La dramaturgia de la memoria se sirve del pasado con vista al presente, aprovechando lo aprendido para luchar contra las injusticias que se producen en la actualidad. No se trata de consagrar la memoria ni de instituirla en culto, sino más bien de llevar a cabo un proceso de puesta en valor y reconstrucción de pasajes históricos, a veces ocultos por el discurso oficial, y que, sin embargo, perviven en el imaginario colectivo de una comunidad.
La pieza dramática en mención nació de la obsesión por indagar sobre la vida de su padre, Francisco, un prestigioso sastre que vivió en Iquique hasta la década de los 60; dejando tempranamente este mundo y legándole como herencia imágenes vagas, fragmentos de historia y fantasmas que desde pequeño – tal como lo señala en el texto - intentó exorcizar.
Después de muchos años de su desaparición, llegó a las manos del autor un libro escrito por el general Augusto Pinochet, quien cita a su padre como uno de los personajes con quien inicialmente mantuvo una relación de amistad; y que posteriormente, custodió como preso político en el campo de concentración de Pisagua, el año 1947.
Vera-Pinto, siguiendo las palabras del maestro teatral Eugenio Barba que decía que: "El artista debe tener un ojo anfibio, uno para mirar en la superficie, y otro para mirar debajo del agua”; se propuso auscultar el amor y la pasión que sintió este hombre por una causa social y una mujer que lo deslumbró hasta enloquecer. Comprendí que todo lo que hizo este personaje en su vida fue movido por la pasión, ese maravilloso ímpetu que nos impulsa a entregar lo mejor de nosotros por los demás, sin que medie lógica alguna.
Después del anterior ejercicio auto expiatorio, el autor descubrió que el hilo conductor debía ser la historia sentimental y política de Francisco; un hombre enamorado que, además, fue actor de una experiencia trágica que enlutó a trabajadores, dirigentes sindicales, profesionales, dueñas de casa, jóvenes y viejos, que convirtieron sus calvarios en una verdadera epopeya épica en el norte de Chile.
La melancólica atmósfera de Iquique de esos años y las pesadas sombras de las derruidas construcciones patrimoniales que caen sobre Pisagua, constituyen el telón de fondo donde se desenvuelven un conjunto de acontecimientos vivenciales que han dejado profundas huellas en el imaginario de quienes hemos nacido en este confín de la tierra.
Sin pretender ser una obra histórica, esta creación dramática se propone – como lo expresó Mario Benedetti, en “Pedro y el Capitán” – “recuperar la objetividad, como una de las formas para recuperar la verdad”. Es por ello que el argumento está matizado con acontecimientos históricos y políticos que a veces el autor trastoca, intencionalmente, en tiempos y lugares para plasmar teatralmente un pasado no muy lejano que aún golpea nuestras vidas. No obstante, la obra no está destinada a provocar más lamentos ni añoranzas, sino más bien a recuperar la memoria histórica sepultada por un sistema político que ha intentado cubrir con un manto de olvido pasajes fuliginosos de nuestra realidad nacional.