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DRAMATURGIA Y NARRATIVA DE LA MEMORIA
BLOG DE IVAN VERA-PINTO SOTO
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29 de Noviembre, 2015    General

HILVANDO LA HISTORIA DE UNA FAMILIA PERUANA-CHILENA

“HILVANANDO LA HISTORIA DE UNA FAMILIA PERUANA-CHILENA”

 

Iván Vera-Pinto Soto [1]

 

 

Abstract:

 

A partir de un breve estudio patrilineal de la familia Vera-Pinto[2], el presente artículo tiene por objeto analizar cómo al margen de las complejas circunstancias históricas que han vivido Chile y Perú, generadas por la Guerra del Salitre (1879), este grupo social ha mantenido relaciones asociadas con la emotividad y la identidad consanguínea que prevalecen hasta nuestro días en su memoria, creando de esta manera vínculos transnacionales que compensan las frágiles historias diplomáticas entre ambos Estados nacionales.

 

Palabras claves: Familia- Vera-Pinto- Perú-Chile.

 

Retazos de una microhistoria:

 

En este artículo vamos hacer memoria de una familia de inmigrantes peruanos que llegaron a Iquique a fines del siglo XIX, dando origen a nueva rama consanguínea, la cual constituyó la base para la generación de un tejido de historias y patrones comunes que  han perdurado en el tiempo a nivel familiar.

 

        Desde el punto de vista metodológico se aplicó una estrategia que combinó las clásicas técnicas de investigación socio-histórica, es decir, la entrevista en profundidad, análisis de documentación histórica, análisis de contenido; además, se utilizó las técnicas de análisis prospectivos.[3]

 

Para ubicarnos en el tema primeramente citaré dos definiciones sobre los conceptos atingentes al estudio: Memoria e identidad.

 

 “…lo que hace que una persona sea la misma a lo largo de una vida es la acumulación de memoria que lleva consigo, cuando éstas se pierden deja de ser aquella persona en otra, nueva y, como tal, informe” (GRAYLING, 2001:225)

 

“La memoria es elemento constitutivo de la propia identidad. Un sujeto que viviera solamente el presente, o el anhelo de un futuro soñado, sin detenerse a rememorar su pasado, no sabría quién es. La disociación o la negación del propio pasado, que no asume las acciones cometidas, sus consecuencias o las palabras dadas, y, en general, lo ya sido de uno mismo, son maneras de eludir toda responsabilidad y de construirse una falsa inocencia” (DE ZENAN: 2007)

 

A partir de estas aseveraciones, podemos inferir, de manera sucinta, que la identidad se funda en la memoria. Pues bien, si partimos de la premisa que la memoria es parte de nuestra vida y está presente en todas las relaciones sociales definiendo nuestra identidad, entonces no podemos desconocerla, pues no es algo externo a nosotros, vivimos y actuamos con ella todo el tiempo.

 

Por otra parte, la memoria adquiere relevancia en todas las relaciones sociales, ya que sin memoria no puede haber acuerdo o convención posible entre las personas; en otras palabras, no puede haber vínculo.

 

En esa lógica, el examinar nuestros orígenes genealógicos nos permitiría comprender “por qué nosotros somos lo que somos y nos confiere identidad” (ECO, 1989: 185).

 

En ese contexto, observamos que en la Región de Tarapacá desde el siglo XIX hasta nuestros días, han sido numerosos los ciudadanos peruanos y chilenos que están unidos por vínculos de parentesco[4]. Estas permanentes y trascendentes relaciones familiares y culturales han permitido, junto a otras nacionalidades, la configuración de la identidad tarapaqueña. 

 

Al respecto, Juan Podestá, en “La Invención de Tarapacá”, sostiene:

 

“Históricamente Tarapacá se ha visto afectada por múltiples corrientes migratorias. Primero fueron los indígenas, a los que luego se agregaron peruanos, chilenos, bolivianos, británicos, yugoeslavos, asiáticos, negros y alemanes, creando un territorio pluricultural y multiétnico. El habitante de la región, radicado en una zona excéntrica del país, tiene una estructura cultural abierta, dinámica, en permanente transformación y  capaz de absorber flujos culturales externos, manteniendo, sin embargo, un sentido propio de habitante nortino y fronterizo” (2004: 294).

 

En esa misma línea argumental, Bernardo Guerrero en su libro “Del Chumbeque a la Zofri” (Tomo III) señala:

 

“Sostenemos a modo de hipótesis que nuestra región se ha caracterizado, desde la época de las primeras explotaciones mineras de Potosí y Huantajaya, del ciclo guanero y sobre todo del ciclo salitrero, por ser un espacio donde se acrisolaron, gracias al trabajo y a las actividades derivadas de éste, como el comercio, por ejemplo, una diversidad de identidades que se fraguaron en un producto identitario que aún se sigue desarrollando. Esto constituye a grandes rasgos, lo que podemos llamar la identidad regional de Tarapacá. Chinos, aymaras y quechuas, ingleses, franceses, croatas, daneses, argentinos, peruanos, bolivianos y chilenos, entre muchos otros, cultivaron un sentido de pertenencia y de lealtad a este territorio francamente vigorosa” (1999:42,43).

 

Ahora bien, los antecedentes más antiguos que tenemos de la familia Vera-Pinto datan del siglo XIX en el Perú, con la presencia de Marcelino Vera-Pinto[5], miliciano que participó en la Guerra Civil (1856-1858) de este país, como consecuencia de la promulgación de una nueva Constitución (1856), creada bajo el gobierno de Ramón Castilla.

 

Dicha Carta Magna provocó una inestabilidad política motivada por el descontento de importantes sectores conservadores de la población ante los cambios liberales que se daban en el gobierno y la política interna del país. Exactamente el 31 de octubre del año 1856 se inició el levantamiento conservador en Arequipa, el  que posteriormente fue liderado por Manuel Ignacio Vivanco, quien había regresado de su exilio en Chile.

 

El 5 de marzo de 1858 la ciudad de Arequipa fue sitiada por las fuerzas regulares del Mariscal Castilla, iniciándose el asalto final.[6] Las bajas fueron enormes en ambos bandos, Castilla calculó sus bajas en 2.000 hombres fuera de combate entre muertos y heridos. En cambio, en el bando revolucionario las bajas fueron aún mayores, solamente los muertos llegaron a 3.000 se dice que no había una sola familia en la ciudad que no hubiera perdido un familiar o amigo en la batalla.

 

Dentro de los vecinos alzados en armas contra el gobierno central, estaba Marcelino Vera-Pinto, quien ostentaba el grado de capitán dentro de los montoneros. Los relatos históricos indican que en las postrimerías de la batalla, se produjeron disparos desde el Panteón de Miraflores hacia las torres de Santa Rosa y Santa Marta. Desde Alto San Pedro resistía un grupo de valientes comandados por Marcelino Vera-Pinto, quien fue gravemente herido. En ese trance fatal Marcelino meditó sobre su eminente muerte. Tenía dos opciones: Por un lado, ser capturado y torturado, dejando a su único hijo, Julián, huérfano y desamparado y, por otro lado, sacrificar a su hijo y suicidarse. Sin embargo, providencialmente, un matrimonio de apellido Ballón, perteneciente a una familia acomodada le prometió en su lecho de muerte hacerse cargo del niño. Marcelino Vera-Pinto muere en la final envestida de las tropas del gobierno central, el 6 de marzo de 1858.[7]

 

Su primogénito, Julián, creció bajo los cuidados de la familia Ballón y  aprendió el oficio de sastre. Aproximadamente a los 18 años de edad se casó con una mujer arequipeña de apellido Moscoso y tuvo tres hijos: Manuel, Víctor y Guillermo.

 

  Manuel Vera-Pinto Moscoso, se crió en Arequipa y tuvo cinco hijos, con Juana Benavente: Manuel (1913-2010), Víctor (1913), Rosa (1917), Fidel (1920) y Lupo (1936).

