IDENTIDAD
Y TEATRO IQUIQUEÑO
Iván
Vera-Pinto Soto
Con motivo de la última versión de la Escuela de Verano de la UNAP, nos concertamos con los teatristas
Guillermo Jorquera y Jesús Jorquera, para ofrecer un Curso-Taller que permitiera
reflexionar acerca de los ejes fundamentales del teatro local. De las
conferencias dictadas, surgieron algunas conclusiones dignas de socializar en
estas líneas.
Primeramente, los datos históricos recopilados por Pedro Bravo Elizondo (Raíces del Teatro
Popular en Chile,1991), echan por tierra el mito que dice que el teatro chileno
nació con la creación de las escuelas en las universidad capitalinas (U.
Católica y U de Chile), allá por los años 40. Lo cierto que el teatro,
especialmente aquel de carácter popular, germinó en el norte con Luís Emilio
Recabarren en el período 1911-1914 ,
cuando este dirigente obrero creó los conjuntos Arte y Revolución y Arte y
Libertad.
Cabe
distinguir que todos los predecesores –actores, directores y agrupaciones teatrales-
a pesar de sus lógicas diferencias formales e ideológicas, tienen algunas características
comunes. Por ejemplo, sus temáticas abordadas generalmente han estado referidas
a la realidad del momento, aún cuando fueran creaciones de autores nacionales o
extranjeros. Sumemos que todos ellos, en mayor o menor medida, han efectuado en
sus montajes una interpretación con énfasis en la emocionalidad y “verdad” de
la actuación que de algún modo suple las posibles limitantes técnicas. Casi todas
las compañías han estado sustentadas en proyectos de autogestión; muy pocas aparecen
auspiciadas por instituciones públicas o privadas. Otro rasgo compartido son sus
objetivos, los cuales han estado dirigidos básicamente a la conciencialización,
es decir a la toma de conciencia sobre la realidad social y concreta que viven
las personas; la internalización
valórica y la valoración de la identidad social y popular .
La
presencia de directores-líderes han marcado la orientación de los particulares
proyectos y visiones desarrollados por los teatristas, en diferentes contextos
históricos. Por supuesto que
ellos han sobresalido por poseer un espíritu
tesonero, que les ha permitido transformarse en los continuadores espontáneos
del legado escénico.
Por
otro lado, es innegable que el movimiento teatral ha subsistido en nuestro
puerto, porque ha tenido un relativo apoyo del público; a todas luces el teatro es
una de las pocas actividades artísticas que mantiene hasta el presente un buen
nivel de convocatoria. Potencialmente, los elencos han tenido un carácter vocacional
y no-profesional, integrados por hacedores del arte escénico que cruzan democráticamente
la generalidad de las clases sociales, pero con un fuerte componente de proletarios,
estudiantes, intelectuales y trabajadores en general.
Otro
elemento distintivo han sido las fuentes de inspiración, las que se han
centrado preferentemente en la adaptación de literatura narrativa, leyendas,
tradiciones, trabajos de talleres, ejercicios dramáticos y obras de autores
nacionales y contemporáneos.
Una
nueva inferencia, surgida de esta actividad académica, fue el constatar que la existencia
de un teatro con identidad local se debe esencialmente a la presencia de una sociedad
en la cual han estado presentes los valores humanistas como la solidaridad, la
igualdad, la justicia social, entre otros, y que se han expresado a través de
la creación artística.
En fin, el teatro iquiqueño en su
historia ha manifestado una inquietud mayor por conectar su expresión con su
territorio, con su paisaje natural y humano, con su comunidad específica;
quizás como parte de un proceso de construcción de una identidad que le dote de
especificidad en el concierto nacional. Pero,
también es cierto que para cumplir estas metas es importante animar a los teatristas
el contacto con otras realidades, el intercambio y el aprendizaje resulta
estratégico para afinar las herramientas y las ideas que habrán de abocarse a
la cimentación de una identidad teatral. Sin embargo, el trabajo escénico está
en casa y es prioritario: ayudar a consolidar un teatro entretejido por sus
ancestrales lazos culturales, es nuestro deber ineludible.