DRAMATURGOS DE CASA
Iván Vera-Pinto Soto
Académico de la Unap
Reconocemos como dramaturgos aquellos personajes que se
dedican a escribir obras dramáticas y que, posteriormente, son susceptibles de ser
representadas por las compañías teatrales.
Es indudable que los dramaturgos, a través de sus creaciones, plasman sus
visiones e interpretaciones que tienen sobre las contradicciones sociales y
existenciales del tiempo y el espacio que les ha tocado vivir.
Ahora bien, situándonos en el ámbito teatral iquiqueño,
nos preguntamos: ¿Qué está ocurriendo el día de hoy con la dramaturgia iquiqueña?
Partamos señalando que este es un tema que está en barbecho. A nivel provincial
no existe una tradición en dramaturgia. Históricamente, la mayoría de las
agrupaciones que han funcionado y que siguen en escena, sostienen sus
temporadas artísticas con obras de repertorio, tanto de autores nacionales como
internacionales. Esta decisión no es
mala ni buena, puesto que una de las máximas teatrales dice que “si eliges un
texto de calidad, ya tienes el cincuenta por ciento del éxito asegurado, el
otro porcentaje lo coloca la interpretación artística”.
Sin embargo, es innegable que es importante contar con
una dramaturgia propia que sea capaz de revelar las diversas aristas y
temáticas que preocupan a nuestro público. Incluso – me atrevería a decir- que es, incluso, productivo para el
desarrollo de la escena local proponer una “estética pertinente”, que surja del
trabajo exploratorio de los creadores, sin tratar de imitar mecánicamente a los
autores consagrados. Una vez escuché a un maestro decir: “si un pintor aprende
de memoria las reglas con las que ha pintado Picasso y lo imita exactamente,
mientras más y mejor lo copie peor le va”.
En nuestro escenario, observamos que por necesidad o
compromiso con sus particulares utopías, existen algunos teatristas que han
perdido el inicial pudor y están “desnudando” sus concepciones y puntos de
vistas que tienen acerca de sus particulares obsesiones. Por ejemplo, podemos identificar
que la dramaturgia de Guillermo Ward, transita, versátilmente, desde el teatro
para niños, al social y, actualmente, en la búsqueda de una línea más intimista,
que ponga en relieve la problemática de sectores sociales discriminados (comunidad
homosexual). Juan Carlos Morfi Morfi,
por el contrario, es un dramaturgo de carácter popular, cuyas piezas
escénicas abarcan un amplio espectro de situaciones cotidianas, abordando tanto
el ámbito social como el personal. El humor negro, el sarcasmo y las moralejas
son característicos de sus producciones. Abraham Sanhueza, es otro autor que
enfatiza en la reflexión sobre un tema tan sensible como es la homosexualidad;
recreando, de manera anecdótica, vivencias, frustraciones y contradicciones de
sus personajes marginales. Ramón Jorquera y el Teatro No Más, contribuyen a una
dramaturgia colectiva, cuyo eje se basa en la adaptación de la literatura local
(escritor Patricio Rivera) y de las leyendas andinas. Finalmente, el suscrito, vinculado al denominado Teatro de la Memoria
y también a aquellas historias que se
mueven en las aguas universales del amor, el odio, la venganza, la tortura, la
posesión y la ternura.
Todos, con sus diversos
estilos y preocupaciones, están creando una dramaturgia particular. Más
adelante el público y el tiempo serán los mejores barómetros para medir sus
alcances y logros. Por ahora, creo que los escritores deben reafirmar su
compromiso con el arte escénico, no como un mero pretexto para desarrollar los
egos personales; sino como un medio para develar y cuestionar realidades. Hay
que seguir la enseñanza del maestro Harold Pinter, quien con sus 75 años, continúa
comprometido con la vida, algo que se refleja en sus textos y en sus posiciones
personales. Este es un dramaturgo que milita abiertamente contra la cultura de
la muerte de Tony Blair y George Bush, participando en protestas públicas y
escribiendo poemas de barricadas.