 

Por su parte, Manuel Verapinto Benavente[8], en su primer matrimonio, tuvo tres hijos: Luz, Manuel  y Mario Verapinto Rosado (los dos últimos fallecidos). Luego, en segundas nupcias, tuvo dos hijos: Mary, Haydee y Percy Verapinto Rossini. Posteriormente, contrae matrimonio con Rosa Zevallos (1917) y tiene seis hijos: Marcos (1951), Gloria (1952), Rosario (1953), Mario (1956) Eliana (1959) y Enrique (1960).

 

A su vez, Víctor Verapinto Benavente tiene siete hijos: Benigno, Leonor, Víctor, Percy, Dora, Larry y Raúl Verapinto Salas. Por otra parte, Rosa Verapinto procrea una hija Beatriz Ramos Verapinto. Fidel Verapinto Benavente falleció a los treinta años y no tuvo hijos. Y, finalmente, Lupo Vera-Pinto Benavente, tiene ocho hijos: Rossana, Emperatriz, Ulises, David, Nancy, Ciro, Lucero Vera-Pinto Fuentes.

 

Volvamos a los otros dos hijos de Julián: Víctor y Guillermo.  Digamos que Víctor Vera-Pinto Moscoso, siendo muy joven se desplazó a Argentina, formando otro tronco familiar en esa nación. Por último, Guillermo Vera-Pinto Moscoso, cuya actividad laboral fue la sastrería, heredado de su padre, emigró a Iquique, Chile, después de la Guerra del Pacífico (1879), puntualmente en 1889, dando origen a la familia Vera-Pinto en este país.

 

Es necesario precisar que después de la Guerra del Salitre, las localidades donde los chilenos antes eran extranjeros fueron anexadas y constituyeron parte del territorio nacional. A pesar de que muchos bolivianos y peruanos debieron emigrar de estas zonas, el carácter multinacional de las oficinas salitreras, de los puertos y de los pueblos continuaría en los años venideros. Agreguemos que particularmente en el norte chileno los desplazamientos humanos han sido una constante en la historia de Chile, Perú y Bolivia. Estos movimientos se encuentran asociados con el anhelo intrínseco de todo ser humano por mejorar sus condiciones de vida. Esta variable es inalterable hasta nuestros días donde los principales flujos de personas se dirigen a polos de atracción donde hay empleos mejor remunerados y mejores estándares de vida en comparación al lugar de origen.

 

 

 

En esta semejante trama, Guillermo Vera-Pinto, ya casado en Arequipa con María Téllez, decide avecindarse en Iquique, impulsado -como señalamos en el párrafo anterior- por razones laborales y en búsqueda de nuevas perspectivas de vida. Una vez radicado en este puerto, su esposa dio a luz a tres hijos: Francisco (1900), Luzmira (1901) y Víctor (1902).                   

 

En esos años Iquique era una ciudad abierta al mundo, porque así lo exige la economía y este perfil se expresa en la construcción de espacios públicos, negocios y sociedades de colonias residentes.[9] Era un verdadero espacio libre para colonizar y Guillermo quiso hacerlo a través de su trabajo artesanal.[10] De esta manera, se instaló con un taller de sastrería, actividad comercial que por esos días era muy demandado, ya que era costumbre de la gente de todas las clases sociales vestir con trajes a la medida, tanto para sus actividades laborales como sociales. Eran los tiempos en que todas las tenidas eran confeccionadas por modistas y sastres. Destacaban los zapateros, los sombrereros, las zurcidoras y lustrabotas. Todo se reparaba varias veces antes de desecharlo. Zapatos, camisas, pantalones eran hechos a la medida, las bastas y doblés eran para los especialistas en costura un mero trámite. Recién cuando las prendas ya no daban para más uso, iban a parar al tacho de basura o entregada a los ropavejeros.

 

Al lado de Guillermo, como un importante apoyo en su familia y trabajo, estaba su pareja María. Ella era una mujer dedicada a las labores de casa, en una época donde las posibilidades de trabajo y de ascenso social eran muy limitadas para el género femenino, especialmente para las familias más pobres. 

 

 

Hay que distinguir que Guillermo Vera-Pinto, vivió en este puerto en una época de tolerancia y solidaridad social entre chilenos y peruanos, pero también de muchos conflictos sociales en el norte chileno. Acerca de ello, Sergio González, en su texto El Dios Cautivo, nos explica:

 

“Hasta 1907 ciertos acontecimientos de la provincia unieron a peruanos y chilenos, sin distinción: la huelga de Iquique de 1890, la guerra civil de 1891, el incendio de Iquique de ese mismo año y el de Pisagua de 1903, la peste bubónica de 1905, la paralización de las salitreras y la consecuente cesantía en 1897, la huelga portuaria de 1903, entre otras calamidades de mayor alcance: la huelga obrera de 1907”. (2004: 34)

 

Puntualmente, es el tiempo en que los intereses de trabajadores salitreros y capitalistas se ven enfrentados y, por lo mismo,  derivan en grandes masacres de obreros como la ocurrida en la Escuela Santa María de Iquique (1907)[11]. En efecto, es también el período de la solidaridad entre los trabajadores argentinos, chilenos, peruanos y bolivianos por hacer causa común de sus reivindicaciones y anhelos de una vida mejor y más justa.

 

“Había una tolerancia social que unía a unos y a otros, base fundamental de un ethos cultural que estaba en formación y que originó la identidad tarapaqueña. Esta identidad tiene elementos peruanos, chilenos; también, en menor medida, bolivianos y de otras nacionalidades. Los conflictos estaban situados de modo más evidente en la contradicción de clase. Empero, a pesar de esa tolerancia étnica, fuerzas contrarias se incubaban en la sociedad tarapaqueña, posiblemente respondiendo a los nacionalismos que comenzaban a emerger en los Estados modernos, y Chile no era la excepción” (GONZALEZ, 2004: 34).

 

La pluriculturalidad, la tolerancia étnica y la solidaridad de clases llevó a las autoridades de Tarapacá a percibir que su poder estaba amenazado y para evitar mayores riesgos  recurrieron a la violencia, pero esta acción brutal paradójicamente  disminuyendo el poder del Estado (González 2004).

 

Guillermo Vera-Pinto, al igual que muchos inmigrantes llegados a Iquique, era un artesano pobre que tal vez se sentía socialmente rechazado por su propia Patria, debido a la miseria errante que portaba perennemente en su equipaje. El, al igual que muchos otros expatriados, observa que la única salida que encuentra a ese dolor que incuban en sus espíritus es la unidad de los trabajadores, transformándose así en “patriotas del mundo”, sin odios y sin fronteras. Evidentemente se trata de una lógica utópica, no sólo a nivel ideológico, sino también en su articulación simbólica del territorio ideal que pretenden construir.

 

Sin embargo, en ese escenario de unidad y solidaridad de los trabajadores del mundo, va surgir las Ligas Patrióticas (1910), grupo xenofóbico, racista y nacionalista chileno que persiguió a los ciudadanos peruanos y se apropió de sus bienes y patrimonios. Indudablemente, este fue uno de los tantos ejercicios coercitivos que corresponde al llamado proceso de “chilenización” que se mantiene oculto en algún lugar de la memoria de nuestra historia y que hemos olvidado, pero que ha dejado profundas heridas en las víctimas, ciudadanos peruanos que habitaron este territorio.

