“HILVANANDO LA HISTORIA DE UNA FAMILIA PERUANA-CHILENA”
Iván Vera-Pinto Soto
Abstract:
A partir de un
breve estudio patrilineal de la familia Vera-Pinto,
el presente artículo tiene por objeto analizar cómo al margen de las complejas
circunstancias históricas que han vivido Chile y Perú, generadas por la Guerra
del Salitre (1879), este grupo social ha mantenido relaciones asociadas con la
emotividad y la identidad consanguínea que prevalecen hasta nuestro días en su
memoria, creando de esta manera vínculos transnacionales que compensan las
frágiles historias diplomáticas entre ambos Estados nacionales.
Palabras claves:
Familia- Vera-Pinto- Perú-Chile.
Retazos de una microhistoria:
En
este artículo vamos hacer memoria de una familia de inmigrantes peruanos que
llegaron a Iquique a fines del siglo XIX, dando origen a nueva rama consanguínea, la cual constituyó la
base para la generación de un tejido de historias y patrones comunes que han perdurado en el tiempo a nivel familiar.
Desde el punto de vista metodológico se aplicó
una estrategia que combinó las clásicas técnicas de investigación
socio-histórica, es decir, la entrevista en profundidad, análisis de
documentación histórica, análisis de contenido; además, se utilizó las técnicas
de análisis prospectivos.
Para ubicarnos en el tema
primeramente citaré dos definiciones sobre los conceptos atingentes al estudio:
Memoria e identidad.
“…lo que hace que una persona sea la misma a
lo largo de una vida es la acumulación de memoria que lleva consigo, cuando
éstas se pierden deja de ser aquella persona en otra, nueva y, como tal,
informe” (GRAYLING, 2001:225)
“La
memoria es elemento constitutivo de la propia identidad. Un sujeto que viviera
solamente el presente, o el anhelo de un futuro soñado, sin detenerse a
rememorar su pasado, no sabría quién es. La disociación o la negación del
propio pasado, que no asume las acciones cometidas, sus consecuencias o las
palabras dadas, y, en general, lo ya sido
de uno mismo, son maneras de eludir toda responsabilidad
y de construirse una falsa inocencia” (DE ZENAN: 2007)
A partir de estas aseveraciones, podemos inferir,
de manera sucinta, que la identidad se funda en la memoria. Pues bien, si
partimos de la premisa que la memoria es parte de nuestra vida y está presente en
todas las relaciones sociales definiendo nuestra identidad, entonces no podemos
desconocerla, pues no es algo externo a nosotros, vivimos y actuamos con ella
todo el tiempo.
Por otra parte,
la memoria adquiere relevancia en todas las relaciones sociales, ya que sin
memoria no puede haber acuerdo o convención posible entre las personas; en
otras palabras, no puede haber vínculo.
En esa lógica, el examinar nuestros orígenes genealógicos nos
permitiría comprender “por qué nosotros somos lo que somos y nos confiere
identidad” (ECO, 1989: 185).
En ese contexto, observamos que en la Región de Tarapacá desde el
siglo XIX hasta nuestros días, han sido numerosos los ciudadanos peruanos y chilenos
que están unidos por vínculos de parentesco. Estas permanentes y trascendentes relaciones familiares y
culturales han permitido, junto a otras nacionalidades, la configuración de la
identidad tarapaqueña.
Al respecto, Juan Podestá, en “La Invención de Tarapacá”,
sostiene:
“Históricamente
Tarapacá se ha visto afectada por múltiples corrientes migratorias. Primero
fueron los indígenas, a los que luego se agregaron peruanos, chilenos,
bolivianos, británicos, yugoeslavos, asiáticos, negros y alemanes, creando un
territorio pluricultural y multiétnico. El habitante de la región, radicado en
una zona excéntrica del país, tiene una estructura cultural abierta, dinámica,
en permanente transformación y capaz de
absorber flujos culturales externos, manteniendo, sin embargo, un sentido
propio de habitante nortino y fronterizo” (2004: 294).
En
esa misma línea argumental, Bernardo Guerrero en su libro “Del Chumbeque a la
Zofri” (Tomo III) señala:
“Sostenemos
a modo de hipótesis que nuestra región se ha caracterizado, desde la época de
las primeras explotaciones mineras de Potosí y Huantajaya, del ciclo guanero y
sobre todo del ciclo salitrero, por ser un espacio donde se acrisolaron,
gracias al trabajo y a las actividades derivadas de éste, como el comercio, por
ejemplo, una diversidad de identidades que se fraguaron en un producto
identitario que aún se sigue desarrollando. Esto constituye a grandes rasgos,
lo que podemos llamar la identidad regional de Tarapacá. Chinos, aymaras y
quechuas, ingleses, franceses, croatas, daneses, argentinos, peruanos,
bolivianos y chilenos, entre muchos otros, cultivaron un sentido de pertenencia
y de lealtad a este territorio francamente vigorosa” (1999:42,43).
Ahora bien, los antecedentes más antiguos que
tenemos de la familia Vera-Pinto datan del siglo XIX en el Perú, con la
presencia de Marcelino Vera-Pinto, miliciano que participó en la Guerra Civil
(1856-1858) de este país, como consecuencia de la promulgación de una nueva
Constitución (1856), creada bajo el gobierno de Ramón Castilla.
Dicha Carta Magna provocó una inestabilidad política motivada por el descontento de
importantes sectores conservadores de la población ante los cambios liberales
que se daban en el gobierno y la política interna del país. Exactamente el 31
de octubre del año 1856 se inició el levantamiento conservador en Arequipa,
el que posteriormente fue liderado por
Manuel Ignacio Vivanco, quien había regresado de su exilio en Chile.
El 5 de
marzo de 1858 la ciudad de Arequipa fue sitiada por las fuerzas regulares del
Mariscal Castilla, iniciándose el asalto final.
Las bajas fueron enormes en ambos bandos, Castilla calculó sus bajas en 2.000
hombres fuera de combate entre muertos y heridos. En cambio, en el bando
revolucionario las bajas fueron aún mayores, solamente los muertos llegaron a
3.000 se dice que no había una sola familia en la ciudad que no hubiera perdido
un familiar o amigo en la batalla.
Dentro de
los vecinos alzados en armas contra el gobierno central, estaba Marcelino
Vera-Pinto, quien ostentaba el grado de capitán dentro de los montoneros. Los
relatos históricos indican que en las postrimerías de la batalla, se produjeron
disparos desde el Panteón de Miraflores hacia las torres de Santa Rosa y Santa
Marta. Desde Alto San Pedro resistía un grupo de valientes comandados por
Marcelino Vera-Pinto, quien fue gravemente herido. En ese trance fatal
Marcelino meditó sobre su eminente muerte. Tenía dos opciones: Por un lado, ser
capturado y torturado, dejando a su único hijo, Julián, huérfano y desamparado
y, por otro lado, sacrificar a su hijo y suicidarse. Sin embargo,
providencialmente, un matrimonio de apellido Ballón, perteneciente a una
familia acomodada le prometió en su lecho de muerte hacerse cargo del niño.
