LOS BUENOS MUCHACHOS
Iván Vera-Pinto Soto
Quizás para el común de las personas no resulte muy fácil reconocer
nombres como Tomás González, Miguel Cerda, Felipe Leal, Soraya Jadue, María
José Orellana, Kristel Köbrich, Paris Hinostroza, Enzo Cesario, Pablo
Kuhlenthal, Ian Koppenberger, Bárbara Riveros, Cristopher Toselli, Marco
Antonio Arraigada, Mauricio Isla y Alexis Sánchez, entre otros. Por el
contrario, la gente con mucha familiaridad asociará otros personajes, tales
como: Marlen Olivari, Quenita Larraín, Adriana Barrientos, Las Hermana Campo,
Alejandra Valle, Patricio Laguna, Carla Ochoa y Pamela Díaz.
Este fenómeno naturalmente ocurre porque los últimos están
vinculados con la farándula televisiva, condición que le permite tener una
cobertura publicitaria extraordinaria. En cambio, los primeros, son un conjunto
de deportistas casi anónimos en el concierto de los medios de comunicación de
masa, que basan su evolución exclusivamente en sus esfuerzos y talentos.
¿En que se diferencian estos jóvenes? Los faranduleros, aquellos
que representan al “jet set”, están inmersos en un show televisivo donde de
manera surrealista exteriorizan a diario sus dramas, torpezas y disputas más
indignas para aparecer en las portadas de la llamada prensa “amarilla”. Por el
contrario, los deportistas, estudian y entrenan a la vez, la mayoría sin becas ni
facilidades de estudio; con todo, son apasionados en los temas que lo afectan. Son
aquellos que saben lo que quieren lograr y lo hacen con mucha propiedad en los escasos
espacios que cuentan para desarrollarse. Precisamente, a ese destacable mundo
pertenecen los atletas que encabezaron la delegación a los Juegos Panamericanos
de Río de Janeiro y la selección nacional de fútbol Sub 20.
La mayoría de ellos no provienen de las elites sociales de
nuestro país, además tienen una personalidad moderna y funcionan como equipo. Tal
vez, esta última variable fue la llave del éxito de la “rojita”. El trabajo en
equipo lo tuvieron internalizado en todo el proceso y en la competencia. Si
bien estaba distribuido claramente los roles, igualmente todos defendieron y atacaron en la cancha. No hubo figuras
especiales, la energía y creatividad de todos los jugadores fue lo más importante. Y, a pesar de las
adversidades, siempre estuvieron convencidos que podían ganar y así lo demostraron
los buenos resultados.
No obstante, hasta hace muy poco, fueron unos ilustres
desconocidos para los medios masivos, porque sus historias se sustentaban en
valores y en un largo registro de limitaciones que resultaban poco atractivas
para el negocio de las comunicaciones. Hoy, en cambio, cuando logran descollar
en un evento internacional los periodistas y la opinión pública fijan su
atención en esta juventud. Al parecer el mundo está al revés: se reconoce socialmente
los paradigmas negativos, a los fracasados, a las “pinturitas” que solamente
saben contornearse con sus atributos
sexuales, a los personajes que no trabajan un día a nadie, que no saben cantar,
ni bailar y menos “hablar de corrido”.
A pesar de estas equivocadas valoraciones sociales, muchos
chilenos nos quedamos con el accionar de los buenos muchachos; aquellos que demostraron
esfuerzo, perseverancia, estudio y trabajo para lograr sus metas.
En consecuencia, estimo que debemos valorar y potenciar aún más a
esa talentosa juventud, a los maestros que han sabido encauzar a estos
muchachos por la buena senda y en especial a sus padres que se han preocupado
por entregarle una formación en base a valores tan importantes: Ser honrado,
trabajador, sociable, respetuoso, colaborador, responsable, líder en el deporte
y tenaz por alcanzar su ideal.