 

“Un dato histórico es que a razón de las negociaciones del año 1929, más las intensas campañas de chilenización, muchas familias, como parte de una estrategia de sobrevivencia, deciden separarse, radicándose en Tacna o Arica, de esa manera tejieron redes familiares nunca perdiendo los contactos. De hecho, estas familias pueden denominarse “cruzadoras de fronteras” porque el tránsito entre un lado y otro de la frontera ha sido permanente. Muchos fundadores de estas familias, fallecidos entre 1890 y 1929, descansan en los cementerios de Arica o Tacna, sitios en que hemos encontrado cantidad y variedad de apellidos comunes” (PODESTA: 2011)

 

A partir del proceso de chilenización las aguas se volvieron turbias en este territorio y un importante sector social  de Chile, Perú y Bolivia comenzaron a vivir bajo la lógica de las rivalidades, desconfianzas, resentimientos y, sobre todo, el desconocimiento mutuo. Fenómeno social que, lamentablemente, se ha prolongado, de manera velada o abierta, hasta el presente y que ha acondicionado las relaciones bilaterales entre estos países.

 

En ese complejo y tenso entorno Guillermo Vera-Pinto subsistió humildemente de su trabajo artesanal y pudo criar a sus pequeños hijos chilenos por nacimiento, aunque sus inscripciones en el Registro Civil se hicieron posteriormente a su fallecimiento. Así por lo menos consta en el certificado de nacimiento de Francisco, quien aparece recién inscrito en 1923, aunque él había nacido el 3 de diciembre de 1900.

 

Empero, promediado el año 1904, Guillermo se enfermó gravemente y ante este aprieto decidió regresar a su terruño, donde falleció el 6 de agosto de 1905. Sus restos fueron sepultados con su madre en el cementerio general de Arequipa.  En consecuencia, María Téllez, quedó viuda, a cargo de sus tres hijos, aún de cortas edades. No obstante, en 1906, volvió a contraer lazos sentimentales con otro ciudadano peruano de nombre Manuel Moreno. De esta última unión, procrea a Manuel Moreno Téllez. Posteriormente, María fallece en 1918 en el Hospital de Beneficencia de Iquique y fue sepultada en el Cementerio No 3 de esta localidad.

 

Una vez muerta María Téllez, sus cuatro hijos (Francisco, Víctor, Luzmira y Manuel), quedaron bajo el resguardo de Manuel Moreno, quien era un pescador artesanal que vivía en el populoso barrio La Puntilla[12]. Este humilde hombre, obligado por sus faenas de mar, en forma reiterada se vio obligado a dejar a los adolescentes al cuidado del hermano mayor, Francisco, quien oficiaba de padre y madre, a la vez.

 

Pasado el tiempo y debido a la carencia económica familiar, Francisco, después de cumplir con su servicio militar obligatorio (1919), decidió enrumbar sus pasos hacia el Oriente, a Bolivia y, posteriormente, a mediados de 1920, a la ciudad de Arequipa para reencontrarse con sus ancestros.[13] En esa misma etapa, sus hermanos  Víctor y Luzmira, ayudados por el tío Víctor Vera-Pinto Moscoso, quien ya radicaba en Argentina, emigran hacia esas tierras. Ambos se asientan primariamente en Tucumán.

 

Por esos días, Francisco, en su estadía en Arequipa, se vio virtualmente impulsado por la curiosidad y la motivación de su progenitor a internarse en el oficio de la sastrería, actividad que le permitió posteriormente valerse económicamente. Igualmente, en esa estadía establece relaciones cercanas con otros sastres peruanos, con quienes mantiene una amistad de por vida, así lo detalla el siguiente relato:

 

“Recuerdo cuando yo estaba terminando el sexto año primaria en un colegio de monjas en Arica; mi padre, Samuel Pereda, sastre puneño, me contó que tenía un “hermanón” (así se le dice en Perú al amigo más cercano) que se llamaba Francisco Vera-Pinto. Me dijo que lo había conocido en Arequipa y que ambos habían aprendido las técnicas de sastrería.  Los dos, allá por el año 1923 se vinieron a Chile. Mi padre se quedó en Arica, donde instaló una sastrería y se casó con ciudadana chilena (1929). Mi padre no volvió más al Perú. Su amigo, Francisco, volvió a su terruño y se estableció con su sastrería. Al pasar el tiempo, por el año 1948, mi padre se puso en contacto con su amigo Francisco para que pudiera matricularme en un liceo de Iquique. De esta manera,  me vine a esta ciudad a estudiar al Liceo de Niñas, bajo el atento resguardo del tío Pancho y el cariño de su esposa y sus hijas” (Dora Peredo de Belardi).

 

Francisco al retornar a Iquique conoció a Berta Bustillos, con quien unió lazos sentimentales con esta ciudadana iquiqueña el año 1924. Con ella tuvo cuatro hijos: Iris (1925-1993), Harold (1927-2006)[14], Norma (1930) y Mabel (1932).

 

El año 1925, Francisco, inauguró la sastrería London, en la calle Manuel Baquedano 688 de este puerto, la que mantuvo abierta al público hasta el 13 de junio de 1959, fecha de su fallecimiento.

 

La sastrería London fue una tienda comercial que gozó de mucha popularidad entre las familias pudientes de la ciudad. Su clientela preferentemente la conformaba funcionarios del poder judicial, profesionales, militares, empresarios  y miembros de la clase alta del puerto. [15] Sin embargo, de manera paralela, amplió su oferta para localidades aledañas y para las oficinas salitreras. De este hecho da cuenta Lucrecio, antiguo dirigente obrero iquiqueño.

 

“Recuerdo que don Francisco Vera-Pinto colocó en Pozo Almonte una sastrería durante un tiempo. Además, hizo muchos trabajos para los gremios de los trabajadores salitreros, especialmente para algunas fechas especiales: Primero de Mayo, Fiestas Patrias y de fines de año. Sé que él fue varias oportunidades con sus operarios a los campamentos mineros y allí tomaba las medidas de los ternos negros que usaban los obreros salitreros. Incluso, en algunas oportunidades contó con la ayuda de las mismas esposas de los trabajadores para hacer algunos trabajos menores  en las prendas” (Lucrecio Quinteros).

 

Debemos recordar que por esos tiempos Chile vivía la crisis de la industria del salitre, debido a la baja internacional que sufrió el precio de este mineral, provocado por la intervención de los consorcios internacionales y por la aparición del salitre sintético[16]. La crisis salitrera provocó en la zona desocupación, pobreza, períodos de hambruna y desintegración familiar (Podestá: 2004) Este agotamiento del ciclo salitrero, junto a la depresión mundial de 1929, terminó por poner en peligro la estabilidad económica del país. Fue el período de las grandes huelgas y las masacres obreras (Oficina Coruña 1925, entre otras), llevadas a cabo por el Estado chileno, el cual protegía abiertamente los intereses de los empresarios nacionales y extranjeros.

 

En esta inflexión histórica el joven Francisco recibe el influjo de una nueva ideología liberadora, la del socialismo,  que se propaga entre la clase desposeída y los sectores medios de la población de aquel entonces. De esta manera, resuelve abrazar la doctrina marxista y se convierte en un inicio en simpatizante socialista, para luego derivar en militante del Partido Comunista, de Luis Emilio Recabarren.

 

Durante esa etapa mantiene relaciones indisolubles con los familiares de Arequipa, a los cuales visitaba periódicamente y, del mismo modo, recibió a sus parientes en su hogar. Uno de los familiares con quien mantuvo más cercanía fue precisamente con Manuel Verapinto; primo-hermano, quien también fue instruido en el arte de la sastrería por Guillermo Vera-Pinto. Por el año 1935 Manuel Verapinto permaneció por un período importante trabajando en la sastrería London,  junto a Francisco.

 

“Yo fui a trabajar  a Iquique con Francisco, él era mayor que yo. Creo que yo tenía 18 años de edad. Aún recuerdo la tienda, el reloj de Plaza Prat, sus hijos y su postura caballerosa y atenta que tenía con todos sus clientes. Era muy especial; siempre muy refinado en sus modales. Además de ser primos, fuimos muy buenos amigos” (Manuel Verapinto).

 

Igualmente, el sastre Francisco Vera-Pinto tuvo una activa participación en la sociedad iquiqueña. Fue miembro de varios clubes sociales de la época, tales como: el Club Alemán, Casino Español y Sociedad Protectora de Empleados. Asimismo, fue miembro de la Masonería Iquiqueña.