Marcelino Vera-Pinto muere en la final envestida de las tropas del gobierno
central, el 6 de marzo de 1858.
Su
primogénito, Julián, creció bajo los cuidados de la familia Ballón y aprendió el oficio de sastre. Aproximadamente
a los 18 años de edad se casó con una mujer arequipeña de apellido Moscoso y
tuvo tres hijos: Manuel, Víctor y Guillermo.
Manuel Vera-Pinto Moscoso, se crió en
Arequipa y tuvo cinco hijos, con Juana Benavente: Manuel (1913-2010), Víctor
(1913), Rosa (1917), Fidel (1920) y Lupo (1936).
Por su
parte, Manuel Verapinto Benavente,
en su primer matrimonio, tuvo tres hijos: Luz, Manuel y Mario Verapinto Rosado (los dos últimos fallecidos).
Luego, en segundas nupcias, tuvo dos hijos: Mary, Haydee y Percy Verapinto
Rossini. Posteriormente, contrae matrimonio con Rosa Zevallos (1917) y tiene
seis hijos: Marcos (1951), Gloria (1952), Rosario (1953), Mario (1956) Eliana
(1959) y Enrique (1960).
A su vez,
Víctor Verapinto Benavente tiene siete hijos: Benigno, Leonor, Víctor, Percy,
Dora, Larry y Raúl Verapinto Salas. Por otra parte, Rosa Verapinto procrea una
hija Beatriz Ramos Verapinto. Fidel Verapinto Benavente falleció a los treinta
años y no tuvo hijos. Y, finalmente, Lupo Vera-Pinto Benavente, tiene ocho
hijos: Rossana, Emperatriz, Ulises, David, Nancy, Ciro, Lucero Vera-Pinto
Fuentes.
Volvamos a
los otros dos hijos de Julián: Víctor y Guillermo. Digamos que Víctor Vera-Pinto Moscoso, siendo
muy joven se desplazó a Argentina, formando otro tronco familiar en esa nación.
Por último, Guillermo Vera-Pinto Moscoso, cuya actividad laboral fue la
sastrería, heredado de su padre, emigró a Iquique, Chile, después de la Guerra
del Pacífico (1879), puntualmente en 1889, dando origen a la familia Vera-Pinto
en este país.
Es
necesario precisar que después de la Guerra del Salitre, las
localidades donde los chilenos antes eran extranjeros fueron anexadas y
constituyeron parte del territorio nacional. A pesar de que muchos bolivianos y
peruanos debieron emigrar de estas zonas, el carácter multinacional de las
oficinas salitreras, de los puertos y de los pueblos continuaría en los años venideros.
Agreguemos que particularmente en el norte chileno
los desplazamientos humanos han sido una constante en la historia de Chile,
Perú y Bolivia. Estos movimientos se encuentran asociados con el anhelo
intrínseco de todo ser humano por mejorar sus condiciones de vida. Esta
variable es inalterable hasta nuestros días donde los principales flujos de
personas se dirigen a polos de atracción donde hay empleos mejor remunerados y
mejores estándares de vida en comparación al lugar de origen.
En esta
semejante trama, Guillermo Vera-Pinto, ya casado en Arequipa con María Téllez, decide
avecindarse en Iquique, impulsado -como señalamos en el párrafo anterior- por
razones laborales y en búsqueda de nuevas perspectivas de vida. Una vez
radicado en este puerto, su esposa dio a luz a
tres hijos: Francisco (1900), Luzmira (1901) y Víctor (1902).
En esos
años Iquique era una ciudad abierta al mundo, porque así lo exige la economía y
este perfil se expresa en la construcción de espacios públicos, negocios y
sociedades de colonias residentes.
Era un verdadero espacio libre para colonizar y Guillermo quiso hacerlo a
través de su trabajo artesanal. De esta manera, se
instaló con un taller de sastrería, actividad comercial que por esos días era muy demandado, ya que era
costumbre de la gente de todas las clases sociales vestir con trajes a la
medida, tanto para sus actividades laborales como sociales. Eran los tiempos en
que todas las tenidas eran confeccionadas por modistas y sastres. Destacaban los zapateros, los sombrereros, las zurcidoras
y lustrabotas. Todo se
reparaba varias veces antes de desecharlo. Zapatos, camisas, pantalones eran
hechos a la medida, las bastas y doblés eran para los especialistas en costura
un mero trámite. Recién cuando las prendas ya no daban para más uso, iban a
parar al tacho de basura o entregada a los ropavejeros.
Al lado de Guillermo, como un importante apoyo en
su familia y trabajo, estaba su pareja María. Ella era una mujer dedicada a las
labores de casa, en una época donde las posibilidades de trabajo y de ascenso
social eran muy limitadas para el género femenino, especialmente para las
familias más pobres.
Hay que distinguir que Guillermo Vera-Pinto, vivió
en este puerto en una época de tolerancia y solidaridad social entre chilenos y
peruanos, pero también de muchos conflictos sociales en el norte chileno. Acerca de ello, Sergio González, en
su texto El Dios Cautivo, nos explica:
“Hasta
1907 ciertos acontecimientos de la provincia unieron a peruanos y chilenos, sin
distinción: la huelga de Iquique de 1890, la guerra civil de 1891, el incendio
de Iquique de ese mismo año y el de Pisagua de 1903, la peste bubónica de 1905,
la paralización de las salitreras y la consecuente cesantía en 1897, la huelga
portuaria de 1903, entre otras calamidades de mayor alcance: la huelga obrera
de 1907”. (2004: 34)
Puntualmente, es el tiempo en que los intereses de
trabajadores salitreros y capitalistas se ven enfrentados y, por lo mismo, derivan en grandes masacres de obreros como
la ocurrida en la Escuela Santa María de Iquique (1907). En efecto, es también el período de la
solidaridad entre los trabajadores argentinos, chilenos, peruanos y bolivianos
por hacer causa común de sus reivindicaciones y anhelos de una vida mejor y más
justa.
“Había
una tolerancia social que unía a unos y a otros, base fundamental de un ethos
cultural que estaba en formación y que originó la identidad tarapaqueña. Esta
identidad tiene elementos peruanos, chilenos; también, en menor medida,
bolivianos y de otras nacionalidades. Los conflictos estaban situados de modo
más evidente en la contradicción de clase. Empero, a pesar de esa tolerancia
étnica, fuerzas contrarias se incubaban en la sociedad tarapaqueña,
posiblemente respondiendo a los nacionalismos que comenzaban a emerger en los
Estados modernos, y Chile no era la excepción” (GONZALEZ, 2004: 34).
La pluriculturalidad, la tolerancia étnica y la
solidaridad de clases llevó a las autoridades de Tarapacá a percibir que su
poder estaba amenazado y para evitar mayores riesgos recurrieron a la violencia, pero esta acción
brutal paradójicamente disminuyendo el
poder del Estado (González 2004).
