Dime
que no me vas a dejar a mi suerte en este asqueroso matadero. ¡Habla, habla!
(De pronto, la mujer, abre sus ojos y
comienza a cantar suavemente).
NENA
Sarita Montiel
Juró amarme un hombre sin miedo
a la muerte sus negros ojazos en mi alma
clavó tu amor es mi sino
tu amor es mi suerte tu amor
es mi vida me dijo y juró.
Llegarme juró en su querer más allá del
dolor y el placer.
Y loca la hermosa promesa del hombre yo fui
una mujer.
Nena...
Me decía loco de pasión. Nena...
(El hombre se calma y se recuesta en el
suelo. Ella se levanta y va a buscar la navaja. La toma y se dirige hacia él.
Se arrodilla y la coloca en el cuello del hombre).
EMPERADOR:
Vamos, madre, demuéstrame
el amor que
siempre me has ocultado. Quítame
la vida, como lo hiciste una vez. Termina con esta agonía.
(Levanta con fuerza su torso y con una voz
sobrenatural dice los siguientes textos).
EMPERADOR: ¡Hazlo
perra callejera! ¡No tengas miedo! ¡Mátame! ¡Mátame!
(Ella en un movimiento rápido vuelve la
navaja hacia su propio cuello y se hace un penetrante corte en el. Breve pausa
y cae fulminante al piso. Un grito ahogado se escapa de su boca. El hombre se
levanta rápidamente se da cuenta de la situación y corre hacia su cama. Arranca
una sábana y urgentemente trata de detener la sangre del cuello de la mujer).
EMPERADOR: ¡No te
mueras! ¡Nooo! ¡Por favor, no me dejes! Vuelve madre, tengo frío y hambre…
¡Mierda y mierda!...
(La toma de los brazos y la arrastra hasta
la cama. No puede subirla, entonces apoya su espalda en el mueble. Remece al
cadáver).
EMPERADOR:
¡Despierta, despierta! No te puedes ir. Tú eres la única mujer, la fiel demente
que me siguió hasta esta recóndita isla, aquí en el fin del mundo, donde creí
que nadie nos podía tocar.
(Llora desconsoladamente. De improviso se da
cuenta de ello y con la misma sábana se seca la cara. Cambia su actitud, ahora
es frío y duro. Se levanta).
EMPERADOR: No madre,
no te preocupes, no voy a llorar. Desde que me dejaste no puedo llorar, ya no
debo llorar.
(Se dirige a la alacena y arranca el afiche
de Sarita Montiel que está pegado en el vidrio).
EMPERADOR: ¡Qué
Carajo! Todo fue nada más que sombras, espectros, fantasmas y remordimientos que
ahora no volverán a penetrar en mi cabeza. Ya nunca más me acosarán. Ahora
tendré el placer de abandonar esos espantajos con sus eternos lloriqueos de
víctimas, madres y amantes.
(Rompe la foto en muchos pedazos. Esboza una
sonrisa sarcástica. Luego dice su último texto “mordiendo” las palabras).
EMPERADOR: Madre,
tienes razón: los hombres nunca deben llorar.
(Toma la navaja que está en el piso y la
lleva lentamente hacia su cuello. Finalmente, ejecuta un rápido y profundo
corte. Cae. Silencio breve. Se escucha lejano el tema “La Flor del Mal”, de
Sarita Montiel, mezclada con disparos, sonido de helicóptero y la voz lejana de
un locutor).
VOZ: Hace pocos
instantes efectivos policiales
dieron con el paradero
del “Emperador”, uno
de los ex
agentes de seguridad más
buscado del país.
Hubo un fuerte enfrentamiento; sin
embargo, al ingresar
la policía al refugio se encontró con el cuerpo del
hombre ya sin vida. Se presume que se auto
infirió un profundo
corte en la yugular con un arma
blanca…
(La luz y la música se extinguen
lentamente).
TELON