 

Es preciso señalar que en su trabajo cotidiano de sastre gozó la posibilidad de compartir con numerosos personajes públicos que por esos años radicaban en este puerto, entre ellos distinguimos al Capitán Augusto Pinochet Ugarte[17], quien por esos días fue destinado al Regimiento No 5 Carampangue de esta ciudad.

 

Posteriormente, cuando Francisco fue trasladado en calidad de preso político al campo de concentración de Pisagua, el año 1948, curiosamente fue este mismo oficial, con quien mantenía vínculos cordiales, su custodio en el cautiverio que sufrió durante la aplicación de la llamada Ley de la Democracia o “Ley Maldita”, disposición que promulgó el gobierno de González Videla, el año 1947, contra del Partido Comunista de Chile. Puntualmente, Pinochet fue destinado en enero de 1948, como Jefe de las Fuerzas Militares en Pisagua y permaneció hasta el 14 de febrero de ese mismo año.

 

Muchos años después, en el conocido Libro Blanco del cambio del gobierno de Chile (1973)[18] , Augusto Pinochet ahora elevado al grado de General y Presidente de la Junta de Gobierno Militar (1973), recuerda su relación con este antiguo sastre iquiqueño, en Pisagua:

 

“También encontré en esa ronda a otro de los personajes que había conocido en el puerto de Iquique, el sastre Vera- Pinto, cuyo local está frente a la Plaza Prat. Hombre agradable, atento y servicial con sus clientes. Sin embargo, en 1948 ya había escuchado muchos comentarios sobre él, como el hecho de que a mediados de 1945 había desaparecido de la ciudad por espacio de un año sin que nadie supiera de él. Se agregaba que durante ese período habría estado realizando un curso de instrucción y perfeccionamiento en materias comunistas, en algún lugar de la República Argentina” (1974: 25-26).

 

En otro párrafo de la misma publicación, Pinochet hace otra breve referencia:

 

“El día transcurría con lentitud y las ocasiones de mayor esparcimiento se producían durante las horas del almuerzo y de comida. En esas oportunidades solía invitar al Casino de Oficiales, que era una vieja casa de madera habilitada para tal efecto, a los señores Ernesto Meza Jeria, Ángel Veas y al sastre Vera-Pinto. Les puse como única condición la orden de no hablar de política en la mesa ni tratar de influenciar con sus ideas de carácter marxista a los asistentes. Sin embargo, en muchas ocasiones me vi obligado a pedirles que cambiaran de conversación, pues no perdían oportunidad para hacer saber su ideología” (1974:29).[19]

 

En la obra teatral “La Pasión del Sastre”[20], recreo un posible diálogo que sostuvieron el capitán Augusto Pinochet y el preso político Francisco Vera-Pinto

 

CAPITÁN: (Se acerca a los detenidos irónico) Espero que los señores recién llegados hayan dormido cómodamente, acompañados por la natural sinfonía del mar. (Adopta una actitud persuasiva) Ahora quiero que esos rostros secos como el desierto se iluminen porque les tengo una propuesta. Quiero ofrecerles a los que aún tenemos en el teatro y también a los nuevos, que construyan con sus propias manos sus casas. (Silencio) Ciertamente, le vamos a pagar por su trabajo. (Silencio)

FRANCISCO: (Seguro) Capitán, no nos parece justa ni conveniente su oferta. Es muy cruel que construyamos nuestras propias prisiones (Se escuchan voces apoyando la moción)

ANGEL: Capitán, le habla Ángel Veas, Intendente de Tarapacá, el compañero tiene toda la razón. Es despiadado lo que nos pide.

CAPITÁN: (Altanero) Usted no es nadie acá.

ANGEL: Esto es un atentado a los derechos humanos.

CAPITÁN: Los derechos humanos son una invención, muy sabia, de los marxistas. Ya me aburrieron. Se terminó la fiesta. Tendrán que acomodarse en las condiciones actuales; no podemos darles mayores comodidades. ¡Y ahora retírense! No deseo más comentarios. (Dirigiéndose a Francisco) Espere, usted, el que está en el fondo, el atrevido que me habló. ¡Venga para acá!

FRANCISCO: (Se acerca) Aquí estoy capitán. ¿Qué desea?

CAPITÁN: (Le mira asombrado) ¡Ah! ¡Es usted! Ya me parecía conocida esa voz. Pero si es el mismo Francisco Vera-Pinto, mi querido sastre. (Ríe) ¡Hombre, por fin lo agarraron! Ya lo daba por perdido, pero el destino lo regresó a mis manos. Tal como le dije en nuestro primer encuentro: “Siempre cae más pronto un mentiroso que un cojo”.

FRANCISCO: Yo no soy un mentiroso, capitán.

CAPITÁN: (Enojado) Cómo que no. Conozco muy bien su vida. Acaso no sé que usted salió del país a mediados del año 1945 y nadie supo de su paradero durante un largo tiempo. Me informaron que durante ese período anduvo recibiendo instrucción revolucionaria en algún lugar de Argentina.

FRANCISCO: (Afirmativo) Eso es totalmente falso.

CAPITÁN: (Irónico) ¿Falso? (Ríe) No me haga reír…Bueno, no se preocupe, no lo voy a interrogar. Ahora es mi huésped de honor. Aunque no me crea, siento mucho que se encuentre aquí relegado. Muchas veces le insistí que terminará sus vinculaciones con los comunistas, pero usted es cabeza de piedra.

FRANCISCO: Capitán, soy un hombre de conciencia y mis convicciones no las voy a cambiar…

CAPITÁN: (Cortante) ¡No se haga el valiente conmigo! (Pausa) Siempre me pareció usted una persona agradable, aunque nunca llegamos a ser amigos.

FRANCISCO: ¿Amigos? Eso era imposible.

CAPITÁN: Créame, nunca vi una niña vestir a su muñeca con más cuidado y deleite que los que usted ponía para confeccionar mis ternos. Por eso y sólo por eso, quiero que se traslade de inmediato a una casa que está desocupada en la antigua estación de trenes.

FRANCISCO: Capitán, no quiero ninguna regalía. Usted no debe hacer ninguna diferencia en este campo de concentración; por el contrario, debe tratarme como un preso político más.

CAPITÁN: Francisco, hay que hacer las cosas y no pensar. Esta es una orden y éstas se acatan. (Mira su reloj) Ya lleva cinco minutos perdidos. Se me va volando a la casa asignada; de lo contrario, será castigado con la suspensión de las visitas. ¡Ah! Y, también, le ordeno que este domingo vaya almorzar conmigo al casino de oficiales. Van a ir algunos amigos suyos: Ernesto Meza y Ángel Veas. Y ahora retírese (Apagón). (2009: 59, 60, 61)

 

Bajo las tristes circunstancias que le presenta el destino, Francisco Vera-Pinto, inició su defensa enviando una carta al Intendente de Iquique, Justo Pastor Rivera, el 6 de enero de 1948 en la que solicita amparo y explica su actual postura frente a la detención arbitraria.

 

“Me encuentro detenido por presuntas actividades comunistas, que yo considero inexactas. Es verdad que hace muchos años yo pertenecí a dicho partido, pero al darme cuenta de los perjuicios que irrigaba a mi negocio y a mi hogar, me aparte completamente de sus filas y ni siquiera alterno con ninguno de sus afiliados, y hace doce años que no me relaciono en absoluta, en ninguna de sus actividades, que no están de acuerdo con mi  modo de pensar…”

 

En otras líneas de la misma declaración, detalla:

 

“Soy un ciudadano pacífico y respetuoso de las leyes, y he constituido un honorable hogar. En estas circunstancias, dando origen a hijos útiles a la sociedad y a la Patria. Mal puedo yo perturbar el orden y corrección en que vivimos…”[21]

 

Ciertamente queda la duda si dicha misiva fue una estrategia para salvar la situación de apremio que vivía o si efectivamente en ese momento estaba desvinculado del Partido Comunista. En todo caso, cabe complementar que, de acuerdo a relatos entregados por algunas de sus amistades,  él aún mantenía algún tipo relación con esta tienda política, ya que prestaba ayuda económica en la realización de actividades programadas por este partido.