Guillermo Vera-Pinto, al igual que muchos
inmigrantes llegados a Iquique, era un artesano pobre que tal vez se sentía
socialmente rechazado por su propia Patria, debido a la miseria errante que
portaba perennemente en su equipaje. El, al igual que muchos otros expatriados,
observa que la única salida que encuentra a ese dolor que incuban en sus
espíritus es la unidad de los trabajadores, transformándose así en “patriotas
del mundo”, sin odios y sin fronteras. Evidentemente se trata de una lógica
utópica, no sólo a nivel ideológico, sino también en su articulación simbólica
del territorio ideal que pretenden construir.
Sin embargo, en ese escenario de unidad y
solidaridad de los trabajadores del mundo, va surgir las Ligas Patrióticas
(1910), grupo xenofóbico, racista y nacionalista chileno que persiguió a los
ciudadanos peruanos y se apropió de sus bienes y patrimonios. Indudablemente,
este fue uno de los tantos ejercicios coercitivos que corresponde al llamado proceso de
“chilenización” que se mantiene oculto en algún lugar de la memoria de nuestra
historia y que hemos olvidado, pero que ha dejado profundas heridas en las
víctimas, ciudadanos peruanos que habitaron este territorio.
“Un dato histórico es que a razón de las
negociaciones del año 1929, más las intensas campañas de chilenización, muchas
familias, como parte de una estrategia de sobrevivencia, deciden separarse,
radicándose en Tacna o Arica, de esa manera tejieron redes familiares nunca
perdiendo los contactos. De hecho, estas familias pueden denominarse
“cruzadoras de fronteras” porque el tránsito entre un lado y otro de la
frontera ha sido permanente. Muchos fundadores de estas familias, fallecidos
entre 1890 y 1929, descansan en los cementerios de Arica o Tacna, sitios en que
hemos encontrado cantidad y variedad de apellidos comunes” (PODESTA: 2011)
A partir del proceso de chilenización las aguas se
volvieron turbias en este territorio y un importante sector social de Chile, Perú y Bolivia comenzaron a vivir
bajo la lógica de las rivalidades, desconfianzas, resentimientos y, sobre todo,
el desconocimiento mutuo. Fenómeno social que, lamentablemente, se ha
prolongado, de manera velada o abierta, hasta el presente y que ha
acondicionado las relaciones bilaterales entre estos países.
En ese
complejo y tenso entorno Guillermo Vera-Pinto subsistió humildemente de su
trabajo artesanal y pudo criar a sus pequeños hijos chilenos por nacimiento,
aunque sus inscripciones en el Registro Civil se hicieron posteriormente a su
fallecimiento. Así por lo menos consta en el certificado de nacimiento de
Francisco, quien aparece recién inscrito en 1923, aunque él había nacido el 3
de diciembre de 1900.
Empero, promediado el año 1904, Guillermo se enfermó gravemente
y ante este aprieto decidió regresar a su terruño, donde falleció el 6 de
agosto de 1905. Sus restos fueron sepultados con su madre en el cementerio
general de Arequipa. En consecuencia, María Téllez, quedó viuda, a cargo de sus tres
hijos, aún de cortas edades. No obstante, en 1906, volvió a contraer lazos
sentimentales con otro ciudadano peruano de nombre Manuel Moreno. De esta
última unión, procrea a Manuel Moreno Téllez. Posteriormente, María fallece en
1918 en el Hospital de Beneficencia de Iquique y fue sepultada en el Cementerio
No 3 de esta localidad.
Una vez muerta María Téllez, sus cuatro hijos
(Francisco, Víctor, Luzmira y Manuel), quedaron bajo el resguardo de Manuel
Moreno, quien era un pescador artesanal que vivía en el populoso barrio La
Puntilla. Este humilde hombre, obligado por sus faenas de
mar, en forma reiterada se vio obligado a dejar a los adolescentes al cuidado
del hermano mayor, Francisco, quien oficiaba de padre y madre, a la vez.
Pasado el tiempo y debido a la carencia económica
familiar, Francisco, después de cumplir con su servicio militar obligatorio
(1919), decidió enrumbar sus pasos hacia el Oriente, a Bolivia y,
posteriormente, a mediados de 1920, a la ciudad de Arequipa para reencontrarse
con sus ancestros. En esa misma etapa, sus hermanos Víctor y Luzmira, ayudados por el tío Víctor
Vera-Pinto Moscoso, quien ya radicaba en Argentina, emigran hacia esas tierras.
Ambos se asientan primariamente en Tucumán.
Por esos días, Francisco, en su estadía en Arequipa,
se vio virtualmente impulsado por la curiosidad y la motivación de su
progenitor a internarse en el oficio de la sastrería, actividad que le permitió
posteriormente valerse económicamente. Igualmente, en esa estadía establece
relaciones cercanas con otros sastres peruanos, con quienes mantiene una
amistad de por vida, así lo detalla el siguiente relato:
“Recuerdo
cuando yo estaba terminando el sexto año primaria en un colegio de monjas en
Arica; mi padre, Samuel Pereda, sastre puneño, me contó que tenía un “hermanón”
(así se le dice en Perú al amigo más cercano) que se llamaba Francisco
Vera-Pinto. Me dijo que lo había conocido en Arequipa y que ambos habían
aprendido las técnicas de sastrería. Los
dos, allá por el año 1923 se vinieron a Chile. Mi padre se quedó en Arica,
donde instaló una sastrería y se casó con ciudadana chilena (1929). Mi padre no
volvió más al Perú. Su amigo, Francisco, volvió a su terruño y se estableció
con su sastrería. Al pasar el tiempo, por el año 1948, mi padre se puso en
contacto con su amigo Francisco para que pudiera matricularme en un liceo de
Iquique. De esta manera, me vine a esta
ciudad a estudiar al Liceo de Niñas, bajo el atento resguardo del tío Pancho y
el cariño de su esposa y sus hijas” (Dora Peredo de Belardi).
Francisco al retornar a Iquique conoció a Berta
Bustillos, con quien unió lazos sentimentales con esta ciudadana iquiqueña el
año 1924. Con ella tuvo cuatro hijos: Iris (1925-1993), Harold (1927-2006), Norma (1930) y Mabel (1932).
El año 1925, Francisco, inauguró la sastrería
London, en la calle Manuel Baquedano 688 de este puerto, la que mantuvo abierta
al público hasta el 13 de junio de 1959, fecha de su fallecimiento.
La sastrería London fue una tienda comercial que
gozó de mucha popularidad entre las familias pudientes de la ciudad. Su
clientela preferentemente la conformaba funcionarios del poder judicial,
profesionales, militares, empresarios y
miembros de la clase alta del puerto. Sin embargo, de manera paralela, amplió su oferta
para localidades aledañas y para las oficinas salitreras. De este hecho da
cuenta Lucrecio, antiguo dirigente obrero iquiqueño.
“Recuerdo
que don Francisco Vera-Pinto colocó en Pozo Almonte una sastrería durante un
tiempo. Además, hizo muchos trabajos para los gremios de los trabajadores
salitreros, especialmente para algunas fechas especiales: Primero de Mayo,
Fiestas Patrias y de fines de año. Sé que él fue varias oportunidades con sus
operarios a los campamentos mineros y allí tomaba las medidas de los ternos negros
que usaban los obreros salitreros. Incluso, en algunas oportunidades contó con
la ayuda de las mismas esposas de los trabajadores para hacer algunos trabajos
menores en las prendas” (Lucrecio
Quinteros).
