EL DIA DE LA DEUDA CON EL TEATRO NACIONAL
Iván
Vera-Pinto Soto
Antropólogo
Social
Magíster
en Educación Superior
Dramaturgo
En este
artículo no pretendo hablar sobre los grandes hitos o sobre mi pasión de más de
cuatro décadas por este arte colectivo y totalizador, como es el teatro; por el
contrario, es mi propósito dar cuenta de manera objetiva y sucinta de su
realidad actual y de sus demandas aún incumplidas por la imperante política subsidiaria
y paternalista del Estado chileno.
Pese a
los avances suscitados en materia de la institucionalidad cultural existente,
aún podemos apreciar que el teatro chileno se encuentra en una situación
deficitaria, crítica y marginada de una política que permita un real fomento y
proyección de esta manifestación cultural. Esta hipótesis, tal vez un tanto
pesimista para algunos, está sustentada en hechos muy concretos: En primer
lugar, es evidente que el número de salas disponibles y de público asistente a
ellas es cada vez menor a escala nacional. En segundo término, el Estado ha
dejado en manos de los privados la existencia de las pocas escuelas de
formación teatral que existen para estudiar dicha profesión. Las mismas que,
por razones financieras, han tenido que reducirse o simplemente cerrar sus
puertas. Tercero, existe de una alta cesantía de los profesionales, pues no
cuentan con muchas alternativas laborales. Cuarto, la mayor parte de la
creación y proyección teatral está centralizada en la capital y no existen
programas sistemáticos y regulares de extensión a provincia, salvo algunos
auspicios de entidades privadas. Quinto, no hay ninguna política de subvención
de la salas y de las agrupaciones artísticas que desarrollan de forma
autogestionada su labor. Sexto, no se cuenta en provincia con escuelas
auspiciadas por la Casa de Estudios Superiores, de carácter público. Séptimo,
los proyectos teatrales y el trabajo de los profesionales tienen que respaldarse
en base a proyectos concursables anuales y eventuales, lo que no permite una
continuidad y elevación de la labor ni menos un impacto en sus comunidades de
influencias. Octavo, las regiones que poseen fondos para el impulso cultural no
han generado líneas de desarrollo, por ejemplo, en dramaturgia, en formación y
capacitación teatral. Por lo demás, los fondos públicos son exiguos y favorecen
mayormente la ejecución de actividades y eventos, los que son seleccionados preferentemente
bajo criterios políticos, dejando en segundo plano los contenidos y las estéticas
de las iniciativas presentadas. Noveno, las universidades y los demás establecimientos
educacionales, si bien algunos mantienen talleres y conjuntos teatrales, sin
embargo, ellos no cuentan con equipos profesionales, infraestructuras adecuadas
y apoyo financiero pertinente para hacer una labor permanente y trascendente en
docencia, creación, investigación y extensión. Décimo, tampoco se observa una estrategia
que estimule el trabajo profesional en provincia, con la entrega de aportes
constantes a quienes de manera seria y por años están trabajando en este
ámbito. Es extraordinario encontrar algún Gobierno Regional o Municipio que
entregue premios, reconocimientos, distinciones y respaldos financieros a
autores, directores, actores y técnicos de larga y fecunda trayectoria en las
tablas.
En fin,
podría seguir sumando debilidades y deudas que tiene el Estado chileno con las
artes escénicas. Pese a todo, quiero subrayar que la problemática no se resuelve
con la entrega de más recursos financieros o la instauración de nuevos fondos
concursables, puesto que en ese caso reduciríamos la discusión a un tema de
planificación y gestión financiera. Desde mi óptica, el conflicto mayor se
presenta en el paradigma cultural que se nos ha impuesto a los ciudadanos y sobre
el cual no existe ningún proyecto de ley que procure transformarlo, por lo
menos en el corto plazo. Este es un modelo que no procura la participación
realmente democrática de los actores sociales, en este caso del mundo teatral, a
la inversa, beneficia el dominio cultural de las cúpulas de poder político y de
las élites básicamente capitalinas.
Tanto el
teatro como las demás artes, requieren de un modelo donde la política estado
proponga una
mirada holística para la planificación pública, focalizando la correlación que
existe en la cultura y la acción en la dinámica social y cultural urbana. Así
también, legitimar el valor del teatro y de la cultura en su totalidad, con el
fin de facultar al teatro, como uno de los vehículos culturales que podría coadyuvar
a las transformaciones sociales, hacia un modo de vida sostenible como elemento
central para el bienestar social, económico y medioambiental. Este axioma se
traduce, entre otros aspectos, en un cuestionamiento a la expresión
economicista que tiene el actual modelo social, a algunas medidas
políticas-administrativas en la planificación de los equipamientos culturales,
a la “enmascarada” participación cultural y a la insuficiente generación de una
producción cultural valiosa para las urbes.
En pocas palabras, para que el teatro y
las artes florezcan y no sólo asomen como meros registros de actividades en la
cuenta pública de las autoridades, se necesita un proyecto cultural propio para
cada región, creado con la participación activa y resolutiva de las instancias
institucionales, sociales y comunitarias. En nuestros días implica toma de decisiones
políticas fundamentales, tales como: la innovación de la Constitución Chilena y
de todas las normativas jurídico-legales que consientan la participación
ciudadana en la toma de decisiones.
Más allá de todo idealismo y amor que
los teatristas atesoramos en nuestros corazones, exigimos de las autoridades
una determinación más profunda que supere las expectativas de los discursos
formales y “bien intencionados” del supuesto apoyo al teatro y a las artes. Se
precisa de un cambio valórico del actual sistema y la promulgación de
directrices que tengan un alto impacto no solamente en los hacedores, sino
también en las ciudades que se precian inteligentes. Sin duda, este sería un
punto de inflexión y una mejor forma de celebrar el Día Nacional del Teatro,
pues superaría al activismo cultural al cual hemos estado sumidos por muchas
décadas, con las consecuencias poco favorables ya descritas.