 

A continuación reproduzco una entrevista donde se evidencia que su tendencia política no la inhibe en sus enlaces sociales posteriores.


“Por 1955, había en Iquique un sastre, muy pobre, que era el Secretario Regional del Partido Comunista, en plena clandestinidad del PC. Nos conocíamos como familia porque mi padre también era del PC, aunque no muy activo, por su trabajo en la COSATÁN (trabajaba en esos tiempos en los embarques de salitre en el espigón). Este sastre se llamaba Arturo Carrasco y trabajaba para Francisco Vera-Pinto. Siempre tuve la impresión que él lo hacía para ayudar a don Arturo, porque a veces encontraba fallas en los trabajos. En fin, fuera de un breve comentario y recomendación para trabajos posteriores, lo seguía teniendo como su ayudante. Don Arturo tenía un tallercito, que era su casa, donde trabajaban en sastrería él, su mujer y su hijo mayor Teruel. Teruel era muy amigo mío. Cada cierto tiempo, don Arturo mandaba a su hijo a dejar ternos a la Sastrería London, y Teruel siempre me pedía que lo acompañara. Don Francisco hablaba poco, pero sabía mucho de política, y muchas veces le hice preguntas sobre el tema, que siempre respondía. Una de ellas fue la siguiente. En 1956, me parece, llegó a Pisagua Volodia Teitelboim, en calidad de relegado, junto a otros comunistas. Le pregunté sobre este personaje, y nos dijo a Teruel a mí que lo conocía personalmente. Don Francisco nos habló de la novela "Hijo del Salitre" de Teitelboim con mucho detalle y me recomendó que la leyera. Incluso nos dijo que él no la tenía, y que de ser así, nos la hubiese prestado. Dijo que todo joven debería leer ese libro, que trataba de la masacre de la Escuela Santa María y de la juventud de Lafferte, a quien también había conocido. Lo leí tiempo después, sólo porque no pude conseguirlo antes. Hubiese querido comentarlo con don Francisco, años después, pero por ese tiempo ya había fallecido”. (Haroldo Quinteros).

 

A la postre, por los años 50, Francisco conoció a Victoria Soto Méndez (1923-1997), cuyo estado civil era separada y madre de una hija adolescente, Nelda Gaete Soto. Victoria era oriunda de Iquique; hija de Segundo Soto, un humilde trabajador ferroviario y de Ignacia Méndez, dueña de casa, de descendencia peruana, por línea paterna. Con ella establece una relación sentimental; como resultado de esta unión nació un hijo a quien reconoce como Iván Francisco Vera-Pinto Soto (1956)[22]. El año 1959, Francisco Vera-Pinto, falleció a consecuencia de un paro cardíaco y fue sepultado en el cementerio No 1 de Iquique.

 

Mientras tanto, en Arequipa, Manuel Vera-Pinto Benavente, ingresa a la Guardia Civil y jubila el año 1968; acto seguido, instala en su tierra natal una sastrería que lleva como nombre el apellido paterno. Este negocio permanece abierto al público hasta últimos años de vida.  Manuel se caracterizó por ser un hombre muy asertivo, valiente y confrontacional en su vida policial en contra de las autoridades peruanas.

 

“Mi padre, hereda el temperamento aguerrido de esta familia, pues en dos oportunidades por su carácter confrontacional fue separado de las filas de la policía. El se ve obligado a juntar el apellido para evitar represalias contra su familia, pues fue dirigente insurreccional político en un levantamiento de la Guardia Civil contra el gobierno civilista Bustamante Rivero.  Así, logra hacer cambiar el apellido a algunos hermanos suyos que vivían en Arequipa, pero no al tío Lupo que ya residía en Lima. El tema era protegerse y proteger a la familia. La persecución en esa época fue muy dura y no entendían de Derechos Humanos. Fue precisamente el 3 de  octubre de 1948 cuando se produce el alzamiento de los marineros en el Callao. El movimiento estaba coordinado con la Guardia Civil y otros  estamentos militares. El presidente  Bustamante y Rivero fue elegido  por una Coalición Democrática, apoyado por el Apra. El mandatario se alejó de las propuestas de izquierda democrática  y el pueblo empezó a resistirlo. El levantamiento fue debelado al iniciarse y empezó una dura persecución contra  los integrantes de las células políticas. En esas circunstancias fue  hecho prisionero por enfrentar a los civilistas, partido de ultra derecha de esos tiempos. Posteriormente, sus reingresos se produjeron por acciones heroicas, reconocidas por sus superiores. Fue condecorado y tuvo un sepelio con honores por el comando de la policía nacional. Su nombre figura en el Cenotafio por Resolución Suprema, leída antes del toque de silencio, el día de la inhumación de sus restos”. (Marcos Verapinto) [23]

 

Al mismo tiempo, dos hijos de Manuel Vera-Pinto Benavente: Marcos y Enrique, también pasan por situaciones de persecución política en el gobierno del General Velasco Alvarado[24]. Al respecto, Marcos, quien fue Regidor de Arequipa por el partido Aprista, en el gobierno de Alán García (1885-1990) nos revela:

 

“Fui dirigente universitario en plena dictadura del general Velasco Alvarado, quien reprimió duramente el movimiento estudiantil. Hubo muchos días de enfrentamientos en las  calles con los estudiantes, un  poco más duro que lo que viene ocurriendo en Chile ahora. Luego fui elegido Regidor de la Municipalidad Provincial. Mi hermano Enrique también fue dirigente de huelgas estudiantiles en el colegio secundario, siendo expulsado por ser el principal dirigente del movimiento de resistencia al cambio curricular en la Enseñanza Secundaria. Era el primero de su promoción y tuvieron que readmitirlo luego de un año. Entendiendo las miserias de la política ambos abandonamos nuestras militancias”. (Marcos Verapinto)

 

No obstante, también nos confidencia que su padre, siendo policía, no admitía su militancia política:

 

“Cuando yo participaba en una célula, el día de las elecciones de Alan García, me encontré con mi padre celebrando el triunfo con otros dos viejos policías ya jubilados. Recién entendí  por qué combatió mi militancia política…Recuerdo que me dijo: Jesucristo fue el único Redentor. No quiero para ti un futuro de persecuciones. No te formé para ser un líder que no tenga su familia y la abandone… Hay que tener un ideal, luchar por él también, pero no debes hipotecar tu vida haciendo sufrir a los tuyos. Los Vera Pinto venimos pagando hace varias generaciones  esa cuenta. Entonces, brindé un trago con él… Después de treinta años, por primera vez, bebía con mi padre. Luego, cantamos el viejo himno del movimiento político que  compartíamos, pero que yo recién me enteré”. (Marcos Verapinto)

 

A esta altura del relato, es necesario subrayar que en un evento fortuito ocurrido el año 1999 con Marcos Verapinto, en la ciudad de Arequipa, nos permitió restablecer los lazos familiares peruanos-chilenos que estaban adormilados en el tiempo. A partir de este encuentro ambos hemos estado preocupado de reconstruir la historia familiar y de restablecer los lazos de hermandad que antiguamente fueron muy estrecho en este núcleo familiar. Posteriormente, Marcos, con su hermano Mario, con motivo del cumpleaños de su padre organizaron en enero del año 2009, una convención con todos los familiares radicados en Perú, Chile y Estados Unidos, marcando un hito en la historia familiar. El año 2012 la familia Vera-Pinto Zevallos reeditó este encuentro en el marco de la conmemoración del fallecimiento de Manuel Verapinto Benavente.