Debemos recordar que por esos tiempos Chile vivía
la crisis de la industria del salitre, debido a la baja internacional que
sufrió el precio de este mineral, provocado por la intervención de los
consorcios internacionales y por la aparición del salitre sintético. La crisis salitrera provocó en la zona desocupación,
pobreza, períodos de hambruna y desintegración familiar (Podestá: 2004) Este
agotamiento del ciclo salitrero, junto a la depresión mundial de 1929, terminó
por poner en peligro la estabilidad económica del país. Fue el período de las
grandes huelgas y las masacres obreras (Oficina Coruña 1925, entre otras),
llevadas a cabo por el Estado chileno, el cual protegía abiertamente los
intereses de los empresarios nacionales y extranjeros.
En esta inflexión histórica el joven Francisco
recibe el influjo de una nueva ideología liberadora, la del socialismo, que se propaga entre la clase desposeída y
los sectores medios de la población de aquel entonces. De esta manera, resuelve
abrazar la doctrina marxista y se convierte en un inicio en simpatizante
socialista, para luego derivar en militante del Partido Comunista, de Luis
Emilio Recabarren.
Durante esa etapa mantiene relaciones indisolubles
con los familiares de Arequipa, a los cuales visitaba periódicamente y, del
mismo modo, recibió a sus parientes en su hogar. Uno de los familiares con
quien mantuvo más cercanía fue precisamente con Manuel Verapinto;
primo-hermano, quien también fue instruido en el arte de la sastrería por
Guillermo Vera-Pinto. Por el año 1935 Manuel Verapinto permaneció por un período
importante trabajando en la sastrería London,
junto a Francisco.
“Yo
fui a trabajar a Iquique con Francisco,
él era mayor que yo. Creo que yo tenía 18 años de edad. Aún recuerdo la tienda,
el reloj de Plaza Prat, sus hijos y su postura caballerosa y atenta que tenía
con todos sus clientes. Era muy especial; siempre muy refinado en sus modales.
Además de ser primos, fuimos muy buenos amigos” (Manuel Verapinto).
Igualmente, el sastre Francisco Vera-Pinto tuvo una
activa participación en la sociedad iquiqueña. Fue miembro de varios clubes
sociales de la época, tales como: el Club Alemán, Casino Español y Sociedad
Protectora de Empleados. Asimismo, fue miembro de la Masonería Iquiqueña.
Es preciso señalar que en su trabajo cotidiano de
sastre gozó la posibilidad de compartir con numerosos personajes públicos que
por esos años radicaban en este puerto, entre ellos distinguimos al Capitán
Augusto Pinochet Ugarte, quien por esos días fue destinado al Regimiento No
5 Carampangue de esta ciudad.
Posteriormente, cuando Francisco fue trasladado en
calidad de preso político al campo de concentración de Pisagua, el año 1948,
curiosamente fue este mismo oficial, con quien mantenía vínculos cordiales, su
custodio en el cautiverio que sufrió durante la aplicación de la llamada Ley de
la Democracia o “Ley Maldita”, disposición que promulgó el gobierno de González
Videla, el año 1947, contra del Partido Comunista de Chile. Puntualmente,
Pinochet fue destinado en enero de 1948, como Jefe de las Fuerzas Militares en
Pisagua y permaneció hasta el 14 de febrero de ese mismo año.
Muchos años después, en el conocido Libro Blanco
del cambio del gobierno de Chile (1973)
, Augusto Pinochet ahora elevado al grado de General y Presidente de la Junta
de Gobierno Militar (1973), recuerda su relación con este antiguo sastre
iquiqueño, en Pisagua:
“También
encontré en esa ronda a otro de los personajes que había conocido en el puerto
de Iquique, el sastre Vera- Pinto, cuyo local está frente a la Plaza Prat.
Hombre agradable, atento y servicial con sus clientes. Sin embargo, en 1948 ya
había escuchado muchos comentarios sobre él, como el hecho de que a mediados de
1945 había desaparecido de la ciudad por espacio de un año sin que nadie
supiera de él. Se agregaba que durante ese período habría estado realizando un
curso de instrucción y perfeccionamiento en materias comunistas, en algún lugar
de la República Argentina” (1974: 25-26).
En otro párrafo de la misma
publicación, Pinochet hace otra breve referencia:
“El
día transcurría con lentitud y las ocasiones de mayor esparcimiento se
producían durante las horas del almuerzo y de comida. En esas oportunidades
solía invitar al Casino de Oficiales, que era una vieja casa de madera
habilitada para tal efecto, a los señores Ernesto Meza Jeria, Ángel Veas y al
sastre Vera-Pinto. Les puse como única condición la orden de no hablar de
política en la mesa ni tratar de influenciar con sus ideas de carácter marxista
a los asistentes. Sin embargo, en muchas ocasiones me vi obligado a pedirles
que cambiaran de conversación, pues no perdían oportunidad para hacer saber su
ideología” (1974:29).
En
la obra teatral “La Pasión del Sastre”,
recreo un posible diálogo que sostuvieron el capitán Augusto Pinochet y el
preso político Francisco Vera-Pinto
CAPITÁN:
(Se acerca a los detenidos irónico) Espero que los señores recién
llegados hayan dormido cómodamente, acompañados por la natural sinfonía del
mar. (Adopta una actitud persuasiva) Ahora quiero que esos rostros secos
como el desierto se iluminen porque les tengo una propuesta. Quiero ofrecerles
a los que aún tenemos en el teatro y también a los nuevos, que construyan con
sus propias manos sus casas. (Silencio) Ciertamente, le vamos a pagar
por su trabajo. (Silencio)
FRANCISCO:
(Seguro) Capitán, no nos parece justa ni conveniente su oferta. Es muy
cruel que construyamos nuestras propias prisiones (Se escuchan voces
apoyando la moción)
ANGEL:
Capitán, le habla Ángel Veas, Intendente de Tarapacá, el compañero tiene toda
la razón. Es despiadado lo que nos pide.
CAPITÁN:
(Altanero) Usted no es nadie
acá.
ANGEL:
Esto es un atentado a los derechos humanos.
CAPITÁN:
Los derechos humanos son una invención, muy sabia, de los marxistas. Ya me
aburrieron. Se terminó la fiesta. Tendrán que acomodarse en las condiciones
actuales; no podemos darles mayores comodidades. ¡Y ahora retírense! No deseo
más comentarios. (Dirigiéndose a Francisco) Espere, usted, el que está
en el fondo, el atrevido que me habló. ¡Venga para acá!
FRANCISCO:
(Se acerca) Aquí estoy capitán. ¿Qué desea?
CAPITÁN:
(Le mira asombrado) ¡Ah! ¡Es usted! Ya me parecía conocida esa voz. Pero
si es el mismo Francisco Vera-Pinto, mi querido sastre. (Ríe) ¡Hombre,
por fin lo agarraron! Ya lo daba por perdido, pero el destino lo regresó a mis
manos. Tal como le dije en nuestro primer encuentro: “Siempre cae más pronto un
mentiroso que un cojo”.
