Teatro Vivo
Iván Vera-Pinto
Soto
¿Por qué obras sencillas
como Venecia, del dramaturgo argentino Jorge Accáme, logran una efectiva
comunicación con el público?.
Debo reconocer
que muchas veces los teatristas nos empeñamos en representar textos que tengan
mucha “sustancia”, es decir obras “sesudas”
que propongan casi una tesis sobre la realidad social que vivimos y que obligatoriamente
hagan pensar al espectador. Sin embargo, no siempre esas realizaciones logran
crear la comunicación “a flor de piel” con los espectadores. En cambio, existen
otros libretos, de diálogos sencillos y amenos que escénicamente alcanzan un
mayor impacto en la audiencia. De pronto, una historia muy humana, empática y
mágica puede generar una atmósfera fuertemente emotiva, profunda y reflexiva en
la sala, e incluso puede afectar positivamente el ambiente creativo de los
mismos artistas.
Por supuesto, poseer
un buen texto sólo representa la mitad del éxito del espectáculo; la otra parte
lo aporta las interpretaciones de los actores, los que necesitan gozar de mucho
talento, disciplina, naturalidad y un buen nivel de credibilidad en sus roles. Cuando
se logra amalgamar integralmente estos dos ingredientes (un buen texto y una aplicada actuación),entonces
el público se “engancha” con el espectáculo y en ese instante sobreviene
espontáneamente entre los espectadores
lo que los teatristas eternamente sueñan alcanzar: divertir, emocionar y
reflexionar.
Para comprender
este fenómeno no sólo basta que los artistas tengan conocimiento de la técnica
teatral, además, necesitan la experiencia con el público y con el contexto
cultural en que se desenvuelven. Dice el adagio teatral que los “años de
circo”, las vivencias, ayudan muchas veces a los artistas a encontrar ese esquivo
equilibrio entre forma y contenido.
En todo caso, en
términos teatrales, no hay nada definitivo, ya que la opción artística que se
adopte siempre estará asociada con la teoría del gusto y la teoría del valor,
en otras palabras, la estética que se escoja estará cruzada por la subjetividad
(normas de gusto y de valor individual) y la intersubjetividad (normas
establecidas colectivamente por la cultura, la historia, la ideología y la
política). En lo personal, después de sus buenos decenios en las tablas, insisto en la posibilidad de plasmar un teatro
de carácter popular, que devele nuestras flaquezas sociales y que contenga elementos identitarios de nuestra
cultura, lo que nos sinónimo de poner en escena obras simplonas, evasivas y
banales, que corresponden a otros escenarios estéticamente menos estrictos.
Precisamente,
el maestro teatral Peter Brook, hace una
distinción entre un teatro vivo y un teatro mortal. El primero- dice- es aquel que emociona, hace pensar, divierte,
estimula, mueve a la acción al espectador y ensancha su experiencia del arte y
del mundo. El teatro mortal, por el contrario, es el que sumerge al espectador
en el aburrimiento, en una parálisis emocional e intelectual de su espíritu y
que, para colmo, lo obliga a negar esa situación y a atribuirle virtudes. Esta
es una de las razones por la cual el teatro ha ido perdiendo la popularidad que
tuvo en el mundo en siglos pasados y por consiguiente ha contribuido a la
desaparición de muchos recintos teatrales, la disminución de los espectadores, la
desaparición de dramaturgos y obras de calidad que lleven a escena temas de
actualidad y argumentos que interesen y diviertan.
Obras como
Venecia, nos enseñan que hay que confiar en lo genuino, en lo lúdico y en la diversión
(objetivo originario del teatro); asimismo, nos señala, que el espacio escénico
debe convertirse en algo vivo que divierta, emocione y mantenga al espectador
en alerta, porque en cualquier momento de
la historia algo mágico va ocurrir
que nos sorprenderá como espectadores y que, sin duda, nos dejará
recuerdos inolvidables.