 

La última costura:

 

Una primera reflexión que surge de este fragmento familiar es cómo un conjunto de hombres y mujeres, venidos de países limítrofes (Perú), originaron una topofilia, tradición y memoria al habitar y compartir lazos consanguíneos y culturales en un territorio común, creando en definitiva la identidad tarapaqueña. En este caso una familia peruana, cuya tradición económica fue la sastrería, se asienta en Iquique de fines del siglo XIX, creando y recreando prácticas sociales, puentes solidarios, comportamientos, costumbres y creencias que se amalgamaron con las existentes en el puerto mayor. Esta presencia intima, como la de muchos emigrantes de otras latitudes, ha dejado huellas sentimentales, emocionales y cognitivas en las generaciones familiares posteriores y en la memoria colectiva.

 

Los espacios privados de hombres y mujeres que poblaron la Región de Tarapacá después de la Guerra del Salitre, es un tema que aún no se ha abordado con profundidad en la historia local, salvo algunos estudios como el de Sergio González en Pampa Escrita, Cartas y Fragmentos del desierto salitrero (2006). 

 

Una especulación que podemos explicitar a partir de estudio es que cuando nos internamos en los canales de la consanguineidad, surgen otros códigos y escenarios que operan en nuestra memoria lejana, pero a la vez común entre los miembros de una determinada familia, los que terminan por mediar nuestras actitudes y comportamientos individuales. Además, los individuos articulan su memoria en función de su pertenencia a una familia determinada. Según la tesis de Halbwachs, cuando se recuerda, se hace a través de claves específicas que corresponde a los propios de su familia, lo que a su vez se traduce en una aceptación implícita de marcos más amplios que prescriben determinadas configuraciones básicas sobre el espacio, el tiempo y el lenguaje.[25] Efectivamente, cuando comenzamos con Marcos Vera-Pinto Zevallos a reconstruir la historia familiar, descubrimos que, a pesar de todos los conflictos geopolíticos vividos entre nuestras naciones,  había una historia viva, perpetuada y renovada en el tiempo, que representa corrientes de pensamientos, experiencias, sensibilidades y patrones de comportamientos que han sido moldeados por nuestro pasado familiar común y recreados en los nuevos contextos históricos de la memoria colectiva.

 

A veces no lo hemos explicitado, pero en la zona de Tarapacá, al interior de las familias antiguas, evocamos historias familiares que se nos han transmitido de generación en generación. Son indudablemente historias complejas, ya que algunas de nuestras familias eran ya desde tiempos muy antiguos familias mixtas, es decir matrimonios entre peruanos y chilenos. Es por ello que, inclusive en la actualidad,  ante cualquier situación de peligro en las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, nos provoca una enorme tensión en la vida familiar.

 

Otro tema que surge de este análisis es la dinámica que ha tenido los flujos migratorios en la Región de Tarapacá. Tal como señalamos en los párrafos anteriores, si nos situamos en el escenario de fines del siglo XIX, comprenderemos que hubo una gran movilidad de ciudadanos peruanos, bolivianos y chilenos entre las ciudades más importantes de aquel entonces. Ello se explica principalmente por la incorporación de nuevos territorios en el norte de Chile, luego de la Guerra del Pacífico, y por la proximidad geográfica que facilitó la mayor participación de peruanos y bolivianos en la explotación de las salitreras, presencia que posteriormente disminuyó tras la decadencia del salitre a principios del siglo XX. (Rodríguez, 1982). Objetivamente, esta dinámica sobrepasó los límites fronterizos establecidos por los mismos Estados. En muchos casos, emigrantes de uno y otro lado mantuvieron una doble residencia y vínculos familiares en ambas fronteras. En relación a esta afirmación, Carolina Stofoni nos explica:

 

“Lo que caracteriza a estos movimientos es que no se produce un cambio definitivo de

asentamiento, sino que se tienden a mantener dos lugares de residencia en forma alternada. La migración temporal vinculada a la agricultura es un buen ejemplo, así como la migración de fronteras, donde la persona trabaja de lunes a viernes a un lado de la frontera y regresa a su hogar durante el fin de semana. Esta realidad ha servido como argumento de quienes plantean el debilitamiento inexorable de las fronteras debido a la acción de los flujos transnacionales, sean estos de capital, mano de obra, e información, lo que se traduciría en un debilitamiento del poder del Estado nación”.[26]

 

Acorde al relato presentado podemos concluir que Guillermo Vera-Pinto Moscoso, Francisco Vera-Pinto Téllez y Manuel Verapinto Benavente, vivieron esa realidad, pues todos ellos se sustentaron económicamente del trabajo de la sastrería, cuyos talleres los mantuvieron en ambas fronteras y, por ende, se vieron obligados a mantener paralelamente residencias compartidas en Arequipa e Iquique. En consecuencia, los vínculos y las afinidades se proyectaron a los demás integrantes familiares, independiente de sus nacionalidades y de los prejuicios sociales existentes. Esta es una de las tantas aristas de la realidad migratoria que se extiende hasta hoy y que merecen estudios específicos, pues las zonas de fronteras son especialmente sensibles a este fenómeno. [27]

 

Otro rasgo importante de analizar es la existencia de algunos patrones frecuentes que han operado en el comportamiento social de varios miembros y que se han expresado cíclicamente en algunas etapas de la historia familiar. Tal vez la variable más relevante es la capacidad de liderazgo que manifiestan algunos de los miembros familiares. A saber, Marcelino Vera- Pinto líder de la sublevación de Arequipa de 1858, Francisco Vera-Pinto, miembro del Partido comunista de Chile y preso político en Pisagua 1948; Manuel Verapinto, líder de alzamiento de la Guardia Civil de 1948; Enrique Verapinto, líder estudiantil de las movilizaciones contra el gobierno militar de Juan Velasco, en 1969; Marcos Verapinto, regidor de Arequipa del partido aprista, el año 1990; Harold Vera-Pinto, funcionario de confianza del gobierno militar de Augusto Pinochet y el suscrito investigador social, pedagogo y teatrista.

 

Debemos agregar que la tríada de sastres que compone esta familia (Guillermo, Francisco y Manuel) se caracterizaron por poseer un espíritu emprendedor. Cuentan algunos testigos que los tres sastres eran personas muy preocupadas de su trabajo, que les interesaba mantener buenas relaciones con sus clientes e innovadores en sus negocios, aunque muchas veces las cosas no siempre les fueron fáciles en los lugares donde se establecieron, pues vivieron momentos de depresión y de dificultades económicas importantes. A pesar de esta situación, prevalecía en ellos el entusiasmo para llevar adelante sus negocios y la creatividad que desplegaron cuando los colegas competidores amenazaban con ganarle terreno. Acaso lo más notable de ellos fue la actitud positiva, solidaria y emprendedora que exhibieron, características que nunca perdieron en sus vidas.

 

Por otra parte, en una rápida mirada, podemos identificar que existió una extraña conflictividad en el discurso de los patriarcas familiares. Pues, por una parte, poseían un sentimiento de amor hacia aquellos predecesores peruanos que fundaron sus familias; pero, por otra parte, prevalecían en ellos un sentimiento de temor y una actitud de escamoteo de las mismas raíces ancestrales. Podemos entender que este comportamiento contradictorio se da en esta zona geográfica como resultado del mismo efecto traumático que dejó en la población el violento proceso de chilenización. Es por ello que al investigar las pocas fuentes fidedignas que aún perviven de esta familia chilena, hayamos que la mayoría de los descendientes sabían muy poco de sus orígenes peruanos, ya que sus padres no le hablaban de ello; tal vez, porque era un tabú o para protegerlos de posibles amenazas o represalias institucionales y sociales. Hay que recordar que en los momentos más duros de la represión de las Ligas Patrióticas muchos chilenos acusados de “aperuanados”, debieron con testigos y acciones demostrar su chilenidad. (González, 2OO4:102)  Esta posible aprensión subsistió en la memoria familiar durante mucho tiempo, hasta disiparse con el pasar de los años. Probablemente, esta ha sido una de las causas para que el pasado familiar se mantuviera oculto o perfilado someramente, por lo menos durante los períodos conflictivo entre ambas naciones. Empero, también podemos comprobar que en el seno de la misma familia se cultivó algunas tradiciones heredadas del Perú, demostrando una cierta empatía con todo aquello que se asociara culturalmente con esa nación. Ciertamente que estos comportamientos no los podemos extender a todas las familias tarapaqueñas, ya que cada historia es particular. De la misma manera, debemos dar la razón que las descendencias posteriores reconocen sin prejuicio sus orígenes peruanos y en los días presente siguen manteniendo comunicación con la parentela del otro lado de la frontera.

