El
sufrimiento es un engendro parido en nuestra mente
Iván
Vera-Pinto Soto
Antropólogo
Social
Magíster
en Educación Superior
Dramaturgo
Un día, un hombre que se sentía muy atormentado
se interrogó: “¿Por qué las aguas turbulentas aún no terminan por ahogarme
definitivamente?... ¿Por qué los que me
detestan no me lapidan finalmente en la plaza principal?.... ¿Por qué los gatos
de la noche no son capaces de cerrar de una vez por toda la claraboya que
filtra un pequeño haz de luz en mi soledad?... ¿Por qué el cuchillo de mi niñez
no solamente me rebanó el dedo, sino también la mano, el corazón y la razón?...
¿Por qué los pasillos lejanos e intrincados no me llevaron remotamente de las
manos protectoras?...¿Por qué el pedrusco lanzado a mansalva no destruyó mi
cráneo y me sepultó en las calles de tierra?... ¿Por qué el clavo maldito no
perforó mi ojo hasta dejarme con la cuenca vacía?...¿Por qué las piedras que me
lanzó el Dios furioso no pulverizaron mis uñas y todas mis extremidades?” – Y
concluyó – “Es probable que si hubiese ocurrido lo peor habría sido mejor para
mí; habría encontrado paz en la oscuridad o en la nueva claridad.”
¡Qué funestos pensamientos!...Pero, a
su vez, podemos reconocer qué es muy humano pensar y sentir de esa manera. ¿Para
qué nos vamos a privar de rebelar nuestras sensaciones, si ellas existen y
viven cada día y cada noche en nosotros? ¿Es que acaso a veces no hemos anidado
ideas oscuras en nuestras cabezas? Claro que sí. Ellas persistentemente nos
dejan en vigilia. ¡Qué espanto! Frecuentemente tememos decirlas ya que los
demás nos pueden juzgar de locos, asesinos, perversos o degenerados.
Posiblemente el mejor camino para liberarse de las mismas sea a través de la
catarsis. Qué bien hace “vomitar” lo que nos molesta y angustia. Qué bien nos
hace exponer libremente nuestros pensamientos negativos, para reconocerlos y
tratar de abordarlos, especialmente cuando ellos nos sumergen en el lodazal. ¿No es algo parecido lo que hace el psiquiatra
cuando nos tiene bajo su lente?
Una vez escuché un comentario de un
amigo: “Nací del dolor, me alimenté con el dolor secreto y en el tiempo esa
sensación se convirtió en un invisible y maligno manto de sufrimiento, que siquiera
los cariños maternos y los sabios consejos lograron apaciguar.” Después,
confesó: ¿Lo que digo será cierto o es una simple invención de mi mente
fantasiosa e inmadura?”
Sin lugar a dudas, a veces se
confunden las fronteras de lo real y lo imaginado. También puede ocurrir una
combinación extraña de ambas dimensiones... Bueno, ahora no voy a profundizar
sobre eso, ya que es muy complejo y no tiene mayor significado para esta
elucubración. Pese a ello, creo que cada cual sabe cómo sabe el vino en su
paladar. Para algunos puede tener un gusto profundo y embriagador; para otros,
en cambio, puede arder en la boca y convertirse en un veneno para su hígado.
Sólo tú, sólo yo, sabemos qué pasa en nuestra mente, qué nos hace mal y qué nos
daña por dentro y nos corroe los intestinos. En el fondo, cada cual sabe qué
nos hace sufrir, a pesar que en algunas oportunidades no seamos capaces de distinguirlo.
En determinadas personas el
sufrimiento puede llegar al extremo de transformarse en una especie de ser
malévolo que subrepticiamente se aferra a su alma, incluso esta percepción puede
sobrevenir hasta en ocasiones inocentes y puras. Una vez engendrada, aunque
quieras arrancarla de tu piel no puedes porque se ha surtido con ella. Ni las lumbreras,
alquimistas, gitanos y doctores podrán liberarte de sus cadenas, condicionalmente
éstas pasan a formar parte de tu sangre, de tu ADN. Es un peligroso virus que comienza
a devorar centímetro a centímetro tus arterias, las hace añicos y termina por
esclavizarte entre sus rejas incorpóreas. Penosamente, cuando vives aquello
sueles no encontrar ninguna salida. Aparentemente nada te puede curar. Inclusive,
aunque te aconsejen que desterrando las causas del pasado te vas a redimir. Por
lo demás, sin ser especialista, tengo mis dudas que exclusivamente con ese procedimiento
se alcance el alivio definitivo. Lo
cierto, es que a veces es muy fácil aconsejar cuando se está al otro lado de la
vereda. Hay que estar en los zapatos del otro y ser mucho más empático para
juzgar o intentar orientar.