FRANCISCO:
Yo no soy un mentiroso, capitán.
CAPITÁN:
(Enojado) Cómo que no. Conozco muy bien su vida. Acaso no sé que usted
salió del país a mediados del año 1945 y nadie supo de su paradero durante un
largo tiempo. Me informaron que durante ese período anduvo recibiendo
instrucción revolucionaria en algún lugar de Argentina.
FRANCISCO:
(Afirmativo) Eso es totalmente falso.
CAPITÁN:
(Irónico) ¿Falso? (Ríe) No me haga reír…Bueno, no se preocupe, no
lo voy a interrogar. Ahora es mi huésped de honor. Aunque no me crea, siento
mucho que se encuentre aquí relegado. Muchas veces le insistí que terminará sus
vinculaciones con los comunistas, pero usted es cabeza de piedra.
FRANCISCO:
Capitán, soy un hombre de conciencia y mis convicciones no las voy a cambiar…
CAPITÁN:
(Cortante) ¡No se haga el valiente conmigo! (Pausa) Siempre me
pareció usted una persona agradable, aunque nunca llegamos a ser amigos.
FRANCISCO:
¿Amigos? Eso era imposible.
CAPITÁN:
Créame, nunca vi una niña vestir a su muñeca con más cuidado y deleite que los
que usted ponía para confeccionar mis ternos. Por eso y sólo por eso, quiero
que se traslade de inmediato a una casa que está desocupada en la antigua
estación de trenes.
FRANCISCO:
Capitán, no quiero ninguna regalía. Usted no debe hacer ninguna diferencia en
este campo de concentración; por el contrario, debe tratarme como un preso
político más.
CAPITÁN:
Francisco, hay que hacer las cosas y no pensar. Esta es una orden y éstas se
acatan. (Mira su reloj) Ya lleva cinco minutos perdidos. Se me va
volando a la casa asignada; de lo contrario, será castigado con la suspensión
de las visitas. ¡Ah! Y, también, le ordeno que este domingo vaya almorzar
conmigo al casino de oficiales. Van a ir algunos amigos suyos: Ernesto Meza y
Ángel Veas. Y ahora retírese (Apagón). (2009: 59, 60, 61)
Bajo las tristes circunstancias que le presenta el
destino, Francisco Vera-Pinto, inició su defensa enviando una carta al
Intendente de Iquique, Justo Pastor Rivera, el 6 de enero de 1948 en la que
solicita amparo y explica su actual postura frente a la detención arbitraria.
“Me encuentro detenido por presuntas
actividades comunistas, que yo considero inexactas. Es verdad que hace muchos
años yo pertenecí a dicho partido, pero al darme cuenta de los perjuicios que
irrigaba a mi negocio y a mi hogar, me aparte completamente de sus filas y ni
siquiera alterno con ninguno de sus afiliados, y hace doce años que no me
relaciono en absoluta, en ninguna de sus actividades, que no están de acuerdo
con mi modo de pensar…”
En otras líneas de la misma declaración, detalla:
“Soy un ciudadano pacífico y respetuoso de
las leyes, y he constituido un honorable hogar. En estas circunstancias, dando
origen a hijos útiles a la sociedad y a la Patria. Mal puedo yo perturbar el
orden y corrección en que vivimos…”
Ciertamente queda la duda si dicha misiva fue una
estrategia para salvar la situación de apremio que vivía o si efectivamente en
ese momento estaba desvinculado del Partido Comunista. En todo caso, cabe
complementar que, de acuerdo a relatos entregados por algunas de sus
amistades, él aún mantenía algún tipo
relación con esta tienda política, ya que prestaba ayuda económica en la
realización de actividades programadas por este partido.
A continuación reproduzco una entrevista donde se
evidencia que su tendencia política no la inhibe en sus enlaces sociales
posteriores.
“Por 1955, había en Iquique un sastre, muy pobre, que era el Secretario
Regional del Partido Comunista, en plena clandestinidad del PC. Nos conocíamos
como familia porque mi padre también era del PC, aunque no muy activo, por su
trabajo en la COSATÁN (trabajaba en esos tiempos en los embarques de salitre en
el espigón). Este sastre se llamaba Arturo Carrasco y trabajaba para Francisco
Vera-Pinto. Siempre tuve la impresión que él lo hacía para ayudar a don Arturo,
porque a veces encontraba fallas en los trabajos. En fin, fuera de un breve
comentario y recomendación para trabajos posteriores, lo seguía teniendo como
su ayudante. Don Arturo tenía un tallercito, que era su casa, donde trabajaban
en sastrería él, su mujer y su hijo mayor Teruel. Teruel era muy amigo mío.
Cada cierto tiempo, don Arturo mandaba a su hijo a dejar ternos a la Sastrería
London, y Teruel siempre me pedía que lo acompañara. Don Francisco hablaba
poco, pero sabía mucho de política, y muchas veces le hice preguntas sobre el
tema, que siempre respondía. Una de ellas fue la siguiente. En 1956, me parece,
llegó a Pisagua Volodia Teitelboim, en calidad de relegado, junto a otros
comunistas. Le pregunté sobre este personaje, y nos dijo a Teruel a mí que lo
conocía personalmente. Don Francisco nos habló de la novela "Hijo del
Salitre" de Teitelboim con mucho detalle y me recomendó que la leyera.
Incluso nos dijo que él no la tenía, y que de ser así, nos la hubiese prestado.
Dijo que todo joven debería leer ese libro, que trataba de la masacre de la
Escuela Santa María y de la juventud de Lafferte, a quien también había
conocido. Lo leí tiempo después, sólo porque no pude conseguirlo antes. Hubiese
querido comentarlo con don Francisco, años después, pero por ese tiempo ya
había fallecido”. (Haroldo Quinteros).
A la postre, por los años 50, Francisco conoció a
Victoria Soto Méndez (1923-1997), cuyo estado civil era separada y madre de una
hija adolescente, Nelda Gaete Soto. Victoria era oriunda de Iquique; hija de
Segundo Soto, un humilde trabajador ferroviario y de Ignacia Méndez, dueña de
casa, de descendencia peruana, por línea paterna. Con ella establece una
relación sentimental; como resultado de esta unión nació un hijo a quien
reconoce como Iván Francisco Vera-Pinto Soto (1956).
El año 1959, Francisco Vera-Pinto, falleció a consecuencia de un paro cardíaco
y fue sepultado en el cementerio No 1 de Iquique.
Mientras tanto, en Arequipa, Manuel Vera-Pinto
Benavente, ingresa a la Guardia Civil y jubila el año 1968; acto seguido,
instala en su tierra natal una sastrería que lleva como nombre el apellido
paterno. Este negocio permanece abierto al público hasta últimos años de
vida. Manuel se caracterizó por ser un
hombre muy asertivo, valiente y confrontacional en su vida policial en contra
de las autoridades peruanas.