 

En todo caso, por los antecedentes históricos, podemos afirmar que la cultura peruana está inmersa en la idiosincrasia del tarapaqueño, más aún en nuestros días se potencia con una nueva oleada de inmigrantes llegada a la zona, constituyendo en una de las colonias más numerosa y de mayor influjo cultural.

 

En concordancia con los fragmentos de vida descritos de la familia Vera-Pinto, creo que sería conveniente que ese espíritu de tolerancia cultural y solidaridad que estuvo presente originalmente en este núcleo social, lo trasladáramos a nuestra cotidianidad. Al mismo tiempo, es importante que estas sencillas y personales historias los Estados las tomaran como modelos para así conseguir configurar políticas que, definitivamente, permitan superar las adversidades, el etnocentrismo y nos allanen el camino para alcanzar el desarrollo y la plenitud que deseamos a nivel familiar y de país, en aras de la anhelada integración entre ambas naciones.

 

En síntesis, quizás las actuales generaciones debemos pensar de una manera más positiva nuestras relaciones con los países vecinos y transformar la enemistad y las coyunturas de tensión en áreas de concordia más duradera y beneficiosas, en provecho de nuestros pueblos que han sufrido las acometidas de los funestos conflictos de otrora.

 

Bibliografía

 

BASADRE, Jorge

1968 Historia de la República del Perú, 1822- 1933, Tomo II. Editorial Universitaria, Lima, Perú.

BERGANZA, Isabel; CERNA, Mauricio

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GRAYLING, Antohny

2002 Sentido de las cosas, Editorial Ares y Mares, Barcelona. España.

PODESTA, Juan.

2004 La Invención de Tarapacá, Oñate Impresores, Iquique, Chile.

2011 Regiones fronterizas y flujos culturales: La peruanidad en una región chilena, Revista UNIVERSUM · Nº 26  Pp. 123 a 137· Vol. 1 · 2011 · Universidad de Talca, Chile.

Secretaría General de Gobierno, Libro Blanco del Cambio del Gobierno en Chile, 11 de septiembre, 1973. Editorial Lord Cochrane, S.A., Santiago, Chile, 1973.

STEFONI, Carolina. Capítulo 9. Inmigrantes transnacionales: la formación de comunidades y la transformación en ciudadanos. FLACSO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede Chile, 2004.

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RODRIGUEZ, Teresa

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VERA-PINTO, Iván

2009 La Pasión del Sastre, Oñate Impresores, Iquique, Chile.

VERA-PINTO, Francisco

1948 Carta dirigida el 6 de enero de 1948 al Intendente de Tarapacá, Justo Pastor Rivera. Información extraída del Archivo de Documentación Regional, ITAR 1842.

 

ENTREVISTADOS:

 

Dora Peredo de Belardi: Chilena (Septiembre, 2012)

Haroldo Quinteros Bugueño: Chileno (Octubre, 2012)

Lucrecio Quinteros Salazar: Chileno (Junio, 2009)

Mabel Vera-Pinto Bustillos: Chilena (Octubre, 2012)

Manuel Verapinto Benavente: Peruano (Febrero, 1991)

Manuel Moreno Sagredo: Chileno (Octubre, 2012)

Marcos Verapinto Zevallos: Peruano (Septiembre, 2012)

Nuncio Belardi Roscetti: Chileno (Septiembre, 2012)

 



[1] Antropólogo Social, Magíster en Educación Superior, Teatrista, Académico de la Universidad Arturo Prat

 

[2] Vera-Pinto, es un apellido compuesto que responde a una costumbre española del siglo XVI, la cual permitía a las familias nobles que contraían matrimonio mantener sus apellidos paternos para no perder el linaje de ellos. El apellido Vera-Pinto está constituido por la unión de dos familias: portuguesa y española. Vera es un apellido Aragonés, descendiente de Don Luis y don Carlos de Vera, hijos del rey de Aragón Don Ramiro I y de doña Gelvira de Vera, señora del castillo de Vera. Por otro lado, Pinto es de origen portugués, dato que es aceptado por la totalidad de los autores. Los Pinto formaron una antigua familia de Portugal y estuvieron siempre muy cerca de sus reyes, ocupando cargos de gran importancia. Parece ser que, en un principio, su apellido fue el de Sousa, pero hubo cierto caballero de este linaje al que apodaron "el Pinto" lo que acabó en apellido. Cuándo se unieron ambos apellidos lo desconocemos. Asimismo, no tenemos referencia en qué momento pasaron al continente americano, estableciéndose con preferencia en México, Perú, Chile y Argentina.

 

 

[3] Cabe aclarar que durante la realización del trabajo etnográfico, consideramos fundamental analizar las condiciones de validez del testimonio. no podemos considerar al testimonio oral y observación participante como fuentes “objetivas”, sin reflexionar siquiera sobre el grado de subjetividad de cada uno de ellos.

 

[4] La unión de parentesco es una red de vínculos de filtración y alianza destinada a establecer relaciones de solidaridad entre grupo mediante el intercambio de individuos, a la vez que regulan relaciones y actitudes de los miembros de cada grupo.

 

[5] Marcelino Vera-Pinto, era viudo y tenía un solo hijo, Julián.

[6] Después de ocho meses de asedio Castilla comprendió que debía tomar la ciudad, entonces movió su ejército en la medianoche del 5 de marzo de 1858 hasta el antiguo panteón de Miraflores. El sábado 6 de marzo empieza el ataque por el Alto de San Pedro; la lucha fue tan dura que, una bala le quitó a Castilla los anteojos con que observaba la batalla. Luego el ejército tomó el fuerte "Caja de Agua" y a las once de la mañana, el "Malakoff", muriendo todos su defensores. Los ejércitos peleaban casa por casa. La lucha se concentró en las torres Santa Rosa y Santa María. Al llegar la noche ya estaban ocupados el convento de Santa Rosa, (que Vivanco no había fortificado por consideración a las monjas) y la primera trinchera de este nombre, a pesar de sus fuertes bajas ya Castilla había logrado forzar las puertas de Arequipa. Ver a Jorge Basadre, "Historia de la República del Perú, La contraofensiva conservadora y caudillista de 1856-1858"

[7] Esta versión está acuñada a  Manuel Verapinto y Víctor Verapinto quienes indagaron en la historia familiar y, además cruzaron la información entregada por su padre Manuel Verapinto, con las de algunos vecinos de la zona.

 

[8] Nótese que el apellido Verapinto va unido, sin separación de guión, aunque originalmente era compuesto. Esto se debe a que Manuel Verapinto Benavente por una circunstancia de apremio reinscribió el apellido en el Registro Civil de esa manera.

[9]  Ver Bernardo Guerrero “La ciudad y sus transformaciones: Memoria Urbana de Iquique” Revista de Ciencias Sociales, No 19, Universidad Arturo Prat de Iquique, Chile, 2007 (pp.149-165).

