CIUDAD DEL PLACER
Iván Vera-Pinto Soto
Hay ciudades que he conocido en Latinoamérica que tienen
esa mixtura cultural que las hacen maravillosas
en su atmósfera y en la comunicación diaria con su gente. Son urbes de mucho
“salero”, alegres, vivaces, dinámicas, de colores fuertes y olores penetrantes;
henchidos de caracteres culturales mestizos que las convierten como únicas en
el continente. Ciudades que hierven por su inmensa oferta cultural: fiestas
populares, festivales, eventos deportivos y actividades artísticas. Y a todo
eso se le suman las fiestas populares al aire libre y en locales más de moda.
Entre algunas sabrosas experiencias que aún mantengo en
mi memoria de aquellas amistosas ciudades, es la vivida con un carnavalesco elenco
en un suburbio tradicional de Montevideo. Su nombre era BCG, un conjunto de
frenéticos y desinhibidos actores que interpretaban una contagiante música de comparsa
denominada murga. El humor era su principal vehículo para desarrollar un espectáculo
lúdico, en el que se contrastaba la realidad y el delirio. Al finalizar el show,
músicos, actores y espectadores, salimos del Teatro Zitarrosa para seguir
danzando en la Plaza Febini, ubicada en la Avenida 18 de
Julio. Me acuerdo que esa noche en mi mente se combinó armónicamente la opera y
el carnaval, el music hall y el cabaret, Freud y Vaz Ferreira, Artigas y Bruno
Bettelheim, Colombina y Pierrot.
Aterrizo en Iquique y me pregunto si todos los “locos
creativos” que existen no podrían trabajar unidos, para convertir a este puerto
en una de esas ciudades dedicadas al placer cultural. Pienso en un movimiento
no oficial de artistas y ciudadanos que se adueñan de la localidad y la
transforman, la viven y la improvisan. Recrean el entorno y lo convierten en un
espacio tan entretenido como el barrio de San Telmo, de Buenos Aires o el
zócalo de Ciudad de México; en donde se congreguen los coleccionistas, los malabaristas, los
poetas, los mimos, los cantores populares, los teatristas, los pintores, los
cuenta cuentos, los artistas visuales, los folcloristas, los raperos y los titiriteros.
Todo esto será obra de un colectivo que se apropiará festivamente del Mercado
Municipal, de la Feria Agropecuaria, del Balneario Municipal,
del Paseo las Banderas, del Barrio El Morro, del Paseo Baquedano, de Alto
Hospicio, entre otros lugares de alta sociabilidad. Cada loco desarrollará sin
ninguna restricción su tema, sólo por el placer de comunicarse con el público
que vive y trabaja en esas zonas.
Y como cada artista tiene un modo de ser distinto, una
manera de concebir el mundo diferente, y una forma individual de realizar su
obra, en estos espacios gozará de la libertad absoluta para crear, sin horario
y sin protocolo institucional. En ese escenario repleto de personajes
extravagantes y traviesos, cada vecino
se integrará en la locura de ser sorprendido por algún rincón artístico. Me
imagino una acción de intervención artística permanente, fascinante, catártica,
gratuita y espontánea; donde cada
creador aporta lo mejor de sí, sin tener la obligación de concurrir a evaluaciones
y programas oficiales.
De esta manera el arte se confirmará en lo diverso, se
redimensionará en la cultura ciudadana y adquirirá muchos significados; desplegará
sus dominios al mundo de la comunicación, transformando con visiones
particulares la misma realidad. La única bandera que flameará será la de la
alegría, ese espíritu lúdico inventado por la comunidad desde tiempos remotos
con la intención de reforzar los lazos de amistad. Será un auténtico acto de
refundación del carnaval popular, donde el ciudadano aprovechará su tiempo
libre, decidirá y gestionará independientemente las acciones que le provocan mayor
placer y diversión.
Será una fiesta ciudadana que puede durar todo el verano
para que cause un impacto importante. La idea es introducir el arte en la
cotidianidad de la gente, ponerlo en una relación directa con el barrio,
enfocado no sólo para que los vecinos sean espectadores del fenómeno artístico,
sino también como protagonista del mismo.
Por otro lado, a diferencia de otros artistas que crean
en solitario, este circuito permitirá a los creadores locales absorber su
contexto social y, a pesar que el arte es una producción individual, recogerá
las voces colectivas del pueblo en las calles.