“Mi padre, hereda el temperamento aguerrido de esta
familia, pues en dos oportunidades por su carácter confrontacional fue separado
de las filas de la policía. El se ve obligado a juntar el apellido para evitar
represalias contra su familia, pues fue dirigente insurreccional político en un
levantamiento de la Guardia Civil contra el gobierno civilista Bustamante
Rivero. Así, logra
hacer cambiar el apellido a algunos hermanos suyos que vivían en Arequipa, pero
no al tío Lupo que ya residía en Lima. El tema era protegerse y proteger a la
familia. La persecución en esa época fue muy dura y no entendían de Derechos
Humanos. Fue precisamente el 3 de octubre de 1948 cuando se produce el
alzamiento de los marineros en el Callao. El movimiento estaba coordinado con
la Guardia Civil y otros estamentos
militares. El presidente Bustamante y
Rivero fue elegido por una Coalición
Democrática, apoyado por el Apra. El mandatario se alejó de las propuestas de
izquierda democrática y el pueblo empezó
a resistirlo. El levantamiento fue debelado al iniciarse y empezó una dura
persecución contra los integrantes de
las células políticas. En esas circunstancias fue hecho prisionero por enfrentar a los
civilistas, partido de ultra derecha de esos tiempos. Posteriormente, sus
reingresos se produjeron por acciones heroicas, reconocidas por sus superiores.
Fue condecorado y tuvo un sepelio con honores por el comando de la policía
nacional. Su nombre figura en el Cenotafio por Resolución Suprema, leída antes del
toque de silencio, el día de la inhumación de sus restos”. (Marcos Verapinto)
Al mismo tiempo, dos hijos de Manuel Vera-Pinto
Benavente: Marcos y Enrique, también pasan por situaciones de persecución
política en el gobierno del General Velasco Alvarado.
Al respecto, Marcos, quien fue Regidor de Arequipa por el partido Aprista, en
el gobierno de Alán García (1885-1990) nos revela:
“Fui
dirigente universitario en plena dictadura del general Velasco Alvarado, quien
reprimió duramente el movimiento estudiantil. Hubo muchos días de
enfrentamientos en las calles con los
estudiantes, un poco más duro que lo que
viene ocurriendo en Chile ahora. Luego fui elegido Regidor de la Municipalidad
Provincial. Mi hermano Enrique también fue dirigente de huelgas estudiantiles
en el colegio secundario, siendo expulsado por ser el principal dirigente del
movimiento de resistencia al cambio curricular en la Enseñanza Secundaria. Era
el primero de su promoción y tuvieron que readmitirlo luego de un año. Entendiendo las miserias de la política ambos abandonamos nuestras
militancias”. (Marcos Verapinto)
No
obstante, también nos confidencia que su padre, siendo policía, no admitía su
militancia política:
“Cuando
yo participaba en una célula, el día de las elecciones de Alan García, me
encontré con mi padre celebrando el triunfo con otros dos viejos policías ya
jubilados. Recién entendí por qué
combatió mi militancia política…Recuerdo que me dijo: Jesucristo fue el único
Redentor. No quiero para ti un futuro de persecuciones. No te formé para ser un
líder que no tenga su familia y la abandone… Hay que tener un ideal, luchar por
él también, pero no debes hipotecar tu vida haciendo sufrir a los tuyos. Los
Vera Pinto venimos pagando hace varias generaciones esa cuenta. Entonces, brindé un trago con él…
Después de treinta años, por primera vez, bebía con mi padre. Luego, cantamos el
viejo himno del movimiento político que
compartíamos, pero que yo recién me enteré”. (Marcos Verapinto)
A esta
altura del relato, es necesario subrayar que en un evento fortuito ocurrido el
año 1999 con Marcos Verapinto, en la ciudad de Arequipa, nos permitió
restablecer los lazos familiares peruanos-chilenos que estaban adormilados en
el tiempo. A partir de este encuentro ambos hemos estado preocupado de
reconstruir la historia familiar y de restablecer los lazos de hermandad que antiguamente
fueron muy estrecho en este núcleo familiar. Posteriormente, Marcos, con su
hermano Mario, con motivo del cumpleaños de su padre organizaron en enero del
año 2009, una convención con todos los familiares radicados en Perú, Chile y
Estados Unidos, marcando un hito en la historia familiar. El año 2012 la
familia Vera-Pinto Zevallos reeditó este encuentro en el marco de la
conmemoración del fallecimiento de Manuel Verapinto Benavente.
La
última costura:
Una
primera reflexión que surge de este fragmento familiar es cómo un conjunto de
hombres y mujeres, venidos de países limítrofes (Perú), originaron una
topofilia, tradición y memoria al habitar y compartir lazos consanguíneos y
culturales en un territorio común, creando en definitiva la identidad
tarapaqueña. En este caso una familia peruana, cuya tradición económica fue la
sastrería, se asienta en Iquique de fines del siglo XIX, creando y recreando
prácticas sociales, puentes solidarios, comportamientos, costumbres y creencias
que se amalgamaron con las existentes en el puerto mayor. Esta presencia
intima, como la de muchos emigrantes de otras latitudes, ha dejado huellas
sentimentales, emocionales y cognitivas en las generaciones familiares
posteriores y en la memoria colectiva.
Los
espacios privados de hombres y mujeres que poblaron la Región de Tarapacá
después de la Guerra del Salitre, es un tema que aún no se ha abordado con
profundidad en la historia local, salvo algunos estudios como el de Sergio González
en Pampa Escrita, Cartas y Fragmentos del desierto salitrero (2006).
Una
especulación que podemos explicitar a partir de estudio es que cuando nos internamos
en los canales de la consanguineidad, surgen otros códigos y escenarios que operan
en nuestra memoria lejana, pero a la vez común entre los miembros de una
determinada familia, los que terminan por mediar nuestras actitudes y
comportamientos individuales. Además, los individuos articulan
su memoria en función de su pertenencia a una familia determinada. Según la
tesis de Halbwachs, cuando se recuerda, se hace a través de claves específicas que
corresponde a los propios de su familia, lo que a su vez se traduce en una
aceptación implícita de marcos más amplios que prescriben determinadas configuraciones
básicas sobre el espacio, el tiempo y el lenguaje.
Efectivamente, cuando comenzamos con Marcos Vera-Pinto
Zevallos a reconstruir la historia familiar, descubrimos que, a pesar de todos
los conflictos geopolíticos vividos entre nuestras naciones, había una historia viva, perpetuada y
renovada en el tiempo, que representa corrientes de pensamientos, experiencias,
sensibilidades y patrones de comportamientos que han sido moldeados por nuestro
pasado familiar común y recreados en los nuevos contextos históricos de la
memoria colectiva.
A veces no
lo hemos explicitado, pero en la zona de Tarapacá, al interior de las familias
antiguas, evocamos historias familiares que se nos han transmitido de
generación en generación. Son indudablemente historias complejas, ya que
algunas de nuestras familias eran ya desde tiempos muy antiguos familias
mixtas, es decir matrimonios entre peruanos y chilenos. Es por ello que, inclusive
en la actualidad, ante cualquier
situación de peligro en las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, nos
provoca una enorme tensión en la vida familiar.
