El prisma es
ahora desgarrador y crudo, pero incansablemente poético y bello. La referencia
hacia un arte de compromiso vital sigue constante en la obra del autor, pero
ahora ha adquirido un halo más oscuro y corrosivo. La muerte y la soledad se
enseñorean en ambas obras, la sociedad como una entidad fría y distante, como
un artífice de la soledad y la incomprensión entre los hombres. Como fragua de
la intolerancia y el absolutismo. De esta manera, los personajes de una de las
obras (Víctor y Federico) son espectros deambulando en un vertedero al cual han
sido arrojados. Así, prácticamente desnudos y sólo armados con su arte, y su
pasión por el mismo se encuentran solos en un mundo sombrío y amenazante.
Mediante el arte se entenderán y darán ánimo; mediante la fuerza y la pasión
que el arte generó en sus vidas intentarán encontrar su propia identidad en la
muerte, en el eterno silencio de su inmortalidad. También nosotros, los
lectores, encontraremos una poderosa reivindicación de las formas más simples y
apasionadas de expresión artística, aquellas obras, sentimientos y
realizaciones que no pueden ignorarse, y por las cuales se llega a entregar la
vida. Estos dos poetas de las pasiones humanas encontrarán sus similitudes al
estar sometidos al silencio aislante y el pesar de transitar por la existencia
“heridos de tres formas”.
El vacío, el
hambre y el aislamiento se hacen aún más potentes en la segunda obra,
protagonizada por un hombre sin nombre, sin edad, solo y hambriento. Los temas
se repiten en esta obra inspirada en la novela de Knut Hamsun; “Hambre”. Aquí
observaremos la relación de un hombre, (si no es del hombre mismo), con el
vacío y la vacuidad de la existencia. Sólo personajes imaginarios le acompañan,
sólo su pasión por el arte, por su arte, y su incesante hambre lo azotan, le
hacen “vivir”. En esta obra nos encontramos, además, con las contradicciones de
las pasiones desbordas, con delirios fascistas y absolutistas albergados en el
corazón de un artista incomprendido, solitario y hambriento.