Hay momentos que probablemente se atenúa
esa sensación hiriente, pero cuando menos lo esperas te vuelve a enterrar su
puñal profundamente hasta hacerte perder el juicio. Qué insólito es todo eso,
¿no? Por otro lado, qué débiles somos las personas, ni siquiera tenemos un
mínimo de arrojo para contrarrestar a ese látigo que flagela la piel. Hay
situaciones en que los miedos, los deseos, las frustraciones y hasta las
palabras hirientes que sufriste en la niñez te pueden paralizar y trastocar la
mente de por vida.
A su vez, te hallas con la impresión
que mientras existas el sufrimiento reinará en ti, porque te das cuenta que no
es algo objetivo o real que lo puedas eliminar o exiliar fácilmente de tu
territorio. Es más bien una suerte de maleficio que surge desde las sombras y entierra
su lanceta venenosa en tu espíritu. Luego, con una velocidad sorprendente, se
apodera de todas tus fuerzas y te doblega hasta hacerte caer de rodillas en la
desesperación.
Es muy factible que la ciencia defina
con cierta exactitud lo qué es el sufrimiento y que los médicos también aconsejen
formulas claras para desterrarlo...Pero, ¿por cuánto tiempo el tratamiento mantendrá
sus efectos?... Uno sabe en su fuero interno que nada de lo que te aconsejen o
te prescriban será contundente, pues a la vuelta de la esquina otra vez el
sufrimiento te va envolver en su capa y violará tu moral ingenua, debajo de su
oscuro puente.
Acaso el sufrimiento no venga de otro
lugar como de vez en cuando se observa, sino que nace en uno y únicamente uno
es el responsable de que le hayan crecido garras, dientes filosos y una estampa
terrorífica. ¿Qué hacer, entonces?... ¿Dejarme doblegar? ¿Perecer con él? ¿Combatirlo
hasta morir en la lucha?... ¿Qué hacer?...
De seguro, en ese estado, sería mejor dejarse arrastrar por una
corriente marina que nos lleve lejos, despojándonos de los deseos y apegos que
nos hacen sufrir y nos atormentan. Quizás resulte más beneficioso no ansiar obligatoriamente
la felicidad. A veces es mejor no hacer tantos esfuerzos para obtenerla, especialmente
cuando uno va remando a contramarea, pues cuando no somos capaces de lograrla sentimos
una terrible desilusión. Especular mejor que nada es eterno, ni siquiera el
amor, salvo que éste sea verdadero. En cuanto uno apetece algo compulsivamente,
uno se expone al desencanto de no conseguirlo. En esa situación el deseo se
convierte en una imagen que construimos en nuestra mente, pero que realmente no
existe, entonces cuando está muy lejana se convierte en una daga que penetra
nuestros sentidos y corazón, trasladándonos al mundo del padecimiento.
Pero qué pasa en otros casos, por
ejemplo, cuando hemos perdido algo valioso o un ser entrañable ha fallecido. Por
supuesto, también sentimos dolor profundo y si no lo sabemos tratar a partir de
nuestra conciencia podría transformarse a larga en un sufrimiento permanente. En
ese contexto, todos nuestros comportamientos y entorno comienzan a teñirse con
un tinte oscuro. Cuando arribamos a ese trance acostumbramos a perder el sentido
de lo que hacemos; todo se vuelve insustancial y una pesadez nubla nuestra
visión de las personas y de las cosas que nos rodean. La verdad es que si
estamos en ese aprieto es muy poco probable que podamos solucionar nuestros
problemas y se generen otros conflictos en nuestras relaciones interpersonales
y con el entorno que nos envuelve. Así, será muy factible que caigamos en un
callejón sin salida, pues, al final, la angustia es una expresión de mí no
aceptación, así que no resolvemos nada.
De ahí, estimo, que es importante
conocernos profundamente. Cavilar en nuestras debilidades, limitaciones y
problemas que nos aquejan. Por ello es importante tener la voluntad para cuestionar nuestras
presunciones y deseos que están enquistados en nuestros cerebros. Desbloquear
las barreras psicológicas que nos impiden crecer y resolver los conflictos
personales. Distanciarnos de los problemas e intentar ver la claridad en la
espesura del bosque. Eventualmente, de esa manera, podemos lograr nuestro
desarrollo personal y ser más asertivo para enfrentar estas vicisitudes, ya que
si no le ponemos freno a tiempo pueden llevarnos a un despeñadero fatal.