Otro tema que surge de este análisis es la dinámica que ha tenido los
flujos migratorios en la Región de Tarapacá. Tal como señalamos en los párrafos
anteriores, si nos situamos en el escenario de
fines del siglo XIX, comprenderemos que hubo una gran movilidad de ciudadanos
peruanos, bolivianos y chilenos entre las ciudades más importantes de aquel
entonces. Ello se explica principalmente por la incorporación de nuevos
territorios en el norte de Chile, luego de la Guerra del Pacífico, y por la
proximidad geográfica que facilitó la mayor participación de peruanos y
bolivianos en la explotación de las salitreras, presencia que posteriormente
disminuyó tras la decadencia del salitre a principios del siglo XX. (Rodríguez,
1982). Objetivamente, esta dinámica sobrepasó los límites fronterizos
establecidos por los mismos Estados. En muchos casos, emigrantes de uno y otro
lado mantuvieron una doble residencia y vínculos familiares en ambas fronteras.
En relación a esta afirmación, Carolina Stofoni nos explica:
“Lo que caracteriza a estos
movimientos es que no se produce un cambio definitivo de
asentamiento, sino que se
tienden a mantener dos lugares de residencia en forma alternada. La migración
temporal vinculada a la agricultura es un buen ejemplo, así como la migración
de fronteras, donde la persona trabaja de lunes a viernes a un lado de la
frontera y regresa a su hogar durante el fin de semana. Esta
realidad ha servido como argumento de quienes plantean
el debilitamiento inexorable de las fronteras debido a la acción de los flujos transnacionales, sean estos de capital, mano de obra,
e información, lo que se traduciría en un debilitamiento del poder del Estado nación”.
Acorde al relato presentado podemos concluir que Guillermo
Vera-Pinto Moscoso, Francisco Vera-Pinto Téllez y Manuel Verapinto Benavente, vivieron
esa realidad, pues todos ellos se sustentaron económicamente del trabajo de la
sastrería, cuyos talleres los mantuvieron en ambas fronteras y, por ende, se
vieron obligados a mantener paralelamente residencias compartidas en Arequipa e
Iquique. En consecuencia, los vínculos y las afinidades se proyectaron a los demás
integrantes familiares, independiente de sus nacionalidades y de los prejuicios
sociales existentes. Esta es una de las tantas aristas de la realidad
migratoria que se extiende hasta hoy y que merecen estudios específicos, pues
las zonas de fronteras son especialmente sensibles a este fenómeno.
Otro rasgo importante de analizar es la existencia de algunos
patrones frecuentes que han operado en el comportamiento social de varios
miembros y que se han expresado cíclicamente en algunas etapas de la historia
familiar. Tal vez la variable más relevante es la capacidad de liderazgo que
manifiestan algunos de los miembros familiares. A saber, Marcelino Vera- Pinto
líder de la sublevación de Arequipa de 1858, Francisco Vera-Pinto, miembro del
Partido comunista de Chile y preso político en Pisagua 1948; Manuel Verapinto,
líder de alzamiento de la Guardia Civil de 1948; Enrique Verapinto, líder
estudiantil de las movilizaciones contra el gobierno militar de Juan Velasco,
en 1969; Marcos Verapinto, regidor de Arequipa del partido aprista, el año
1990; Harold Vera-Pinto, funcionario de confianza del gobierno militar de
Augusto Pinochet y el suscrito investigador social, pedagogo y teatrista.
Debemos agregar que la tríada de sastres que compone esta familia
(Guillermo, Francisco y Manuel) se caracterizaron por poseer un espíritu
emprendedor. Cuentan algunos testigos que los tres sastres eran personas muy
preocupadas de su trabajo, que les interesaba mantener buenas relaciones con
sus clientes e innovadores en sus negocios, aunque muchas veces las cosas no
siempre les fueron fáciles en los lugares donde se establecieron, pues vivieron
momentos de depresión y de dificultades económicas importantes. A pesar de esta
situación, prevalecía en ellos el entusiasmo para llevar adelante sus negocios
y la creatividad que desplegaron cuando los colegas competidores amenazaban con
ganarle terreno. Acaso lo más notable de ellos fue la actitud positiva,
solidaria y emprendedora que exhibieron, características que nunca perdieron en
sus vidas.
Por otra parte, en una rápida mirada, podemos identificar que
existió una extraña conflictividad en el discurso de los patriarcas familiares.
Pues, por una parte, poseían un sentimiento de amor hacia aquellos predecesores
peruanos que fundaron sus familias; pero, por otra parte, prevalecían en ellos un
sentimiento de temor y una actitud de escamoteo de las mismas raíces
ancestrales. Podemos entender que este comportamiento contradictorio se da en
esta zona geográfica como resultado del mismo efecto traumático que dejó en la
población el violento proceso de chilenización. Es por ello que al investigar
las pocas fuentes fidedignas que aún perviven de esta familia chilena, hayamos
que la mayoría de los descendientes sabían muy poco de sus orígenes peruanos,
ya que sus padres no le hablaban de ello; tal vez, porque era un tabú o para
protegerlos de posibles amenazas o represalias institucionales y sociales. Hay
que recordar que en los momentos más duros de la represión de las Ligas
Patrióticas muchos chilenos acusados de “aperuanados”, debieron con testigos y
acciones demostrar su chilenidad. (González, 2OO4:102) Esta posible aprensión subsistió en la
memoria familiar durante mucho tiempo, hasta disiparse con el pasar de los años.
Probablemente, esta ha sido una de las causas para que el pasado familiar se
mantuviera oculto o perfilado someramente, por lo menos durante los períodos
conflictivo entre ambas naciones. Empero, también podemos comprobar que en el
seno de la misma familia se cultivó algunas tradiciones heredadas del Perú, demostrando
una cierta empatía con todo aquello que se asociara culturalmente con esa
nación. Ciertamente que estos comportamientos no los podemos extender a todas
las familias tarapaqueñas, ya que cada historia es particular. De la misma
manera, debemos dar la razón que las descendencias posteriores reconocen sin prejuicio
sus orígenes peruanos y en los días presente siguen manteniendo comunicación
con la parentela del otro lado de la frontera.
En todo caso, por los antecedentes históricos, podemos afirmar que
la cultura peruana está inmersa en la idiosincrasia del tarapaqueño, más aún en
nuestros días se potencia con una nueva oleada de inmigrantes llegada a la zona,
constituyendo en una de las colonias más numerosa y de mayor influjo cultural.
En concordancia con los fragmentos de vida descritos de la familia
Vera-Pinto, creo que sería conveniente que ese espíritu de tolerancia cultural
y solidaridad que estuvo presente originalmente en este núcleo social, lo
trasladáramos a nuestra cotidianidad. Al mismo tiempo, es importante que estas
sencillas y personales historias los Estados las tomaran como modelos para así
conseguir configurar políticas que, definitivamente, permitan superar las
adversidades, el etnocentrismo y nos allanen el camino para alcanzar el
desarrollo y la plenitud que deseamos a nivel familiar y de país, en aras de la
anhelada integración entre ambas naciones.
En síntesis, quizás las actuales generaciones debemos pensar de
una manera más positiva nuestras relaciones con los países vecinos y
transformar la enemistad y las coyunturas de tensión en áreas de concordia más
duradera y beneficiosas, en provecho de nuestros pueblos que han sufrido las acometidas
de los funestos conflictos de otrora.