 

[10] Durante la segunda mitad del siglo XIX por el proceso de crecimiento de las ciudades y la expansión económica del país se desarrolló el gremio de los artesanos. Destacan obreros y obreras dedicados a los rubros: sastrería, zapatería, talabartería, herrería, panadería, costuras, hilandería, carpintería, sombrerería, cerrajería, mecánica, pintura, tipografía y curtiembre. El artesanado formaba parte de las capas medias y no del movimiento obrero, ya que eran dueños de pequeños talleres. Aunque, hay que recocer que este gremio fue parte del movimiento obrero de la época.

 

[11] “…con la derrota obrera se inicia el proceso de chilenización y soberanía violenta del territorio de Tarapacá por parte del Estado chileno que se consolidará con el servicio militar obligatorio, la presencia del escuela fiscal, la creación de las Ligas Patrióticas, la presencia de las tropas chilenas en ejercicios militares de la zona (1911); las autoridades chilenas son pagadas como funcionarios del fisco, y sobre todo, comienza a desaparecer lentamente la trinacionalidad obrera regional –chilena, boliviana, peruana”  Sergio González, Hombres y mujeres de la Pampa, 2002: 70.

[12]  Es un barrio popular de la ciudad de Iquique, localizado desde la calle Obispo Labbé con Sotomayor hasta la playa de El Colorado. Este territorio era ocupado a comienzo del siglo XX  como zona de bodegas, depósitos del salitre y muelle de embarque y desembarque. Sus habitantes son generalmente hijos de pescadores, pero que con la llegada de la industria salitrera comenzaron a trabajar como obreros en la pampa.

[13]  Información entregada por los descendientes de la familia Moreno, a partir de un relato dado por Manuel Vera-Pinto Téllez.

 

[14] Fue funcionario del Ministerio del Interior del Gobierno Militar del General Augusto Pinochet, el año 1973 y asesor del Intendente de Tarapacá y Comandante en Jefe de la VI División de Ejército, General Juan Guillermo Toro Dávila, desde 1976 hasta 1983. Casualmente, al mismo oficial (Pinochet) de ese entonces que fue custodio de su padre en Pisagua en 1948, sirve como funcionario de confianza. También fue integrante de la iglesia Mormona; en ella ocupó el cargo de Elder de esa congregación religiosa.

 

[15]  Francisco Vera-Pinto, al igual que muchos de sus colegas, era un verdadero artista, buscaba la tela y el corte preciso para que todas las personas se vieran bien, independientes de sus contexturas y desproporciones físicas. Dentro de sus servicios también atendía la fabricación de camisas, pantalones y abrigos de acuerdo al diseño que estuviera de moda o simplemente atendiendo los caprichos del comprador.  Por cierto, en esa época entre todos los artesanos, el rango más alto lo ocupan los sastres, esto se debió porque probablemente tenían una demanda amplia, la que no sólo se reducía a un público exclusivo con poder adquisitivo,  sino también a todos los estamentos sociales.

 

[16]  Alrededor del año 1920 aparece en los mercados internacionales el salitre sintético, el que por su menor costo de producción afectó gravemente a la industria nortina.

[17] Al General Pinochet lo unió una larga historia con Iquique. La primera vez que pisó suelo nortino fue en enero de 1946, cuando en su grado de teniente llegó al ex Regimiento de Infantería Carampangue. En 1948 regresó a Santiago para ingresar como capitán a la Academia de Guerra. Posteriormente, en diciembre de 1968, regresó nuevamente a la ciudad como comandante en jefe de la Sexta División de Ejército, y un año más tarde fue nombrado Intendente de Tarapacá, cargo que ocupó hasta 1971, fecha en la que fue trasladado a Santiago

[18] El Libro Blanco del cambio de gobierno en Chile, fue editado tras el golpe de Estado de 1973 por la Secretaría General de Gobierno. En este libro se denunciaba la existencia del denominado "Plan Zeta", un plan para llevar a cabo un autogolpe, por parte del gobierno de Salvador Allende.

[19] Ángel Veas Alcayaga fue elegido diputado por la Primera Agrupación Departamental “Iquique, Arica y Pisagua”, período 1941 a 1945. Militó en el Partido Comunista. Fue designado Intendente de Tarapacá el 11 de diciembre de 1946, al año siguiente es detenido (19 de agosto de 1947) y relegado a Pisagua por el Gobierno de González Videla y en ese campo de concentración fallece. Entretanto, Ernesto Meza Jeria, fue Alcalde de Calama en 1945, militante del Partido Comunista.

 

[20]En su persistente y arduo, como sistemático escribir, refleja desde la historia del Yo familiar, esa misma historia que Pierre Villar (2008), describe como egohistoria. Revela la memoria frente a un hecho que cada vez más pasa al olvido, como fueron los sucesos de 1947, conocidos como la “Ley Maldita””. Prologuista Patricio Rivera, historiador. Obra La Pasión del Sastre, de Iván Vera-Pinto, 2009.

 

[21]  Carta dirigida el 6 de enero de 1948 al Intendente de Tarapacá, Justo Pastor Rivera. Información extraída del Archivo de Documentación Regional, ITAR 1842.

 

[22] El año 1973 radica en Ayacucho, Perú. Estudia en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, Antropología Social. Casado en Perú con ciudadana peruana, tiene dos hijas, la mayor de ellas (Fabiola) nace en esa tierra. Posteriormente, en el contexto del Centenario de la Guerra del Pacífico, es detenido en febrero del año 1979, por Seguridad de Estado del Perú, acusado de espionaje y de practicar teatro de carácter político. Después de un mes de reclusión es absuelto de los cargos imputados.

 

[23] En las elecciones presidenciales de 1945 en Perú resultó vencedor José Luis Bustamante y Rivero, candidato del Frente Democrático Nacional, que agrupó a varios sectores políticos, el APRA y los comunistas incluidos. La intención conciliadora de Bustamante no pudo frenar las tensiones entre el Ejecutivo y el Legislativo. Los apristas, que eran mayoría en el Congreso, obstaculizaron constantemente la gestión del gobierno. Para silenciar las críticas el gobierno censuró a la prensa con la llamada «ley de la mordaza». Muchas de las tensiones se volcaron finalmente en las calles. La crisis económica, producto del fin de la Segunda Guerra Mundial, empeoró la situación. Bustamante tuvo que apoyarse en los militares, que empezaron a integrar los gabinetes ministeriales y a exigir al presidente que impusiera orden en el país. Tras promover una sublevación en el Callao (octubre de 1948), violentamente reprimida, el APRA fue declarado fuera de la ley y se suspendieron las garantías individuales. A las pocas semanas, los militares pusieron fin al gobierno de Bustamante.

[24] Juan Velasco Alvarado, (1910 - 1977), fue un militar y político peruano. Siendo jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Perú, dirigió el golpe de Estado del 3 de octubre de 1968 que depuso al presidente Fernando Belaúnde Terry, electo democráticamente.

[25]  Ver “La Memoria Colectiva” de Maurice Halbwachs, Prensa Universitaria Zaragoza, 2004.

[26]  Ver Inmigrantes Transnacionales: La formación de comunidades y la transformación en ciudadanos. Carolina Stefoni E. Disponible en  http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/chile/flacso/artstef.pdf

 

[27] “…las fronteras son límites naturales, políticos y culturales. Son corredores que separan y al mismo tiempo comunican a países que colindan. En torno a ellas existe una dinámica que está pautada tanto por un aparato normativo estatal, como por convenciones sociales y prácticas que las personas han creado o establecido a partir de sus intencionalidades e interpretaciones sobre la manera cómo funciona el paso fronterizo. En todo este complejo, los juegos de percepción otros-nosotros que se han constituido a lo largo de los últimos cuarenta años -como parte de los desplazamientos-, tienen un papel importante, puesto que existen prejuicios que condicionan el ingreso a Chile y el desplazamiento dentro del mismo país. Y en este aspecto, entra en juego un tema normativo que, en cierta medida, puede promover una discriminación entre inmigrantes peruanos y chilenos.” (BERGANZA Y CERNA: 2011:4)

 

 

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