ENTRE LA LUZ Y EL INFIERNO
Con gran expectativa asistimos al debut local de la producción chilena "Subterra", dirigida por Marcelo Ferrari, basada en la obra homónima de Baldomero Lillo e inspirada en la epopeya humana que rodeó la explotación del carbón en Chile a fines del siglo XIX, donde miles de mineros y una poderosa familia aristocrática española, los Cousiño-Goyenechea, entregaron su sangre y sus vidas en aras de un sueño.
En términos de producción se trata de un ambicioso proyecto -comparado por supuesto con otras realizaciones chilenas- cuya inversión alcanzó a un millón doscientos mil dólares. Mucha plata quizás, para la poca que Lillo tuvo en vida, pues sus biógrafos dicen que en sus últimos años no tenía ni siquiera un peso para financiar los medicamentos que requería la tuberculosis que lo llevó a la muerte.
Pero independientemente del costo de la filmación y del apoyo recibido por el Estado y la empresa privada, creo necesario comentar algunos aspectos de la propuesta.
Partamos diciendo que la primera impresión que nos deja es la de un drama épico sólido, basado en una estricta labor de investigación social que escudriña la tragedia vivida por los trabajadores del carbón. También es evidente que en su "puesta en escena" no se escatimó esfuerzos, filmando en locaciones de alto valor patrimonial como el Palacio Cousiño, en Santiago, la Central Hidroeléctrica Chivilingo, el Museo, el Parque, la Estación de Trenes de Lota y la mina Chiflón del Diablo, a quinientos metros bajo el nivel del mar.
Otro aspecto interesante fue la elaboración rigurosa de los vestuarios y maquillaje que recrearon la época del 1890. Además, la banda sonora, compuesta por el músico Horacio Salinas e interpretada por la orquesta de cámara del Teatro Municipal, le da peso a la trama.
Más allá de estos esenciales complementos rescato el buen tratamiento del argumento. La cinta sin dejar de entretener logra además hacernos reflexionar sobre el terrible aprovechamiento que cometía la oligarquía en Chile con los asalariados. Nos da una lección de historia, unida con pasiones sociales y amores prohibidos. En este sentido el guión y la actuación cumplen con el propósito de revelar con profunda y honesta verdad el mundo de la mina y sus reivindicaciones sociales.
Al igual como Lillo escribía desde el dolor de los mineros, en este caso Ferrari, lo hace a partir de desgarradora imágenes que provocan angustia, estupor e ira en el público. Es increíble como en esa época al obrero se le trataba casi como un esclavo, era considerado como un verdadero paria.
Debía trabajar más de catorce horas diarias para engrandecer a los poderosos que vivían en la fastuosidad absoluta. Similar al trabajador pampino, de comienzo del siglo XX, que vivía en condiciones infrahumanas en las oficinas salitreras, también en esta historia descubrimos a seres humanos sumidos en la violencia patronal. Dinero nunca veían, sólo se les pagaba con fichas que debían cambiar por alimentos en la misma pulpería de la empresa. Proletarios que producían como animales para subsistir, con el constante peligro del gas grisú y donde no importaba edad ni salud, sólo cumplir con el deber de arrebatarle a la mina la mayor cantidad de oro negro.
No estoy seguro si la realidad fue así o es una ficción del guionista, pero personalmente me parece ingenuo que Luis Cousiño, dueño de todos los yacimientos carboníferos de esa región sureña, no supiera nada de las atrocidades que ocurría en su industria y que su mente estuviera exclusivamente dedicada a sus relojes e inventos. Asomando como único déspota Mister Davis, administrador extranjero que hacía y deshacía a su antojo. Lo que es completamente cierto es que los Cousiño cambiaron la mentalidad chilena. Dejaron de pensar la nación como un país agrario, para meterlo de lleno en la industrialización.
Agreguemos a ello que doña Isidora Goyenechea emerge como la benefactora de la comunidad que realiza acciones humanitarias para ayudar a los mineros, instalando la Escuela, la Gota de Leche y el hospital, pero aceptando suspicazmente las odiosas desigualdades sociales que existían.
En todo caso a mi juicio, esta película cuenta con todos los méritos para ser exhibida no sólo en los cines sino también en los colegios del país, ya que reconstruye profundas heridas de nuestra memoria.
A pesar de todas las miserias humanas que se ilustran, también nos enseña que es posible hallarle un sentido a la vida y que los sueños pueden despertar en todos los desposeídos un aliento de dignidad humana que los redima socialmente.
