LOS CAMINOS DE LA MUERTE
Es sabido que desde tiempos inmemoriales todas las culturas han venerado de diversas maneras a sus muertos. Haciendo un rápido repaso de la historia encontraremos que en las culturas antiguas como la China y la Egipcia el culto a los muertos fue un símbolo de unidad familiar. Les rendían devoción construyendo templos y pirámides.
En las culturas mesoamericanas los indígenas consideraban a la muerte como la travesía a seguir hacia una nueva vida y fue sólo con la llegada de los españoles que se impuso la creencia que con la muerte vendría el juicio final, donde los justos recibirían su recompensa y los pecadores su castigo.
Entre los Incas existieron dos categorías principales de culto: aquella que podríamos designar “divina” (impuesta por la nobleza y el Estado imperial sobre los pueblos conquistados) y la otra, mucho más difundida en todos los sectores de la sociedad, que es el culto funerario que aún subsiste en regiones aisladas del Perú.
En la idiosincrasia del mexicano la muerte aparece matizada de travesura e ironía, es por eso que en el día de los muertos, todos los cementerios del país azteca se llenan de gente ansiosa de compartir en la tumba de su ser querido, flores, comida (calaveras de dulce) y tragos; incluso hasta músicos asisten para alegrar el momento que pasan en el camposanto.
También los antiguos egipcios creían que el individuo tenía dos espíritus. Cuando fallece, uno va al más allá y el segundo queda vagando en el espacio, por lo que tiene necesidad de comer. Estas tradiciones se han seguido conservando gracias a la religiosidad de la gente, las cuales se han transmitido de generación en generación a pesar del inevitable proceso de imposición de culturas extranjeras que soportan.
Actualmente en zonas campesinas de Perú, la celebración del Día de los Muertos, empieza el primero de Noviembre y termina el segundo de Noviembre. Según la creencia, las almas de los muertos regresan durante el Día de los Muertos para disfrutar de los altares, que son copados de objetos que reflejan algún aspecto de la vida de la persona fallecida (costumbre que también observamos en los cementerios locales).
En fin, la muerte desde los albores de la humanidad ha generado un culto muy sorprendente. Las culturas prehispánicas concibieron la muerte como una dualidad con la vida. Hoy en día para muchos representa una expresión de puesta en valor de sus antepasados, de su historia y de todo aquello que constituye las bases de su proyecto de vida.
En contraposición a esta usanza, hallamos otra que se manifiesta en rituales de profanaciones, como la ocurrida recientemente en el cementerio Nº 1 de nuestra ciudad. Por supuesto que este macabro hallazgo ha causado preocupación e indignación entre los vecinos de este puerto. Estos grupos organizados en reiteradas ocasiones han marcado su presencia en el país con violaciones de templos y cementerios, secuestro de jóvenes y prácticas aberrantes. Los actos de sacrilegio deben asociarse con los rayados de paredes, que la gente ve como graffitis, pero que tienen otro tipo de significación y constituyen una forma de marcación territorial por parte de pandillas que dominan el lugar.
En todas estas trasgresiones que tanto impactan a la opinión pública, hay una especie de exigencias de pruebas de iniciación a los seguidores de estas sectas, que van desde hechos tan salvajes como la profanación de tumbas para ejercitar la necrofilia, hasta la sustracción de restos óseos humanos destinados a la realización de las llamadas misas negras. Es indudable que para muchos jóvenes la entidad satánica aparece como emancipadora de la moral, de las convenciones sociales y d e las reglas represivas. En estas asociaciones (algunas con programas políticos neonazi) las desviaciones sexuales y los ritos depravados se traducen en una actitud de quiebre frente a las prohibiciones aprendidas en la familia y en la sociedad.
Hay que reconocer que en esta confusa sociedad por lo menos se visualizan dos posiciones antagónicas frente al tema de la muerte. La primera de respeto y de continuidad de la tradición mestiza, indo-cristiana; y, la otra, con una inversión del orden sagrado ortodoxo y brutamente rupturista contra aquello que representa al sistema imperante y a su ideología. Poniendo en tela juicio el adagio popular diremos que, ni siquiera la muerte es lo único seguro que tenemos en la vida.
¡Dejen tranquila a la muerte, porque es lo más hermoso que ha gestado la vida!