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VERA-PINTO, Francisco
1948 Carta dirigida el 6 de enero de
1948 al Intendente de Tarapacá, Justo Pastor Rivera. Información extraída del
Archivo de Documentación Regional, ITAR 1842.
ENTREVISTADOS:
Dora Peredo de Belardi: Chilena
(Septiembre, 2012)
Haroldo Quinteros Bugueño: Chileno
(Octubre, 2012)
Lucrecio Quinteros Salazar: Chileno
(Junio, 2009)
Mabel
Vera-Pinto Bustillos: Chilena (Octubre, 2012)
Manuel
Verapinto Benavente: Peruano (Febrero, 1991)
Manuel Moreno
Sagredo: Chileno (Octubre, 2012)
Marcos
Verapinto Zevallos: Peruano (Septiembre, 2012)
Nuncio Belardi Roscetti: Chileno
(Septiembre, 2012)
Vera-Pinto, es un apellido compuesto que
responde a una costumbre española del siglo XVI, la cual permitía a las
familias nobles que contraían matrimonio mantener sus apellidos paternos para
no perder el linaje de ellos. El apellido Vera-Pinto está constituido por la
unión de dos familias: portuguesa y española. Vera es un apellido Aragonés, descendiente de Don Luis y don Carlos de Vera,
hijos del rey de Aragón Don Ramiro I
y de doña Gelvira de Vera,
señora del castillo de Vera. Por otro lado, Pinto es de origen portugués, dato que es
aceptado por la totalidad de los autores. Los Pinto formaron una antigua
familia de Portugal y estuvieron siempre muy cerca de sus reyes, ocupando
cargos de gran importancia. Parece ser que, en un principio, su apellido fue el
de Sousa, pero hubo cierto caballero de este linaje al que apodaron "el
Pinto" lo que acabó en apellido. Cuándo se unieron ambos apellidos lo
desconocemos. Asimismo, no tenemos referencia en qué momento pasaron al
continente americano, estableciéndose con preferencia en México, Perú, Chile y
Argentina.
La unión de parentesco es una red de vínculos de filtración y alianza destinada
a establecer relaciones de solidaridad entre grupo mediante el intercambio de
individuos, a la vez que regulan relaciones y actitudes de los miembros de cada
grupo.
Después de ocho meses de asedio Castilla
comprendió que debía tomar la ciudad, entonces movió su ejército en la
medianoche del 5 de marzo de 1858 hasta el antiguo panteón de Miraflores. El
sábado 6 de marzo empieza el ataque por el Alto de San Pedro; la lucha fue tan
dura que, una bala le quitó a Castilla los anteojos con que observaba la
batalla. Luego el ejército tomó el fuerte "Caja de Agua" y a las once
de la mañana, el "Malakoff", muriendo todos su defensores. Los
ejércitos peleaban casa por casa. La lucha se concentró en las torres Santa
Rosa y Santa María. Al llegar la noche ya estaban ocupados el convento de Santa
Rosa, (que Vivanco no había fortificado por consideración a las monjas) y la
primera trinchera de este nombre, a pesar de sus fuertes bajas ya Castilla
había logrado forzar las puertas de Arequipa. Ver a Jorge Basadre,
"Historia de la República del Perú, La contraofensiva conservadora y
caudillista de 1856-1858"
Durante la segunda
mitad del siglo XIX por el proceso de crecimiento de las ciudades y la
expansión económica del país se desarrolló el gremio de los artesanos. Destacan
obreros y obreras dedicados a los rubros: sastrería, zapatería, talabartería,
herrería, panadería, costuras, hilandería, carpintería, sombrerería,
cerrajería, mecánica, pintura, tipografía y curtiembre. El artesanado formaba
parte de las capas medias y no del movimiento obrero, ya que eran dueños de
pequeños talleres. Aunque, hay que recocer que este gremio fue parte del
movimiento obrero de la época.
Fue funcionario del Ministerio del Interior del
Gobierno Militar del General Augusto Pinochet, el año 1973 y asesor del
Intendente de Tarapacá y Comandante en Jefe de la VI División de Ejército,
General Juan Guillermo Toro Dávila, desde 1976 hasta 1983. Casualmente, al
mismo oficial (Pinochet) de ese entonces que fue custodio de su padre en
Pisagua en 1948, sirve como funcionario de confianza. También fue integrante de
la iglesia Mormona; en ella ocupó el cargo de Elder de esa congregación
religiosa.
Ángel Veas Alcayaga fue elegido diputado por la Primera Agrupación
Departamental “Iquique, Arica y Pisagua”, período 1941 a 1945. Militó en el
Partido Comunista. Fue designado Intendente de Tarapacá el 11 de diciembre de
1946, al año siguiente es detenido (19 de agosto de 1947) y relegado a Pisagua
por el Gobierno de González Videla y en ese campo de concentración fallece.
Entretanto, Ernesto Meza Jeria, fue Alcalde de Calama en 1945, militante del
Partido Comunista.
En las
elecciones presidenciales de 1945 en Perú resultó vencedor José Luis Bustamante
y Rivero, candidato del Frente Democrático Nacional, que agrupó a varios sectores
políticos, el APRA y los comunistas incluidos. La intención conciliadora de
Bustamante no pudo frenar las tensiones entre el Ejecutivo y el Legislativo.
Los apristas, que eran mayoría en el Congreso, obstaculizaron constantemente la
gestión del gobierno. Para silenciar las críticas el gobierno censuró a la
prensa con la llamada «ley de la mordaza». Muchas de las tensiones se volcaron
finalmente en las calles. La crisis económica, producto del fin de la Segunda
Guerra Mundial, empeoró la situación. Bustamante tuvo que apoyarse en los
militares, que empezaron a integrar los gabinetes ministeriales y a exigir al
presidente que impusiera orden en el país. Tras promover una sublevación en el
Callao (octubre de 1948), violentamente reprimida, el APRA fue declarado fuera
de la ley y se suspendieron las garantías individuales. A las pocas semanas,
los militares pusieron fin al gobierno de Bustamante.
Ver Inmigrantes
Transnacionales: La formación de comunidades y la transformación
en ciudadanos. Carolina Stefoni E. Disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/chile/flacso/artstef.pdf
“…las fronteras son
límites naturales, políticos y culturales. Son corredores que separan y al
mismo tiempo comunican a países que colindan. En torno a ellas existe una
dinámica que está pautada tanto por un aparato normativo estatal, como por
convenciones sociales y prácticas que las personas han creado o establecido a
partir de sus intencionalidades e interpretaciones sobre la manera cómo
funciona el paso fronterizo. En todo este complejo, los juegos de percepción
otros-nosotros que se han constituido a lo largo de los últimos cuarenta años -como
parte de los desplazamientos-, tienen un papel importante, puesto que existen
prejuicios que condicionan el ingreso a Chile y el desplazamiento dentro del
mismo país. Y en este aspecto, entra en juego un tema normativo que, en cierta
medida, puede promover una discriminación entre inmigrantes peruanos y
chilenos.” (BERGANZA Y CERNA: 2011:4)